lunes, noviembre 27, 2006

Engañar a Dios

Leo en la prensa: “El Vaticano sopesa la posibilidad de permitir el uso del condón como un bien social en la lucha contra el sida”.

Soy cristiano católico porque así me educaron. Si hubiese nacido en Marruecos sería musulmán y de haberlo hecho en la India sería hindú. Y en todos los casos intentaría cumplir los preceptos que, para mí, fuesen básicos.
Entiendo que todas las religiones supusieron un paso adelante en un determinado tiempo y lugar pero con el paso de los años no supieron adaptarse a los nuevos tiempos. Todo lo contrario. Al relajarse las formas, los puritanos endurecieron los preceptos. No es problema del “libro santo” de cualquier religión sino de su interpretación posterior. Los males no derivan del Corán, derivan de la Sunna. No vienen de la Torá sino del Talmud. No son tan descabellados los Evangelios sino los dogmas y misterios. Es decir, las zancadillas teológicas han sido añadidas posteriormente.

Es cierto que, con la perspectiva del siglo XXI, cualquier religión aparece totalmente obsoleta y seguramente lo está, dado que su adaptación ha sido la de dar un paso adelante y dos hacia atrás.

En religión de 5º curso estudiábamos Moral Católica y el profesor nos instaba a resolver problemas bajo la perspectiva del dogma y los Evangelios. Precisamente era el 6º mandamiento el que avivaba las polémicas. Llegué a entender que el Vaticano no admitiese la píldora en cuanto que era un medicamento cuya ausencia de nocividad aún no estaba probada. No entendí, sin embargo, la pecaminosidad del condón. El cura nos había explicado que el acto sexual cumplía una doble función: la procreación y la satisfacción de la líbido. Pero daba la sensación que a los católicos sólo se nos permitía lo primero. Luego habló del método de Ogino que, por entonces, yo interpreté como echar un kiki a ojo. Cuando, durante la tertulia posterior, defendí el uso del condón frente al método Ogino, basándome en que ambos pretendían lo mismo, estuvo a punto de echarme de clase por hereje. Claro que yo había afirmado que el que utiliza condón va a pecho descubierto mientras que los seguidores de Ogino pretendían nada menos que engañar a Dios.

Algo similar observé entre los judíos en mi visita a Jerusalén. Coincidieron aquel año la Pascua Católica y la Pascua Judía. Mientras visitábamos Mea Shearim, barrio en el que viven mayoritariamente los judíos ortodoxos, observamos hogueras en medio de la calle donde los israelitas de los tirabuzones iban quemando libros, revistas y otros papelazos. El guía nos explicó de qué iba aquello:
- Durante la Pascua, ningún judío puede tener en su casa objetos impuros y por eso los queman.
- ¿Qué pasa –preguntó el listillo de turno- si tienen un cuadro de gran valor con una tía desnuda?
- El judío tiene soluciones para todo. En ese caso, venden el cuadro, bajo contrato, a un amigo musulmán. Una de las cláusulas del contrato dice que el musulmán no puede vender el cuadro durante la Pascua y otra que el musulmán venderá el cuadro al judío por el mismo precio de compra una vez finalizada la fiesta.

Engañar a Dios.

De aprobarse el uso del condón como bien social me asalta una duda. ¿Indultarán a los malditos que arden en el fuego eterno del infierno por haber usado el condón antes de que se declarase legal?

jueves, noviembre 23, 2006

Y los sueños, sueños son

El 11 de mayo de 1966 es una fecha que me quedó grabada en la memoria. Aquel día debían producirse dos eventos que, por entonces, eran importantes para mí.
Por la tarde, el Real Madrid jugaba su 8ª final de la Copa de Europa después de eliminar, contra pronóstico, al Inter de Jair, Mazzola, Peiró, Suárez y Corso. Todavía me gustaba mucho el fútbol y, dado que el Betis no estaba en condiciones de aspirar a título alguno, mis preferencias se inclinaban por el Madrid.
Por la mañana tenía el examen final de Literatura de 6º de bachiller.

Yo fui un estudiante mediocre que, a base de estímulos externos, sacaba buenas notas. Cada año me marcaba dos asignaturas con el objetivo de lograr una calificación de sobresaliente o, si la suerte acompañaba, matrícula de honor. Auriol, uno de mis compañeros, era un fenómeno. Menos en F.E.N., gimnasia y dibujo, sacaba matrícula en todas las asignaturas y mi estímulo externo era intentar joderle una. En Matemáticas era imposible porque el tío tenía una cabeza impresionante pero para cabezón, yo. Y cada año la marcaba como objetivo. La otra asignatura variaba en función del capricho que me pasara por la cabeza a principios de octubre y, en dos o tres ocasiones, lo eliminé de la lucha por el título. En 1966 las asignaturas elegidas fueron Matemáticas, como siempre, y Física. No contaba con Don Sixto.

Como él mismo se definía, Don Sixto era, eran, 120 kgr de carne de cura y, esto lo digo yo, un cura muy peculiar. Aparecía siempre 15 minutos antes de empezar la clase y aparcaba su Gogomóvil en la misma puerta del colegio. Sacaba una pierna, luego la cabeza y se enderezaba como podía, rascando las costuras de la sotana con el marco de la puerta del Gogo. Cuando, después de muchos esfuerzos, lograba poner su humanidad en la calle, volvía a meter la cabeza y, durante 5 minutos, manipulaba en el interior. Los chavales, picados por la curiosidad, nos acercábamos para averiguar el secreto. Sobre el asiento del copiloto, primorosamente colocado, aparecía un libro voluminoso encuadernado en piel: “La pedagogía de Balmes. Por el Doctor Don Sixto Garrido Saldaña.”. Era su tesis doctoral.

En su clase de Literatura seguía siendo peculiar. Una vez arrellanado en su asiento, ponía sobre la mesa un carterón de cuero de donde iba sacando los utensilios de clase: libro de texto, apuntes, ejercicios… y un despertador culminado por dos campanas. Ponía el despertador en hora e iniciaba la explicación del tema del día siguiente. A los 20 minutos exactos, el despertador marcaba el cambio de tercio. Banderillas. Volvía a colocar el despertador en hora. Tocaba gramática en general y análisis sintáctico moderno en particular. Otros 20 minutos y nuevo timbrazo. Tercio de muerte. Preguntas a los estudiantes.

El sistema de puntuación también era peculiar. La nota del primer mes se obtenía sumando la media aritmética de los resultados de las preguntas de clase con la nota del examen y dividiendo por dos. La nota bruta del segundo mes se obtenía igual pero la que aparecía en el boletín era la media aritmética de los dos meses y así sucesivamente.
En el examen del primer mes me engañó. Propuso 10 preguntas objetivas (ahora no sé como va la cosa pero, entonces, examen objetivo significaba contestar estrictamente a lo que se preguntaba). Sólo recuerdo una de ellas: Partes del Cantar de Mio Cid. Contestación objetiva: Cantar del Destierro, Cantar de las Bodas, Cantar de la Afrenta de Corpes. Obtuve un 5. Cuando le pregunté dónde había errado me contestó que en nada pero que había que premiar a los que se habían extendido.

En clase, Don Sixto nos colocaba según la nota media. De los 23 alumnos que formábamos el curso yo ocupaba el vigésimo primer lugar. Cambié los objetivos y sustituí la Física por Literatura. A finales de marzo, a pesar de partir con una primera nota baja, pasé a ocupar el primer puesto.

La noche del 10 al 11 de mayo tuve un sueño: En el examen final de Literatura me tocaba en suerte el tema 18, Lope de Vega; el Real Madrid perdía la final de la Copa de Europa por 2-1.

Como todo aficionado al fútbol sabe, el 11 de mayo de 1966, el Madrid remontaba el gol inicial del Partizan de Belgrado con goles de Amancio y Serena y obtenía su sexta Copa de Europa venciendo por 2-1. Los chavales recitábamos de memoria la alineación del equipo ganador. Araquistain; Pachín, De Felipe, Sanchís; Pirri, Zoco; Serena, Amancio, Grosso, Velásquez y Gento. Era el Madrid ye-yé.

Pero aquella mañana ya había pasado el examen de Literatura. Para evitar que copiásemos del compañero de pupitre, Don Sixto eligió temas diferentes según nos sentásemos en lugar par o impar. Me presentó tres fichas puestas boca abajo para que eligiese la suerte de mis compañeros. En estos casos, siempre, repito, siempre, elijo la primera de la derecha. Por el cálculo de probabilidades. Pero en el momento de extender el brazo, Don Sixto lo elevó más de la cuenta y observé el número de la ficha central: el 18. La agarré, tiré de ella y la puse boca arriba. Como diría Salva: ¡Y una mieeeerda! El 81. Wenceslao Fernández Flores, Carmen Laforet y Ramón Gómez de la Serna. Me puse pálido. No era uno de los temas que llevase mejor preparados. Los compañeros del grupo par eligieron la ficha de la derecha: tema 19, Calderón de la Barca.

Aquel año había ganado a Auriol en la liga regular pero perdí estrepitosamente en el play off.

lunes, noviembre 20, 2006

Aventuras y desventuras…: De pedruscos y diarreas.

El día amaneció con niebla y en el comedor amenazaba borrasca. Casi siempre que el grupo es mixto (en cuanto a idioma), al final se producen roces. Los catalanohablantes no caen en la cuenta de que más allá del Ebro, si exceptuamos la Comunidad Valencia, no se les entiende, y los castellanohablantes no entienden que los catalanes se encuentren más a gusto hablando su lengua. Y Quiosquera y yo en medio.
Robert Sin O se pegaba una perorata en catalán con Abogado y Arquitecto y, a media frase, se dirigió a Roberto Con O.
- Entiendes el catalán ¿verdad?
- ¿YO?... NI PUTA IDEA.
- Disculpa, yo creí…
- ¡Vamos, hombre! ¡A buenas horas…!
La conversación se generalizó en castellano y la cosa no fue a más. Pero cuando subimos al autocar, la señora Montserrat pregunto a Roberto:
- Fa boira ¿oi?.
- Y YO QUE SÉ, SEÑORA –Roberto Con O estaba lanzado-. Yo nunca utilizo la boina, cuando hace frío me pongo el cachirulo.

Llegamos al Palacio de Catalina la Grande en Puskin y, cosa rara, bajé de los primeros. Al tiempo que puse el pie en el suelo sonaron los primeros acordes del himno nacional. No sabía si cuadrarme o saludar como una gran personalidad. Opté por coger la filmadora. Quiosquera pasó por delante del objetivo y desapareció de arriba abajo. Juro que mi primera intención fue dejar de filmar y ayudarla a levantarse pero continué con el dedo en el gatillo. No la había oído gritar ni quejarse. No debía de ser grave.
La señora Montserrat pasó como un tiro por delante de los músicos.
- I ara…
Eché un poco de leña al fuego.
- Si por lo menos tocaran els Segadors…
- Molt macu, ascolti…
Roberto Con O pareció querer fulminarme con la mirada.

El Palacio de Puskin, obra de Rastrelli (yo apenas había oído hablar de tal individuo, pero en San Petersburgo fue él quien diseñó casi todo lo que merece la pena ver), tiene poco que envidiar a otros palacios de mayor renombre, y eso que Matilde Asensi todavía no había encontrado el Salón de Ámbar robado por los nazis.
Después de la visita tocaba WC. Aquella mañana, Quiosquera había bebido agua del grifo y la cagó, o sea que se iba patas abajo. Yo me tomé con calma mi trabajo. Encaré la pared y empecé a liberar el terreno de obstáculos: la riñonera, la funda de la filmadora, la bragueta… A media faena noté una cierta resistencia interior: ¡el pedrusco! Apreté con fuerza y la piedra se estrelló contra la Roca. Pesé dejarla como recuerdo pero, al final, hice lo del catalán del chiste: eché 1 dólar en el meódromo y recuperé el dólar y la piedra que, una vez lavada, guardé en un pastillero que había comprado, años ha, en la Piazza del Risorgimento.

A la vuelta Robert Sin O intentaba ligar con la guía local que no le decía que no pero le daba largas. Quiosquera que, para estas cosas y muchas otras tiene ojo de lince, me comentaba:
- El tío va dado. La guía está liada con Dimitri.

En la comida los del hotel se tiraron un detalle. Nos pusieron Coca Cola en jarra y unos canapés de caviar. Quiosquera sólo tomó Coca Cola por ver si le sujetaba el vientre. Mientras, los camareros se nos acercaban y trataban de vendernos caviar, chacra, matrioskas…

Nos citamos con el grupo a las 5 en la Puerta de Nuestra Señora de Kazán (por aquel entonces Museo de las Religiones). Hacía un frío que pelaba y observé que en unos chiringuitos tamaño quiosquillo de la ONCE, vendían café. Compré uno. Un balde de medio litro que sabía a rayos. Para mí que estaba hecho de boniato tostado. Tuve que vaciarlo en una alcantarilla. Vimos que la gente chupaba un helado mientras paseaba y Quiosquera quiso probar. Juro que el primer lametón era caliente, tal era el frío exterior.

La falta de alimento empezó a hacer mella en Quiosquera. Entramos en una tienda indígena. La cosa funcionaba, más o menos, de esta manera:
El cliente miraba el género, decidía lo que necesitaba, hacía sus cálculos y se dirigía a la kacca para comprar un vale por el valor de la mercancía que iba a adquirir. Con el vale en la mano, la dependienta le iba sirviendo lo que pedía y sumando con el ábaco hasta que el vale estaba finiquitado. Una vez que aprendimos el protocolo, nos acercamos al mostrador intentando averiguar si había algo para el hambre de Quiosquera que no le agravase en el trasiego de las tripas. Dimos con unas galletas tipo María pero más gordas. En la kacca compramos el vale correspondiente a 250 gr y volvimos al mostrador. La dependienta empezó a echar galletas en la balanza: 235 gr, 245, 255. Cogió una galleta del montón, la partió y devolvió media a la balanza: 250 gr. OK. Las galletas parecían estar hechas con el yeso que le sobró a Stalin cuando hizo el metro de Moscú pero a Quiosquera le cortó la diarrea en seco y, tengo entendido, que desde entonces anda algo estreñida.

En la Catedral de Kazán nos esperaba el grupo. Vista de frente, la catedral le da un aire a la Plaza de San Pedro en el Vaticano, con un semicírculo de columnas griegas. Nacho se me acercó.
- ¿De qué estilo es esto?
- Por las columnas griegas y por la época en que se hizo debe ser neoclásico pero no me hagas mucho caso que de arte sé más bien poco.
A los leningradienses (por entonces la ciudad ya se llamaba oficialmente San Petersburgo pero ellos hablaban de leningradienses) se les veía con fervor religioso. Cuando entramos en el museo, la guía local, de la que Robert no se apartaba, se santiguó. Me fijé que lo hacía al revés, primero el hombreo derecho y luego el izquierdo.
Mientras esperábamos que llegara el experto en Historia de las Religiones, entablamos conversación con la guía sobre la diferencia entre los cristianos católicos y los ortodoxos. No entendía lo de la Trinidad, eso de un Dios y tres Personas. Roberto con O lo explicó.
- Es como las matrioskas. Compras una y luego vas sacando muñequitas. Una matrioska, varias muñequitas.

Llegó el experto. Nacho estaba junto a Arquitecto.
- ¿Sabes de qué estilo es la catedral?
- Claramente renacentista –contestó Arquitecto-.
“Menos mal, pensé, que cuando no estás seguro de una cosa lo dices”.
El experto empezó su perorata y la guía local traducía,
- Este edificio de estilo neoclásico…
- ¿Arquitecto? –susurré a Quiosquera-. ¡Albañil y vas que te matas!

En 2006, la catedral ha recuperado sus antiguas funciones y es un lugar de culto.

