viernes, julio 15, 2011

Carlos V en Berlín

He oído decir muchas veces que Carlos I de España hablaba varios idiomas y en su boca se pone la frase: “Utilizo el francés para la diplomacia, el italiano para el amor, el alemán para hablar a los caballos y el español para hablar con Dios”. No sé cómo se dirigía el rey a los caballos pero a los alemanes no debe hacerles mucha gracia la consabida frase, de la misma forma que a los murcianos no les gusta esta otra que algunos atribuyen al mismo rey, aunque sea más común endosársela a Carlos III: “No quiero en mis reinos ni gitanos ni murcianos (de murciar=robar) ni gentes de mal vivir”. Por eso me extrañó la delicadeza con que los berlineses tratan a su Carlos V.

Habíamos programado el día para dedicar la mañana a la Isla de los Museos y pasar la tarde por los alrededores de la Puerta de Brandeburgo o Brandenburger Tor en lenguaje equino. Bajamos del metro en Markisches y cruzamos el puente sobre el río Spree para subir por la calle Fischerinsel (como es de suponer, esto acabo de mirarlo en el mapa ya que mi tarjeta de memoria no da para tales nombres). Dejamos atrás el “altorrelieve” que representa a Lenin ascendiendo a los cielos y nos dispusimos a pasar a la zona monumental.
- Mira –le dije a Quiosquera-, el tío que pintó las rayas del paso de peatones iba harto de vodka.

En efecto, la raya blanca sobre el asfalto no era recta; tenía más curvas que la carretera de Málaga (la que llevaba de Motril a Málaga en los anos 50 y 60 del siglo pasado). No era, sin embargo, culpa del artista de la brocha sino de la calidad del asfalto. Recuerdo cuando de niño cogía la carretera de La Rábita en un día de sol y las alpargatas de suela de goma se me pegaban en el alquitrán derretido; en invierno el “firme” se encogía al enfriarse y la carretera quedaba arrugada, como con olas. Exactamente eso es lo que le había pasado a la raya blanca: parte del asfalto de Berlín es de la época de Stalin y se ha dilatado y contraído tantas veces que la raya blanca no sólo hace olas, sino que también se ha desplazado lateralmente dando la sensación de estar pintada por un currante borracho.

La Isla de los Museos se llama así porque, además de albergar la Catedral (luterana) de Berlín, tiene más museos por metro cuadrado que plásticos de invernadero hay en El Ejido. Lo primero que llama la atención es, claro está, la Catedral, que parece que no es catedral (por falta de obispo) sino mausoleo de los Hohenzollern. En su fachada encontré la muestra de la devoción de los alemanes a Carlos V: otro “altorrelieve” que representa al emperador y a Lutero en la Dieta de Worms. Al contemplar el cuadro, me surgieron varias dudas:
· O Carlos I, rey de España, no es el mismo que Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
· O Carlos V no estuvo nunca en Alemania.
· O los alemanes están enamorados de sus emperadores y los ven con buenos ojos.
· O los artistas alemanes son miopes y pintan de oído.
· O Tiziano y otros pintores de corte eran comuneros.
· O… ¡vaya usted a saber!

Tomado de Bruna Gomes

A la izquierda del bajorrelieve, en primer plano, un Lutero implorante eleva su mirada al cielo y parece ignorar al emperador. El cuadro está lleno de personajes para dar relieve al relieve, pero el contrapeso a Lutero es un mozo sentado en una peana, en un plano superior, a la derecha de la obra. El mozo es guapote, de fisonomía delicada, no exenta de fuerza, y nariz recta y bien proporcionada. Tal vez tenga un aire flamenco y no me refiero a los artistas del cante jondo ni a los habitantes de Flandes. Flamenco… lo que en Andalucía llamamos a las personas altivas, chulos, insolentes y perdonavidas. Quedé históricamente descolocado pero la inscripción inferior no dejaba lugar a la duda: KAISER KAROL V. No es que yo hubiese tenido mucha relación con nuestro Carlos I pero mi libro de historia y las historias de Juan Manuel González Cremona lo dibujan con la nariz aguileña y torcida, y prognato en grado sumo, de tal manera que hasta le costaba hablar. Es decir, que el rey Carlos tenía la mandíbula inferior medio metro más avanzada que la superior y no podía cerrar la boca. No me imagino al pobre hombre cepillándose los dientes. Si Don Carlos hubiese llegado a ver este bajorrelieve no se hubiera retirado a Yuste; se habría convertido al protestantismo y elegido cualquier palacete berlinés para diñarla.

Y como estábamos en la Isla de los Museos nos fuimos a ver museos aunque fuese las fachadas. Altes Museum, Neues Museum, Alte Nationalgalerie y Museo de Pérgamo entre otros. No sé de dónde había sacado que el busto de Nefertiti estaba en el Museo Egipcio. Nefertiti había atraído mi atención desde que estudié historia de Egipto, básicamente porque mi libro de texto no hacía referencia a Hatshepsut y porque, en la película, Cleopatra no me gustó nada, nada. La cuestión es que, aquella noche en el hotel, me documenté y supe que no existe el Museo Egipcio en Berlín sino que la Sala de Arte Egipcio es una parte del Neues Museum. Por problemas de agenda me quedé sin saludar a Nefertiti.
Lo que no me perdí fue el Museo de Pérgamo. Tenía una hora para verlo y así se lo decía a Quiosquera.
- Máximo una hora, que si no, o no comemos o no vemos lo que había previsto.
- ¡Hasta luego!
Nos volvimos asombrados de que alguien nos conociera en Berlín. Era la familia que la tarde anterior nos había confundido con alemanes y preguntado por el Rotes Rahaus. Ahora salían del museo.
- Ahora me toca preguntar a mí. ¿Merece la pena?
- ¡Y tanto que la merece!

Nos dimos prisa y, como realmente merecía la pena, acabamos matando las penas en una pizzería.

lunes, julio 11, 2011

Íker

Corría el mes de septiembre de 1999 cuando John Benjamín Toshack se vio en la tesitura de decidir qué jugador ocuparía la portería del Real Madrid. Contaba con un veterano, Illgner, un portero joven que estaba por estallar, Bizarri, y un crío de 18 años del que se decía que podía llegar a ser un buen guardameta, Íker Casillas. El entrenador con iniciales de güisqui se decantó por la promesa y, aunque a lo largo de la liga se produjeron dudas y cambios, Vicente Del Bosque, sustituto de Toshack, también acabó confiando en él; pero no demasiado porque para la temporada siguiente le ficharon a César, un hombre que estaba destinado a dar estabilidad y tranquilidad a la portería.

En las primeras entrevistas que se publicaron, Casillas no se cortó un pelo:
- Yo a lo que aspiro es a ser el mejor portero del mundo.
- ¡Coño con el niño! –pensé.
Y es no me han gustado las chulerías. Esta tendencia se acentuó cuando, en la temporada 2001-2002, Del Bosque se inclinó por César. Casillas “amenazó” con irse del Real Madrid si no jugaba.
- Con viento fresco se vaya – volví a pensar.
Luego vino la final de Glasgow y el nacimiento de la leyenda. Y con la leyenda y los años también vino la sensatez y hasta la humildad: “No soy galáctico, soy de Móstoles”. Eso se iba pareciendo más a la idea que yo tengo de un gran deportista.

Hoy se cumple un año de la mayor gesta del fútbol español. A una distancia de 365 días se puede hablar sin acaloramientos. Por ejemplo, puedo decir que me gustó mucho más el fútbol que desarrolló España en la Copa de Europa de 2008 que el que desplegó en el Mundial de 2010. Eso es cuestión de gustos. Como cuestión de gustos es la imagen que a cada uno de nosotros nos ha quedado de aquellos 7 partidos. He oído cantar alabanzas a David Villa, la oportunidad de las apariciones de Fernando Llorente, las arrancadas demoledoras de Jesús Navas, el control del centro del campo de Xabi Alonso y Sergi Busquets, el pase preciso de Xavi Hernández, el Maestro… y en todas las pupilas se refleja el remate final de Andrés Iniesta. Sin embargo, no es esa la foto que a mí me quedó de la final. Mi foto es muy simple: mientras 10 jugadores se amontonaban celebrando el gol que los hacía campeones del mundo, en el otro lado del campo, un hombre, el capitán del equipo, Iker Casillas, lloraba desconsoladamente porque había tocado el cielo con las manos.

jueves, julio 07, 2011

Vladímir Lenin que está en los cielos

Vista desde el aire, Berlín es una gran mancha verde con puntitos blancos dispersos. A medida que el avión se acerca al suelo, los puntitos blancos se agrandan y parece como si se juntaran; sólo en algunas partes, porque en otras la mancha verde permanece. Incluso, cuando ya se intuye próxima la pista de aterrizaje, se observan los patios interiores tal como Cerdá los intuyó para Barcelona, es decir, jardines familiares rodeados por los bloques donde habitan los vecinos. Corolario: los alemanes respetan lo que otros alemanes han planificado. Camino del hotel, el chofer que la agencia había enviado a buscarnos nos comentó que el verde cubría el 40% del municipio. Sé que el porcentaje es alto pero a mí me pareció que el conductor se quedaba corto.

