miércoles, octubre 18, 2006

Aventuras y desventuras…: San Petersburgo I.

Mientras se hacía la hora para empezar la visita panorámica, Ricardo Con O, su esposa, Quiosquera y yo fuimos a dar una vuelta por el Báltico. Estaba helado y pudimos permitirnos el lujo de andar sobre sus aguas. Unos cien metros mar adentro había un fulano sentado en una silla y nos acercamos., Tal como los esquimales salen en los tebeos: el tío había abierto un agujero en el hielo y estaba echando unas cañas. Cuando vio que nos acercábamos, se levantó, cogió una red llena de peces y se empeñó en que la comprásemos. Obviamente no lo hicimos.
De regreso al hotel el riñón empezó a molestarme. Apenas hacía tres semanas que había tenido un cólico nefrítico y me detectaron un pedrusco en movimiento. El médico me recetó unas pastillas para acelerar la expulsión pero no me las tomé no fuera a ser que me hicieran efecto estando en Rusia. Y al parecer sólo con la receta la piedra había empezado a removerse.

La panorámica.

Como casi siempre Galina nos tenía preparada una sorpresa.
- Han tenido ustedes una suerte tremenda. Inturist quiere hacer un video para promocionar el turismo y los ha elegido para que salgan en él. Dimitri será el encargado de la filmación. No habla español pero cualquier cosa que quieran decirle yo se la haré llegar.
Dimitri se había situado al fondo del autocar con sus herramientas.
La primera impresión que nos llevamos de la ciudad fue que era muy distinta a Moscú. Se la veía como más europea. Menos comunista, vamos.

Mientras tanto el riñón dejó de molestarme. Ahora me dolía con mala leche.
Llegamos a las Columnas Rostrales. Diez minutos para la foto. El rió Neva estaba helado pero, a -4º, el hielo empezaba a resquebrajarse. Para los que no estamos acostumbrados la vista era de admirar. Al fondo, la Fortaleza de San Pedro y San Pablo (¿por qué siempre los pondrán juntos?) brillaba bajo los rayos de un sol débil. Bueno, yo de esto me enteré cuando monté el video porque, en aquel momento, no estaba para contemplar paisajes. A medida que apretaba el dolor, un sudor frío me bajaba por la espalda. Al fin subimos al autocar y me senté. Todos mis músculos se destensaron, tal fue lo bien que me sentó sentarme.
- ¡Joer, que bien he caído! –dije a Quiosquera-. Se me ha quitado el dolor de golpe.
- ¡Menos mal!
- Todavía no cantemos victoria. De momento yo no me muevo por si acaso.

Dimos un vistazo general a San Petersburgo con parada en la Catedral de San Salvador de la Sangre Derramada (¡tela!), Monasterio de Alexander Nevsky (el que se quemó), Catedral de San Isaac y, por último, el Amirantazgo y Plaza del Palacio de Invierno con el Hermitage a un lado y el Arco del Cuartel General del Ejercito al otro.
Al contrario que Moscú, San Petersburgo apenas ha cambiado en los últimos 12 años.

El Hermitage

Antes de iniciar el viaje, dalr nos había pedido que le filmásemos la estatua del Niño Agachado de Miguel Ángel. Pregunté a Galina cuánto me costaría entrar la filmadora.
- Doce dólares.
Era un palo pero había que contentar al niño. Quienes decidieron no pagar dejaron sus cámaras en el autocar. Llegamos a la entrada, dejamos bolsos y abrigos en el guardarropa y enfilamos la cola que había frente a la puerta de acceso. Cuando la matrona me vio la cámara me indicó que estaba prohibido. Galina tradujo:
- Si quiere pasarla dice que son 20 dólares.
¡La madre que parió a los rusos! Pero si volvía tendría que hacer esperar a los compañeros. Le aflojé los 20 $. La vigilanta abandonó su puesto para volver al cabo de 5 minutos. Me dio un puñado de rublos. Contados por encima eran exactamente 8 dólares.

En el museo no había mucha gente y pudimos recrearnos dentro de lo que cabe. Salas enormes repletas de estatuas y cuadros. Y luego lo típico de los palacios: un pasillo largo con habitaciones a un lado. No se podía entrar en un sala antes de que hubiera salido el grupo que nos precedía. En cada habitación, una señora madura sentada en una silla leía. A 1 metro de la pared había una cuerda. Robert Sin O se empeñaba en meter la cabeza por encima de la cuerda y, cada vez que lo hacía, sonaba la alarma.
En una de las habitaciones, ¡oh sorpresa!, no había matrona sino una jovencita en semi minifalda. Robert Sin O pasó cuatro o cinco veces porque uno de los cuadros le había gustado mucho.

En 2006 el Hermitage ha cambiado. Apenas hay matronas, los turistas se han multiplicado por 100, no hay forma de ver un cuadro a gusto, la guía muestra las tres o cuatro cosas que a ella le gustan, el Niño Agachado está en la UVI, no enseñan la zona egipcia ni el museo de carruajes y como te descuides te meas encima porque los lavabos tienen un horario distinto al museo. Al salir a la Plaza del Palacio, el panorama también es distinto. En 1994 la plaza estaba totalmente vacía. En 2006 da la sensación de que los bolcheviques asaltan de nuevo el palacio. ¡Ah! Hay retretes públicos: varios autocares aparcados junto al palacio ofrecen sus servicios a los meantes por un módico precio.

El Metro.

Nada que ver con el metro de Moscú. A destacar que es imposible suicidarse tirándose al tren. Las vías están separadas del andén por una pared metálica. Cuando llega el metro se abren unas puertas que coinciden exactamente con las del vagón. Pero el resquicio que queda no permite el paso de suicidas.

Fortaleza de San Pedro y San Pablo.

Es el lugar donde Pedro el Grande inició la construcción de la ciudad. El recinto está amurallado (fortaleza) y en el interior domina la catedral. Más que una catedral es el cementerio de los Románov (así lo pronuncian) desde Pedro. O sea que la citada catedral se compone de una capilla mediana y una buena porción de macrocriptas, a medida, supongo, del volumen de Catalina. Cerca de la entrada había una habitación vacía que, nos contaron, estaba preparada para recibir al zar Nicolás y su familia. En 2006, siete tumbas ocupaban el recinto. En la pared del fondo un cuadro representaba al Zar Nicolás, la zarina Alexandra, Olga, Tatiana, Anastasia, María y el zarevich Alexei. La cabeza de todos ellos estaba envuelta por una orla de santidad.
Cuando entramos en el recinto amurallado (2006) se me pegó un tío que, carboncillo en mano, se dedicó a hacerme un retrato-caricatura. Lo dejé trabajar. Al final me lo ofreció por 6 €. Le dije que nanai y que negociara con Quiosquera. Se lo sacó por 3 €. El artista lo mostró al público, éramos sobre los 200, para que contemplasen su habilidad. Se hartó de hacer retratos. Eso sí, a 6 € y ninguno quedó como la muestra.

PRÓXIMAMENTE… De pedruscos y diarreas.

viernes, octubre 13, 2006

Embarazo psicológico

Este verano, como todos los veranos, he estado en mi pueblo. Mi pueblo ya no es lo que era. En mis tiempos, los adultos eran, en su mayoría, destripaterrones semianalfabetos y zopencos. Los críos éramos unos cafres que nos dedicábamos a apedrear perros durante el día y gatos al anochecer y nuestro deporte favorito consistía en buscar un chinorro con buena forma, ponerlo en la badana del tirachinas e ir reventando una a una las 10 o 15 bombillas de 25 watios que formaban el alumbrado público. Y a fe que acertábamos. Pero a finales de los 50 y principios de los 60, los palurdos decidieron acercar sus hijos a la cultura y nos fueron internando en colegios de curas y monjas (puntualización: niños con los curas, niñas con las monjas). El alcalde de un pueblo vecino dijo algo así como que “Si los hijos de los pobres estudian ¿quién cultivará las tierras?” (La frase quedó en “Si los hijos de los pobres estudian ¿quién cultivará “nuestras” tierras?”) . Y el alcalde llevaba parte de razón porque aquellos niños no volvieron y hoy andan desperdigados por la mayoría de las regiones españolas, empezando por Galicia y terminando por Canarias. El hueco que dejamos, y ahí erró el alcalde, lo han ocupado agricultores del interior que, de este modo, pudieron acceder a cultivos más rentables y menos pesados que los de secano.

Ahora, cuando voy a mi pueblo, apenas conozco a su gente pero sigo yendo porque me gusta echar un rato de cháchara con Isabelica la Pelá, Juan España, Chona la Bizca, Manrique el Feo, Lola la de Mamanegra o Mariquilla la Gitana y, por supuesto, abrazar a la poca familia que aún me queda por allí. A mis amigos de siempre, los de la banda del tirachinas, no los veo casi nunca porque o van poco por el pueblo o no coincidimos. Este verano ha sido diferente. Después de 25 o 30 años me he encontrado con mi amigo Juanillo el Vinagre y, por analogía y deformación profesional, me he acordado de Raquel Mosquera.

Cuando Raquel Mosquera ocupaba las portadas de la prensa rosa a causa de su embarazo, mis marujillas hacían sus comentarios a pie de quiosco:
- ¿El niño será negro o blanco?
- Mujer, es cuento ¿Cómo va a quedar embaraza a su edad? Eso será que van a adoptar un niño y se han inventado el embarazo.
- No, que yo he visto fotos y ya tiene barriga.
- Porque se meterá trapos.
- No, no. Iba en bikini.
- Entonces es un embarazo psicológico.

¡Palabras mágicas! Para embarazo psicológico el de mi amigo Vinagre.

Corría el año 68 y habíamos montado un equipo de fútbol. En un pueblo tan pequeño era difícil juntar 11 jugadores pero recurríamos a las viejas glorias y a la cantera y nos enfrentábamos a los pueblos vecinos. Justo el día de San Juan tuvimos partido a domicilio. En el descanso dominábamos 2-3 pero el baño que nos dieron en la segunda parte fue mayúsculo. Mi amigo jugaba de defensa derecho y la mayoría de los goles que encajamos vinieron por su banda. Aquella noche Juan se llevó la novia y entonces entendimos por qué había estado tan flojo.

Lo de llevarse la novia es tema que se merece un estudio en profundidad. Me limitaré a decir aquí que en mi pueblo y alrededores sólo se casaban con boda los estudiados y aquellos a los que les gustaba aparentar. Los demás se llevaban la novia. Una noche cualquiera, normalmente festiva, los novios se ponían de acuerdo y se refugiaban en casa de los padres de él o alquilaban una habitación en la pensión de la Cantuda y durante dos o tres días no se les veía el pelo. Después, cuando las circunstancias fueran propicias, acudían a misa de alba y se echaban las bendiciones. Con la unión legalizada un hombre podía dejar a su mujer; eran cosas que pasaban. Pero nadie osaría jamás dejar una mujer antes de santificar el matrimonio. Sería un canalla.

Como suele suceder a toda mujer que duerme sin bragas, la mujer de mi amigo quedó embaraza. Hasta entonces, en el pueblo disponíamos de Celedonia, mujer ya mayor que lo mismo blanqueaba una casa, te acarreaba un cántaro de agua de la fuente o actuaba de comadrona. Pero, con los nuevos tiempos, las mujeres preferían parir en un hospital.

Cuando a la mujer de Juanillo le llegaron los días del parto, viajó con su marido a la ciudad, de la que volvieron 10 ó 12 días después sin niño y sin barriga. El suceso era la comidilla de los vecinos.
- Eso es que les ha nacido el niño muerto.
- ¿Y qué vergüenza pede ocasionar un niño muerto?
- Habrá parido un fenómeno.

Al fin, Juan dio su explicación.
- Era un embarazo psicológico. No tenía nada.
- ¿Y la barriga?
- Era viento.