De allí nos llevaron a un local amplio donde nos enseñarían el video que iba a servir para potenciar el turismo ruso. Nos tomamos un par de vodkas y tomamos asiento. Dimitri ya había preparado los instrumentos y, desde su posición, accionó el mando a distancia. Apareció San Petersburgo verde y florido y sin pizca de nieve.
- ¡Coño! –grité-. Le han cambiado el video y nos han puesto el de los turistas del verano.
Dimitri, que no sabía nada de español, saltó de su asiento y manipuló el video hasta que apareció un trozo en el que salíamos nosotros. Nos lo ofrecieron por 25 $. No lo compró ni dios. Cuando salimos, Galina, que no había asistido al estreno, se extrañó que nadie lo hubiese comprado.
- Si ustedes hubieran regateado quizá lo podrían haber sacado por 30 $.

Amablemente, la guía local pospuso su encuentro con Robert Sin O hasta una próxima visita y se fue agarrada a Dimitri.

lunes, noviembre 13, 2006

De agua va

Advertencia

Hablo de un tema del que no tengo puñetera idea. Como el 90% de los cristianos. La diferencia estriba en que soy uno de los pocos que sabe de su ignorancia y es capaz de reconocerla.

Hace unos años estuvo muy de moda hablar del agujero de la capa de ozono y todos sabíamos cuáles eran los factores causantes del desastre. Un verano vi en televisión una entrevista que le hacían a Manuel Toharia, hombre del tiempo durante bastante tiempo, con motivo de unas jornadas que se celebraban sobre el tema en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander y entendí que los legos lo mejor que podemos hacer es escuchar y callar. Venía a decir que los científicos extranjeros se acojonaban (él, más fino y educado, utilizó otras palabras) al oir opinar a los españoles con tanta seguridad sobre las causas que provocaban el agujero. Causas que ellos, científicos, sólo barajaban como hipótesis.

Han cambiado los tiempos. Aunque se sigue hablando del agujero, ha sido superado por el efecto invernadero, el cambio climático, la creciente desertización y la escasez de agua. Los políticos, cómo no, intervienen y empiezan a tomar medidas. En estos días se baraja la posibilidad de encarecer el agua.

Cuando después de la guerra del Yom Kippur estalló la crisis del petróleo, nuestros gobernantes nos dijeron que nosotros no tendríamos problemas de abastecimiento gracias a la tradicional amistad de España con los árabes. Esto duró un tiempo. No sé si fue Barrera de Irimo, Villar Mir o algún otro Ministro de Hacienda, el que anunció la subida del “precio fiscal” de la gasolina para obligar a los españoles a consumir menos. Meses después, el mismo ministro nos informaba que, debido a la disminución del consumo de carburantes, Hacienda había ingresado menos de lo previsto lo que obligaba a una nueva de la gasolina.

Lo del agua me huele igual tanto a nivel pseudocientífico como político.
Todos sabemos lo del efecto invernadero, sus causas y sus repercusiones. Sabemos que el clima está cambiando, que el planeta se calienta y hasta qué tierras se inundarán a medida que los polos se derritan. Lo más urgente es resolver la falta de agua. El gobierno propugna la subida del precio para los que pasen de un determinado consumo. Los ecologistas proponen suprimir los campos de golf. La primera opción todavía no tiene muchos adeptos entre los consumidores pero no tardará en que nos expliquen que la medida afectará a los ricos que no podrán llenar de agua sus piscinas. La aceptación de la segunda es casi unánime: se gasta mucha agua regando los campos y al golf sólo juegan los ricos.
Demagogia.

Plan hidrológico.

