martes, octubre 06, 2020

Góngora, don Baltasar y el Sevillano

 

Soy de ciencias, lo cual no obsta para que sea un amante de la literatura, en particular del verso clásico, esto es, del que tiene medida, ritmo y rima. Nada tengo contra el verso libre, sólo que, cuando lo leo, me da la sensación de que el autor le ha dado al “retorno de carro” antes de llegar al final del renglón.


Mi primer contacto con el verso fue a través de mi abuela Adela. Después de que el virus de la polio me dejara las piernas colganderas, cada vez que mi madre se iba a lavar la ropa a la noria, a la fuente o al barranco de Betétar, me dejaba en casa de la abuela, la cual extendía un saco o una manta en el suelo y allí me colocaba. He dicho en alguna ocasión que, a aquella edad, era un niño triste que apenas se entretenía con nada, y para hacerme la estancia más agradable, mi abuela se sentaba a mi lado y, mientras pelaba las patatas o doblaba la ropa, no paraba de contarme chascarrillos y recitarme versos. Eran versos sencillos que ella había aprendido en los Corros durante su juventud. Con el tiempo los he ido olvidando, pero me han quedado algunas imágenes; recuerdo un verso que hablaba de un lagarto saliendo de misa con sus amigos y cómo me imaginaba que un coche los esperaba a la puerta. Una de las últimas veces que estuve con mi tía Flora se lo comenté y ella sí se acordaba del verso:


Yo vi una rana en cueros,
a un cigarrón sin camisa
y un lagarto muerto risa
al ver a sus compañeros
cuando salían de misa.


 Cuando empecé a ir a la escuela había unas estrofillas, creo que en Lecciones de cosas, que me atraían de forma especial:


Con esta ametralladora,
dice el sabio Sisebuto,
mil disparos al minuto
y sesenta mil por hora.
+++


La poesía que siempre he tenido presente me la enseñó el tito Manolo y me llevó (creo que en el Biscúter) a la emisora Parroquial de La Rábita para recitarla en directo:


Yendo un muchacho a la escuela,
con el almuerzo en la mano,
cierto perro conocido
le iba siguiendo los pasos.
Hacíale, zalamero,
muchas fiestas con el rabo,
poniéndose delante
y dando continuos saltos.
"Bien se yo lo que tú quieres,
dijo risueño el muchacho,
¡picarón!”; y al decir esto,
le echó un mendrugo tamaño.
Doblaba el perro las fiestas,
y multiplicaba los saltos,
según veía que el niño
mendrugos le iba arrojando.
Mas cuando vio que el almuerzo
del todo hubo acabado,
¡rabo entre piernas!,
y se alejó más que de paso.
El niño mira visiones,
pues se quedó
sin almuerzo y sin amigo


Hace un tiempo busqué estos versos en Internet porque no me gustaba el final y comprobé que entre mi versión y la publicada había algunas diferencias, si bien no mejoraban la estrofa. Y tal como la recuerdo, la escribo.


Siendo maestro de la escuela mi primo Paquito (D. Verdades), hizo que cada niño se aprendiese una poesía para recitarla en clase y, como yo era el más pequeño entre los que sabían leer, me asignó un bodrio tal que:


Yo vi sobre un tomillo
quejarse un pajarillo,
viendo su nido amado
de un labrador robado


 cuando a mí me hubiera gustado recitar aquella de:


Las huestes de D. Rodrigo
desmayaban y huían,
cuando en la octava batalla
sus enemigos vencían.
+++


D. Baltasar hizo la transición del antiguo al nuevo régimen, es decir, eliminó todo vestigio de los métodos de D. Alfonso Zamora; sustituyó las cartillas Rayas por otras más modernas, se cargó Lecciones de cosas y El Quijote como libros de lectura e introdujo el Parvulito y la Enciclopedia Álvarez como base de conocimientos. De cada uno de los tres grados de la enciclopedia recuerdo algunas poesías, alguna de las cuales aún no he llegado a entender:


¡Qué dolor! por un descuido
Micifuz y Zapirón
se comieron un capón
en un asador metido.
Después de haberse lamido,
trataron en conferencia
si obrarían con prudencia
en comerse el asador.
¿Lo comieron? - ¡No, señor!
Era caso de conciencia.
(Samaniego)


En el segundo grado había un romance (las tres cautivas) que me aprendí de memoria con mi hermana María y que ella recitó en la emisora de La Rábita:


A la verde, verde,
a la verde oliva
donde cautivaron
a mis tres cautivas.
+++


El Embargo es un poema de José María Gabriel y Galán que me ponía los pelos de punta cada vez que lo leía, no sé si por la fuerza del propio poema o porque estaba escrito en un lenguaje muy próximo al que yo hablaba (y hablo). Tampoco sé si venía en el segundo o en tercer grado Álvarez:


Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tos esos,
no le dé a usté ansia
no le dé a usté mieo...
Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta.
¡Pero ya s'ha muerto!
¡Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello.
+++
¡Pero a vel,señol jues:
cuidaíto si alguno de ésos
es osao de tocali a esa cama
ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una nochi muerto!
¡Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
porque aquí lo jinco
delanti usté mesmo!
(Gabriel y Galán)


 Hablando del Tercer Grado de la Enciclopedia Álvarez, fuimos muy pocos los que llegamos a ella; en mi último curso con D. Baltasar sólo estábamos Antoñico el Barbero y yo, y en el anterior también estábamos los dos, Jaime Vázquez (el Sevillano), Andresico el de María Peña y Frasco Montes. Deberían estar Juan Linares (el Patúo) y Juan Fernández (el Pater), pero creo que ya se había ido uno a la escuela de La Rábita para preparar el examen de ingreso, y el otro al Seminario. En todos los grupos siempre hay uno que es más destacado o atrevido que los demás; en nuestro caso era Jaime Vázquez, el Sevillano. En nuestra escuela unitaria cada día se hacía lo mismo: dibujo y copia, el problema del día, lectura…; las lecciones de memoria tocaban por la tarde. Una mañana Jaime se acercó al pupitre donde yo me sentaba; llevaba en la mano la enciclopedia, abierta por una página en la que se adivinaba un poema.
- ¡Antonio, Antonio, mira lo que he encontrado!-me dijo un tanto excitado-
No se me acudía a mí qué podría haber de extraordinario en un poema; cogí el libro y empecé a leer:


Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga,
ni yo iré a la escuela.
Pondráste el corpiño
y la saya buena
cabezón labrado,
toca y albanega;
y a mí me pondrán
sayo de palmilla,
media de estameña,
y si hace bueno
trairé la montera
que me dio, la Pascua,
mi señora abuela,
y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera;
compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda.


- ¡Joooh! -exclamé-. ¡Chochos, dice chochos!
El Sevillano se enorgulleció de su gran descubrimiento, tuvo una subida de autoestima y se le disparó el valor.
- ¡Voy a leerlo! -levantó la voz-. Don Baltasar, ¿puedo leer?
Don Baltasar, que llevaba media mañana intentando que los del banquillo aprendieran a reconocer las vocales, y oyendo las lecturas balbuceantes de los que leían para mejorar en rapidez y comprensión, respiró aliviado porque pudiera oír a alguien que sabía.
- Sí, claro-respondió-.
Jaime agarró su enciclopedia abierta por la página correspondiente, se acercó a la mesa, se paró a la izquierda del maestro, miró al tendido, sonrió y arrancó:
- Hermana Marica…
- ¡¡¡NO!!!-gritó D. Baltasar-. ¡Esa no!
- ¿Por qué no?
- Porque no. Lee otra cosa.
-Es que yo quería probar a leer un verso. ¿Por qué no puedo leer éste?
- Bueno…
-D. Baltasar adoptó un tono pedagógico-, es una tontería. Es que en este verso se menciona una palabra que puede parecer malsonante... Dice chochos.
35 cabezas se levantaron al unísono con las orejas tiesas y los ojos como platos.
- Los chochos son altramuces -siguió explicando el maestro-.
- ¿Qué son altramuces, D. Baltasar?
- Un altramuz es una legumbre que se come seca. Como los garbanzos tostados, pero sin tostar.


El objetivo estaba cumplido. El Sevillano cerró su libro y, dibujando una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, volvió pavoneándose y se sentó en su pupitre.


Tuvieron que pasar varios años para que, ya estudiando bachiller, volviera a encontrarme con aquella poesía. Busqué su autor: Luis de Góngora y Argote. ¡Coño (y nunca mejor dicho) con el cura!



HERMANA MARICA: Paco Ibáñez

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio