Y los sueños, sueños son
El 11 de mayo de 1966 es una fecha que me quedó grabada en la memoria. Aquel día debían producirse dos eventos que, por entonces, eran importantes para mí.
Por la tarde, el Real Madrid jugaba su 8ª final de la Copa de Europa después de eliminar, contra pronóstico, al Inter de Jair, Mazzola, Peiró, Suárez y Corso. Todavía me gustaba mucho el fútbol y, dado que el Betis no estaba en condiciones de aspirar a título alguno, mis preferencias se inclinaban por el Madrid.
Por la mañana tenía el examen final de Literatura de 6º de bachiller.
Yo fui un estudiante mediocre que, a base de estímulos externos, sacaba buenas notas. Cada año me marcaba dos asignaturas con el objetivo de lograr una calificación de sobresaliente o, si la suerte acompañaba, matrícula de honor. Auriol, uno de mis compañeros, era un fenómeno. Menos en F.E.N., gimnasia y dibujo, sacaba matrícula en todas las asignaturas y mi estímulo externo era intentar joderle una. En Matemáticas era imposible porque el tío tenía una cabeza impresionante pero para cabezón, yo. Y cada año la marcaba como objetivo. La otra asignatura variaba en función del capricho que me pasara por la cabeza a principios de octubre y, en dos o tres ocasiones, lo eliminé de la lucha por el título. En 1966 las asignaturas elegidas fueron Matemáticas, como siempre, y Física. No contaba con Don Sixto.
Como él mismo se definía, Don Sixto era, eran, 120 kgr de carne de cura y, esto lo digo yo, un cura muy peculiar. Aparecía siempre 15 minutos antes de empezar la clase y aparcaba su Gogomóvil en la misma puerta del colegio. Sacaba una pierna, luego la cabeza y se enderezaba como podía, rascando las costuras de la sotana con el marco de la puerta del Gogo. Cuando, después de muchos esfuerzos, lograba poner su humanidad en la calle, volvía a meter la cabeza y, durante 5 minutos, manipulaba en el interior. Los chavales, picados por la curiosidad, nos acercábamos para averiguar el secreto. Sobre el asiento del copiloto, primorosamente colocado, aparecía un libro voluminoso encuadernado en piel: “La pedagogía de Balmes. Por el Doctor Don Sixto Garrido Saldaña.”. Era su tesis doctoral.
En su clase de Literatura seguía siendo peculiar. Una vez arrellanado en su asiento, ponía sobre la mesa un carterón de cuero de donde iba sacando los utensilios de clase: libro de texto, apuntes, ejercicios… y un despertador culminado por dos campanas. Ponía el despertador en hora e iniciaba la explicación del tema del día siguiente. A los 20 minutos exactos, el despertador marcaba el cambio de tercio. Banderillas. Volvía a colocar el despertador en hora. Tocaba gramática en general y análisis sintáctico moderno en particular. Otros 20 minutos y nuevo timbrazo. Tercio de muerte. Preguntas a los estudiantes.
El sistema de puntuación también era peculiar. La nota del primer mes se obtenía sumando la media aritmética de los resultados de las preguntas de clase con la nota del examen y dividiendo por dos. La nota bruta del segundo mes se obtenía igual pero la que aparecía en el boletín era la media aritmética de los dos meses y así sucesivamente.
En el examen del primer mes me engañó. Propuso 10 preguntas objetivas (ahora no sé como va la cosa pero, entonces, examen objetivo significaba contestar estrictamente a lo que se preguntaba). Sólo recuerdo una de ellas: Partes del Cantar de Mio Cid. Contestación objetiva: Cantar del Destierro, Cantar de las Bodas, Cantar de la Afrenta de Corpes. Obtuve un 5. Cuando le pregunté dónde había errado me contestó que en nada pero que había que premiar a los que se habían extendido.
En clase, Don Sixto nos colocaba según la nota media. De los 23 alumnos que formábamos el curso yo ocupaba el vigésimo primer lugar. Cambié los objetivos y sustituí la Física por Literatura. A finales de marzo, a pesar de partir con una primera nota baja, pasé a ocupar el primer puesto.
La noche del 10 al 11 de mayo tuve un sueño: En el examen final de Literatura me tocaba en suerte el tema 18, Lope de Vega; el Real Madrid perdía la final de la Copa de Europa por 2-1.
Como todo aficionado al fútbol sabe, el 11 de mayo de 1966, el Madrid remontaba el gol inicial del Partizan de Belgrado con goles de Amancio y Serena y obtenía su sexta Copa de Europa venciendo por 2-1. Los chavales recitábamos de memoria la alineación del equipo ganador. Araquistain; Pachín, De Felipe, Sanchís; Pirri, Zoco; Serena, Amancio, Grosso, Velásquez y Gento. Era el Madrid ye-yé.
Pero aquella mañana ya había pasado el examen de Literatura. Para evitar que copiásemos del compañero de pupitre, Don Sixto eligió temas diferentes según nos sentásemos en lugar par o impar. Me presentó tres fichas puestas boca abajo para que eligiese la suerte de mis compañeros. En estos casos, siempre, repito, siempre, elijo la primera de la derecha. Por el cálculo de probabilidades. Pero en el momento de extender el brazo, Don Sixto lo elevó más de la cuenta y observé el número de la ficha central: el 18. La agarré, tiré de ella y la puse boca arriba. Como diría Salva: ¡Y una mieeeerda! El 81. Wenceslao Fernández Flores, Carmen Laforet y Ramón Gómez de la Serna. Me puse pálido. No era uno de los temas que llevase mejor preparados. Los compañeros del grupo par eligieron la ficha de la derecha: tema 19, Calderón de la Barca.
Aquel año había ganado a Auriol en la liga regular pero perdí estrepitosamente en el play off.
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