Ésta es la que liga
Casi siempre que hablamos de El Pozuelo, Quiosquera acaba diciendo que las
gentes de mi pueblo son salvajes cavernícolas que necesitan hacer un máster
en educación y civismo. Y eso en base a anécdotas divertidas que le cuento,
tales como las que se relatan en “Manolillo el catano” o “Embarazo psicológico”. No le he contado que, cuando llegaron las primeras veraneantes, el
deporte favorito de los mozos era echarle el ojo a alguna “madrileña” (en El
Pozuelo todos los extranjeros eran franceses y los veraneantes patrios,
madrileños) que estuviese refrescándose a una distancia de entre 10 y 30 m
del rompeolas, nadar bajo el agua y tocarle el trasero o las domingas a la
bañista, para salir 20 m (o más) alejados de su objetivo. Los niños
observábamos y aprendíamos, mientras nos descojonábamos viendo y oyendo los
grititos de las “afortunadas” y sus inútiles intentos de zafarse del ataque
de semejantes tiburones o marrajos.
Claro que no todos eran iguales; había
formas más sutiles de impresionar a una mujer.
En los años 50 la playa de El
Pozuelo era ecológica: había mierda para parar un tren, desde matas de
pimiento que se tiraban por el rebalaje para que se las comieran las manadas
de cabras que volvían del pastoreo, hasta los cubos “higiénicos” que se
usaban en las casas (no conocíamos el inodoro por entonces) para aliviar
necesidades imperiosas, pero era mierda natural, sin aditivos ni colorantes.
También la playa era de todos, es decir, no había ningún tipo de limitación:
los más pobres, que vivían en casas sin ventilación, se iban a dormir al
fresquito de la brisa marina, y los menos pobres (algunos, muy pocos) se
hacían una chocita de cañas en la arena para “tomar el sol a la sombra”;
incluso hacían un mini cuartito para cambiarse de ropa. Los niños, por lo
general, permanecíamos todo el rato en el agua, aunque de vez en cuando nos
arrimáramos a la sombra de una de las chozas a escuchar las conversaciones
de los mocicos; para aprender, claro. Recuerdo un día en que la lección
diaria la estaban impartiendo Andrés el de Antonio Tomás, Frasquillo Gómez,
Pepe el Burgués y algún que otro mozo más. El tema era la mejor manera de
ligar; uno opinaba que lo que a las niñas les gustaba era la educación y las
buenas maneras, otro decía que lo que realmente querían era un hombre serio
y trabajador, otro… Andresillo tomó la palabra: se agachó, cogió del suelo
una piedra alargada y de cantos romos, se la echó dentro del bañador y,
sacado pecho y escondiendo barriga sentenció:
- Ésta es la que liga -dijo-.
Y con las mismas echó a andar por la
lengua del agua para que las mozas admirasen el “bultito del bañador”.
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