La cucara… ¡cha!
Me suena que el movimiento “okupa” surgió como una tendencia que
proponía asentarse en edificios públicos abandonados, con el fin de
rehabilitarlos y, al mismo tiempo, dar cobijo a jóvenes con ciertas
inquietudes político-culturales. Con el tiempo, los ocupas,
movimiento que proponía asaltar viviendas públicas y privadas, con el fin de
vivir de gorra, cambiaron la “c” de su nombre por una “k” (se supone que
para disimular) y pusieron de moda instalarse en viviendas que no eran
suyas, viviendas que, si alguna vez sus dueños lograban recuperar, aparecían
destrozadas y poco aptas para recibir al siguiente inquilino.
No había tenido el gusto de conocer ninguna vivienda oCupada.
El piso fronterizo al mío ejercía de oficina de un gestor administrativo,
que, durante muchos años, pasó absolutamente desapercibido. Cuando se jubiló
el titular, llegaron a vivir de alquiler unas estudiantes, inglesas en su
mayoría, que dieron cierta alegría a la finca. En realidad, el piso estaba
alquilado por un español, que lo realquilaba a inglesas que venían a hacer
cursos de idiomas y que cambiaban cada dos o tres meses. Raro era el fin de
semana que no se montaban una fiestecilla hasta altas horas de la madrugada.
Cuando de dormir se trata, a mí sólo me desvela el tic-tac del despertador,
y hace años que no uso; no así Quiosquera, que la desvela el vuelo de una
mosca, por lo que cada sábado, domingo u cualquier otro día de celebración
acababa llamando histérica a la puerta de las rubias implorando piedad.
- Lo que tienes que hacer -le decía yo-
es pedirles que nos inviten, que estando metidos en la juerga no nos va a
molestar.
- Es que es cada semana -replicaba-.
-
¿Te acuerdas de aquel verano en el Pozuelo cuando rondábamos los veinte
años?
Fue el verano que nos conocimos y raro era el día que no había algo
que celebrar:
- ¿De qué va la fiesta de hoy?
- Es que ha venido Ramoncico.
Y a la semana siguiente:
-
¿Qué celebramos hoy?
- Que Ramoncico se va.
Y así
todo el verano.
Finalmente, las inglesas dejaron de venir. Radio Macuto informó que venía de alquiler una familia. Quiosquera respiró aliviada.
Y a familia vino. Tres pirracas: la titular, su madre y su hija. Durante
dos años hemos visto a la titular cuatro o cinco veces y otras tantas a la
hija. Las persianas han permanecido bajadas y no se apreciaba luz por las
rendijas. Un par de veces que pudimos ver la puerta de acceso abierta (por
coincidir al salir), hemos podido ver de pasada que las luces estaban
apagadas y que había cajas en el recibidor y en el pasillo. Los vecinos que
compartían patio de luces con ellas se quejaban de malos olores; de hecho,
la terracilla de cocinas se veía repleta de montones de ropa sucia. Al fin
nos enterados que dejaron de pagar el alquiler a los dos meses de entrar y
estaban en proceso de desahucio. Una mañana oímos gritos en la calle y
salimos al balcón: un grupo de 30 o 40 personas clamaban porque iban a poner
en la calle a tres pobres mujeres, una de ellas anciana y enferma. El
oficial del juzgado levantó acta y se retiraron sin llevar a efecto el
desahucio.
Unas semanas después murió la anciana. Casi de inmediato (coincidencia o
no) volvieron las fuerzas judiciales y pusieron en la calle a las dos
oCupas. Según testigos presenciales, una de las mujeres tenía síndrome de
Diógenes; el suelo del piso estaba cubierto de cajas de cartón, restos de
comida, cubiertos pegados al suelo usando para ello salsa de macarrones,
etc. Durante varios días, una empresa de limpieza se empleó a fondo hasta
dejar el piso potable aparentemente.
Una de aquellas noches, cuando, antes de acostarnos, fuimos a comprobar que
la puerta de la calle estaba bien cerrada, vimos cómo por debajo entraban
unas cuantas curianas; pequeñitas, rubiascas… hasta me cayeron simpáticas.
Se me ocurrió abrir la puerta: venían en oleadas como las lanchas de
desembarco en Normandía. Salían al otro lado del Canal de la Mancha (la casa
de las vecinas), cruzaban el rellano como un torpedo y arribaban a la
alfombrilla de mi casa. Quiosquera retrocedió hasta la cocina para buscar la
artillería; disponíamos de un obús de 150 mm marca Baygón, que se declaró
insuficiente y poco efectivo. Más modesto, yo utilicé un par de apisonadoras
del 42 (modelo tradicional de piel, suela de material) y conseguí detener
momentáneamente la invasión. Pusimos las correspondientes alambradas (un
trapo atascado bajo la puerta) y minas antipersona (un chorreón de Baygón
sobre el trapo) y nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente el recibidor
parecía un campo de batalla plagado de invasores muertos y un reducido grupo
de soldados expedicionarios que habían venido, supuse yo, a recoger los
cadáveres. Me acordé de Manuel Lucas y sus acertadas sentencias:
-Dejad las moscas tranquilas. Si las matáis es peor, porque luego vienen
los familiares al duelo y te invaden la casa.
Hemos tenido que avisar a una empresa de exterminio (los cascos azules de
la ONU) para que ponga paz (de requiescat in PACE). Nos dicen que
hemos acordado tarde, que ya han anidado y que vamos a tener problemas para
reconquistar el terreno perdido.
-Las cucarachas de alcantarilla son más fáciles de eliminar, pero ésta, la
cucaracha germánica, es mucho más pequeña y prolífica y difícil de
exterminar. Y sobre todo, no echen productos químicos. Sólo las matan si
les cae encima, el resto lo van absorbiendo poco a poco y se inmunizan; y
lo que es peor, lo integran en su ADN y las nuevas cucarachas nacen
inmunizadas. Mejor las aplastan.
Me ha creado la duda de si no sería mejor estudiar el método que usan las
curianas y usarlo contra el COVID; nos ahorraríamos el follón que hemos
liado con las vacunas.
Mañana, martes, vienen los del Zendal a vacunarnos contra las cucarachas.
Veremos.
1 comentarios:
Suerte con la vacuna, a ver si los cascos azules son exitosos.
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio