martes, agosto 04, 2020

San Jamón


La camada de 1950 en El Pozuelo fue fructífera. Digo 1950 cuando, en realidad, quiero decir 1950 más/menos 2 años y, si me apuran, en el intervalo de un lustro, para que quepan las mujeres que eran un poco más jovencitas. Lo cierto es que aquel grupo de jovenzuelos goza de un determinado respeto entre las gentes del pueblo; recogiendo el testigo de los Beneritos (el Piché, el Paye, el Juncia), que fueron los encargados de dar ambiente a las fiestas de Navidad, la Candelaria, el Carnaval o el Domingo de Piñata con sus bailes en el puesto de Rosendo, la generación del 50 fue un poco más allá y organizó funciones de teatro, murgas e instauró a Santiago Apóstol como patrón del pueblo (además de San Isidro y la Virgen del Mar que ya eran patrón y patrona de agricultores y pescadores). Pero el logro más importante es que todo ello lo hicieron mozas y mozos en colaboración, algo impensable apenas un par de años antes. Hasta entonces, los mozos del pueblo se hacían los encontradizos en la playa o dando un paseo por los muros, pero aquel año las chicas colaboraron desde la primera línea elaborando los programas de esparcimiento y diversión. Es verdad que gran parte de “culpa” la tuvo la saga de los Romera, que aportaban más media docena de elementos al grupo, a la vez que un par de medios de transporte y locomoción; con aquello de que las niñas iban en compañía de sus hermanos o primos, fue más fácil que los padres no pusieran problemas. El resto de jóvenes del grupo era amiga de las mujeres Romera, las chicas, y de los varones Romera, los chicos. A otros (padres, por supuesto) no les quedó más remedio que portear a sus hijas de fiesta en fiesta hasta conseguir un buen partido. Sea de quien fuere la “culpa”, aquella generación, que aportaba elementos de El Pozuelo, Cortijo de las Chumbas y Huarea, adquirió fama de ser chavales serios, educados y formales; nunca llegué a comprender por qué.

Las buenas relaciones entre jóvenes y jóvenas se iniciaron el verano de 1969, o tal vez, fue en esta fecha cuando a mí me admitieron en la partida. Arrancamos con la preparación de una obra de teatro y continuamos con una excursión en burro por la Rambla de Huarea. Este año, el 18 de julio todavía era fiesta y los jubilados cobraban paga extra. Nosotros, estudiantes, ni teníamos paga extra ni muchos motivos para celebrar la fiesta patria, pero nos sobraban ganas de agarrarnos a cualquier santo para pasarlo bien. Nos reunimos bajo el Puente de Huarea, cada varón conduciendo un lujoso descapotable equino, y leímos el reglamento de la jornada. No tengo a mano los artículos de tal reglamento, pero alguno de sus títulos rezaba tal que así:
Como requiere el momento
y si alguien no se queja,
pa cumplir el reglamento
ha de ir una pareja
subida en cada jumento.
Como ha llegado la moda
De al prójimo dar por saco,
Se ordena a la gente toda
Que fume de su tabaco
Y quien no tenga, se joda.
… … …

En resumen: la jornada fue un éxito. Habremos de hacer un esfuerzo y contar con detalle cómo se desarrolló. Quedamos tan contentos que al año siguiente quisimos repetir la experiencia. Nos reuníamos con las niñas en el portal de Paquito Romera, calculando los suministros que íbamos a necesitar´, no fuera a pasar como el año anterior que compramos una garrafa de vino de media arroba y la finiquitamos haciendo una sangría el día de la Virgen en La Rábita,
No recuerdo bien cómo fue la conversación. Sé que hacía broma con Juanita Casas, y me pareció que ella la seguía:
- Fíjate si fuéramos musulmanes -parece que dije-. En vez de ir una pareja en cada burro, en los burros irían subidos los niños y las mujeres iríais detrás, agarradas a la cola para no perder el paso.
- Claro, y como no sois moros ni nada nos obligaríais a llevaros un vasito de vino de vez en cuando.
- ¡Faltaría más! Y ya puestos, unas tapitas de jamón serrano.
El 17 de julio se produjo la gran sorpresa: las niñas no querían ir de excursión.
- ¿Por qué? -fue la pregunta obligada-.
- Porque Antonio (o sea, yo) ha dicho que las mujeres irían andando y sirviendo a los chicos vasos de vino y lonchas de jamón.
Me pareció una excusa tonta y, en principio, no le di más importancia, pero la excursión se suspendió. Casualidad o no, el primer domingo de agosto no fui de fiesta y yo tenía intención de despedirme de Quiosquera, que se volvía para Barcelona aquella misma semana. Se me encendió la bombilla y en unas horas monté una fiestecilla en el Balneario. En la pared que pega a la playa puse una mesita, tapada con un mantel blanco. Le pedí a mi madre un hueso de jamón, repelado pero entero y lo puse derecho sobre la mesita; a ambos lados un par de velas. Saqué mi magnetofón (con más kilómetros que el Ford de pedales de Hilario) e invité a los amigos a celebrar el santo del día: ¡SAN JAMÓN!

Al final de la fiesta, Enrique Ibáñez me tirada de las orejas.
- Un poco irreverente, Antonio.
- Muy irreverente, Enrique.

Sólo recuerdo otra vez en que se haya celebrado San Jamón. Fue en Huarea y no hubo jamón, hubo choto.

Temas relacionados:
     . Fiestas de Santiago: 50º aniversario: (ver)
     . Santiago apóstol: (ver)

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio