martes, marzo 26, 2013

El Pollito


Cada mañana, camino del cole, mi madre me hace la misma pregunta:
- ¿A qué estamos hoy? No se más que estamos en el año dos mil trece y eso porque dura un año entero.
- Martes…
- Martes… Ni te cases ni te embarques… A ver si así me acuerdo.
- Martes… doce…
- Doce… doce… Una docena. Martes, doce… ¿de qué mes? ¿Septiembre?
- No. Estamos en invierno.
- ¿Enero?
- Más.
- ¿Febrero?
- No.
- ¿Cuál entonces?
- Marzo.
- Febrero loco, marzo ventoso. Doce…. ¿de marzo?... de dos mil trece –acaba disparando como una metralleta-. Ahora todo entero: Martes, ni te cases ni te embarques…. ¿Qué más? Ya se me ha olvidado.
- Martes, doce de marzo.
- Sí. Martes… doce… ¿de marzo?... del año dos mil trece –vuelve a coger velocidad cuando recita el año-.

Me acuerdo entonces del Pollito, a quién llamábamos también el Quintanilla. El Pollito, como su nombre indica, era hijo de Quintana, paisano cuyo oficio principal era arreglar sillas: lo mismo le afirmaba las patas a una silla que le echaba el culo de anea. Quintana era viudo y decían los niños que se había juntado con una cortijera pero tuvo que dejarla porque maltrataba al Pollito: cuando el niño pedía agua, llenaba el jarrillo de porcelana hasta el borde y la que le sobraba se la echaba al Pollito por la cabeza.
El apodo completo del Quintanilla era Pollito Huero. Y es que era retrasado; le costaba expresarse (“Barbero, toma dos rales que dice mi padre que me peles to esta cabeza al cero”) y había que explicarle las cosas despacito para que las entendiera. Seguramente, hoy hubiera ido a un centro de educación especial, pero en El Pozuelo sólo había una escuela unitaria donde teníamos que caber todos, incluido el Pollito. Recuerdo cómo D. Baltasar intentaba enseñarlo a persignarse:
- Por… la señal… de la Santa… Cruz –decía el maestro con el índice y el pulgar cruzados, mientras se dibujaba una cruz sobre la frente-.
El Pollito lo observaba con sus dedos también en cruz, tratando de imitar los movimientos de D. Baltasar, sin que los dedos llegaran a tocar en ningún caso la frente.
- Por… la señal… de la Santa… Cruz –repetía el maestro-.
- Muaaá –respondía el Pollito, llevándose los dedos a la boca y dando un sonoro beso-.
Y repetían y repetían sin que mejorase la liturgia: el Pollito no pasaba de besarse los dedos cada vez que el maestro completaba una cruz; y el beso era rápido no fuera a ser que D. Baltasar iniciara una nueva cruz. Igual que mi madre cuando recita la fecha y llega al año.
No recuerdo si el Pollito aprendió a rezar bien; si sé que aprendió a santiguarse y a recitar las oraciones que le exigían para hacer la Primera Comunión. Y consiguió aprender a leer, más o menos a escribir y, quizás, alguna operación aritmética. Por supuesto que a base de años y mucha paciencia. No estoy seguro de que con el sistema actual hubiera llegado mucho más lejos; para ser sincero conmigo mismo, creo que hoy no hubiera aprendido ni siquiera a santiguarse.

Cosa curiosa: a pesar de la mala leche que desarrollan los niños a determinadas edades, tampoco recuerdo que nos riéramos de él. Y no por miedo. El Pollito era un niño retaquillo y recio que hubiera podido desmontarnos a cualquiera de nosotros de una sola tarascada, pero rarísima vez se revolvía. Al contrario. Ponía su velocidad a nuestro servicio y cuando alguno nos hacía una guarrada, siempre preguntaba lo mismo:
- ¿Te lo traigo?
Ponía la directa y salía espetado en busca del que nos había agredido. Y es que el Pollito corría que se las pelaba. Quizás a distancias cortas pudiera ganarle el Ratón o el Justo pero, pasando de 50m, el Pollito era imbatible.
Eso contaba más que las dificultades de razonamiento que pudiera tener.

miércoles, marzo 20, 2013

Despanzurrando tópicos


He leído bastantes veces esta definición; nunca he acabado de entender lo que los sesudos culos que se sientan en los sillones marcados con las letras mayúsculas y minúsculas asignadas a los sillones de la Real Academia Española de la Lengua han querido decir. Fue Antonio Sánchez Trigueros quien me lo explicó con claridad meridiana: “Habrás oído decir a menudo que los catalanes son muy trabajadores, que los vascos son muy serios, que en Galicia siempre llueve o que en Andalucía hace mucho calor. Eso es un tópico: lo que todo el mundo dice, sea o no verdad”. Vamos, lo que contaba Cristina Alberdi a propósito de los políticos:
- Tú repítelo continuamente.
- Pero es que no es verdad.
- Da lo mismo, al final la gente se lo cree.

Y eso es lo que me ha venido pasando durante mucho tiempo: cuando decía a mis amigos que me iba a Andalucía a pasar julio o agosto, repetían la misma frase:
- ¿A quién se le ocurre ir en verano a Andalucía? ¡Te vas a achicharrar!
He pasado muchos veranos en Andalucía (casi todos los veranos de mi vida) y apenas me he achicharrado; he pasado mucho calor, eso sí, pero no más en otros lugares que he visitado en verano. Hay que señalar que Andalucía es “mu” grande, casi tanto como el aeropuerto de Madrid (Magdalena Álvarez), y que no es lo mismo estar a las 8 de la tarde en una plazoleta de Sevilla, que sentarse a la misma hora en un chambao en una playa de Almería. Claro es que el tópico mediatiza y uno termina creyendo que también aquí acabaremos por derretirnos.
Fue después de una visita a Salamanca, en pleno mes de agosto, cuando comprobé que en Castilla-León también se las tienen tiesas con Lorenzo. El tío de la recepción me lo dejó clarito:
- Aquí vienen los sevillanos y se cagan.
No era para menos.
Se me ocurrió entonces hacer una comparativa de las temperaturas veraniegas de Almería y Barcelona. Comprobé (y sigo comprobando) que en julio o agosto la temperatura normal en ambas ciudades oscila entre los 27 y los 29º (31º los días más calurosos) y que, por lo general, la diferencia de temperaturas no supera un grado, y no siempre a favor de Almería. No sucede igual cuando se mete una racha de calor extremo: en estos casos, Almería puede marcar 3 ó 4 grados más de temperatura que Barcelona.

De la misma manera que he pasado muchos veranos en Andalucía, he pasado bastante pocos inviernos. La idea que me quedaba era la del tópico: los inviernos de Almería son templados y… ¡no sé para qué demonios quieren las almerienses abrigos de pieles! Hasta el eslogan lo dice claro: Almería, donde el sol pasa el invierno.
La verdad es que no sé dónde el sol pasa el invierno, pero en Almería, por lo menos este invierno ¡no! Hemos pasado tres semanas de lluvias, lo que no es normal, y viento, lo que sí lo es, pero lo que no me explico es que cada mañana, al levantar la persiana, me encontrase con una niebla que no me dejaba ver los cerros de enfrente y, el día que los veía, aparecían sus cumbres nevadas. Nada menos que en la costa del poniente, donde la única nieve que han visto en su vida era la que le ponían en el cucurucho de los helados.

lunes, marzo 11, 2013

Catalina milanesa



Últimamente se habla mucho de Milán, no en vano mañana se enfrenta el FC Barcelona a uno de los equipos representativos de la ciudad italiana. Por ese motivo, y como no podía ser de otra manera, oímos referencias continuas al Duomo, a la Scala y a las Galerías Vittorio-Emanuele. Esta misma tarde, cuando volvía de recoger a mamá, hablaban del tema en una conocida emisora; por supuesto, el tema principal era el partido de fútbol y la posible remontada. Uno de los tertulianos se ha referido a los monumentos milaneses y ha recomendado que no se le ocurra a nadie comprar pasta en las galerías; para apoyar el consejo ha contado una anécdota que le sucedió hace años y que acabó por pagar un paquete de pasta a precio de oro. Claro, he pensado, ni pasta ni ninguna otra cosa; y que al sufrido turista no se le pase por la imaginación cambiar el agua al canario en uno de los cafés de la zona.

Fue en 1989. El tour se denominaba “Italia a Fondo” y ya veníamos de vuelta cuando paramos en Milán para almorzar. Después de la comida tuvimos 45 minutos de tiempo libre para echarle un vistazo al Duomo y dar un paseíllo por las Galerías Vittorio-Emanuele. Durante el viaje habíamos hecho amistad con Gonzalo, coronel médico, licenciado en Granada, e hicimos la visita juntos. Aquella noche debíamos cenar en Niza y, como seguramente, no íbamos a hacer muchas paradas en el camino, se hacía necesario aliviar la vejiga.
- Yo voy a ver si me meo un café –dije-.
- Te acompaño –contestó Gonzalo-.
Quiosquera y Dalr no dijeron nada, pero se apuntaron también. Entramos, pedimos los cafés y sacamos el periscopio en busca del letrero que indicaba “servicios”. Gonzalo, que dominaba mejor el italiano, preguntó; el camarero nos señaló una puerta que daba a una calle, a espaldas de las galerías; extrañados salimos por la puerta: en realidad, era una plazoleta o patio interior, en uno de cuyos lados otra puerta conducía a los lavabos.
Gonzalo abría camino. A la izquierda había un par de lavamanos y, delante, dos puertas accedían a los retretes. La puerta de la derecha estaba medio abierta; Gonzalo me la cedió. Por un momento quedamos en fila: la puerta de la izquierda, Gonzalo, yo y la puerta de entada, que era por donde se colaba la luz que medio iluminaba la sala. Gonzalo abrió su puerta, alzó el pie para entrar y… ¡la vi!
- ¡Gonz…!
- ¡Chof!
- ¡Mierda!
La pisó: una catalina en forma de plasta digna del culo de un elefante, situada entre la puerta y el plato del retrete, donde Gonzalo se había hundido hasta el empeine. Mientras meábamos, no me podía aguantar la risa, aunque intentaba disimular para que mi amigo no subiera el tono de sus juramentos en arameo. Finalmente oí que él también reía y pude dar rienda suelta y soltar una carcajada.
- ¡La madre que lo parió! –decía Gonzalo- Lo que no me explico es cómo coño ha puesto el culo ese tío "pa" cagarse aquí.

Mientras trataba de limpiar el zapato, una señora se asomó.
- ¿Está limpio el lavabo? –preguntó-.
- ¡Señora…! Usted misma –y le mostré el circo-.
Dio un paso adelante y vio el espectáculo.
- ¡Hoh! ¡Yo reviento pero ahí no meo!

Cuando volvimos al bar, la señora le estaba pegando un chorreo de padre y muy señor mío al camarero, que, por cierto, no parecía inmutarse. 

miércoles, marzo 06, 2013

Esclavos del lenguaje



Cada tarde me toca recoger a mamá en el “cole” y, a pesar de que el trayecto es corto, me hago acompañar por cualquiera de las emisoras que transmiten un programa Encarna Sánchez style. En realidad, cualquiera de estos programas, que son un tostón, vale para hacer un par de kilómetros, entre ida y vuelta, sin que el oyente pierda totalmente los nervios; incluso, a veces, se permiten el detalle de despertar un cierto interés o curiosidad. Ayer, martes, el director de uno de ellos anunciaba que Mango había tenido que cambiar el contenido de su web porque en Francia se habían cabreado debido al uso de la palabra esclava dando nombre a una pulsera. Con un cierto tono de choteo hacía referencia a la acepción quinta del Diccionario de la Real Academia Española:
Esclava: pulsera sin adornos y que no se abre.
Una reportera completaba la noticia: “Según informa Economía Digital, dos actrices francesas y una columnista (supongo que francesa también) han puesto a Mango a caer de un burro porque en su catálogo anuncia una pulsera de eslabones, placa de identidad y cerrada como slave o style esclave cuando, en todo caso, debería denominarla como identity bracelet. La columna crítica pone de manifiesto que “la esclavitud no es moda” y que “Mango trivializa tragedias… que aún hoy afecta a millones de personas alrededor del mundo” (sic). Mango ha pedido perdón y ha cambiado el nombre de la esclava en su web francesa”.

Que las francesas protesten por semejante chorrada no es intrínsicamente grave, si bien es verdad que antes de poner a parir una firma deberían haber averiguado que los españoles solemos poner nombres a los objetos según nos suena o nos parece; así a la Torre de Radio-televisión Española de Madrid se la llama el Pirulí, a la Torre Agbar en Barcelona, el Supositorio, y a la Plaza Juan Carlos I, la Plaza del Lápiz porque en el centro de la misma hay un obelisco que termina en punta piramidal. Tampoco es grave que Mango pida disculpas y cambie su web francesa, puesto que lo suyo es hacer negocio y no se puede permitir perder ventas por ninguna causa. Lo que es grave es que la reportera española les dé la razón y defienda la postura francesa diciendo que ningún idioma llama esclava a una pulsera, ni siquiera los derivados del latín; y abunde en que hay que cambiar el idioma español para evitar expresiones como “hacer el indio” o “trabajar como un chino”. En realidad es “engañar como a un chino” y “trabajar como un negro” (los esclavos de nuestra civilización han sido mayormente los negros). Es verdad que la española se quedó aquí y no entró en expresiones como “me cago en los moros”, “esto es una judiada” o “ese niño es un cafre o un morisco”; seguramente sería aceptable “despedirse a la francesa” o “hacerse el sueco” porque, al fin y al cabo, tanto franceses como suecos son blancos y el racismo no cuenta contra ellos. Será, igualmente, mal visto ponerse unos pendientes que se llaman criollas, llamar marranos a los judíos conversos, ir al campo a coger moras o soplarse unas judías con chorizo.

Acabo de visitar Brasil, país habitado en su franja costera por individuos que van desde el negro betún hasta el moreno pálido, y no sorprende en absoluto ver cómo se relacionan entre sí sin tener en cuenta la cantidad de sangre de origen africano que lleven en sus venas. Nuestra guía era mulata y a los de piel oscura (tirando a negro) no los llamaba subsaharianos, los llamaba negros, y a los de piel más clara tampoco los llamaba caucásicos o indoeuropeos, sino blancos… Tal vez sea que los brasileños ya han superado la fase de complejo racista, mientras que los europeos nos obsesionamos con lo políticamente correcto. Y esto viene de largo. Es que ya no se pueden contar ni chistes; si el chiste se refiere a un agarrao, se enfadan los catalanes; si el chiste es de borrachos, se enfadan los andaluces… ¡como si tuviera gracia un borracho que no sea andaluz! Al final sólo podremos contar chistes de leperos porque en Lepe lo aguantan todo y se ríen de un entierro si falta hace.
Al final, entre que en los plurales hemos de mentar los dos géneros, que en cuestiones de religión hemos de evitar alusiones que cualquiera de ellas considere ofensiva (léase jamón, por ejemplo), que en asuntos familiares o de género hemos de tener en cuenta que no hay dos sexos sino cuatro, que no existen lisiados sino disminuidos físicos o psíquicos, que, en definitiva, no hay personas distintas (anormales) sino no-standard (valiente gilipollez A=no, NORMAL=estándar, no-standard=ANORMAL pero en inglés), lo tenemos muy jodido para entendernos porque o no paramos de hablar o tenemos que quedarnos callados por no encontrar la palabra adecuada. Mientras tanto, los políticos se dicen el nombre del puerco y no pasa nada.

O yo soy muy racista, muy racista, muy racista, o medio mundo se está volviendo lelo.

domingo, marzo 03, 2013

¿Fracaso o demora?


Corría el mes de marzo de 2002 cuando aterricé por primera vez en las Islas Británicas; anteriormente había visitado la parte continental del Reino Unido, concretamente cuando me acerqué a saludar a las monas de Gibraltar y los a llanitos del estrecho. Dados los antecedentes y no queriendo hacer demasiada sangre, mi familia y yo nos pusimos como objetivo llevarnos por delante a la Reina Madre, en la seguridad de que, por grande que fuese el daño, siempre sería menos perjudicial que si liquidábamos a Isabel II o al Príncipe de Gales. En Pies para quiosquero, “Casualidad o mal fario”, relaté cómo se sucedieron los hechos y cómo el día de Viernes Santo se consumó el maleficio; también conté que una familia de allende los mares nos preguntó si teníamos pensado visitar Venezuela.
- Es por si su “mala influencia” se cumple con Chávez y nos lo quitan de en medio ¿saben?
Han pasado 10 años largos sin que tuviésemos oportunidad de viajar a las Américas y, aunque hemos recordado muchas veces el incidente de 2002, tanto el presidente venezolano como Fidel Castro (que es otro de los que esperan nuestra visita para retirarse definitivamente) se han mantenido firmes, si bien no disfruten de muy buena salud.

