domingo, marzo 12, 2023

¡Ya le llego por...!

El sábado Diego Jr. celebró su cumpleaños con los compañeros de colegio y nos invitó a que asistiéramos a la sopla de las velitas. Camino de su casa lo encontramos acompañado de una recua de niños (18, creo) que venían del Parque de los Mosquitos, donde habían participado en el apaleamiento de una piñata. Marco Antonio y Ángel Alejandro vinieron escopeteados a subirse en la motoreta del yayo: uno en cada pierna, no sin antes haber discutido para hacer prevalecer su prioridad para sentarse sobre la pierna derecha del abuelo, dado que sentarse sobre la pierna izquierda conlleva la posibilidad de clavarse el aparato ortopédico en el culo.
    - Suegro, ¿por qué no entran al Mercadona y compran una tarta grande mientras yo coloco a estos niños en casa?
No encontré justificación para negarme, así que Quiosquera, los dos nietos pequeños y yo nos fuimos a comprar el pastel.
   - ¡Yayo, -dijo Ángel- quiero el pastel de la Patrulla Canina!
   - ¡No, al tete le gusta el Capitán América!
-rectificó Marco-.
Mientras ellos discutían, la abuela cogió el que le pareció mejor, del que, por cierto, no me enteré cuál era el grabado.

Cuando llegamos al ascensor de casa, Marco midió su estatura con Quiosquera. Recuerdo que cuando yo era pequeño, todos nos medíamos con la tita Aurelia, que era la más bajita de los hijos de mi abuelo Antonio. La diferencia con los niños de hoy es que nosotros decíamos algo así como:
   - ¡Ya le llego a la tita Aurelia por el hombro! ¡Ya casi estoy tan alto como la tita!
Ahora son más directos.
   - ¡Ya le llego a la yaya por las tetas! -dijo Marco.
Ángel no iba a ser menos; se puso junto a mí:
   - ¡Y yo le llego al yayo por la picha!
   - No, hombre. Me llegas por el ombligo.
   - ¡Y por la picha!
-insistió un tanto mosqueado-.
Debe ser cosa de la nueva educación sexual, que llama a las cosas por su nombre: al pan, pan y al vino, pan (o vino, no sé).

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