viernes, abril 13, 2007

Manolillo el catano

He repetido hasta la saciedad que provengo de una zona dejada de la mano de Dios. Una zona en la que empezamos a bajarnos de los árboles (no va por ti, Eto’o) hace muy pocas décadas.

La luz eléctrica era un lujo y un gasto superfluo. Para cocinar, mi madre tenía que encender el candil porque la bombilla más potente era de 25 watios y no se veía un pimiento. Como comburente usaba el aceite que quedaba en la sartén después de freír pescado. La electricidad sólo funciona por la noche: el electricista la conectaba al caer el sol y la cortaba al clarear el día. Se corrió el rumor que también iban a “echar” la luz durante el día. Los comentarios de los vecinos no se hicieron esperar:
- ¡Qué imbecilidad! ¿Para qué queremos luz de día si con el sol ya vemos?

El turismo brillaba por su ausencia: unos cuantos marroquíes que venían a tomar las aguas en un balneario cercano y los franceses. En realidad, para nosotros todos eran franceses. Nuestros padres nos advertían de que no cogiéramos nada que nos pudieran dar porque tenían unos caramelos que dejaban dormidos a los niños y se los llevaban.
- No os dais cuenta que hablan raro para que no los entendamos.
- Ellos tampoco nos entienden a nosotros.
- ¡Anda ya, no nos van a entender con lo clarico que hablamos!
El Pollito aprendió a hablar francés. Se acercaba a cualquier coche con matrícula extranjera y se enrollaba.
- Un sigarret para papá.
De vez en cuando caía uno y nos lo fumábamos a escondidas entre todos.

En la década de los 60 empezaron a cambiar las cosas. Pasaban más franceses. Incluso había unos chalados que conducían coches con el volante a la derecha. Y no entendían lo de un sigarret para papá.
Con tanto trasiego nos fuimos espabilando. Hasta hubo un lanzado que hizo unos bloques de pisos para veraneantes. Con ascensor y todo. Claro que, cuando el dichoso ascensor se ponía en marcha, el pueblo se quedaba a oscuras.
Y aquí entra Manolillo.

Manolillo es un gitano avanzado que no se dedicó nunca a la venta de burros ni era tratante de nada. Para subsistir, de vez en cuando mataba una cabra u oveja y con lo que sacaba de la venta de la carne tiraba una temporada. Con los nuevos tiempos se reconvirtió en fontanero. Y le iba bien. Era el único en varios kilómetros a la redonda.

Y, hete ahí, que lo llamaron para arreglar un grifo que goteaba en uno de los pisos alquilados a veraneantes. Manolillo agarró su caja de herramientas, se encasquetó el mono de trabajo y se plantó delante del apartamento. Pulsó el timbre. Le abrió la puerta una señora que por toda vestimenta calzaba un bikini. No se lo pensó dos veces. Soltó la caja de herramientas y atacó.

Cuando, después de prestar declaración, la Guardia Civil lo soltó, entró en uno de los bares del pueblo. Ya se había corrido la noticia de su intento de violación.
- ¡Manolo, hombre! ¿Cómo se te ha ocurrido la idea de forzar a la madrileña? –le preguntó un amigo.
- ¡Coño! ¿Y qué querías que hiciera? Si una tía sale en bragas a recibirte es que está pidiendo guerra. Si no intento cepillármela hubierais dicho todos que soy maricón.

3 comentarios:

A las 17/4/07 02:02 , Blogger dalr ha dicho...

Sí, doy fe que en el pueblo en cuestión hay una buena recua de borricos. Pero lo cachondo es que todas sus hijas usan biquini...

 
A las 17/4/07 21:29 , Blogger La mosca ha dicho...

Ahi que ver como cambian los tiempos(en algunas cosas para bien), al Manolillo hoy en dia le hubieran metido en la trena con toda la razón del mundo.

Saludos Quiosquero

 
A las 25/4/07 03:23 , Blogger kioskero ha dicho...

Aquí en Santander, existe una playa en la zona del Palacio de la Magdalena, en verano es la Universidad Internacional Menendez Pelayo, que se llama bikinis, en homenaje a todas aquellas veraneantes extranjeras que acudian a la universidad, y trajeron con ellas esa prenda de baño, para deleite de los lugareños y escandalo de las lugareñas.
Un saludo.

 

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