La gente fue olvidando el acontecimiento. Bueno, todos no. Andresillo el Huyo, mozo con un gran sentido del humor y una tremenda mala leche, un día que vio pasar a Juanillo el Vinagre lo llamó a grito pelado.
- ¡Juan-le dijo-, préstame la polla que voy a inflar la bicicleta!

miércoles, octubre 11, 2006

Cuento para soñar despierto

De todos es conocido el Cuento de la Lechera. Es una putada pero a los niños les gusta. Este nuevo cuento de la serie Andarín podría acabar con la lechera rota pero cabe la posibilidad de que tenga un final feliz.

Cuando Andarín sufrió los efectos del maleficio del hada malvada eran tiempos en los que un inválido tenía una sola posibilidad: vivir de la caridad, ya fuese de la caridad de sus vecinos, ya de la caridad del estado. En previsión, su padre, pagando una cuota mensual, lo hizo socio del ANIC (Asociación Nacional de Inválidos Civiles y del Trabajo) con la esperanza de que, cuando él faltara, alguien cuidase del inútil.
La primera vez que Andarín se benefició de esta asociación fue cuando se sacó el carné de conducir. Pasó un “reconocimiento” médico y le otorgaron una invalidez oficial de 35%. Con ello el Ministerio de Trabajo le abonó el 80% de los costes del carné y de la adaptación necesaria a su coche.

Poco tiempo después, D. Licinio de la Fuente promulgó la ley de protección a los trabajadores minusválidos por la que el empresario contratante podía beneficiarse de bonificaciones a las cuotas de la Seguridad Social. Pasaron muchos años hasta que D. Eduardo Zaplana hizo aprobar una reforma en profundidad de la ley según la cual a los minusválidos con un grado del 65% o superior se les cuantificarían 5 años de cotización por cada 4 trabajados y se podrían jubilar una vez hubiesen alcanzado 35 años cotizados y la edad de jubilación corregida. La edad de jubilación se obtendría restando a los 65 años que marca la ley, 1 año por cada 4 trabajados.
Un trabajador minusválido que empezase a trabajar a los 25 años podría jubilarse a los 57 con el 100% de su base de cotización. Serían 32 años reales de trabajo más 8 (1 por cada 4), lo que daría un total de 40, superando así los 35 exigidos. Y se podría jubilar 8 años antes de los 65.

Sin embargo, la ley Zaplana dejaba al margen a los minusválidos autónomos. Para evitar el fraude. ¿Habría mucha gente dispuesta a perder una pierna, un brazo, los ojos… a los 20 años para poder jubilarse a los 56?

Fue por aquellas fechas cuando Andarín había tomado la decisión de hacerse autónomo. Volvió a pasar el “reconocimiento” médico y obtuvo el 65% necesario. A partir de ahora, por cada 4 años de trabajo le contarían 5. Los anteriores no contaban. Pero, siendo autónomo, los siguientes tampoco.
Una muy buena amiga del hijo de Andarín trabajaba en la oficina de prensa de un diputado de CIU al que le comentó la incongruencia de la ley.
- No puede ser. Dígale a este señor que redacte un pequeño documento explicando su caso.
Andarín no se limitó a redactar su caso. Lo documentó con el texto de la ley y otras interpretaciones de sindicatos y expertos. Y se olvidó del tema.

El gobierno actual del Reino de España está inmerso en una nueva Reforma Laboral. La nueva ley prevé nuevas bonificaciones para los empresarios pero vuelve a olvidarse de los autónomos discapacitados (por citar las palabras del texto). Andarín recibió hace unos días las enmiendas que CIU propone.


ENMIENDA

Que presenta el Grupo Parlamentario Catalán (Convergència i Unió) al Proyecto de Ley de mejora del crecimiento y del empleo, a los efectos de ADICIONAR un nuevo párrafo al apartado 2 del artículo 2 del referido texto.

