lunes, agosto 30, 2010

¡Ojo con los tópicos!


Se suele entender por tópico la expresión que, por repetida tantas veces, se ha convertido en estereotipo de un grupo étnico o de un lugar. Lo bueno del tópico es que puede ser realidad o leyenda; lo malo es que la gente lo tomamos al pie de la letra.

Hace algunos años calculé que el kilómetro de un viaje de Barcelona a Almería (o viceversa) me costaba sobre las 10 pesetas en gasolina y otro tanto en autopista allá donde había tramos de peaje. Hoy, por necesidades del guión, dispongo de un coche que gasta un 50% de gasolina más que aquél para el que hice los cálculos, por lo que el kilómetro debería salirme a 15 pts más el IPC de los años transcurridos (esto, sin tener en cuenta el incremento del precio del crudo que ocasionó la guerra que al moro hicimos). Como un viaje Almería-Barcelona da para mucho, este año he utilizado a Quiosquera de secretaria y ha ido tomando apuntes de los gastos del trayecto.

Primera conclusión: durante los 800 y pico kilómetros que separan ambos puntos, el gasto medio de gasolina se ha situado en 11,2 l/km, es decir, a 18,64 pts/km, que queda dentro de lo previsible.

Los datos relativos al peaje son bastante más complejos.
Trayecto Sagunto-L’Hospitalet de l’Infant (AP7, estatal): 205 km. por 21,35€. La distancia se ha medido desde Puçol, que es donde está la última salida gratis de la A7, hasta el peaje de L’Hospitalet. Si los cálculos no me fallan, este tramo sale a 17,33 pts/km.
Trayecto L’Hospitalet- El Vendrell (AP7, estatal): 60 km. por 4,10€. Tramo a 11,37 pts/km.
Trayecto El Vendrell-Vilanova i la Geltrú (primera salida gratis) (C32, autonómica): 20 km. por 3,25€. Tramo a 27,04 pts/km.
Trayecto Sitges (inicio zona peaje)-Castelldefels (primera salida gratis) (C32, autonómica): 10 km. por 5,42€, túneles del Garraf incluidos. Tramo a 90,18 pts/km. (manda cohone').

Primer corolario: Es rigurosamente cierto que las autopistas son más caras en Cataluña que en el resto de España (23,61 pts/km. frente a 17,33 pts/km.). Tópico verdadero.

Segundo corolario. Es falso que las autopistas del Estado sean más caras en Cataluña que en el resto de España (en los tramos medidos, el peaje de la AP7 es de 11,37 pts/km en Cataluña y 17,33 pts /km en la Comunidad Valenciana). Tópico falso.

Tercer corolario: El gobierno de la Generalitat de Catalunya nos está chupando la sangre (con o sin túneles del Garraf incluidos). Puta realidad.

Lo dicho: ojo con los tópicos, que nos pueden engañar.

viernes, agosto 20, 2010

Pontevedra: Otra bella desconocida


Después de la etapa de los miradores, hicimos noche en Sanxenxo. A estas alturas del viaje empezaba a estar como si acabase de cerrar el quiosco, es decir, baldado; lo que recuperaba en 8 ó 9 horas de cama, lo gastaba en el esfuerzo de pasarme la maquinilla de afeitar. Menos mal que con el movimiento se me engrasaban las bisagras lo suficiente para llegar hasta el coche; luego, después de 10 minutos caminando, tenía que ir colgado de los bastones. A mí lo que me gusta es patear ciudades o campos o lo que sea; sin embargo, respiraba aliviado cuando dábamos por visto el objetivo y subíamos al coche en busca del siguiente. Además, el brazo izquierdo lo llevaba de pena. Mientras filmo un paisaje o echo una foto para que salga Quiosquera con un monumento de fondo, tengo por costumbre sujetar los bastones con el brazo izquierdo. Los agarraderos se me clavan produciéndome pequeñas roturas en los capilares que, debido a ingestión de anticoagulantes, me dejan moratones en toda zona; da la sensación de que me he chutado cuatro o cinco caballos con cuádriga incluida.


Maria Angustias me llevó a la primera al punto de partida, sólo que nadie le avisó que estaba en obras y, por tanto, inaccesible. Habíamos apuntado a la Plaza de España, concretamente a la entrada del aparcamiento. Un urbano nos dijo que se accedía por el otro extremo de la Alameda. De este modo pudimos cambiar la vista do Concello, tapado por las obras, por la Deputación Provincial, “abalconada” con todas las banderas oficiales; para que nadie se sienta ninguneado (ésta es una palabra que me encanta).


Dedicamos un buen rato al disfrute contemplativo de las ruinas de San Domingos. En principio daba pena el estado en que se encontraba lo que debió ser un señor monumento cuando estaba entero, aunque la pena se pasaba pronto y se transformaba en rabia al leer la cartela que contaba cómo se había deteriorado el edificio tras el abandono a que se vio sometido después de la desamortización que devolvió su “propiedad al pueblo”.


Dejamos atrás la Plaza de España y el edificio del Ayuntamiento y fuimos a parar a Basílica de Santa María la Mayor. Una vez más fui incapaz de inclinarme por un estilo arquitectónico determinado; luego leí que el exterior es plateresco y que el interior es un batiburrillo de gótico, gótico isabelino y renacimiento. Y me vuelvo a hacer un lío; mis lejanos y escasos recuerdos de Historia del Arte me indican que el estilo isabelino o plateresco constituye la esencia más florida del renacimiento español. Wikipedia me saca de dudas (o me crea más, no lo sé): tras describir las características del gótico isabelino, incluye la siguiente frase “…Por todo ello este estilo debería llamarse plateresco más que un gótico tardío o isabelino (sic)”. Y la entrada “plateresco” se inicia: “Plateresco es un estilo arquitectónico exclusivo del Renacimiento español”. Ni sí ni no, ni blanco ni negro.
Llegamos cuando había finalizado la misa en la que un grupo de niños había tomado su Primera Comunión. Mientras el párroco departía con algunos padres en la puerta principal, los niños, con sus trajes de comunión, jugaban al escondite en el patio de butacas. El resto de padres hablaban a grito pelado en el interior de la basílica. Normalmente, cuando inicio una filmación doy en voz alta el nombre del lugar para luego acordarme. El título que dí a las tomas de Santa María la Mayor fue: “El silencio de los borregos católicos” (para diferenciarlos de los borregos que no son católicos y de los católicos que no son borregos).


Bajamos por la Praza de Cinco Rúas, donde nos tomamos unas tapillas para no perder mucho tiempo, y fuimos a dar a la Plaza de Méndez Núñez. Al leer la inscripción que alaba las cualidades militares del almirante, me asaltaron varias dudas. La primera es que, no sé por qué, me vino a la cabeza la idea de que en algún post anterior yo hubiese llamado Antonio a quien fue bautizado como Casto. No he encontrado esa referencia ni en Pies para quiosquero ni en Decúbito Supino. La segunda duda no era una duda; era, tal vez, un exceso de patriotismo de quien escribió el ladrillo conmemorativo que aparece en la fachada de la casa donde murió Méndez Núñez o en el folleto que me habían dado en la oficina de turismo: uno de ellos o ambos se referían al “heroico vencedor del Mudo” cuando yo tenía entendido que la citada batalla fue un desastre para el bando español (me dice Quiosquera que no es la batalla de El Mudo sino la de uno que no hablaba, es decir, El Callao). La Guía Verde Michelín me saca de dudas: “… de la fragata Numancia, a cuyo mando estuvo el almirante Méndez Núñez en la desastrosa batalla del Callao”.

Con todo, divergencia histórica y belleza del entorno al margen, lo que atajo mi atención fue la figura de un Valle Inclán paseando por el centro de la plaza. Mi amigo E. Ibáñez, experto en la generación del 98, fue quien me contó que Don Ramón María era manco y que, a veces, utilizaba una prótesis de madera. El excelente escritor era tan despistado como buen literato y solía suceder que levantaba la prótesis para ponerse la chaqueta y luego se olvidaba de bajarla antes de salir a la calle. La consecuencia era que todos aquellos con los que se cruzaba respondían al saludo de su mano alzada.


De nuevo me estoy enrollando demasiado; abrevio. Atravesando la Praza da Predreira fuimos a dar con el Ponte de Santiago sobre el río Lérez. A un lado quedaba el Ponte do Burgo, medieval, y del otro lado el Ponte dos Tirantes, mucho más moderno. Volviendo sobre nuestros pasos, nos regodeamos en la contemplación de la Praza da Leña, verdaderamente impresionante y la, bastante menos vistosa, Praza da Verdura.
El punto final del recorrido estaba fijado en la Praza da Ferrería pero aquí me hice un lío de plazas. Según mirase un letrero u otro, me encontraba el la Plaza de Curros Enríquez, en la de Ferrería, en la Praza de Ourense o en la de la Virgen Peregrina. Diseminados por ellas, la fuente en la que, por cada una de sus caras, un personaje del mundo clásico saca la lengua a los mirones, la delegación de Facenda donde mi prima Mari Carmen llevó a cabo su lucha en defensa del contribuyente cumplidor y el escarnio del contribuyente mangante, la Iglesia de San Francisco y el Santuario de la Divina Peregrina.

Y con las mismas, salimos zumbando rumbo a Vigo, donde a las 6 de la tarde estábamos citados en la cima del Parque del Castro con O Reverendo Cura de Fruime.

martes, agosto 17, 2010

Volar barato


Esto de viajar en avión a bajo precio es una maravilla. Ayer llegaba Dalr desde Barcelona a pasar unos días “disfrutando” del sol de Andalucía e hizo el viaje en avión. Almería tiene un problema, y es que aquí sólo llegan Iberia y los charters. Se puede venir en autocar o tren pero el precio, si no es excesivo en dinero, resulta carísimo en cuanto a tiempo (que es oro). La solución está en viajar vía Granada y que alguien vaya a recogerte.
Eso es lo que hizo Dalr: vuelo barato hasta el Aeropuerto Federico García Lorca (Granada-Jaén) y papá que invierte un montón de horas y euros para recoger al nene. Al final el viaje tiene un coste parecido (en dinero) pero, si se paga entre dos, parece como si fuera más barato; o más soportable, al menos para Dalr.


Claro que pasar de largo por Granada es pecado mortal; por eso, aunque Dalr llegaba a la 9,30 de la tarde, salimos de Aguadulce a primera hora de la mañana, entendiendo por primera hora cualquier momento del día anterior a la hora de las migas (las 12). Hacía mucho tiempo que no iba a la ciudad de la Alhambra por la ruta sur, esto es, pasando por Motril; me he encontrado sorpresas. En un año, la Autovía del Mediterráneo no ha avanzado un solo metro: finaliza en El Pozuelo, o sea, mi pueblo (el pueblo que yo afirmo que si fuera mío ya no lo sería porque lo habría vendido). Desde El Pozuelo a Motril la carretera sigue siendo la misma; salvo algún trozo (Calahonda-Carchuna, Torrenueva-Motril), es como las Cuestas del Garraf pero en simpático. Y si antes, cruzar Torrenueva era una odisea (por orden municipal, los semáforos son muchos y están puestos de forma que favorezcan los atascos como modo de presión al gobierno para que agilice la construcción de la autopista), ahora sucede lo mismo en Calahonda, donde están consiguiendo lo mismo con sólo dos semáforos. Y, a partir de Salobreña, la autovía va directa a Granada. Pero lo trascendental, es que el Embalse de Rules o Vélez Benaudalla, el llamado Pantano de la Vergüenza, ¡tiene agua! Han sido necesarios un montón de años para su construcción y para conseguir un acuerdo sobre el reparto del agua. Ahora, leo que las canalizaciones previstas crearán unos 20.000 puestos de trabajo. Es decir, una presa que lleva al menos 20 años en construcción, aún no ha desarrollado un sistema de riego…
¡Es igual, somos campeones del mundo!

A lo que iba. Granada también está cambiando. En las cercanías de la Capilla Real, donde antes las gitanas te ofrecían una ramita de romero a cambio de unas monedas, ahora las gitanas te ofrecen una ramita de romero a cambio de unas monedas, y las chicas del pañuelo en la cabeza te venden tu nombre escrito en árabe (lengua que, parece ser, la Junta de Andalucía tiene previsto incluir en sus planes de estudio). Las tiendas de la Alcaicería se unen a la fiesta y camisetas, pañuelos u otros suvenires simulan la grafía de la lengua del Corán y a los andaluces nos llaman andalusíes. Claro, cometen pequeños fallos apenas perceptibles; por ejemplo, el jamonero nazarí. Es una tabla de cortar jamón decorada con arabescos, y los pinchos para fijar la pata del marrano reproducen inscripciones de la Alhambra. Como alguien vaya a Jomeini con el chivatazo, se van a enterar de lo que vale un peine.
En las inmediaciones del Triunfo, según se tira hacia la puerta de Elvira, una pintada reproduce lo que debería de ser pero nunca será porque no somos lo suficientemente buenos: 2 DE ENERO ¡NADA QUE CELEBRAR! Similar a la coletilla que hace años oí al alcalde de un pueblo de la Alpujarra cuando se refería a NUESTRO CAUDILLO ABEN HUMEYA.

Ceferino Ysla creador del pionono

De camino al aeropuerto, hicimos la parada obligatoria en Santa Fe: café con leche y piononos. Y una docenita más de piononos para comer con la familia.
El pionono no se puede describir. El pionono hay que degustarlo y, a ser posible, en Santa Fe.

P.D.- Ayer, al colgar el último post, me quedó la sensación de que me faltaba algo por decir; lo achaqué a que cuando se habla de Granada siempre quedan cosas por contar. Pero no. Había hablado de las novedades alrededor de la Alcaicería y observado que la imaginación del comerciante (quiosqueros al margen) no tiene límites. En las últimas semanas hemos asistido en Cataluña a la prohibición de las corridas de toros y a la comercialización de cualquier cosa que represente el sufrimiento de un animal. Casi a la vez, desaparecen de las Ramblas los quioscos de venta de mascotas (pajaritos, sobre todo), que serán sustituidos por tiendas de recuerdos para los guiris. Hace algún tiempo, el tripartito, concretamente ERC, abogó por la supresión de la comercialización de productos que no fuesen genuinamente catalanes, como bailaoras con traje de faralaes y toros bravos luciendo banderillas en el lomo. Los artesanos granadinos ya han resuelto el problema: los nuevos toros bravos que se ven en los escaparates, retozan a campo abierto y gozan de espacios despejados. Y para que sean vendibles sin oponerse a las normativas que redacte ERC, están hechos con cachitos de ladrillo. Igualico que los lagartos del parque Güell. Y así, en una sola pieza, el guiri podrá presumir de haber adquirido un producto típico español, diseñado según los cánones de Gaudí.

domingo, agosto 15, 2010

Miradores gallegos

Mi Guía Verde Michelín, la que ha ido perdiendo el lomo a lo largo de su viajes, indicaba que desde el Mirador de la Curota, cercano a la Pobra do Caramiñal, se podía contemplar desde Finisterre hasta la desembocadura del Miño. En mi anterior visita, pasé por la Pobra pero no vi el desvío hasta el mirador; no me causó ningún trauma ya que por aquellos días llovía a intervalos y lo normal es que, de haberlo encontrado, no hubiese visto nada desde las alturas.
Ahora era distinto; lucía un sol esplendoroso y hubiera sido pecado pasar de largo. Por eso le rogué a María Angustias que no me la jugara y que me llevase hasta la cima que me permitiría la soñada visión. Pasado Porto do Son, ya empezó a querer encaminarme hacia el mirador; no le hice puñetero caso porque quería costear un poco más. Finalmente, en A Agra le cedí a María Angustias el piloto automático. Anduvimos un buen trozo por terreno arbolado; a medida que subíamos, una neblina empezó a rodearnos, de tal forma que, cuando llegamos arriba, hacía un frío de mil demonios y no veía tres en un burro. No sólo nos quedamos sin ver Fisterra y la desembocadura del Miño, es que, si no hubiese sido porque había un mapa del Concello de A Pobra do Caramiñal, tipo “Usted está aquí”, no nos hubiera quedado constancia de haber llegado a La Curota.


Había tres o cuatro despistados como nosotros, que no vieron la previsión del tiempo y habían llegado para hacer unas cuantas fotos desenfocadas, o al menos borrosas por mor de la niebla. Tuve la alegría de tropezar con un viejo conocido: El busto de don Ramón María del Valle Inclán se apoyaba sobre un pedestal de piedra. Lo encontré cambiado. Si no llega a ser por las gafas y la luenga barba, lo mismo ni lo saludo; hasta me pareció más manco que de costumbre. Llevaba una camiseta moderna en cuya parte trasera podía leerse: Isto nom é Espanha. Mis conocimientos lingüísticos no dan para determinar si el idioma en que estaba escrita la leyenda era portugués, galego o si hay una cuarta potencia empeñada en anexionarse A Curota.


Visto que las alturas no estaban claras, bajamos a las playas, despejadas y calurosas. Nos acercamos hasta Santa Uxía de Ribera, comimos en Carballinos y seguimos costeando hasta pasar al otro lado de la ría por el Puente de Catoira. Se ve que no habíamos escarmentado porque emprendimos la subida al Mirador de Lobeira. En un cruce de caminos, con un Cristo crucificado (imagen típica del Camino de Santiago) a modo de redonda, vimos una ermita a la derecha; nos acercamos. La ermita era inaccesible; estaba rodeada de un cementerio y las cancelas, tanto la que daba a la puerta de la ermita como la que facilitaba la entrada a la parte posterior al cementerio, estaban cerradas. El problema es que allí acababa el camino y apenas había espacio para dar la vuelta; lo conseguimos invadiendo un campo de viñas emparradas.


Siguiendo las instrucciones de María Angustias, dejamos atrás el Santocristo y enfilamos un camino que se iba estrechando a medida que avanzábamos por él. Se acabó justo delante de un caserón viejo y destartalado. Lo de dar la vuelta empezó a complicarse y Quiosquera se tuvo que bajar para dirigir la maniobra, aun sabiendo que, en tales circunstancias, acabo cabreado: Quiosquera se las arregla de maravilla para elegir un lugar donde no pueda verla, ni girando la cabeza ni usando los retrovisores. Estábamos en ello cuando salió un paisano del caserón.
- ¿Buscan ustedes el Mirador de Lobeira?
- Sí.
- ¿Llevan GPS?
- Sí.
- Es que todos los que llevan GPS vienen a parar aquí. Tiren ustedes para atrás hasta que lleguen hasta una cruz grande: ahí está el mirador.
Acabamos de dar la vuelta, nos despedimos del paisano y volvimos por el mismo camino. A mitad, más o menos, nos cruzamos con un coche.
- Otro gilipollas con GPS –dije-.
- Otra… -remató Quiosquera-.


Llegamos al Santocristo y paramos. Desde allí no se veía nada; bueno, se veían las parras, la ermita y el cementerio. A la izquierda de la ermita vimos una cruz inmensa:
- ¡El mirador!
No podía ser; ya habíamos ido por ahí hasta que se nos acabó el camino junto al cementerio. Y así era. Siguiendo la tapia, en la distancia, pudimos comprobar que ese peazo de cruz estaba dentro del cementerio.
Está visto que no se nos da bien mirar en los miradores.

jueves, agosto 12, 2010

Huevos con chorizo

Decía que, tras la misa en la Catedral, el día no había tenido más historia. ¡Lo que son las prisas! Después de la misa buscamos dónde y a qué hora tenía la salida el chacachá (el tren turístico) para hacer la panorámica de Santiago, y nos fuimos a comer al chiringuito de la Plaza de Fonseca. Mientras Quiosquera buscaba en la carta qué podría comer que no se me pegase al muelle, yo me fijaba en un tipo situado a mi izquierda que se estaba poniendo morado; digo mal, no lo miraba a él, miraba el plato que el individuo tenía delante. Se dio cuenta y me sonrió.
- Esto es lo mehog que se puede comeg en Santiago. Huevos fgitos con shoguiso y patatas.
- ¿Francés?
- No, de Canadá.
Quiosquera me interrogó con la mirada.
- Es catalán -le dije. Mientras ella trataba de interpretarme, afirmé-. Québec.
- Oui, Montgeal.
- De la Cataluña canadiense –traduje-.
En estos casos, Quiosquera suele darme un cariñoso capón; esta vez, ni eso. Todavía estaba siguiendo con la mirada el penduleo del botafumeiro. Pidió para mí un pescado a la plancha y un vasito de vino tinto. Yo seguía atento a las evoluciones del tenedor del canadiense; me sorprendí abriendo mi boca cuando el cacho de chorizo se acercaba a la suya.

Llegó una tía grande y desgarbada y pidió permiso al canadiense para sentarse en su mesa. Estuvieron hablando en español hasta que la recién llegada dijo que iba de guía con un grupo inglés. A partir de ahí hablaron en protestante.
Había entendido que ella se quería soplar unas gambas a la plancha pero el americano debió convencerla porque el camarero apareció con otro plato de huevos con chorizo y patatas fritas. Y yo en medio. Yo, que del marrano me gustan hasta los andares; era como si un tío saliese de la cárcel después de 10 años y lo metiesen en una habitación con un montón de tías en pelota. Estas cosas deberían estar penadas por la ley: de igual modo que no se debe fumar en lugares públicos, tampoco se debería comer huevos con chorizo delante de quienes lo tenemos prohibido. Perjudica gravemente la salud psíquica del sujeto pasivo.

miércoles, agosto 11, 2010

Con mi tiempo no se juega

La Navidad de 1980 la pasamos en Vilada. Estábamos instalados en un hotelito o pensión que nos habían recomendado y apenas éramos 5 ó 6 familias, incluidos los dueños del hotel. Durante la mañana hacíamos una excursión por las cercanías y pasábamos la tarde paseando por el pueblo o jugando al parchís junto a la chimenea del salón. Hicimos migas con un matrimonio bastante mayor: él había cumplido 90 años y ella confesaba 82. Físicamente se conservaban de forma aceptable, pero de mente estaban impecables. Siempre me acordaré de unas palabras que él me dijo mientras paseábamos a ritmo adecuado para ambos: “Yo estudié peritaje industrial y, ya en los años 20, dije en una reunión de directivos que el mundo iría bien cuando los obreros trabajasen menos horas, ganasen más, y los productos fueran más baratos. Si la gente disponía de tiempo, necesitaba distracciones para llenarlo y si ganaba más compraría más cosas sobre todo si eran más baratas. Eso exigiría que se aumentase la producción con lo que más gente accedería al empleo. Me dijeron que estaba chalado, que les dijera cómo era eso posible. Les dije que no sabía cómo se podría hacer pero que si se pudiese todo iría mejor. Han pasado 60 años y hace más de una década que con las máquinas se ha conseguido lo que predije”.