Cuando en noviembre de 2012 embarcamos en Barcelona rumbo a Brasil, no se me ocurrió qué personaje importante de aquellas tierras debería echarse a temblar; si acaso, podría tocarle a Lula, pero no tenía ningún presentimiento en que apoyar tal posibilidad. Pensé que era posible que, dado que no soy un asiduo visitante del Nuevo Continente, Fidel Castro se las valiese de mi relativa cercanía y dejase de ser la sombra que se abate sobre Cuba. Era, sin embargo, muy forzado.

Lo comentamos con nuestros compañeros de mesa y se lo tomaron ciertamente a pitorreo. Hasta que la tripulación nos avisó que nos desviábamos a Cabo Verde por una urgencia sanitaria. Las noticias se filtran y los rumores corren: las urgencias eran dos; por una parte habíamos de desembarcar una pasajera que había sufrido un ictus y, por otra parte, aprovechábamos la parada para entregar un fiambre, víctima de un infarto.
- ¿Vosotros sois gafes o qué? –dijeron nuestros compañeros.
- ¡Qué  va! –nos defendimos-. La experiencia nos dice que sólo se ven afectados personajes importantes y siempre que no viajen con nosotros.
No acabaron de creérselo, mucho menos después de comprobar que medio pasaje estaba afectado por una gripe rara que mantenía al equipo sanitario trabajando a tope y que se acercaba peligrosamente a quienes se relacionaban con nosotros, Quiosquera incluida.
Las sospechas se agravaron después de que el capitán nos informase que acelerábamos la marcha para adelantar nuestra llegada a Recife debido a una nueva urgencia médica. Radio Macuto informó que esta vez eran cuatro los difuntos, incluido un suicido por “over” dosis. Lo cierto es que nuestra arribada a Recife estaba prevista para las 2 de la tarde y a las 7 de la mañana ya estábamos en puerto. No nos dejaron bajar, sin embargo.

Durante la travesía del Atlántico estuvimos desinformados; el satélite de RTVE no tiene previsto que, fuera de nuestras aguas territoriales, naveguen pateras con españoles a bordo. Las únicas emisoras que se veían eran una italiana y otra alemana; la italiana daba continuamente programas al estilo Rafaela Carrá y la alemana no había dios que la entendiera. Llegados a Recife, empezamos a conectar con la televisión brasileña y nos enteramos que las había palmado Óscar Niemeyer, arquitecto que diseño y/o construyó parte de los edificios importantes de Brasilia. Bien podía ser éste el personaje célebre afectado por nuestro maleficio, pensé, aunque no me convenció la idea, toda vez que del citado arquitecto no sabía yo ni que fuera brasileño ni que hubiera sido el artífice de su capital y no me gusta apropiarme méritos que no son míos. Finalmente, el 10 de diciembre, creo, dieron la noticia del traslado de Hugo Chávez a La Habana para una operación de urgencia. Es cierto que Venezuela (Caracas) queda un poco alejada de Recife y de la ruta que seguíamos pero ¿por qué una piraña despistada no hubiera podido recoger  la onda maléfica, subir el Amazonas, trasvasar al Orinoco y, por algún atajo desconocido, llegar hasta el lago Maracaibo?

Chávez continúa en paradero desconocido (dentro, claro está, del Hospital Militar de Caracas) y Maduro ya no sabe cómo explicar su estado de salud (como Gospedal con la indemnización de Bárcenas). Démosle tiempo al tiempo y después determinaremos si conservamos o hemos perdidos los poderes de que gozábamos en el extranjero.

Martes, 05 de marzo, 23:30h. ¡Vaya, hombre! Acaban de anunciar la muerte de Hugo Chávez.