El milagro de la Sanidad Nacional
Hay políticos de muchos colores, formados ideológicamente en distintas escuelas; todos ellos, sin embargo, estudiaron economía en la misma academia: ESADE, tal vez. Para ellos, ahorrar significa ingresar más y suprimir gastos necesarios; a ninguno se le ha ocurrido que ahorrar pueda significar gastar el dinero que se tiene (y sólo el que se tiene) de forma consecuente, atendiendo primero las necesidades más urgentes.
Por ejemplo, para controlar el gasto sanitario se han tomado dos medidas de control: primero se crea el copago farmacéutico con efectos “disuasorios”, y, después, se establece un doble control al emitir la receta electrónica para que el vejete o el incapacitado no le choricen a la Sanidad Pública medicinas que no necesitan.
Recién echada a andar en España la “medida disuasoria” (Cataluña, rizando el rizo, ha puesto en marcha el copago como hecho común y el repago como hecho diferencial), tuve que renovar la receta electrónica de mi madre. Acudí al médico de cabecera y, en menos de dos minutos, ya tenía medicinas para un año más.
- No le renuevo los pañales para la incontinencia –dijo el médico-; como no son un medicamento, ha de renovarlos la enfermera.
Bueno, era una forma de ahorrar tiempo al médico; un par de segundos no más. No es que mi madre mee mucho, pero dos segundos de aquí, tres de allá y otros tantos de acullá al final tienen su incidencia en los Presupuestos Generales del Estado.
La enfermera no era enfermera, sino enfermero; probablemente un gran experto en entablillar muñecas y pinchar culos. Claro que la faena para la que se le requería era más sencilla: marcar en el ordenador el tipo de pañales que iba anotado en la antigua receta electrónica. Dieciocho (18) minutos de arduas discusiones con la pantalla empleó el buen hombre en obtener el modelo adecuado de pañal. Que digo yo que por poco que gane el técnico de grado medio respecto al licenciado...
No fue eso todo. Los pañales deben ser artículo de mangoneo especial ya que, además de la firma del enfermero, es necesaria la firma del inspector; eso significa que el pincha culos tuvo que abandonar su puesto de trabajo para solicitar por fax el correspondiente permiso. Es lógico que con semejante gasto de recursos el gobierno “solicite” la ayuda económica de los pacientes e invente medidas “disuasorias” que eviten el descalabro de la Sanidad Nacional.
En todos sitios cuecen habas. Lo que acabo de contar sucedió en Aguadulce (Almería). Recién vuelto a casa, pasé unos días en Cubelles y me tocó acercarme a que me recetasen el menú del mes. Aquí sí tiene validez la Tarjeta Sanitaria Autonómica; posiblemente hasta puede ser que el médico tenga acceso a la lista de medicamentos que habitualmente tomo, pero algo no acaba de cuadrar.
- Oiga –dije al médico cuando empezó a imprimir las recetas en papel verde-, estoy jubilado y me toca receta roja.
- Yo tengo que poner el papel que me indica el ordenador y el ordenador me dice que lo ponga verde (el papel, no a mí). Vaya a su médico de cabecera y que le rectifique la ficha.
- Hombre, llevo dos años y medio con recetas rojas y, que yo sepa, ni he descumplido años ni me han desaparecido las dolencias…
- Esto debe haberse producido con motivo de la conexión con las farmacias para que el boticario sepa lo que debe cobrar en concepto de disuasión.
Bueno, en tres meses había retornado a trabajador en activo; un nuevo milagro de la Sanidad Nacional. Quiosquera se empeñaba en ir a la farmacia con la receta verde.
- ¡Ni hablar! Mañana nos vamos a Barcelona, arreglamos la ficha y nos venimos con las recetas rojas.
- ¿No ves que así te va a salir más caro?
- Me da igual. Yo me atengo al cumplimiento estricto de la norma.
- Como el gallego.
- Eso, ¡pa joder!
Aun así nos pasamos por la farmacia. Quiosquera le contó el caso a la boticaria.
- No se preocupen; si tiene derecho a receta roja, me saldrá en el ordenador.
¡Equilicuá! El Colegio de Farmacéuticos de Barcelona sabe que estoy en clases pasivas. Otro control que el gobierno del país hace recaer en los boticarios.
Me pregunto a qué base de datos estarán conectados los ordenadores de la Seguridad Social en las afueras de la capital (autonómica).
Por ejemplo, para controlar el gasto sanitario se han tomado dos medidas de control: primero se crea el copago farmacéutico con efectos “disuasorios”, y, después, se establece un doble control al emitir la receta electrónica para que el vejete o el incapacitado no le choricen a la Sanidad Pública medicinas que no necesitan.
Recién echada a andar en España la “medida disuasoria” (Cataluña, rizando el rizo, ha puesto en marcha el copago como hecho común y el repago como hecho diferencial), tuve que renovar la receta electrónica de mi madre. Acudí al médico de cabecera y, en menos de dos minutos, ya tenía medicinas para un año más.
- No le renuevo los pañales para la incontinencia –dijo el médico-; como no son un medicamento, ha de renovarlos la enfermera.
Bueno, era una forma de ahorrar tiempo al médico; un par de segundos no más. No es que mi madre mee mucho, pero dos segundos de aquí, tres de allá y otros tantos de acullá al final tienen su incidencia en los Presupuestos Generales del Estado.
La enfermera no era enfermera, sino enfermero; probablemente un gran experto en entablillar muñecas y pinchar culos. Claro que la faena para la que se le requería era más sencilla: marcar en el ordenador el tipo de pañales que iba anotado en la antigua receta electrónica. Dieciocho (18) minutos de arduas discusiones con la pantalla empleó el buen hombre en obtener el modelo adecuado de pañal. Que digo yo que por poco que gane el técnico de grado medio respecto al licenciado...
No fue eso todo. Los pañales deben ser artículo de mangoneo especial ya que, además de la firma del enfermero, es necesaria la firma del inspector; eso significa que el pincha culos tuvo que abandonar su puesto de trabajo para solicitar por fax el correspondiente permiso. Es lógico que con semejante gasto de recursos el gobierno “solicite” la ayuda económica de los pacientes e invente medidas “disuasorias” que eviten el descalabro de la Sanidad Nacional.
En todos sitios cuecen habas. Lo que acabo de contar sucedió en Aguadulce (Almería). Recién vuelto a casa, pasé unos días en Cubelles y me tocó acercarme a que me recetasen el menú del mes. Aquí sí tiene validez la Tarjeta Sanitaria Autonómica; posiblemente hasta puede ser que el médico tenga acceso a la lista de medicamentos que habitualmente tomo, pero algo no acaba de cuadrar.
- Oiga –dije al médico cuando empezó a imprimir las recetas en papel verde-, estoy jubilado y me toca receta roja.
- Yo tengo que poner el papel que me indica el ordenador y el ordenador me dice que lo ponga verde (el papel, no a mí). Vaya a su médico de cabecera y que le rectifique la ficha.
- Hombre, llevo dos años y medio con recetas rojas y, que yo sepa, ni he descumplido años ni me han desaparecido las dolencias…
- Esto debe haberse producido con motivo de la conexión con las farmacias para que el boticario sepa lo que debe cobrar en concepto de disuasión.
Bueno, en tres meses había retornado a trabajador en activo; un nuevo milagro de la Sanidad Nacional. Quiosquera se empeñaba en ir a la farmacia con la receta verde.
- ¡Ni hablar! Mañana nos vamos a Barcelona, arreglamos la ficha y nos venimos con las recetas rojas.
- ¿No ves que así te va a salir más caro?
- Me da igual. Yo me atengo al cumplimiento estricto de la norma.
- Como el gallego.
- Eso, ¡pa joder!
Aun así nos pasamos por la farmacia. Quiosquera le contó el caso a la boticaria.
- No se preocupen; si tiene derecho a receta roja, me saldrá en el ordenador.
¡Equilicuá! El Colegio de Farmacéuticos de Barcelona sabe que estoy en clases pasivas. Otro control que el gobierno del país hace recaer en los boticarios.
Me pregunto a qué base de datos estarán conectados los ordenadores de la Seguridad Social en las afueras de la capital (autonómica).
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