El orgullo de ser español
Hace
años
me
hablaron
de
una
carta
dirigida
al
presidente
de
la
Generalitat,
D.
Jordi
Pujol,
donde
el
remitente
le
daba
las
gracias
por
haber
devuelto
la
dignidad
a
los
catalanes.
No
quedaba
claro
si
el
noble
pueblo
había
perdido
la
dignidad
por
descuido,
si
se
había
deshecho
de
ella
o
si
alguien
se
la
había
arrebatado.
Puesto
que
el
término
define
una
cualidad
humana,
más
espiritual
(o
de
talante)
que
material,
difícilmente
puede
ser
sustraída
por
nadie,
toda
vez
que,
aun
en
las
circunstancias
más
adversas,
cualquier
persona
puede
mantener
su
dignidad;
vamos,
que
a
una
doncella
se
le
puede
quitar
la
virginidad
pero
jamás
su
pureza.
Ya
lo
decía
Pedro
Crespo
en
El
Alcalde
de
Zalamea:
Al rey la hacienda y
la vida
se ha de dar, pero el
honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de
Dios.
Desde
ese
punto
de
vista,
la
referida
carta
me
sugería
que
los
catalanes
prepujolianos
fueron
seres
dignos;
después,
debido
a
causas
que
no
se
citaban
en
la
misiva,
perdieron
su
dignidad,
es
decir,
se
convirtieron
en
indignos y,
finalmente,
el
Honorable
despertó
sus
sentimientos,
recuperaron
la
dignidad
perdida
y
volvieron
a
ser
dignos.
Durante
la
pasada
Copa
de
Europa
de
Selecciones
Nacionales
de
Fútbol,
sobre
todo
a
medida
que
nos
acercábamos
a
la
final,
me ha pasado algo similar oyendo
a
los
voceros
(periodistas
de
radio,
televisión
y
prensa
escrita)
tocar
la
fibra
patria
de
aficionados
y
no
aficionados
con
frases
como
“estamos
muy
orgullosos
de
ser
españoles”
o
“estos
chicos
nos
han
devuelto
el
orgullo
de
ser
español”.
Aunque
la
dignidad
sea
una
virtud
y
el
orgullo
se
aproxime
más
a
un
vicio
bíblico,
el
modo
en
que
aquí
se
emplean
ambos
términos
es
similar.
Deducimos,
pues,
que
los
españoles
anteriores
a
2008
(salvo
quienes
vivimos
la
“gesta”
de
1964,
gol
de
Marcelino
incluido)
deberían
estar
avergonzados
de
su
nacionalidad,
que
hemos
recuperado
un
orgullo
que
sólo adquirimos
durante
un
breve
periodo
de
tiempo
y
que,
una
vez
la
Selección
Nacional
Española
vuelva
a
la
normalidad,
es
decir, regresar a casa tras
la
eliminatoria
de
cuartos
de
final
(o
antes),
volveremos
a
avergonzarnos
de
nuestro
país.
No
soy
especialmente
patriota,
pero
estoy
“orgulloso”
de
ser
español
en
la
misma
medida
que
un
francés
pueda
estarlo
por
haber
nacido
en
Francia,
un
inglés
en
Inglaterra
o
un
etíope
en
Etiopía;
independientemente
de
que
mi
nacionalidad
pertenezca
a
un
país
puntero
o
a
un
país
de
mierda,
porque,
al
fin
y
al
cabo,
esta
es
mi
mierda
y
la
de
mis
vecinos
y
es
la
que
huelo
cada
mañana
al
despertarme.
Los
patrioteros
harían
bien
en
dirigir
sus
esfuerzos
a
desarrollar
y
mejorar
un
país
en
el
que
todos
viviéramos
con
comodidad,
en
vez
de
esperar
a
que
el
azar
permita
que
unos
virtuosos
del
balón
coincidan
en
el
tiempo
y
alcancen
un
hito
del
que
podamos
presumir
(y
sentirnos
orgullosos)
sin
haber
participado
en
su
consecución.
El
orgullo
de
ser
español
(o
el
orgullo
de
ser
lo
que
sea)
no
puede
depender
de
que
un
balón
pase
o
no
entre
tres
palos.
¿Qué
habría
pasado
con
tal
orgullo
si
el
penalti
del
portugués
hubiese
ido
cuatro
dedos
más
abajo
y
el
de
Fábregas
hubiera
rebotado
en
el
palo? ¿Habríamos de avergonzarnos de ser españoles?
¡Ojo!
A
todo
esto,
me
ha
gustado
que
fueran
los
nuestros
quienes
alzaran
la
copa
aunque
haya
disfrutado
con
su
juego
mucho
menos
que
en
el
campeonato
de
2008.
España
sigue
teniendo
el
equipo
más
sólido
de
Europa,
pero
les
cuesta
Dios
y
ayuda
enlazar
jugadas
de
gol
(Italia,
Croacia,
Francia,
Portugal); tiene la pelota pero le falta la chispa del último pase a Villa o a quien pase por allí.
El
4-0
de
la
final
me
pareció
excesivo
y
el
2-0
del
primer
tiempo,
una
jugada
bien
ligada
y
una
genialidad
de
Xavi,
inmerecido;
la
segunda
parte,
con
Italia
mermada,
sólo
cuenta
para
la
estadística.
Lo
que
sí
nos
ha
devuelto
la
Selección
Española
de
Fútbol
han
sido
los
símbolos
nacionales,
símbolos
que
ni
nos
habían
quitado
ni
habíamos
perdido:
los
abandonamos
voluntariamente
hace mucho tiempo en
manos
de
la
extrema
derecha
porque,
después
de
años
de
dictadura
o
dictaduras,
nos
avergonzábamos
de
ser
españoles
o
no
estábamos
orgullosos
de
ello.
Los
símbolos
a
que
me
refiero
son
la
Bandera
y
el
Himno
Nacional.
El
Himno
ya
fue
objeto
de
estudio
a
petición
de
los
futbolistas
de
la
Selección
Nacional,
que
tenían
que
permanecer
abrazados,
silenciosos
y
mirando
al
cielo
(tenemos
un
himno
sin
letra
oficial),
mientras
otros
equipos
cantaban
el
suyo.
Los
aficionados
ya
le
han
puesto
letra:
simplemente
tararean
la
música
a
pleno
pulmón
y
son
capaces
de
alzar
su
voz
por
encima
de
la
mismísima
Marsellesa
(es
un
decir).
Sólo
falta
que
alguien
nos
enseñe
la
música
de
las
versiones
corta
y
larga
para
que
podamos
adaptar
la
letra.
Hay
estrofas
que,
musicalmente,
se
repiten
y
los
aficionados
cantores
pierden
el
compás.
Pero,
al
menos,
ya
se
ha
dado
el
primer
paso.
La
Bandera
rojigualda
está
saliendo
a
la
calle
después
de
muchos
años
en
los
que
lucir
bandera
estaba
mal
visto
por
los
progresistas.
Ellos,
sin
embargo,
presumían
desplegando
al
viento
las
insignias
de
su
partido,
sindicato
o
autonomía;
incluso,
años
atrás,
se
manifestaban
con
la
bandera
de
otro
país.
Por
una
vez,
y
que
sirva
de
precedente,
la
gente
no
se
ha
avergonzado
por
hacer
flamear
la
bandera
española
cuando
recibían
a
unos
compatriotas
que
han
hecho
historia
deportiva
y
que
sí
deben
sentirse
orgullosos
de
si
mismos
por
los
trofeos
que
han
conquistado.
Ellos.
2 comentarios:
Excelente artículo,como los anteriores. cada día tengo que agradecer más a Bandolera Bando que me facilitara el enlace a su blog.
Gracias, janialidades. Reconforta comprobar que alguien lee nuestros mensajes.
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