Desde que tengo uso de razón, es decir, desde que me dieron la primera hostia, he sufrido y oído hablar de la falta de agua. He visto las colas de cántaros esperando turno junto a la fuente del pueblo de la que apenas manaba un hilillo de agua, he escuchado a los labradores renegar porque la tanda de riego les tocaba a las 3 de la mañana, a Franco le llamábamos Paco Ranas porque siempre salía en el NO-DO inaugurando pantanos, los gobiernos de la democracia continuaron construyendo embalses... Y se empezó a hablar del Plan Hidrológico Nacional. Después de muchos años, el gobierno de Aznar presentó un PHN y fue criticado por activa, pasiva y perifrástica. Personalmente, no me gustaba el plan porque sólo “garantizaba agua a la cuenta mediterránea hasta Almería pero dejaba de lado a Castilla la Mancha, Andalucía y Extremadura. Daba igual. El nuevo gobierno se lo cargó de un plumazo sin ninguna alternativa. Podríamos decir que necesita tiempo para estudiar esta alternativa, pero la Leal Oposición al Gobierno de su Majestad no debería estar sólo para decir NO a todo lo que proponen los que gobiernan. Deberían, creo, oponerse siempre que tengan algo mejor que ofrecer al país. Es cierto que es más fácil decir que el huevo está podrido que ponerlo pero pagamos a los parlamentarios para que pongan huevos, no para que los asienten sobre el escaño.
De una forma u otra, seguimos padeciendo escasez de agua y no se ve que, a medio plazo, se vaya a solucionar. El gobierno baraja la solución fácil: subir precios.

Hagamos demagogia.

Según uno va leyendo por ahí, entre el 65 y el 69% del agua se utiliza para regar y entre un 15 y un 18% se pierde por deterioro de las conducciones. En el mejor de los casos, sólo el 20% del agua se emplea en beber, en higiene, en regar jardines, en llenar piscinas… Si pudiésemos eliminar las pérdidas, la disponibilidad subiría hasta un hipotético 35% y, a lo mejor, no haría falta subir el precio. O subiría para financiar las obras y luego ya no habría problemas.

No sé cuanta agua se gasta en regar los campos de golf pero no creo que suprimiéndolos se solventase el problema, amén de los ingresos que tales campos proporcionan. Cuando más de media Europa está cubierta de nieve, en Almería, Málaga, Cádiz o en la misma Barcelona, el clima es propicio para la práctica de este deporte y los jugadores que nos visitan no suelen ser “pelaos”. Se dejan pasta. Leí en una ocasión una entrevista al alcalde de Roquetas de Mar en la que le preguntaban sobre el tema. La frase está sacada de texto y de contexto por lo que se puede interpretar como chulería: “Con los ingresos que generan los campos de golf, el Ayuntamiento podría permitirse el lujo de regarlos con Agua de Lanjarón”. ¿Qué la frase, leída a palo seco, es una bestieza? Sí. ¿Qué es verdad? También. Los campos de golf son una mina de oro para los ayuntamientos en donde se ubican.
Y puestos a prohibir, por la misma regla de tres, habría que suprimir el riego de los estadios de fútbol, de los jardines públicos y privados y hasta las macetas de los balcones. Ya visitaríamos Londres, Viena o Moscú para disfrutar del colorido veraniego.

En cuando al agua para higiene y consumo no creo que se pueda ahorrar mucho en el consumo. Habría que ahorrarlo en higiene. Los ricos se seguirán duchando porque tienen dinero suficiente para aguantar la subida. Seremos los menos pudientes los que tendremos que apechugar con el ahorro. Durante muchísimos años, los españoles hemos tenido fama, quizá bien ganada, de guarros (recordemos que los castellanos tildaban a Fernando el Católico de sarasa porque se bañaba una vez al mes). Ahora resulta que gastamos más agua que nadie. Y si no nos lavamos ¿lo que ahorramos en agua no tendrá que gastarlo la Seguridad Social en combatir epidemias?
Imagino la cara de mi podólogo cuando le ponga la pata en la boca después de un mes sin lavarme.

Es demagogia.

lunes, noviembre 06, 2006

Cuando se lengua la traba

Cuando los niños hacen deporte, a la vez que se desarrollan físicamente, contribuyen al desarrollo de sus padres. Sobre todo a nivel de relaciones personales. De pequeño, Dalr era un mago de la canasta. Jugaba los 10 minutos que obligaba el reglamento y, el resto del tiempo, radiaba el partido desde el banquillo. Para que no se me enfade remarco que, cuando dio el estirón, fue un excelente pívot para acabar siendo un buen base una vez que los más enanillos lo hubieron pasado en estatura.

En su primera temporada conocimos a los padres de otros niños y formamos un buen grupo pero, poco a poco, fuimos haciendo grupos más pequeños y Quiosquera y yo hicimos piña con los señores Buenaventura y Almirante. No es que formásemos un trío homogéneo pero nos pasó como a la Sueps que, a base de tratarnos, acabamos siendo amigos. El señor Buenaventura es un individuo metódico, serio, preparado... Todavía no sé cómo se junta con nosotros y termina haciendo las mismas gilipolleces. Paquita, su esposa, es un cascabel. ¡Qué digo yo cascabel! Es un manojo de cascabeles. Tiene más cascabeles (de los que suenan y de los que no suenan) que una yegua enjaezada para la Feria de Sevilla. Pilar, señora Almirante, es prudente, intelectualilla, cabal y siempre dispuesta para echar una mano allí donde se necesite. Y el señor Almirante no tiene definición. Es Almirante y punto. Como decimos en Cataluña, lo hicieron y rompieron el molde. Añado que es conquense, cosa la que no muchas personas pueden presumir. También podría escribir un tomo de anécdotas: es el almirante de un submarino amarillo y negro.

Desde que nos conocimos hemos celebrado juntos la noche de Fin de Año, salvo en dos o tres ocasiones en que Quiosquera y yo hemos desertado para recibir el nuevo año en tierras más cálidas. La cena suele ser seria hasta las uvas. No sé si por la alegría del festejo o porque el cava ya ha empezado a hacer su efecto, a partir de las 12 nos desmadramos, controladamente, y, por una vez al año, sacamos las patas del tiesto. Almirante es el encargado de proveernos de pitos, espantasuegras (soplamocos en mi pueblo) y gorros o caretas. Y el tío lo clava. Sobre todo con los gorros. Habría que ver al serio del señor Buenaventura con su tricornio encasquetado o un sombrerito japonés que no le impide lucir la calvilla posterior. Me encantaría publicar un selección de estas fotos. La verdad es que no lo hago porque no quiero que acaben en la cárcel pues es seguro que, si semejantes documentos se ven fuera de nuestra intimidad, a mí me matan.

A lo largo de tantos años nos han ido sucediendo anecdotillas divertidas pero, para respetar el título del post, hoy sólo me referiré a las producidas por mor de un trabamiento de lengua.

En una ocasión en que pasé la Navidad en Almería, nos acercamos a La Alpujarra sólo por degustar un puchero de matanza y un pato alpujarreño. A Quiosquera, que no le va demasiado la comida contundente, o sea el puchero, se quedó con la cancioncilla del plato típico de la tierra. En la correspondiente cena de Fin de Año Quiosquera dio una disertación sobre las excelencias de la comida en la zona de la Contraviesa y ponderó como se merece al “plajo alputarreño”.

Nuestras conversaciones son bilingües. Almirante y yo hablamos en castellano aunque, de vez en cuando, soltemos alguna palabreja en catalán. Los demás hablan de forma indistinta en catalán o castellano y van pasando de un idioma a otro sin que les rasque el cambio de marchas. Bueno, todos no. Paquita es capaz de mezclar ambos idiomas en una sola frase. Como aquel año en que, al finalizar las campanadas, alzó su copa y brindo con un :”Feliz mil novecientos ochenta vuit”.

La mejor, de todas formas, también corre a cargo de Paquita. Cada año nos reunimos un par de veces durante diciembre para preparar el menú aunque al final acabemos comiendo siempre lo mismo. A veces hubo variaciones pero lo que nunca faltó fueron las patas de pollo frías (cuchas, las llama Almirante).
La noche de marras habíamos comido a reventar y las mujeres, que se pasaron no sé cuantas horas en la cocina, renegaban.
- Otro año tenemos que simplificar –decía Quiosquera-.
- ¿Y que os parece si compramos algo hecho? –pregunta Pilar-.
- A mí me parece bien –acabó Paquita-. Pero lo que no le puede faltar a Almirante son las pollas de pato.
- ¡Paquiiita! –Pilar sorprendida-.
- ¿Tu sabes –se recochinea Quiosquera- la cantidad de patos que habrá que matar para que haya pollas para todos?

