jueves, mayo 25, 2023

Contra corriente

Domingo, 21 de mayo. Valencia. Camino del estadio de Mestalla para ver el Valencia-Real Madrid, un grupo de aficionados va cantando “Eres un mono, Vinicius, eres un mono”. Dentro del estadio, el mismo grupo, u otro, continúa con los cánticos. Ya en la segunda parte, el jugador del Madrid detecta a unos aficionados, situados a ras de césped, que siguen insultando; avisa al árbitro, que, en virtud de la ley que describe el delito de odio, para el partido. Mientras, las fuerzas de orden arrestan al aficionado que llevaba la voz cantante y que, según otros, lo que cantaba era “Vinicius, eres un tonto” (que lo mismo da, que da lo mismo). Para colmo de males, el futbolista brasileño se enfrasca en una trifulca y acaba expulsado. Ahí se armó el belén.
Las tertulias deportivas del fin de semana y las tertulias deportivas, políticas y sociales de la semana siguiente se vuelcan en analizar un delito (no presunto) de racismo y se discute si los españoles somos (o no) racistas. La mayoría se inclina por incluir el racismo entre los pecados nacionales.
No estoy de acuerdo. Por descontado que hay racistas, como los hay allá donde se encuentren dos o más personas: siempre habrá uno que se sienta superior a los otros por el color, porque uno sea más alto que otro o más guapo o más… Los pecados nacionales son la envidia y la soberbia; el racismo no es grave en el fútbol. Todavía.
El primer partido profesional al que asistí fue en el estadio Miramar de Adra. Me llevó mi padre. En cuanto el árbitro salió al campo, 300 gargantas (no había muchos más espectadores) empezaron a gritar “Hijoputa, hijoputa”; años más tarde, en Granada, apenas Ufarte (Atlético de Madrid) salía al campo, un grupo de aficionados le gritaba a Lorenzo (Granada CF): “Lorenzo, pártele una pata”. Yo miraba intrigado a mi alrededor, y un aficionado me lo explicó:
    - Es que así se pone nervioso.
A Rubén Cano le llamaban “indio” en Barcelona y, para compensar, desde el banquillo del Atlético de Madrid le preguntaban a Carrasco por su mujer. El primer incidente serio (que recuerdo) con tintes racistas se produjo cuando Eto’o escupió a un jugador del Athletic de Bilbao y Clemente, entrenador del equipo vasco, declaró:
     - Hay algunos que todavía no se han bajado de los árboles.
Se armó la de Dios es Cristo. Clemente había llamado mono a un negro.
Menos trascendencia mediática tuvo el plátano que tiraron a Dani Alves y que el jugador peló y comió, o que a Roberto Carlos lo llamaran macaco. Y el cochinillo vivo que le lanzaron a Figo (raza blanca) pasó por ser un “gest molt simpatic”.

A Vinicius Junior no lo llaman mono por ser negro, lo llaman mono porque es muy bueno y porque es vulnerable al insulto. Militao, Rüdiger, Camavinga, Tchouaméni y Rodrygo también son negros y no los llamaron monos. Correia, Kluivert, Musah y Foulquier son más oscuros que Chorrojumo y no sólo no los llaman mono, sino que los aplauden.
Los aficionados del Valencia protagonistas de los cánticos no son racistas, son forofos maleducados, a los que lo único que les importa es que gane su equipo, independientemente de cómo jueguen (como a todos los forofos) y Vinicius es sensible a las patadas y a los insultos. Se pasa la mitad del partido sorteando adversarios y la otra mitad protestando al árbitro, circunstancia que, a menudo, desemboca en tarjeta amarilla. Los defensas lo saben y lo provocan dándole pataditas hasta hacerle perder los nervios. Ahora no hace falta que le castiguen las espinillas, le han olido el pan debajo del sobaco y saben que basta con llamarlo mono para sacarlo de sus casillas. Alguien debería hablar con el futbolista y convencerlo de que saldrá mejor librado si encaja patadas e inultos y se dedica sólo a jugar. Lo que ha pasado se veía venir.
¡Ojo, el culpable de los sucesos del domingo no fue Vinicius!

En alguna tertulia he oído decir que, cuando se produzcan situaciones de racismo, se debería parar el juego, echar al público a la calle y reanudar el partido a puerta cerrada. Estoy de acuerdo. Siempre que se tome la misma medida cuando se llame al árbitro hijoputa o se silbe el himno nacional. Por poner un ejemplo.

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