Esclavos del lenguaje
Cada
tarde me toca recoger a mamá en el “cole” y, a pesar de que el trayecto es
corto, me hago acompañar por cualquiera de las emisoras que transmiten un
programa Encarna Sánchez style. En
realidad, cualquiera de estos programas, que son un tostón, vale para hacer un
par de kilómetros, entre ida y vuelta, sin que el oyente pierda totalmente los
nervios; incluso, a veces, se permiten el detalle de despertar un cierto
interés o curiosidad. Ayer, martes, el director de uno de ellos anunciaba que
Mango había tenido que cambiar el contenido de su web porque en Francia se
habían cabreado debido al uso de la palabra esclava
dando nombre a una pulsera. Con un cierto tono de choteo hacía referencia a la
acepción quinta del Diccionario de la Real Academia Española:
Esclava: pulsera sin adornos y que no se
abre.
Una
reportera completaba la noticia: “Según informa Economía Digital, dos
actrices francesas y una columnista (supongo que francesa también) han puesto a
Mango a caer de un burro porque en su catálogo anuncia una pulsera de
eslabones, placa de identidad y cerrada como slave o style esclave
cuando, en todo caso, debería denominarla como identity bracelet. La columna crítica pone de manifiesto que “la esclavitud no es moda” y que “Mango trivializa tragedias… que aún hoy
afecta a millones de personas alrededor del mundo” (sic). Mango ha pedido
perdón y ha cambiado el nombre de la esclava en su web francesa”.
Que
las francesas protesten por semejante chorrada no es intrínsicamente grave, si
bien es verdad que antes de poner a parir una firma deberían haber averiguado
que los españoles solemos poner nombres a los objetos según nos suena o nos
parece; así a la Torre de Radio-televisión Española de Madrid se la llama el
Pirulí, a la Torre Agbar en Barcelona, el Supositorio, y a la Plaza Juan Carlos
I, la Plaza del Lápiz porque en el centro de la misma hay un obelisco que
termina en punta piramidal. Tampoco es grave que Mango pida disculpas y cambie
su web francesa, puesto que lo suyo es hacer negocio y no se puede permitir
perder ventas por ninguna causa. Lo que es grave es que la reportera española les
dé la razón y defienda la postura francesa diciendo que ningún idioma llama
esclava a una pulsera, ni siquiera los derivados del latín; y abunde en que hay
que cambiar el idioma español para evitar expresiones como “hacer el indio” o “trabajar como un chino”. En realidad es “engañar como a un chino” y “trabajar
como un negro” (los esclavos de nuestra civilización han sido mayormente
los negros). Es verdad que la española se quedó aquí y no entró en expresiones
como “me cago en los moros”, “esto es una judiada” o “ese niño es un cafre o un morisco”;
seguramente sería aceptable “despedirse a
la francesa” o “hacerse el sueco”
porque, al fin y al cabo, tanto franceses como suecos son blancos y el racismo
no cuenta contra ellos. Será,
igualmente, mal visto ponerse unos pendientes que se llaman criollas, llamar marranos a los judíos conversos, ir al campo a coger moras o soplarse unas judías con chorizo.
Acabo
de visitar Brasil, país habitado en su franja costera por individuos que van
desde el negro betún hasta el
moreno pálido, y no sorprende en absoluto ver cómo se
relacionan entre sí sin tener en cuenta la cantidad de sangre de origen africano
que lleven en sus venas. Nuestra guía era mulata y a los de piel oscura
(tirando a negro) no los llamaba subsaharianos,
los llamaba negros, y a los de piel más
clara tampoco los llamaba caucásicos
o indoeuropeos, sino blancos… Tal vez sea que los brasileños
ya han superado la fase de complejo racista, mientras que los europeos nos
obsesionamos con lo políticamente correcto. Y esto viene de largo. Es que ya no
se pueden contar ni chistes; si el chiste se refiere a un agarrao, se enfadan
los catalanes; si el chiste es de borrachos, se enfadan los andaluces… ¡como si
tuviera gracia un borracho que no sea andaluz! Al final sólo podremos contar
chistes de leperos porque en Lepe lo aguantan todo y se ríen de un entierro si
falta hace.
Al
final, entre que en los plurales hemos de mentar los dos géneros, que en
cuestiones de religión hemos de evitar alusiones que cualquiera de ellas
considere ofensiva (léase jamón, por ejemplo), que en asuntos familiares o de
género hemos de tener en cuenta que no hay dos sexos sino cuatro, que no
existen lisiados sino disminuidos físicos o psíquicos, que, en definitiva, no
hay personas distintas (anormales)
sino no-standard (valiente gilipollez
A=no, NORMAL=estándar, no-standard=ANORMAL
pero en inglés), lo tenemos muy jodido para entendernos porque o no paramos de
hablar o tenemos que quedarnos callados por no encontrar la palabra adecuada.
Mientras tanto, los políticos se dicen el nombre del puerco y no pasa nada.
O
yo soy muy racista, muy racista, muy racista, o medio mundo se está volviendo
lelo.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio