martes, febrero 23, 2021

Cataratas

 (*)

Pienso que una mayoría de personas coincidimos al considerar el cuerpo humano como la máquina más perfecta de la creación, y no me refiero sólo a los grandes componentes que lo forman, como pudieran ser el sistema nervioso, el aparato digestivo, el sistema circulatorio o el aparato locomotor. Me refiero a los pequeños detalles que nos facilitan y hacen más cómoda la vida. Basta con imaginar que si la cabeza no tuviese el tamaño y `posición adecuadas, no tendríamos dónde reposar el sombrero; o cómo los hombros nos permiten sujetar el abrigo en los días de frío; o los ojos, situados en posición delantera, mirando siempre en el sentido habitual de la marcha, lo que nos salva de más de un trompazo, y si los ojos fallan, ahí está la nariz para sujetar las gafas. ¿Y qué decir de la pilila, justo al alcance de la mano para poder dirigir el chorro y no mearnos fuera del retrete (antes del párkinson, por supuesto)? 

Claro que también se observa algún fallo. Para mí, el principal defecto del cuerpo humano radica en las orejas, quizá porque tienen tan buena situación que recurrimos a ellas para todo, hasta para hacer palmas. La oreja es el lugar indicado para sujetar las patillas de las gafas, el audífono, los pendientes, diversos pírsines, etc. Por si fuera poco, ahora también se usan para aguantar las mascarillas sanitarias. Overbooking de aparatos enganchados a un solo órgano. 

En mi oreja coinciden varios adminículos de mi versión biónica: 
· Como complemento de la nariz, lugar donde se apoyan las patillas de las gafas que corrigen la miopía. Con las monturas de titanio y los cristales orgánicos se han hecho soportables; antes de esto era habitual que las patillas de pasta me hicieran mataúras hasta en el tímpano. 
· Apoyo del sonotone, audífono o aparatillo de escuchar. Mi abuelo José llevaba como una radio en miniatura en el bolsillo de la camisa; del cacharrito salía un cable cuyo extremo acababa en un auricular que rara vez se sujetaba en la oreja. En resultado era que no entendía ni jota de lo que le decían y era la abuela Trinidad la que le hacía de traductora. Hoy los aparatillos de sordos son más sofisticados y apenas se ven: la maquinaria, color carne, se apoya en la parte superior del pabellón auditivo (olé) y un minipinganillo rebozado en material elástico se mete hasta las trompas de Eustaquio. Ambos aparatillos están unidos por un cable transparente o color carne. Es un peligro que haya niños cerca, porque el conjunto anda por los 3000€ y tiene tendencia a enredarse en los dedos de los citados monstruitos. 
· Por si faltara poco, con el COVID-19 has llegado las mascarillas, que también usan las orejas para sujetarse. El desastre está cantado: llegas a casa asfixiado y lo primero que haces es quitarte la FFP2 para poder respirar libremente. Lo primero que se va detrás de la goma es el sonotone, que, por acto reflejo, uno trata de sujetar moviendo la otra mano en un gesto vigoroso. Como consecuencia, el sonotone se va a tomar por saco y las gafas vuelan hasta el otro extremo del pasillo. 

De momento he decidido que me opero de cataratas, que, a la vez, me corrige la miopía y apenas necesitaré usar gafas. Hasta que no encuentre otra solución, pienso graparme el sonotone a la oreja. Lo último que tengo pensado es vestirme de astronauta. 

(*) No tengo claro si al quitar la catarata, veré el pájaro o si para ver la catarata, tendré que quitar el pájaro. 

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