Indudablemente las cosas no son tan fáciles pero el principio es válido. O fue válido. Desde hace bastantes años estamos asistiendo a la puesta en práctica de otro método. Cuando las cosas se ponen jodidas, recurrimos a la reducción de gastos (cosa lógica) que casi siempre cargamos sobre la mano de obra a la que le hemos colgado el San Benito de que es cara; y así mandamos gente al paro, recortamos los salarios o alargamos la edad de jubilación. En cualquiera de los casos, incumplimos uno de los tres principios (al menos) de mi anciano contertulio y la economía se tambalea o cae de morros.
Pongo algún ejemplo:

1.- Gasolineras. El conductor de hace 35 ó 40 años, llegaba junto al poste de gasolina, le daba las llaves al operario, decía cuántos litros o pesetas quería poner de combustible, pagaba y se largaba. A veces, el empleado hasta nos limpiaba los cristales.
Hoy las gasolineras son autoservicio, es decir, el conductor para junto al poste de gasolina, se acerca a una ventanilla, dice cuánto va a poner, paga, echa la gasolina y mira la cola que hay detrás. Si hay poca gente busca el cubo y el cepillo, que deben andar por allí, limpia los cristales y se larga. Y si hay mucha cola… pues también. Como yo he tenido que esperar, que se joda el resto.
Es decir, nosotros mismos hacemos el trabajo del empleado de la gasolinera, echamos menos litros de los necesarios porque, como el surtidor está en prepago, tenemos miedo de pasarnos (como en las siete y media), retrasamos la marcha de nuestros vecinos, pagamos la gasolina al mismo precio que si nos la pusieran ellos y, lo que es peor, estamos ayudando a que la estación de servicio recorte los gastos de personal. ¡Mientras haya capullos que le hagan el trabajo gratis..!
Últimamente estoy viendo gasolineras que, además de prepago, utilizan valla de contención no se les vaya a escapar alguno. Y hay una fila de surtidores para los que tienen prisa. No hace falta prepago; el automovilista inserta su tarjeta de crédito, marca la cantidad deseada, la máquina cobra y ya se puede largar (normalmente, ya que la ha pagado, antes de irse echa gasolina). Cuando esto se generalice también mandaremos al paro al encargado de cobrar el suministro.

2.- Cajas de Ahorros y Bancos. En mi sucursal de la Caja de Ahorros hay un solo empleado para atender al público que va a hacer una transacción normal, es decir, meter o sacar dinero, y para recochineo del personal, detrás del empleado hay un cartel bien visible con la leyenda “EN EL CAJERO AUTOMÁTICO YA HABRÍA FINALIZADO SU GESIÓN”. Como la campaña de nuestra compañía aeronáutica de principios de los 70: “CON IBERIA HABRÍA LLEGADO”.
Todo empezó con la domiciliación de recibos, que ahorraba tener cobradores a las compañías de gas y electricidad (Telefónica era una privilegiada y era el usuario quien había de desplazarse a pagar); siguió con una tarjetita de plástico que permitía sacar dinero en las sucursales que tenían cajero automático y que permitía pagar en determinados comercios, y finalizó con la línea abierta, que permite que el usuario maneje su cuenta desde casa. Todo esto, salvo la tarjeta de crédito, era gratis para el usuario y, si alguien pagaba, era la compañía cobradora la que corría con los gastos. Ahora no. Si desde casa hago una transferencia a un banco, pago yo; si me gestionan más de X recibos, pago yo; y, finalmente, por si no les salen los números, todos pagamos comisión de mantenimiento. Hasta cuando ingreso un talón, aunque sea utilizando el cajero, me cargan el dos por mil o el mínimo que haya fijado el banco o caja de ahorros.
Conscientes o no, estamos ayudando a mandar a la prejubilación a decenas de miles de empleados de banco que apenas pasan de los 50 años. Mientras tanto, el gobierno congela las pensiones de los jubilados y alarga la edad de jubilación (sin pre) de los que trabajan.

3.- Autopistas de peaje/Telepago. Cuando se inauguraron las primeras autopistas, nos quejábamos del precio y, a la vez, nos jactábamos de lo rápido que habíamos hecho el viaje. Había cabinas y empleados suficientes para asumir el tráfico de coches, determinar el trayecto realizado por el usuario y aplicar la tarifa según el modelo de coche, porque no pagaba lo mismo el conductor de un 600 que quien viajaba en Mercedes. Luego pusieron la cestitas recoge-monedas y empezó el cacao: hasta no estar próximo al peaje, el viajero no conocía el precio a pagar, con lo que se ponía a contar monedas junto a la cesta mientras esperaban los que venían detrás; y si le faltaba una peseta, tenía que dar marcha atrás mientras los de la cola se cagaban en la madre que lo parió. La tarjeta de crédito agilizó el tránsito de tal modo que las cestas recoge-monedas han desaparecido. Si no tienes dinero de plástico, mejor que no tomes la autopista. Pero, coño, han inventado el Teletac, ese cacharrito que, a su paso, levanta las barreras coo si hubiesen tomado Viagra, y que la caja de ahorros ofrece gratis el primer año. Es tal el éxito que hay peajes donde los del artilugio electrónico disponen de más carriles que el resto de automovilistas.
A mayor uso del Teletac y de la tarjeta, más empleados de autopistas se quedan en paro mientras nosotros hacemos gratis (o pagando) su trabajo.

Podría poner unos ejemplos más pero para muestra, un botón.
Ahora dispongo de tiempo y con el tiempo se me ha ido desarrollando la mala leche. El gobierno me está diciendo que me congela la pensión porque no hay bastantes afiliados a la Seguridad Social y yo he decidido colaborar en la creación de empleo. Me cuesta una parte de mi tiempo, pero… tiempo es lo único que me sobra.
Hace bastante tiempo que utilizo el método de echar el mínimo de gasolina en las estaciones de servicio con prepago. Cuando no me queda más remedio que echar mano de ellas, pregunto por la gasolinera más próxima y echo 5 ó 6 litros. Explico que lo hago así porque pensaba llenar pero como no sé cuánto me cabe… Ahora estoy en la fase de llenar sólo en las estaciones con empleado. En autopista es imposible pero cuando llego a un lugar habitado lo pongo en práctica. En Aguadulce ya he encontrado el sitio; cuando llegue a Barcelona, lo buscaré.
En la Caja de Ahorros hago lo mismo: ventanilla. Al fin y al cabo las esperas no suelen superar el cuarto de hora. Los empleados me dicen que ganaría tiempo usando el cajero automático.
- Es que para esto de las máquinas soy muy torpe.
Y salen del mostrador y me enseñan a utilizar el cajero. ¿Qué estoy fastidiando al resto de la cola? ¡Ni hablar! Que exijan a la Caja que ponga el personal suficiente que, al fin y al cabo, van a meter o sacar SU dinero. Y cuando el mismo empleado me ha enseñado tres veces a usar el cajero y me mira y trata con mala follá, se lo explico.
- Si todos los usuarios hacemos personalmente nuestras gestiones, cosa por la que nadie nos paga, usted se quedará en la calle.
Sigue de mala follá pero cambia el tono agresivo por una amabilidad que parece que le sale a empujones.
Y en las autopistas siempre paso por cobro manual; si es posible pagando en monedas que voy contando con parsimonia. Al final, casi nunca llevo bastante y entonces pago con tarjeta. Estoy seguro que los que vienen detrás de mí se acuerdan de mi madre (cosa que les agradezco) y alguno pita. Algún día conseguiré que piten todos. Y ya se sabe: el que tenga prisa que pague por usar carril preferente.

Lo que más me gusta es comprar fruta en el supermercado. Primero voy al DIA porque allí la pesan en la caja (la de cobrar). Si no encuentro lo que busco o la calidad no es la adecuada voy a otro supermercado; cuando llego a la caja, le digo a quien me atiende que había tres tipos de tomate y no estoy seguro de haber pulsado la tecla adecuada. Mientras van a comprobar si está bien, me vuelvo a los que me siguen y les pido disculpas a la vez que les digo:
- Esto pasa porque quieren ahorrarse personal y que la faena se la hagamos nosotros.
Algunos me siguen mirando al través pero hay otros que asienten y empiezan a meterse con la empresa.

Hay que fomentar el empleo y, además, con mi tiempo juego yo.

viernes, agosto 06, 2010

Claridad cristiana


Esta vez nos pusimos en marcha según la previsión. Habíamos elegido un hotel cercano a la Plaza Galicia; lo cierto es que no era ninguna maravilla, pero estaba céntrico y tenía garaje. Durante el desayuno dos turistas españolas comentaban las visitas día anterior.
- Lo que me encantó fue el viajecito que hicimos en el chacachá -entendí que se refería al trenecito turístico-. Es que vimos Santiago entero... La vista desde el otro lado es preciosa.
- No nos podemos entretener si queremos oír misa en la Catedral. Hoy sólo está abierta la Puerta de las Platerías y ya sabes que cuando el recinto está lleno cierran.

En un principio no había previsión de entrar en la Catedral durante los oficios, pero como era temprano dejamos abierta la puerta a la improvisación. Lo que sí me hacía gracia era pasar por la Puerta del Perdón, no por nada especial, es que sólo la abren en Año Santo y habíamos ido por eso (por el Año Santo, no por la puerta).
Camino de la Plaza Galicia descubrí una pintada: “GALLECIA AOS GALAICOS” (o algo parecido). Tomé nota para transmitírselo a Superwaiter a nuestro regreso a Barcelona; vamos, por si quería reclamar su parte…
En la plazoleta o calleja donde confluyen la Rúa do Franco, la Rúa do Vilar y la Rúa Nova, estaban levantando tiendas moras; nos enteramos que, al caer la tarde, había un festejo medieval y los de los camellos se habían adelantado para plantar el oasis. Subimos por la Rúa do Vilar y nos surtimos de planos en la Oficina de Turismo. Habíamos superado media calle y avistábamos la Torre del Reloj cuando oímos el estruendo de una marcha militar que subía calle arriba:



Allá por la tierra mora,
allá por tierra africana,
un soldadito español
de esta manera cantaba:
Como el vino de Jerez
y el vinillo de Rioja
son los colores que tiene
la banderita española.
. . .
El día que yo me muera,
si estoy lejos de mi Patria,
sólo quiero que me cubran
con la bandera de España.
Banderita tu eres roja,
banderita tu eres gualda,
llevas sangre, llevas oro
en el fondo de tu alma.

(¡Este..! Esto es copiado)

Marcando el paso al ritmo del pasodoble vimos pasar al cuerpo de la Legión, a los guerrilleros, a los grupos de operaciones especiales y a otros representantes de nuestros mozos “nasíoh pa matah”. Alguno, que no había querido perderse el desfile, pasó como pudo con una pata enyesada y caminando con bastones. Si había albergado alguna esperanza de oír misa en la catedral, mis pretensiones desfilaron detrás de los soldados. En efecto, cuando llegamos a la Praza das Praterías, la única puerta (homónima) de la catedral abierta al público estaba colapsada y los de a pie empezaban a retirarse. Observamos que en la Fonte dos Cabaliños siguen habiendo cuatro caballos y no dos como reza el nombre.


Para no repetir la visita de hacía unos meses, nos fuimos al Palacio de Fonseca. Siempre me he hecho un lío con Fonseca y no he tenido la certeza de si se trataba de la Universidad de Santiago, del Colegio Mayor más antiguo de España o, simplemente, de la residencia del obispo que acabó sucediendo a Cisneros en Toledo. Me lo han explicado. Fonseca fue primero un colegio mayor universitario y más tarde albergó algunas facultades de la universidad. Ahora alberga el archivo general de la Universidad de Santiago con lo que el Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago de Granada es el colegio mayor más antiguo de los que aún están abiertos, tal y como había entendido durante mi año de residente en él.


En la Plaza de Fonseca tomamos un cortado en un bar que no habíamos visto en nuestra anterior visita; y es raro porque desde la Plaza del Obradoiro se observaban perfectamente las mesas repletas de guiris. De haberlo visto en octubre, habríamos meado más barato. Tomamos nota para el plato combinado de medio día y nos dirigimos hacia la Puerta del Perdón. Lo primero que comprobé es que Quintana de Vivos y Quintana de Mortos estaban en el lugar donde las ubiqué en mi post de entonces. Lo segundo, fue que la cola para visitar al Apóstol empezaba en la Puerta del Perdón, cruzaba la Praza de Quintana y, haciendo un ángulo de 90º, se extendía casi hasta la Rúa da Conga. Estaba claro que tampoco iba a entrar por allí. Me acerqué a la puerta y me hice ver por el guardia que controlaba la fila de aspirantes; alguna vez me ha funcionado, quiero decir que ha habido veces en que el vigilante me ha visto y me ha hecho pasar saltándome la cola. No coló. Cuando me volví, observé que Quiosquera estaba al fondo de la plaza en lista de espera.


-¿Qué haces? –pregunté cuando estuve a su altura-.
- Guardando turno. Como quieres entrar por la Puerta del Perdón…
- Sí pero he cancelado la entrevista. Con el sol que cae yo no me quedo aquí achicharrándome.
- No, si va deprisa…
El guardia hacía entrar a la gente de 20 en 20 y, cada vez que pasaba un grupo, parecía que la cola se movía con rapidez pero los intervalos se hacían pesados. Con Quiosquera no acierto casi nunca: yo propongo, ella ejecuta y, cuando la cosa está en marcha, me rajo. Me autoconvencí de que había ido a Santiago a ganar el jubileo, apreté los talones y aguanté a pie firme.
Delante de nosotros iba una excursión del Imserso. Me sonó el acento con el que hablaban: eran de Dúrcal.
- Bueno, yo soy de Dúrcah –me dijo una señora que también arrastraba su bastoncillo-, pero ehta eh de Zamora afincá en Dúrcah.
La tercera de la fila se dio la vuelta.
- ¿Ha probao usté de decile ar guardia que no puede ehtah tanto rato de pie? A lo mehoh lo deha entrah.
- No. M’he paseao por la puerta pa que me viera y no m’ha dicho na -a mí el acento se me pega rápido-.
- Pero si se lo pide…
- Verá, señora, yo’ venío aquí por mi guhto; si m’hacen un favoh, l’acepto pero no lo pido.
- Pus yo sí. Mi marío también eh minuhválido… –me miró- Güeno, tanto com’usté, no. Yo si voy a ih a preguntah.
Y se dirigió a la Puerta del Perdón.

Mientras, la de Dúrcal y la de Zamora se entretenían contándose sus respectivas aventuras. La de Zamora, fiel al tópico, era seria; la de Dúrcal, la del bastoncillo, también hacía bueno el tópico andaluz y andaba (es un decir) de cachondeo.
- Pus yo como sabía que no podríamoh entrah a la misa de 12 qu’eh cuando bailan el botafumeiro ese, he ío a misa de 10 y he comurgao y to. He venío con la Fulanica… ¡sí, muheeer!... La qu’era viuda y s’ha casado con un sorterón. Esa que dice qu’ella a un’amiga le prehta cuarquieh cosa que tenga. Si‘htabah tú delante cuando yo le dihe “¿tú me consideras un’amiga?”, y me dic’ella “claro, fartaría máh”. “Pus entonceh préhtanoh tu marío a ehta y a mí y mañana te lo degorvemos”. Er pobre hombre se puso colorao y no sabía ónde mirah…
Mientras tanto, la otra, la de la Puerta del Perdón, llegaba de vuelta.
- Pus m’ha disho que no; que si mi marío es minuhválido, si quiere, se puede sentah a la sombra en un banco de piedra qu’hay a la entrá y que cuando yo yegue, dehpuéh d’habeh hesho la cola, que se venga conmigo. ¡A eso le llaman caridá crihtiana!
- No, señora –le dije-, usté l’ha'ntendido mal. No se trata de caridad cristiana, eso es CLARIDAD CRISTIANA y se l’ha dicho clarico: si su marío es minuhválido, no’h curpa suya ni del apóhtoh, y si quiere entrah a veh ar santo, que se hoda y haga cola como to’r mundo.
- ¡Pus vaya! –y retorció un poco el hocico-.
- ¡Mira que eres bestia! –me susurró Quiosquera-.
- ¡Coño, es que es verdad! Una cosa es que la gente tenga una consideración especial con los lisiados y otra es que los lisiados exijamos que la gente nos tenga esa consideración.

Al final no fue tan grave. En tres cuartos de hora ya estábamos dentro. Esta vez accedimos al camarín por la escalera de la izquierda, según se mira al altar mayor desde la nave central. Besé tres veces el manto: una por mí, que seguramente no volveré a Santiago en Año Santo, otra por mi padre, que no tuvo oportunidad de ir y otra por mi madre, que tampoco irá.
Al sepulcro también se accedía al revés para poder salir directamente por la Puerta del Perdón. Los accesos al recinto, donde el oficiante daba el sermón en ese momento, estaban cerrados al público y varios jóvenes vigilaban para que nadie los traspasara; uno de ellos, negro para más señas, me cogió del brazo y nos hizo pasar a Quiosquera y a mí a la iglesia; hizo lo mismo con la señora de Dúrcal (la del bastón) y con el marido minusválido de la otra.
- En África todavía se entiende la caridad cristiana de otra manera –dije a Quiosquera-.

Nos ubicamos en el brazo de la cruz, más o menos donde Cristo debió de tener el codo derecho. Durante la consagración di gracias por los dones recibidos en el último año (especialmente) y otras satisfacciones anteriores. Desde que entendí que lo mío era cosa de milagro y que los milagros no están al alcance de cualquier mortal, no he vuelto a pedir que se me concedan cosas de importancia; sólo en tres ocasiones he pedido por personas allegadas: la primera, que estaba 9 a 1 a mi favor, me fue concedida; las otras dos, con un 10 a 0 en contra, me han sido denegadas. Pero sí tengo por costumbre, las pocas veces que entro en una iglesia (o una mezquita, o el muro de las Lamentaciones, o un templo budista), es dar gracias por lo bueno que me ha pasado y por lo malo que me podría haber pasado y que no pasó. Sí pedí a mis dos personas más queridas que ya no están aquí, que me ayuden a encontrar la fuerza necesaria para recuperar el ánimo en los momentos en que lo tenga más bajo de lo habitual. Y sin pensar me vino a la cabeza la frase con que mi padre me machacaba: “Has de estudiar mucho para que un día puedas ser un hombre de provecho”. Casi de inmediato, ahora que ya ha finalizado mi vida activa, me surgió la pregunta: ¿He cumplido, papá?
No me contestó. Tampoco lo esperaba, pero dos motas de polvo me entraron en los ojos; anduve rápido y pude sacar a tiempo el pañuelo para detener las dos lágrimas que pugnaban por salir. Miré de reojo a Quiosquera y me pareció que ella también acababa de mirarme de reojo. No hubo comentarios; sabe que ciertos tragos prefiero pasarlos en la soledad de mis pensamientos.
Me estoy volviendo blando con la edad.