Redacción que se propone:

Artículo 2. Ámbito de aplicación e incentivos a la contratación.
(nuevo párrafo) “Igualmente, los trabajadores autónomos discapacitados se podrán aplicar las bonificaciones anteriores a sus cotizaciones a la Seguridad Social.”

JUSTIFICACIÓN

Prever que los trabajadores autónomos que sean discapacitados puedan aplicarse las mismas bonificaciones que puede aplicarse cualquier empleador al contratar un trabajador discapacitado. Carece de sentido que un trabajador autónomo discapacitado que actúe como empleador pueda contratar a trabajadores discapacitados a los que se podrá aplicar las bonificaciones previstas en este apartado pero no pueda aplicarse a él mismo esas mismas bonificaciones, aún siendo trabajador discapacitado.


Si esta enmienda fuese aprobada,
Andarín podría pagarse una cotización que le permitiese cobrar un retiro adecuado a sus necesidades.
Si en una próxima reforma hubiese una enmienda que dijera que los autónomos discapacitados tienen la posibilidad de jubilarse un año antes por cada cuatro trabajados, Andarín quizá pudiera obtener el retiro a los 63.
Si….
Continúa el Cuento de la Lechera. Mientras tanto esperaremos con la ilusión de que el cántaro no se rompa al final.

Moraleja: Andarín siempre ha pensado que los políticos son unos trepas. Antes, los que tenían labia iban de pueblo en pueblo vendiendo mantas. Ahora se dedican a vender humo en las campañas electorales. Con esta enmienda se constata otra cualidad: los políticos pasan demasiado tiempo en sus despachos preparando discursos y buscando los eslóganes que le den votos en las elecciones. Los políticos necesitan contactar con el pueblo y sus problemas reales. Es más que probable que, de este modo, trabajasen para solucionar pequeños detalles que nos harían la vida algo más agradable.

En Cataluña tenemos elecciones autonómicas dentro de 20 días. Como admirador de Andarín está claro el partido a dónde debería ir mi voto. Sólo falta que en este tiempo encuentre el remedio eficaz para evitar los retortijones que me produce pensar en Artur Más convertido en Honorable.

martes, octubre 10, 2006

Aventuras y desventuras de un quiosquero en Rusia. La ida.

Aberrón, en uno de sus comentarios, me animaba a contar algo de mi viaje de este verano por Rusia. No es la crónica lo mío. Me defiendo mejor en la anécdota porque me lo dan todo hecho. Sólo tengo que transcribir lo que se dijo y, como mucho, intentar que el lector perciba el énfasis con que se pronunció una determinada frase. Este viaje ha sido tranquilo y, con 200 y pico pasajeros a bordo, no ha dado demasiado juego. Así que iré describiendo mi visita anterior que de ahí sí se podía sacar una novela. De paso, intentaré transmitir los cambios que han sufrido Moscú y San Petersburgo en los 12 últimos años. Los cambios que yo he percibido, claro.

En los primeros días de 1994 murió mi padre. Era algo esperado y, en un principio, no me sentí muy afectado pero al cabo de un par de meses, al volver la vista atrás, comprobé que ya no estaba el cabeza de mi familia y el estómago empezó a encogérseme. Para colmo, aquel año Dalr cursaba COU y se fue a París con sus amigos, dejándonos, a Quiosquera y a mí, solos. Con esos ánimos emprendimos el viaje. La odisea empezó en el aeropuerto de Barcelona. Embarque en el módulo 5. Allí no había nada que anunciase que iba a salir un avión rumbo a Moscú. En las puertas del piso inferior tampoco. Faltaban 20 minutos para embarcar cuando apareció un grupo uniformado: ellos con gabán oscuro y maletín de piel; ellas con vestidos elegantes y enjoyadas; los peques portaban cajas con vajillas Arcopal; ellos y ellas mostraban sus dientes de oro. En fila bajaron al piso inferior.

- Quiosquera, estos son los rusos. Vamos abajo.
Los del maletín estaban delante de una puerta de embarque pero nada anunciaba que de allí fuera a salir un avión.
- ¿Moscú? –preguntó Quiosquera al último de la fila-.
- Da, da. Mosca, Mosca.

