Gracias, presidente
Hace 81 años que terminó la
Guerra Civil y casi 45 que murió Franco y siguen vigentes los versos de Antonio
Machado que cantaba Joan Manuel Serrat:
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Lo que no he sabido nunca es distinguir
entre la España que muere y la España que bosteza. De lo que estoy seguro es
que la España que muere murió matando (si es que estuvo muerta alguna vez), y
la España que bosteza se despertó de golpe (si es que alguna vez estuvo
dormida) y se despertó matando. Y así, mientras los españolitos discutían si
son galgos o podencos, entre una y otra, se llevaron por delante a lo mejor de
la juventud de la década de los 30.
Tras la victoria de los
“nacionales”, el Caudillo de España por la Gracia de Dios impuso su ESPAÑA
UNA, GRANDE, LIBRE. A la España UNA de Franco le sucedieron las MULTIPLES,
PEQUEÑAS y CABREADAS que decía Pedro Ruiz. En total, digo yo, 18 Españas (la
nacional y las autonómicas), MÁS 2 ciudades autónomas. Muchas Españas. Demasiadas. Y cada una de ellas con sus símbolos; al
menos 2: uno legal (el que define la Constitución o los Estatutos) y otro
alegal (el que la gente saca a la calle porque molesta más, y no está
reconocido en ningún sitio). Sólo hay una España con un símbolo ilegal, que es
la roja y gualda con el escudo sobre el Águila de San Juan. Y sólo hay una
bandera legal de la que los españoles se avergüenzan y rara vez sacan a pasear:
la que define la Constitución Española. Muchos españoles acusan a la extrema
derecha (ahora se llama ultraderecha, que es más culto) de haberse apropiado
del símbolo más conocido y que mejor identifica al país. Pienso que nadie se ha
apropiado de la bandera; hemos sido los españoles quienes le dimos la espalda, la
abandonamos, y la derecha radical la ha recogido del suelo.
Me duele comprobar que, cuando
vemos una bandera de España (legal) en un balcón, pensamos que allí vive una
familia muy de derechas y… probablemente tengamos razón. Seguimos discutiendo
sobre galgos y podencos; mientras, los verdaderos perros de presa azuzan a los
suyos y acorralan a los otros.
Cuando la diputada de VOX,
Macarena Olona, apareció luciendo una mascarilla con la bandera de España
bordada en un lateral, las buenas gentes confirmaron el ultraderechismo del
partido al que pertenecen, y los “medios de comunicación” la pusieron a
caer de un burro. Algo similar ocurrió cuando D. José María Aznar se presentó
en el homenaje de estado a las víctimas de la pandemia con su mascarilla
abanderadas. “No ha ido VOX, pero ya está Aznar”, se leía en un
periódico digital que se dice progresista; o lo que es lo mismo: otro tío de
extrema derecha.
Ha sido a la vuelta de la cumbre
de Bruselas, donde el señor Presidente del Gobierno de España se presentó sin
bandera identificativa y, en muchos casos, sin mascarilla, cuando D. Pedro
Sánchez ha aparecido en el Congreso de los Diputados con el artilugio
preventivo, decorado con la susodicha bandera. Algún periodista (comunicador,
creo que se dice) se ha escandalizado. Leo en elEconomista.es:
“En España, el uso de la
bandera en la mascarilla se ha asociado desde los primeros compases de la
pandemia a la derecha política del país y sus simpatizantes”.
Vamos, desde el inicio de la
pandemia y desde que yo tengo uso de razón. Da la sensación de que la
rojigualda la inventaron los fascistas que provocaron el Big Bang. No sucede así
con otras banderas, que lucen con orgullo los presidentes los respectivos países;
léase Emmanuel Macron, Giuseppe Conte, Justin Trudeau o Antonio Costa. Quizá
nuestro presidente ha tomado nota y sigue su ejemplo. Lo cierto es que el Señor
Sánchez ya ha salido varias veces con la mascarilla de la bandera y los
comentarios jocosos han disminuido ostensiblemente. Tal vez, sólo tal vez, esté
ayudando a que la bandera de España vuelva a ser patrimonio de todos los españoles.
En nuestras manos está.
En todo caso, gracias por el
gesto, Señor Presidente.
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