Lo del botafumeiro no deja de ser una atracción turística pero, dado el momento emocional, agradecí verlo ascender hasta lo más alto de la catedral, justo por encima de mi cabeza. El botafumeiro pendulea siguiendo el brazo corto de la cruz como es de lógica, sin embargo me había hecho la idea de que lo haría a lo largo de la nave principal y quedé un poco sorprendido aunque gratamente ya que así pude apreciarlo en toda su plenitud.

Al finalizar la misa perdí a Quiosquera que había ido a hacer su reportaje fotográfico. Salí por el Pórtico de la Gloria un poco antes de que cerraran la puerta que da al Obradoiro. Sigue en obras, tapado y andamiado, si bien el turista ya puede recrearse contemplando la imagen de Santiago.

El resto de la jornada carece de interés.

lunes, agosto 02, 2010

Camino de Santiago

Era una etapa de transición. Visita rápida de Astorga, parada en Ponferrada para conocer personalmente a un amigo virtual, desvío hasta las Médulas y empalme directo a Santiago donde quería estar el jueves, día del Corpus Christi. Y al primer tapón, zurrapas. A pesar de que la noche anterior nos habíamos retirado temprano a descansar, me quedé dormido; y digo “me quedé” porque soy yo el que pone el móvil-despertador y lo paré tres veces sin abrir los ojos. Había que suprimir algún acto del programa y le tocó a Astorga; por dos razones: porque ya la había visitado en una ocasión anterior y porque ahora empiezan a interesarme más las personas que los monumentos. Así que me hice el despistado y me salté la salida que lleva a la capital de los maragatos.

Llegamos a Ponferrada cuando el sol caía a plomo (derretido) y nos fuimos directos a conocer a nuestro/s amigo/s; María Angustias se comportó y nos llevó sin problemas a la dirección indicada. Es curioso comprobar que la gente se parece bastante a la idea que de ella nos hacemos a través de sus escritos. Constatamos así la seriedad, no exenta de buen humor, que habíamos imaginado en nuestros, ya, amigos reales. Echamos un rato, lo justo para intercambiar penas y tomarnos un refresco o cerveza (no me acuerdo). Y con las mismas, carretera y manta.

Mi Guía Verde Michelín apenas le dedica un ligero comentario a Ponferrada: ruinas de un antiguo castillo templario. Y no tenía ganas de ver ruinas. A María Angustias le costó encontrar el satélite y, cuando me indicó la dirección que debía tomar, habíamos enfilado la dirección contraria; es igual: recalculó la ruta y nos confirmó que por allí también se llegaba. En un momento dado, la calle se convirtió en una pendiente pronunciada. El Santa Fe, libre de cartones y paquetes de devolución, subió como Bahamontes el Puy-de-Dôme; en la cumbre, a mano izquierda, estaban las ruinas del castillo templario. No es que el monumento estuviese como recién acabado de hacer, pero tampoco era una ruina. Tenía un aspecto como de Exin-Castillos pero de piedra en vez de plástico. No hizo falta decir nada: 100 m. más adelante encontré un hueco y lo ocupé. Volvimos sobre nuestros pasos y nos quedamos con la boca abierta ante lo que debía ser la entrada principal. El sol había alcanzado su cénit y las lagartijas estaban echando la siesta; si alguien regulaba la entrada, también se había retirado a guarecerse de las inclemencias de Lorenzo. Tuvimos que conformarnos con ver el castillo por fuera.
Nuestra ronda nos llevo a una plazoleta donde, en escultura moderna, unos retazos de metal enderezado a martillazos, representaba a un monje-soldado levantando algo con patas que, con un poco de imaginación, representaba la Virgen que acababa de sacar del hueco de un tronco. La cartela explicaba que estábamos ante la estatua que conmemoraba el hallazgo de la Virgen de la Encina, cuya capilla se erguía a pocos metros de distancia.

Nos adentramos en esta parte de la ciudad e improvisamos. Dimos con el Ayuntamiento, la Torre del Reloj y un par de iglesias que mereció la pena visitar. Desde luego, la Guía Verde de Michelín debía concederle unas cuantas líneas más a Ponferrada. Por lo menos decir que el río que pasa bajo el Ponte Ferrato es el Sil; con aquello de que es el principal afluente del Miño, yo hubiera perjurado (de perjurio) y defendido que era totalmente gallego.

Habíamos dedicado a Ponferrada mucho más tiempo del previsto y ya íbamos mal del todo. Nos tomamos un tentempié (en este caso un tentesentao) y volvimos a la Autopista del Noroeste. Evidentemente Las Médulas quedaban para mejor ocasión y eso que, desde que leí Iacobus de Matilde Asensi, tengo grabado en la sesera un paseo por el paraje que allí se describe.

Empezó a llover.
- ¡Mierda! Creo que Galicia nos saluda –dije a Quiosquera-.
Atravesamos el túnel de Villafranca del Bierzo. Al otro lado no caía ni una gota y así se mantuvo durante todo el tiempo que estuvimos en aquella zona.
Dado que María Angustias se empeñaba en llevarnos a Santiago dando un rodeo por La Coruña, le hicimos caso y pasamos a saludar a otro amigo, éste ya conocido previamente.
Entramos en Santiago de Compostela un poco después de las diez y media. Había oscurecido y dependía totalmente de María Angustias. Casi llegando a la calle Rey Fernando III tuve que desviarme por obras en el pavimento. María Angustias se despistó un poco y, cuando yo empezaba a no saber qué dirección tomar, reaccionó.
- Gire a la izquierda… Luego, ha llegado a su destino.