lunes, septiembre 28, 2009

A cada cerdo le llega su San Martín

Corría el mes de julio. Repatingado en el sofá, leía “El loro en el limonero” mientras, de fondo, la tele desgranaba el telediario. Me pareció oír y ver cómo los Mossos sacaban los ordenadores del Palau de la Música. Estaba de vacaciones y, por tanto, tenía otras cosas en qué pensar. El tema quedó en nebulosa hasta que, hace unos días, vi el titular en El Periódico: Millet admite haberse apropiado de 1,6 millones euros (más o menos). No conozco al señor Millet y, por tanto, la noticia me resbalaba pero participé en un proyecto de informatización del Palau de la Música y no pude vencer la tentación de leer unas cuantas líneas: … en carta dirigida al juez, Jordi Montull ratifica
A éste sí lo conozco.

Según mi memoria, lo que cuento sucedió a finales de 1988 o principios de 1989, pero he leído que la remodelación del Palau se realizó en 1989 y, entonces, debo estar equivocado y los sucesos sucederían un año después. Fuese 1988 o 1989, la cuestión es que se quería abrir la temporada con la venta de entradas informatizada. El grupo de empresas para el que trabajaba ganó el concurso y hubimos de desarrollar durante el verano el grueso de la programación. Tendríamos unas semanas de septiembre para hacer las pruebas in situ. Como alguna vez he contado, era uno de los primeros proyectos (en Barcelona) en que ordenadores personales interactuaban con un AS400. Todo lo que tuviese que ver con PC lo desarrollaría nuestra empresa; para la aplicación en AS400 contratamos un analista-programador externo (frilans, parece que se dice). Como director y coordinador del proyecto estaba yo.
Los problemas que se dieron fueron más aparentes que reales y, con dificultades, se cumplieron los plazos. Se les dio un curso acelerado a las taquilleras y arrancó la temporada, sabiendo siempre que al otro lado de la línea telefónica habría uno de nosotros por si las moscas. Y casi siempre había moscas… Pequeños problemas que se resolvían por teléfono.

Una mañana llegué temprano al trabajo. Había otro proyecto que empezaba a quemar y a las siete y media ya estaba en mi mesa de trabajo. A las ocho sonó el teléfono.
- Llamo del Palau de la Música. No se pueden imprimir entradas.
- ¿Cómo que no se pueden imprimir entradas?
- Pues eso, que hemos abierto las taquillas y tenemos que vender las entradas a mano.
Hasta las nueve no iba a venir nadie, así que llamé a Nuria y le dije que se fuera directamente al Palau. Apareció en el despacho a las diez y pico hecha un basilisco.
- ¡Inútiles! ¡Son inútiles!
- Anda, cuéntame.
- Pues nada, llego y veo que la impresora está encendida pero el PC del que cuelga no tiene nada para imprimir. Mando una página de prueba y todo va bien y entonces intento pasar a la conexión con el AS400. No estaban conectados y, además, rechazaba cualquier intento. ¡Como que al AS400 estaba apagado! ¡A ver cómo iba a funcionar! No es que no pudiesen imprimir entradas, es que no podían hacer nada. Y las tías me dicen que se ha debido estropear porque nadie lo había tocado. Me meto por detrás del ordenador y resulta que lo han desenchufado. “Ah, habrá sido la Paca, la señora de la limpieza”, me dicen. ¡Les he montado un pollo…!
¡Y menudo pollo! Antes de las once me estaba llamando la secretaria del señor Montull, que, muy seca, me da cita para una entrevista con su jefe a las nueve en punto del día siguiente.

Afeitadito con cuchilla y bien maqueado, a las nueve menos cinco ocupaba una silla en la antesala del despacho del señor Montull. En mi maletín, unos cuantos folios por si había que tomar alguna nota. Pasaban unos minutos de las nueve cuando salió a decir algo a su secretaria que ocupaba una mesa al otro lado de la sala.
- Hombre, ya está aquí este señor… -me dijo-.
Intercambiamos los buenos días de rigor y volvió a su despacho. Continué sentado en mi silla contando baldosas para entretenerme. A las nueve y cuarenta, el señor Montull salió de nuevo. Esta vez ni me miró. Se dirigió a su secretaria y le dijo algo en voz baja. Con las mismas volvió a su guarida. La secretaria se levantó, salió de la sala y reapareció con un café que llevó a su jefe. Dejó la puerta entornada y pude ver que el gran jefe estaba solo en el despacho leyendo unos papeles. Le di tiempo para que se tomara el café. A las diez menos unos minutos, me levanté, agarré mi maletín, di los buenos días y pillé la puerta.
Mi gerente me esperaba con la escopeta montada. Había llamado la secretaria del Palau para decir que el señor Montull se hallaba gravemente ofendido por mi falta de educación. Como es de suponer, mi gerente se ofreció para trasmitirle todas las disculpas que fuesen necesarias y que él mismo estaría a las nueve del día siguiente en las oficinas del Palau para poner las cosas en su sitio y recoger las quejas que pudieran transmitir.
Mi jefe, también Jordi de nombre, fue recibido a las once, tras dos horas calentando silla. El señor Montull había dejado claro quién cortaba el bacalao.
Me pregunto si ahora hará esperar dos horas en el antedespacho al abogado, al fiscal o al juez.