Tuvimos que esperar tres cuartos de hora hasta que nos recogió el autobús. Tos pa dentro como caviar en lata. El tío de delante te clavaba el maletín en el bajo vientre. El niño de al lado apoyaba la punta de la caja de Arcopal en tus riñones. La señora del otro se te llevaba por delante las gafas al subir el brazo para agarrarse de la barra. El autocar arrancó. Pasamos por una especie de hangar y salimos a pista libre. O el avión estaba aparcado en el aeropuerto de Gerona o íbamos a Moscú por carretera. Por fin nos detuvimos al lado de un mastodonte de Aeroflot. Se abrieron las puertas y, como locos, la gente empezó a bajar; entonces aparecieron dos fulanos, tipo agente del KGB, e hicieron subir de nuevo a los pasajeros al autocar. Mandaron cerrar las puertas. Llevábamos 10 minutos largos en tal situación cuando Quiosquera me preguntó:
- ¿Y ahora, qué esperamos?
- Estos acaban de aterrizar y están barriendo el patio de butacas.
- Siempre con tus tonterías. No cambiarás nunca.
Al cabo de otros 5 minutos, en la escalerilla del avión aparecieron tres señoras: bata azul, cubo en una mano y mocho en la otra.
- La madre que te parió.
Quiosquera no es mal hablada pero hay que entender que, al inicio de primavera y a las tres de la tarde, el sol picaba lo suyo.

Subimos al monstruo hasta el segundo piso. Precioso. Paredes empapeladas de florecillas; el papel era tan viejo que los tirajos colgaban por todas partes. Asientos propios de culo gordo pero muchos culos se habían posado sobre ellos porque los muelles se empeñaban en abrir agujeros nuevos. Los rusos se despojaron de sus gabanes y zapatos y pusieron los pinreles sobre el asiento de delante. Surgieron las botellas de cerveza, vodka y coñac y, apenas habíamos despegado, se arrancaron con Ochichornia, Kalinka y el Raskachof.
El viaje fue tranquilo, salvo por lo escandaloso. Cuando las ruedas del avión tocaron tierra, una ovación hizo vibrar el aparato. Como cuando en una plaza de toros piden las orejas y el rabo para el maestro.

En el control de pasaportes empezamos a tener consciencia de que habíamos cruzado el telón de acero. Aunque ya no hubiera telón. El guardia de la ventanilla alternaba el estudio de las caras con el de la foto del visado y la imagen del mismo que aparecía en la pantalla del ordenador. Durante 5 minutos. Y, de ahí, a la aduana. Declaración de equipos fotográficos (factura y número de serie), joyas, moneda… En el papel de Quiosquera puse los cheques de viaje. El ruso selló mi papel pero dijo que no hacía falta sellar el de los cheques. Salimos al vestíbulo. Destartalado. Normalmente hay un guía que espera a los turistas con un cartelito de la mayorista que organiza el viaje. Nadie. No hay problema, me dije. Si en 20 minutos no vienen a buscarnos tomamos un taxi hasta el Hotel Ukrania y listo. Apareció una señora de mediana edad.
- ¿Ustedes son los que vienen de Barcelona?
- Sí.
- ¿Cuántos son?
- Dos.
-En el listado dice que son cinco.
- Nosotros somos dos. ¿De qué mayorista es usted?
- …
- Nosotros viajamos con Transrutas.
- Eso. Rutas… rutas. Déjenme sus papeles para hacer los trámites y buscaré a los que faltan.

Cuando fuimos a darnos cuenta, había desaparecido. ¿El timo de la estampita? ¿Qué coño hacíamos en Rusia sin papeles ni resguardos del viaje? No tuvimos tiempo de acongojarnos. La supuesta guía volvió acompañada de otras dos personas.
- Nos vamos.
- ¿No éramos cinco?
- El otro no ha venido. Esperen un momento; ustedes llevan pagados los maleteros y voy a buscar uno.
Las otras dos personas eran la señora Montserrat (80 años) y Robert (cuarentón). El maletero hizo el transporte y se quedó esperando.
- Tienen que dar un dólar por maleta –dijo Galina-. Es que los maleteros de Intourist ya se han ido y éste es particular.

