lunes, agosto 31, 2020

Crónicas pandémicas

 

Algunos expertos aseguran que el SARS-CoV-2 ha venido para quedarse; por lo menos hasta que los científicos encuentren una vacuna de efectos duraderos o hasta que un alto porcentaje de habitantes del planeta desarrolle inmunidad de rebaño. La vacuna no sabemos cuánto tardará, y para que se alcance la inmunidad de rebaño se necesita que un mínimo del 60% de la población mundial (los borregos) superen la infección y produzcan los anticuerpos pertinentes. Dicen que ahora (20 de agosto) llevamos 22,5 millones de infectados y, quinientos millones arriba, quinientos millones abajo, necesitamos que se infecten cuatro mil millones y medio. Para largo lo llevamos. Y todavía sin saber las secuelas que nos va a dejar el bichito.

De momento parece comprobado que el único remedio que funciona es la confinamicina, con el defecto de que sólo inmuniza hasta la puerta de tu casa y, además, crea adicción. No se han descrito los efectos secundarios de la medicina; puedo adelantar algunos. No soy deportista, pero tampoco practico el sillón ball; quiero decir que, entre unas cosas y otras, tengo más kilómetros que el Ford de pedales de Hilario. Hasta ahora. Después de 2 meses y medio de medicación intensiva, y otros tantos de medicación de mantenimiento, se me han oxidado las bielas. Básicamente, la pierna derecha se me ha torcido. Bueno, no es verdad, intentaba hacer un chiste malo. Anda por ahí un chascarrillo, según el cual uno llega a la vejez cuando en vez de decir la pierna derecha y la izquierda, acaba diciendo la buena y la mala. Si me lo aplico, resulta que yo alcancé la vejez con poco más de dos años; entonces se empezó en mi casa a hablar de la pierna buena y de la pierna mala, por más que la buena fallaba más que una escopeta de caña.

Pues bien, la pierna buena ha sucumbido como daño colateral de la confinamicina: con una caminata de 500 m o media hora se pie en cualquier sitio empieza a dolerme la rodilla, el cuádriceps se me engarrota y la cintura y la zona donde la espalda pierde su honesto nombre avisa tormenta; vamos, que para subirme al coche he de balancear la pierna y lanzarla a lo que salga a ver si tengo suerte y cae dentro. Lo peor es que la recuperación dura dos o tres días y no me funciona ni el sofá ni el catre. Quizá note un poco de alivio con un masajillo de Tío del Bigote; no es que me calme el dolor, es que el pestucio espanta moscas, mosquitos y moscones y, al menos, me dejan leer a gusto.

 Hay un problema añadido y es que me quedan tres cosas, por lo menos, a las que ni quiero ni puedo renunciar:

1.- Quedé con Juan de Dios que llevaría a mi Pequeño Saltamontes (cada día menos pequeño y ya con una melenilla apreciable) a la Punta de la Mona cuando pase la pandemia y el tiempo sea favorable.

2.- A mi nuera le he enseñado parte de la Alpujarra, pero no hemos pateado Capileira y eso requiere rodillas firmes (aunque duelan).

3.- No renuncio a explicarles a mis tres nietos los recovecos de la Alhambra.

Y, ¡coño!, no es una promesa, pero no me da la gana ver el mundo por televisión; apenas conozco África, y tampoco le haría ascos a ir a visitar a los canguros (por ejemplo). Así que ya nos inventaremos algo o encontraremos algún artilugio que nos ayude. Apretar los dientes y seguir adelante ya sabemos.


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