lunes, julio 27, 2020

San Pantaleón


Bérchules es un pequeño pueblo de La Alpujarra granadina, célebre por dos cosas: un manantial de agua agria (ferruginosa creo que se dice en fino), muy utilizada en el siglo XIX y primera mitad del XX, para fortalecer y abrir el apetito de los zagales, y la celebración de Noche Vieja (en realidad, Nochebuena, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes, cabalgata incluida) el primer fin de semana de agosto, para esparcimiento de los malos pensamientos e intenciones de los zagalones.
A finales de los 60 y principios de los 70, los de la playa teníamos 10 u 11 días locos: La Virgen del Carmen en Castell, 18 de julio nacional (excursión equina por la Rambla de Huarea), Santiago en El Pozuelo y Santa Ana en Roquetas. Si no quedábamos satisfechos, podíamos rematar el 27 de julio con San Pantaleón en Bérchules. Y es que, para entonces, todavía no se había producido el apagón que hizo trasladar Nochevieja al mes de agosto.

En el año que refiero, siempre y cuando mi amigo el alemán no haya trastocado mis recuerdos, todavía no se celebraba Santiago y algunos del grupo no habíamos podido ir a Santa Ana, así que no quedaba otro remedio que poner rumbo a Bérchules. Además, Paco Pepe había cargado las mozas en su 850 y tomado el rumbo de La Alpujarra. Yo solía viajar con el doctor R.R., pero aquel día o su padre necesitaba el coche o el coche necesitaba que Pedro el Mecánico le diera un repaso; lo cierto es que nos encontramos sin mujeres y sin coche. Por entonces, no es que yo estuviera muy ido por Quiosquera, apenas hacía un mes que la conocía y no más de 10 días que había tenido con ella mi primera charla en profundidad, pero empezaba a encontrarme a gusto, y ella era parte del cargamento de Paco Pepe: se imponía, por tanto, buscar una alternativa y acudir a San Pantaleón.
La alternativa fue Paco Luís, que no tenía previsto salir de fiesta aquella noche y, cuando llegamos a su casa, lo encontramos despojándose de la ropa del trabajo. Nos costó convencerlo; al final accedió y ya casi oscurecía cuando tomamos el camino de la sierra. Me vuelve a fallar la memoria; sé que íbamos el doctor, Constantino, Paco Luís y yo, pero dudo si también iba el boticario de Sucina. Él lo confirmará.
Habíamos traspasado la Contraviesa e iniciado los primeros repechos que ascienden a Cádiar, cuando el R-10 empezó a fallar. Hasta que falló del todo y se paró. Por más que Paco Luís lo intentó, no hubo manera de arrancar. Y estábamos cuesta arriba. Alguien observó que cincuenta metros más adelante había un llano con tendencia a la baja, me pusieron al volante y empezaron todos a empujar. Como yo no empujaba, no me hacía una idea del esfuerzo que le costaba a mis compañeros, así que, puestos a seguir la fiesta, pisé el freno al inicio de un repecho. Creo que no les gustó la broma; no dijeron nada, pero a esa hora a mi madre se le pusieron las orejas coloradas. Y, total, para nada, porque el coche no arrancó.
Pasó un camión de Cervezas Alhambra (o Cruzcampo, vaya usted a saber) y el doctor y Constantino se fueron en busca de ayuda. Volvieron al cabo de un buen rato con una lata de gasolina; el camión los había dejado en la gasolinera de Cádiar y compraron combustible por si acaso. Vinieron en un 4L de un tío que estaba repostando. Tampoco arrancó el coche y le pedimos al del 4L que nos llevara a Bérchules. Nos cobró 400 pts, para nosotros una barbaridad.
En la plaza del pueblo estaba medio Pozuelo: Paquito Casas y sus hermanas, Paco Pepe y las mujeres Romera, Roberto y su mujer… y José el de Luto. José se había comprado un 600 de quinta o sexta mano, que se pasaba en el taller más tiempo que funcionando. Aquella noche fallaba el arranque y allí estaba el coche en medio de la plaza con el motor en marcha. José el de Luto explicaba como había sido el viaje hasta Bérchules.
- Chiquiyo, m'han zalío un par de coneoh por el camino y loh doh me z'han ehcapao por un pelo; al llegah a la curva han zeguío rehtoh y z'han ío fuera de la carretera. ¡Qué par de coneoh máh hermozoh!
Nos extrañó que, a la hora que era, no estuviese la gente en el baile. Nos lo explicaron.
- Estábamos en el baile y ha llegado la Guardia Civil. Parece que no habían sacado el permiso y nos han echado a todos a la calle.
En el bar de la plaza había un futbolín y nos enganchamos a echar una partida. Mientras, José el de Luto, más previsor que el resto, trajo un par de ruedas de churros. Nos las comimos en un santiamén y sin dejar de jugar. Recuerdo que cuando daba un castañazo en defensa, me resbalaban las manos en la empuñadura por efecto del aceite de los churros.
En vista de que la fiesta no tenía visos de arreglarse, Roberto propuso que nos acercásemos a Murtas y allí nos tomaríamos unas cañas. Por el camino intentamos arrancar el coche de Paco Luís y, en un principio, pareció funcionar, pero camino de Murtas nos paramos porque se estaba quedando sin luces. Mientras los “expertos” intentaban averiguar qué pasaba yo saqué mi armónica y fui a darle una serenata a las niñas. No es que sepa tocar (tengo un oído enfrente del otro), pero mi amigo Bernardo de Alcaudete me había enseñado un par de canciones e hice un esfuerzo por reproducirlas. Las notas estoy seguro de que las di, pero por el ritmo no pongo la mano en el fuego. A 10 metros de distancia oía a José el de Luto.
- ¡Auh, chiquiyo, qué par de coneoh máh hermozoh!