martes, septiembre 15, 2009

Populismo y demagogia


Estas dos palabras, juntas o separadas, forman parte del lenguaje habitual de los que alardean de conocimientos políticos. No me causa sonrojo reconocer que no tengo claras ni sus diferencias ni sus similitudes; es más, tengo la creencia que demagogia se utiliza a menudo alegremente y se ajusta poco a su significado político. Populismo es una palabra que no está recogida en la versión digital del DRAE (ni en la versión impresa) y recurro a Wikipedia para hacerme una idea de en qué difieren ambas palabras.
… mientras ésta última [demagogia] está referida al discurso del político buscando influir en las emociones de los votantes, el populismo está referido a la medidas que toma un político, buscando la aceptación de los votantes
Tampoco me aclara mucho pero, teniendo en cuenta que el populismo se caracteriza por su rechazo de los partidos tradicionales, el tema que pretendo tratar se acercaría mucho más a la demagogia que al populismo.

En Pies para quiosquero, describía el 10 de marzo (Pecados capitales) cómo, gracias a la amabilidad de un guardia urbano, pensaba gestionar mi nueva tarjeta de permisividad de aparcamiento y, aprovechando la gestión, solicitar la exención del IVTM. Aunque la prioridad era inversa, la primera concesión del Ajuntament fue la mentada exención con vigencia desde 2009 inclusive. La tarjeta se hizo un poco de rogar y no recibí el visto bueno hasta primeros de julio. Con Salva de vacaciones, no me quedó más remedio que esperar a que Quiosquera pudiera hacerme un relevo de un par de horas. No pudo ser hasta el 17. En circunstancias normales, hubiese cogido un taxi hasta Portal del Ángel y, desde allí, habría ido a pata hasta la Plaza de Pi i Sunyer, sede de la Concejalía de Movilidad. Pero estaba cansado. Después de 16 días al pie del cañón, ni la cintura ni las plantas de los pies estaban para alegrías; así que eché mano a un recurso del que no me gusta abusar (ni usar) pero que la normativa municipal me permite: ejercer de minusválido. Me puse el casco, arranqué el Ferrari y enfilé el camino más corto hacia mi destino. Al llegar al Portal del Ángel desde Plaza de Cataluña, puse el intermitente de la derecha y giré; allí estaban: él y ella charlando amigablemente sentados en sus respectivas motos. Él hizo sonar la bocina para llamar mi atención. Paré y, poniendo la máxima expresión de humildad y sumisión de que soy capaz, le mostré las muletas, atadas en la parrilla trasera.
- Me parece bien –contestó en un tono que me pareció altanero y despreciativo-, pero no tiene por qué ir en dirección contraria. Además, ha girado sin poner el intermitente.
Hice el amago de mostrarle la luz parpadeante pero vi que permanecía apagada. Accioné varias veces el interruptor con resultado negativo y se lo hice notar. Los intermitentes sólo funcionaban en posición de “avería”.
- Disculpe. Motorizado no había pasado nunca por aquí y no he advertido que era dirección prohibida. Voy a la Concejalía de Movilidad en Pi i Sunyer ¿he de entrar por la Catedral?
- Más o menos.