Fue entonces cuando Paquita se dio cuenta de su frase exacta. Creo que todavía se está riendo.

viernes, noviembre 03, 2006

Hem guanyat!

El Día de Todos los Santos (felicidades, Borbones) no pude convencer a Salva para que hiciera horas extras por lo que tuve día de media fiesta. Entre unas cosas y otras, Dalr y yo llegamos a comer después de las 15. Me querían convencer para ir a votar de inmediato. Me negué en redondo Los días de fiesta o media fiesta, servidor practica el decúbito supino, deporte típicamente hispano que debería figurar como obligatorio en la Constitución.

Después de votar (sobre las 19,30) nos fuimos a la Brevera a tomarnos unas cervezas, preparar una reunión importante que teníamos al día siguiente y ver el partido del Madrid contra el Este Agua. Ya puestos, nos comimos un bocata de lomo. Por el precio debieron poner solomillo.

Llegué a casa poco antes de las 23. Ya se conocían los resultados y Quiosquera, que se había quedado en casa en compañía de un tal Constipado, me fue informando. Todos habían ganado: unos porque habían sacado más escaños que nadie, otros porque habían ganado algún diputado y otros porque habían perdido menos diputados de lo que decían las encuestas. Normal.

A la mañana siguiente, camino del trabajo, fui practicando otro de mis deportes: escuchar a los analistas políticos en distintas emisoras. Empieza el cachondeo:
- A pesar de Piqué –se dice en una emisora de derechas-, el PP sólo ha perdido un diputado.
- A pesar del PP –dice otra, más próxima a la izquierda-, Piqué sólo ha perdido un diputado.
- Habremos de estudiar a fondo –dice Saura- los motivos que han llevado a una abstención tan alta.
- Parece mentira –dice Pilar Rahola- que Saura, con lo inteligente que es y los años que lleva en política, no sepa por qué no vota la gente. Yo se lo digo. Los ciudadanos se abstienen porque está harta de ver siempre las mismas caras ¿?

Llega la hora de los pactos. Para unos, los resultados electorales indican un refrendo al tripartito. Para otros, indican una penalización ya que el tripartito ha perdido cuatro escaños. Carod Rovira lo aclara.
- Ocurra lo que ocurra gobernará un tripartito: PSC, IU y ERC o C, U y ERC.
El Punt abre otra alternativa: “Más recurre a Zapatero para que convenza a Montilla para formar un gobierno CiU y PSC.
Son las tres opciones posibles aunque, desde mi inmadura opinión, no las vea muy coherentes.
• El próximo gobierno tendrá como principal tarea el desarrollo del Estatut. No entiendo que ERC deba participar en el desarrollo de una ley para la que pidió el voto negativo.
• Para CiU, el gran problema del PSC es que es la sucursal en Cataluña de un partido centralista. Sin embargo recurre a los centralistas de Madrid para que convenzan a los sucursalistas catalanes de que formen gobierno con ellos.
En fin, con su pan se lo coman.

Ahora que si los tertulianos cobran por decir sus tonterías, en las tertulias de Can Superwaiter no cobramos pero nos reímos un montón.
Superwaiter se jactaba de que su partido, el de la abstención, una vez aplicada la ley D’Hont, había ganado por mayoría absoluta. Yo intentaba convencerlo de había que ir a votar siempre y, si uno no estaba de acuerdo con ninguno de los programas que se postulaban, votase en blanco. Super se mantenía en sus trece hasta que Dalr puso el hilo en la aguja:
- No es lo mismo votar en blanco que no votar. Cuando uno se abstiene quiere decir que le da igual lo que salga. Cuando uno vota en blanco está votando al partido que no se presenta y los escaños que le correspondan deben quedar vacíos.
- ¿Eso es así? –pregunto Superwaiter partiéndose de risa-.
- No, pero debería serlo.
- Eso significa que en estas elecciones debería de haber 60 diputados como máximo. Pues en adelante votaré en blanco. Imagínate la cantidad de sueldos que nos vamos a ahorrar.

¿Sería factible?