Decidimos que lo mejor era volverse e irse a casa. El coche de Paco Luís seguiría al 600 de José y Paco Pepe iría detrás alumbrando. Paquito Casas dijo adiós con el pañuelo y se perdió en la noche. No duraría mucho la aventura. Yo iba en el coche de atrás con las niñas y vimos como se abrían las puertas del R-10, saltaban los pasajeros a la carretera y frenaban el coche sujetándolo como pudieron. Los frenos se habían calentado y empezaban a fallar. Tuvimos que dejar allí el coche de Paco Luís y distribuirnos entre el resto de vehículos.
Así acabó la noche.
- ¡Lástima de aquel par de conejos tan hermosos!

sábado, julio 25, 2020

Santiago 2020


Cincuenta años, diez lustros, medio siglo… Casi la vida de un cristiano hace, cuando allá por 1970 se celebró la primera fiesta de Santiago Apóstol en El Pozuelo. Todos los eventos importantes (y éste lo fue) dejan un montón de anécdotas para luego contar a los nietos. De este día elijo una de la que poca gente tiene conocimiento y, tal vez, quienes estuvieron cerca del protagonista ya ni se acuerden.

Enfilaba Santiago la calle de En medio, dirección la Placeta, cuando en la parte alta de la calle que hoy se llama Mediterráneo (creo) y que entonces se conocía como la del Badén de Rosendo, se abrió una puerta. Con la ropa limpia de los domingos y la boína bien cepillada, Calele arrancó con paso torpe hacia donde transcurría la procesión; a esas alturas de la tarde andaba con la tasa de alcohol en sangre un poco elevada. Digo andaba cuando, en realidad, debería decir serpenteaba, tal era el trazo de calle que seguía. Llegó a la esquina de la calle justo cuando Santiago cruzaba por delante de la tienda de Juanico el de Jacoba. Esperó unos instantes hasta que el santo llego a su altura, se quitó respetuosamente la gorra y gritó:
- Viva Zantiago.
Entre la escandalera que formaban los de la romería, la tasa de alcohol y que Calele no era precisamente un hombre de expresión fácil y clara, apenas fue un murmullo lo que salió de su garganta. La gente ni lo oyó ni respondió.
Justo detrás de las andas íbamos Jaime el Sevillano y yo. Jaime se dio cuenta del suceso y echó una mano. Con veinte y muy pocos años, gozaba de una cierta potencia pulmonar y su voz retumbó.
- ¡¡¡VIVA SANTIAGO!!!
- ¡¡¡VIVAAAÁ!!!-respondió el acompañamiento-.

Calele dibujó en su rostro lo que pretendía ser una sonrisa, se encasquetó la boína y enfiló hacia su casa antes de que Jacobilla lo echara en falta.

domingo, julio 12, 2020

Cantinflas


Mi amigo Federico Galdeano era aficionado al fútbol y al ciclismo. En fútbol encontró dos obstáculos insalvables: su padre y Pontoni. Antonio Tomás, su padre, era un padre de los de antes; quiero decir que era de los que pensaba que en la vida había dos opciones de futuro: o valías para estudiar o… ¡a trabajar al campo! Lo demás eran pollas en vinagre. Se decía que, alguna vez que tita Segundina le había regalado una pelota (de goma, por supuesto), papá Antonio sacaba la navaja corva y de un tajo hacía dos pelotas. Aun así, llegó a jugar en el Poli Ejido cuando estaba en categoría regional. Allí lo vio Pontoni, a la sazón entrenador del Adra, y lo puso a correr dando vueltas al campo; cuando a la segunda vuelta se paró asfixiado, Pontoni lo mandó a casa:
- Haz mucha gimnasia y, cuando seas un atleta, vuelve y lo probamos otra vez.
Al Federico le gustaba patear el balón, pero en absoluto la gimnasia, así que allí terminó su aventura futbolística. Bueno, en realidad no; jugó un par de veranos en el Club Juventud Mediterráneo.
El ciclismo fue otro cantar; no le gustaba lo suficiente como para dedicarse en plan profesional, sino que, cuando pillaba una bicicleta, se marcaba un circuito entre la recurva de El Pozuelo y el Cortijo de las Chumbas y se ponía a dar vueltas, tal que el Tour de Francia estuviese disputando. Yo lo veía sentado en el tranco de la puerta de mi casa. Cada vez que pasaba gritaba el nombre de un ciclista famoso; se me quedaron unos cuantos:
- ¡Federico Martín Bahamontes…! -decía-
- ¡Jiménez Quiles…!
- ¡Botella…!
- ¡Cantinflas…!
  
El Torres, al que ya presentamos con ocasión de un artículo sobre la cría del arcagüey, también fue un gran aficionado al fútbol y al ciclismo. Creo que también practicaba la caza del conejo, pero eso no va con el tema de hoy. Como futbolista lo vi jugando de defensa derecho en el Club Juventud Mediterráneo; me llamó la atención que, cada vez que chutaba el rival y paraba nuestro portero, el Torres aparecía corriendo como una exhalación para cubrir las espaldas del guardameta. Si el portero no la paraba… el Torres llegaba tarde. Ha habido varios futbolistas a lo largo de la historia que han jugado con un pañuelo en la frente: Pichichi, Quincoces, Sertucha, Isidro… y el Torres.
Hoy me interesa su etapa como ciclista. El Torres era tan rápido, proporcionalmente, dando pedales como corriendo detrás del balón. Un día apareció con una bicicleta de carreras que, según comentábamos los niños de la escuela, le había comprado mi tío Domingo, médico del vecino pueblo de Adra; también decían los entendidos que no era una bicicleta reglamentaria porque pesaba 12 kilos o más y la que usaban los profesionales se quedaba en 8. Sea como fuere, alguien se enteró de que se iba a disputar un trofeo ciclista en Adra, que tendría gran repercusión mediática porque participaba nada menos que Cantinflas. No había oído ese nombre desde que se lo escuchase al Federico, y eso que, durante la vuelta ciclista a España, lo buscaba en la clasificación que daba Ideal de Granada. Sólo sabía que era pescaero y que repartía el pescado pedaleando por aquellas sierras. No lo encontré nunca en las páginas del diario y llegué a pensar que no existía.
El Torres entrenó como no lo había hecho hasta entonces; cada vez que en el campo los hombres paraban para un descanso (echar un cigarrillo), él cogía la bicicleta y subía y bajaba a toda pastilla a la Torre de Huarea para llegar antes de que sus compañeros apagasen la colilla.
Llegó el día de la carrera y medio Huarea se desplazó a Adra para gozar del espectáculo y aplaudir a su favorito. En Adra, un mecánico se encargó de poner las bicicletas a punto: tensar la cadena, apretar las palometas, inflar las ruedas… Los corredores salieron de estampida y se perdieron de vista. La espera fue tensa hasta que, al fin, alguien gritó:
- ¡Ya vienen!
En efecto, a 500 m. apareció el pelotón y el Torres a la cabeza; les sacaba una ventaja de 40 o 50 m. Cuando faltaban menos de 200, la bicicleta del Torres hizo un extraño y empezó a perder velocidad hasta pararse; entró el último de aquel pelotón con la bicicleta al hombro. Se le había partido la cadena. Entre la gente de Huarea corrió el rumor de que el mecánico que había puesto a punto las bicicletas era hermano de Cantinflas. Blanco y en botella… Los huareeños se acercaron al mecánico, que celebraba el triunfo de Cantinflas. Hubo una discusión agria, pero algo debió de decir que no gustó a mi tío Pepe.
- ¡Cálmese usted y respete a la gente -dijo mi tío-, que éste (levantó el puño izquierdo) es primo hermano de éste (puso el puño derecho a la altura del izquierdo y ambos delante de la cara del “hermano de Cantinflas”)!
Esto me lo contaba en el patio de mi casa, junto al brocal del pozo, e imagino lo que debió pensar el adreño. A ver, mi tío Pepe era como Obélix en versión Huarea, y si el galo había caído en el caldero de la pócima de Panoramix, mi tío se alimentó del puchero de mi abuela, que, aparte de los garbanzos, estaba aderezado con hinojos, unas cucharadas de manteca y sus correspondientes morcillas. ¡Ah, Pepe Romero no comía postre, remataba la comida con medio kilo de tocino de hoja, y si estaba rancio, mejor!
No es de extrañar que el hermano de Cantinflas hiciera como el valentón del soneto de Cervantes y actuara de la misma forma:
“Caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese y no hubo nada”
No participó el Torres, que yo sepa, en ninguna otra competición.

P.D. Si no fuera por esta anécdota, que me contó mi tío, hubiera pensado que Cantinflas fue un invento de mi amigo Federico. He buscado varias veces en Internet y el único Cantinflas que encontré fue siempre Mario Moreno. Lo he intentado otra vez:
· GOOGLE
· Cantinflas (intro)… Mario Moreno, actor mejicano, etc.
· Cantinflas adra ciclismo (intro)… Clásicos populares (I): Isidro Fernández, “Cantinflas”|Adra, Ideal
¡Eureka!
“Clásicos populares” es una columna de Francisco Cuenca, que publicó o publica IDEAL de Granada y que se inició el 9 de enero de 2018, precisamente con el artículo dedicado a Isidro Fernández, “Cantinflas”. La columna es muy de nuestro estilo y merece la pena leerla (pinchar aquí)