Le di las gracias, salí por donde había entrado y tomé la variante con la preocupación de poner el brazo izquierdo en la posición adecuada cada vez que cambiaba de dirección. Cuando llegué al otro extremo de la calle, junto a la Catedral, observé que también allí era dirección prohibida. Fui callejeando a bulto y, al fin, aparecí en la Plaza de Pi i Sunyer. Por las señales de la pared de enfrente, aprendí que la plaza es el punto de arranque de los dos sentidos de la calle y sólo se puede llegar a ella por callejas laterales. Aparqué donde me pareció que no estorbaba y subí a buscar mi tarjeta. La tarjeta ya no es una tarjeta; es un folio en el que va grapada mi foto. El funcionario me explicó que lo hacen así porque como todo el mundo la plastifica… lo mismo da el material interior. Me advirtió de lo que ya sabía: sólo es válida en cuatro supuestos. Aparcamiento gratuito por tiempo ilimitado en zona azul. Aparcamiento gratuito por tiempo ilimitado en zona verde. Aparcamiento por tiempo ilimitado en zona de carga y descarga. Aparcamiento por tiempo ilimitado en lugares expresamente reservados para minusválidos.
Hasta aquí el día no había sido muy productivo ya que únicamente había aprendido que para llegar a la Plaza Pi i Sunyer tenía que utilizar el GPS interno, es decir, tira por aquí a ver si tenemos suerte. Y la foto… Al tío que aparecía en la foto de la tarjeta de permisividad lo encontré viejo; mucho más viejo y cansado que la última vez que lo vi. Me dio la impresión de que último año lo ha machacado bastante.

La lección del día me la dio el urbano que hacía guardia en la concejalía y que se me acercó a contemplar la maravilla de Ferrari que conduzco. Cruzamos unas cuantas frases sobre la máquina hasta que se fijó que, colgada de una cadenita y próxima a la placa de la matrícula, llevo una copia plastificada de la tarjeta de permisividad.
- Es mal sitio para llevar la tarjeta. Se la robarán.
- Es un riesgo, pero en la moto no hay un espacio cerrado donde llevarla. De todos modos vea que dice que es una copia y lleva la matrícula, de modo que si me la roban no les valga de mucho.
- Ha tenido buena idea porque se ve a cada caso… Hay veces que ves a un tío que aparca mal, se baja y se va y, cuando te acercas a denunciarlo, resulta que lleva la tarjeta. Lo único que podemos hacer es esperar a que venga, comprobar que no es el titular y retirarle la tarjeta. Y multarlo si es zona verde, azul o de carga y descarga.
- Sí –intervengo por decir algo- porque los espacios reservados a minusválidos es muy raro encontrarlos disponibles; normalmente los ocupan vehículos sin ningún tipo de tarjeta.
- Es que ahí nosotros no podemos hacer nada –ve la cara de sorpresa que pongo y se recrea en la explicación-. Si se fija, las señales que marcan las plazas reservadas a minusválidos son cuadradas con el fondo azul; son señales informativas y, por tanto, ni prohíben ni obligan. Informan al conductor que se trata de una plaza reservada a minusválidos pero él decide si es buen ciudadano y respeta la información o aparca allí porque le da la gana.
- Hombre, pues a mí me han multado dos veces porque no tenía a mano la tarjeta y he puesto una caducada.
- Lo han multado por utilizar una tarjeta caducada.
- Pero mi minusvalía no caduca.
- Sí, pero entienda que la ordenanza dice lo que dice.
- ¿Y los aparcamientos reservados a minusválidos con matrícula impresa? También son cuadradas y con fondo azul y el minusválido paga vado…
- Eso dependería del juez. Fíjese que los vados tienen una señal de prohibición y si vemos un coche aparcado tenemos que multarlo y llamar a la grúa. Pero si es aparcamiento de minusválido… A ver, en un caso de estos también ponemos multa pero si el tío recurre… la ley dice que una señal cuadrada es meramente informativa; dependería de lo que determinase el juez.
- Entonces, en este caso, ustedes ni miran si hay tarjeta o no.
- Tampoco es eso. A veces hasta ponemos la denuncia. Si el tío es buen ciudadano, paga. Si no, por lo menos le tocamos las narices y lo obligamos a perder el tiempo tramitando el recurso.

Me quedé de pasta de boniato. No sé si el urbano me estuvo tomando el pelo o no, pero lo que dijo parece lógico según nos enseñaban en la autoescuela.
Y si es cierto… Si es cierto se confirma lo que dije en TV3: así yo también puedo ser alcalde. O político en general. Digo o hago lo que toque la fibra sensible de cualquier votante y luego lo enmascaro para que todo quede en agua de borrajas. Demagogia.

Nota. Yo de ustedes respetaría las zonas de aparcamiento reservadas a minusválidos, primero porque, a pesar de lo que me dijo el agente, pueden multarlos y hacerles peder tiempo en recursos y otras historias y, segundo, porque hay gente que realmente necesita aparcar cerca de donde va.
Yo las respeto. Desde que hablé con el urbano si llego a un sitio donde hay plazas reservadas y sin reservar, siempre aparco en la plaza que no tenga reserva; así dejo una plaza libre para un necesitado o, al menos, jodo un poco a los demás.
No sé si los buenos ciudadanos entenderán mi postura.