Ya en el autocar la guía se presentó.
- Mi nombre es Galina… Gala. Como la mujer de Dalí. ¿Les fue bien el vuelo?
- Sí.
- Menos mal. Ayer cayó otro. Más de 150 muertos.
- ¡Coño! –le susurré a Quiosquera-. Con razón aplaudían al tomar tierra.
- Pero no se preocupen; eso sólo pasa en los vuelos domésticos porque en los internacionales están los mejores pilotos.
Algún tiempo después, Dalr leyó o escuchó que el piloto llevaba a su hijo en la cabina y que la última frase que oyeron los controladores fue: “¡Niño, no toques eso!”.
- Y ahora vamos al Hotel Cosmos que es donde nos alojaremos.
Al hacer las reservas, había la posibilidad de ir al Cosmos o al Ukrania y viajar desde Moscú a San Petersburgo en cabina de dos, cabina de cuatro o cabina de ocho. Nosotros cogimos cabina de dos y Ukrania para compensar el precio.
- Nosotros vamos al Ukrania –dije.
- No sé de que se queja. El Cosmos es más mejor.
- ¡Hombre! Porque el Ukrania es más barato y no quiero que después me vengan con suplementos.

Llegamos al Cosmos. Una barrera impedía el paso. De una cabina salió un militarote y pidió los papeles al conductor. Comprobación y alzada de barrera. En recepción nos requisaron el pasaporte y el visado y nos dieron una tarjetita con el nombre del hotel. En adelante, esta tarjeta sería nuestro pasaporte. Necesaria para entrar en nuestro hotel, amén de que nos permitiría acceder al hall de cualquier otro.
En una columna había pegado un cartelito indicando el programa de mañana. Me acerqué. No era el nuestro, era de Politours.
- Mira, Quiosquera, estos están bien organizados.
Hasta que me fijé en la fecha: era del verano anterior. En el borde inferior alguien había añadido a mano:
- 00:00 horas: Putiskaya.

Subimos a la habitación; planta 17. Al bajar del ascensor desembocamos en un rellano enorme. Los pasillos que conducían a las habitaciones estaban cerrados con una cancela. Por detrás apareció una matrona que, por señas, nos pidió el “pasaporte”. Lo introdujimos a través de las rejas y nos abrió la puerta. Cuando le dijimos que nos devolviera la tarjeta contestó:
- Niet, niet.
Y nos indicó que nos la daría a la mañana siguiente cuando dejásemos la habitación.

(CONTINUARÁ…)

domingo, octubre 08, 2006

Decúbito supino


¿Por qué decúbito supino?
Suelo decir que nací en la casa equivocada. Por mis cualidades yo tendría que haber sido hijo de papá, tal es mi afición al trabajo. Muchas veces me he definido como vago pero, si reflexiono, esta palabra no define mi posición de cara al trabajo. Nunca tengo ganas de trabajar pero la necesidad ha hecho que haya currado lo mío. Un vago estaría amargado y yo no. Creo que la palabra que me define es candongo en el sentido que se le da en mi pueblo: el que no tiene ganas de trabajar y, si puede, se escaquea. Pero si no...

Lo del decúbito supino es más rebuscado. Mucha gente confiesa que "se realiza en el trabajo". Al mí el trabajo no me realiza, me enfrenta con la dura realidad. Yo me realizo tumbado panza arriba en el sofá de mi casa. ¡Ah, si mi sofá hablase! Allí te puedes pegar una siestecilla, leer un libro, hasta ver la tele. Pero lo más importante es que en esta postura de decúbito supino he parido las ideas más importantes de mi vida aunque, por candongo, la mayoría de ellas nunca se hicieron realidad.

Empezamos, pues, una nueva andadura, continuación de la que llevábamos en Pies para quiosquero.

Bienvenidos.