Berlín es una ciudad milenaria con apenas 60 años. Quiero decir que, entre las bombas aliadas y los buldózer comunistas, raro es el edificio con más de 60 años de antigüedad, y raro será también que estos raros edificios no tengan un pegote moderno. Pero como lo que no va en lágrimas, va en suspiros, Berlín puede presumir de ser una ciudad antigua con un diseño moderno, con amplias avenidas, aceras anchas y cantidad de parques que permiten la oxigenación del espacio físico y el esparcimiento y salud mental del caminante.

Apenas llevábamos tres horas en la capital alemana cuando empezaron las sorpresas; bien, no hay tal sorpresa; sólo las cosillas que nos suelen pasar cuando viajamos. Habíamos pateado Alexanderplatz, Marienkirche y el No Sé Cuántos Turm, es decir, la versión alemana del Pirulí. Por cierto, es mentira que los alemanes no tienen sentido del humor. De momento, al Pirulí le llaman el Mondadientes; y es que realmente es un palillo de dientes de los modernos (redondo) con una aceituna pinchada en la punta; más que pinchada, atravesada. Y los guiris, turismo interno o foráneo, se retratan con la boca abierta simulando que quieren arrebatar la aceituna al palillo. Igual que los gilipollas que nos retratamos queriendo enderezar la Torre de Pisa.

Lo dicho, Alexanderplatz, Marienkirche, el No Sé Cuántos Turm, la fuente de Neptuno y el Monumento a Marx y Engels y retrocedíamos hacia el Rotes Rathaus cuya cúpula nos quedaba un poco a la derecha según se sube desde Marx hasta el Palillo. Eran tres: un señor de cierta edad (es decir, tirando a viejo) y sus dos acompañantas.
- Ar iú yerman?
- No, españoles –contestó Quiosquera sacando a relucir lo mejor de su conocimiento del alemán.
- ¡Hombre, españoles! Pues tiene usted una cara de berlinesa…
Andando por el extranjero, me han tomado por marroquí, turco, sij, beduino, ruso, portugués… Hasta me han tomado por español. ¡Contra, eso lo entiendo! ¡Pero que a Quiosquera la tomen por berlinesa…! Estuve tentado de darle al buen hombre la dirección de Barraquer. En definitiva, buscaban el ayuntamiento y allá los encaminamos. Les seguimos los pasos y, prácticamente, lo vimos juntos.

Como primer día en Berlín estaba bien pero no andábamos lejos de Nikolaikirche y había prevista una cerveza en sus alrededores. Así que allí fuimos a parar y, saciada la sed, nos acercamos a visitar a la estatua de San Jorge. Cosa rara: San Jorge y el Dragón habían salido de paseo y nos encontramos la peana vacía. Cruzamos el río Spree y pasamos a la isla de los museos; sólo se trataba de echar un ligero vistazo porque la visita estaba programada para el día siguiente. Estuvimos viendo unas fachadas del siglo XIX y, en la calle paralela, el edificio del No sé qué de la Música. Y he aquí que se produjo el milagro.

En la fachada del edificio un bajorrelieve (o altorrelieve según su posición) representa a Lenin en un plano superior, casi saliéndose del marco, diciendo adiós con la mano; por debajo unos cuantos individuos, con las manos alzadas, no se sabe muy bien si despiden a Lenin o se saludan entre ellos; finalmente, a ras de infierno, el pueblo llano y la puebla rellana o rellena se entretiene como puede. Esta imagen ya la había visto antes; precisamente en el Monte de los Olivos, Jesús asciende al cielo mientras que los apóstoles lloran su ausencia y los peatones circulan sin que la escena les afecte para nada. Claro que, tanto Lenin como sus apóstoles, eran ateos; a lo mejor, por eso, está representado sin el aura de santidad. Tampoco me queda claro si el bulto que se remarca en su pierna izquierda es el fémur o la verga. Y a la altura del profeta de los proletarios, una fecha flota: 9 de noviembre de 1918.
Justo el día del primer aniversario de la revolución de octubre, y el día de la caída del káiser Guillermo II.