domingo, agosto 01, 2021

Productos de la tierra

A los 12 años salí de casa de mis padres y, salvo en vacaciones, no volví. A los 21 años salí de mi patria chica y, salvo en vacaciones, tampoco he vuelto. Joseíco el Maturruña llama a mi hijo “el catalán” y, aquí, tengo amigos o conocidos que creen echarme un piropo cuando me dicen que yo no parezco andaluz o que soy poco andaluz. Sin embargo, a mí me parece que cada día echo más de menos mi tierra y, cuando en Carrefour o Lidl veo el eslogan “productes de la nostra terra” o “fet a casa”, me imagino comprando tomates de la Costa Tropical o pestiños de Vélez Benaudalla.

De hecho, empiezo el día con una naranja de Rioja, un café con leche Puleva y una Maritoñi o una torta de aceite Isabel Rosales; o simplemente una rebanada de pan, lo más cortijero posible, y un chorreón de aceite Oro del desierto.

Para mediodía me gusta tomarme de aperitivo un quinto de cerveza Alhambra tradicional con unas lonchitas de jamón de Trevélez, y seguir con un gazpacho andaluz de tomates de El Ejido, pepino de Almería, pimientos de Agruportícola, agua de Lanjarón, aceite de Jaén y vinagre de Jerez (esto último desde que Correa cerró la bodega y dejó de vender el vinagre más parecido al que traía Rosendo el Rico desde los Ayusos, que yo he conocido). De primero, un pucherillo de verano o unas lentejas viudas, eso sí, con una morcillica malagueña o de Serón, dado que ya no es posible acceder a la morcilla casera ni siquiera a la de Si… si… món; las migas completas, con harina de Murcia y sardinas del Mediterráneo, quedan para el invierno. De segundo, bien podrían ser unas berenjenas con miel de caña de Frigiliana, regadas con vino Costa. El postre puede ser cualquier cosa que cuelgue de un árbol o arbusto, aunque últimamente me ha dado por el mango de Almuñécar o Nerja y, cuando hay, uva de Almería.

La comida nocturna suele ser más ligera: me dijo el médico que, como por la noche no hay que ir a trabajar, se debe comer poco y liviano; claro que tampoco trabajo el resto del día y puedo comerme lo que me dé la gana. Le hago caso de todos modos y me conformo con una 1925 o un vasito de vino Tetas de la Sacristana de Laujar, y unas cuantas lonchas de jamón vegetal, esto es, de bellota, que me dijo la cardióloga que, puesto que tenía problemas de coronarias, el jamón tenía que ser del más caro. Y de postre flan Dhul. También por consejo médico, antes de dormir me zampo una onza de chocolate subsahariano; no sé si lo del chocolate tiene que ver con la salud o si me lo mandó como sustituto del sexo. Ya se sabe que, a partir de ciertas edades, sólo hay dos opciones: Viagra o chocolate.

Y paro aquí, porque me vienen a la memoria tantas cosas que echo en falta, que no acabaría nunca el artículo. Tengo que decir que estoy esperando que pase la pandemia para acercarme unos días por mi tierra con la intención de probar Poeta en Nueva York, de la bodega posiblemente más pequeña del mundo: Rambla de Huarea.

Releo lo que acabo de escribir y me surge una pregunta reflexiva:
Si tantas cosas echo a faltar, ¿qué coño hago yo viviendo en el extranjero?

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio