Aventuras y desventuras…: De pedruscos y diarreas.
El día amaneció con niebla y en el comedor amenazaba borrasca. Casi siempre que el grupo es mixto (en cuanto a idioma), al final se producen roces. Los catalanohablantes no caen en la cuenta de que más allá del Ebro, si exceptuamos la Comunidad Valencia, no se les entiende, y los castellanohablantes no entienden que los catalanes se encuentren más a gusto hablando su lengua. Y Quiosquera y yo en medio.
Robert Sin O se pegaba una perorata en catalán con Abogado y Arquitecto y, a media frase, se dirigió a Roberto Con O.
- Entiendes el catalán ¿verdad?
- ¿YO?... NI PUTA IDEA.
- Disculpa, yo creí…
- ¡Vamos, hombre! ¡A buenas horas…!
La conversación se generalizó en castellano y la cosa no fue a más. Pero cuando subimos al autocar, la señora Montserrat pregunto a Roberto:
- Fa boira ¿oi?.
- Y YO QUE SÉ, SEÑORA –Roberto Con O estaba lanzado-. Yo nunca utilizo la boina, cuando hace frío me pongo el cachirulo.
Llegamos al Palacio de Catalina la Grande en Puskin y, cosa rara, bajé de los primeros. Al tiempo que puse el pie en el suelo sonaron los primeros acordes del himno nacional. No sabía si cuadrarme o saludar como una gran personalidad. Opté por coger la filmadora. Quiosquera pasó por delante del objetivo y desapareció de arriba abajo. Juro que mi primera intención fue dejar de filmar y ayudarla a levantarse pero continué con el dedo en el gatillo. No la había oído gritar ni quejarse. No debía de ser grave.
La señora Montserrat pasó como un tiro por delante de los músicos.
- I ara…
Eché un poco de leña al fuego.
- Si por lo menos tocaran els Segadors…
- Molt macu, ascolti…
Roberto Con O pareció querer fulminarme con la mirada.
El Palacio de Puskin, obra de Rastrelli (yo apenas había oído hablar de tal individuo, pero en San Petersburgo fue él quien diseñó casi todo lo que merece la pena ver), tiene poco que envidiar a otros palacios de mayor renombre, y eso que Matilde Asensi todavía no había encontrado el Salón de Ámbar robado por los nazis.
Después de la visita tocaba WC. Aquella mañana, Quiosquera había bebido agua del grifo y la cagó, o sea que se iba patas abajo. Yo me tomé con calma mi trabajo. Encaré la pared y empecé a liberar el terreno de obstáculos: la riñonera, la funda de la filmadora, la bragueta… A media faena noté una cierta resistencia interior: ¡el pedrusco! Apreté con fuerza y la piedra se estrelló contra la Roca. Pesé dejarla como recuerdo pero, al final, hice lo del catalán del chiste: eché 1 dólar en el meódromo y recuperé el dólar y la piedra que, una vez lavada, guardé en un pastillero que había comprado, años ha, en la Piazza del Risorgimento.
A la vuelta Robert Sin O intentaba ligar con la guía local que no le decía que no pero le daba largas. Quiosquera que, para estas cosas y muchas otras tiene ojo de lince, me comentaba:
- El tío va dado. La guía está liada con Dimitri.
En la comida los del hotel se tiraron un detalle. Nos pusieron Coca Cola en jarra y unos canapés de caviar. Quiosquera sólo tomó Coca Cola por ver si le sujetaba el vientre. Mientras, los camareros se nos acercaban y trataban de vendernos caviar, chacra, matrioskas…
Nos citamos con el grupo a las 5 en la Puerta de Nuestra Señora de Kazán (por aquel entonces Museo de las Religiones). Hacía un frío que pelaba y observé que en unos chiringuitos tamaño quiosquillo de la ONCE, vendían café. Compré uno. Un balde de medio litro que sabía a rayos. Para mí que estaba hecho de boniato tostado. Tuve que vaciarlo en una alcantarilla. Vimos que la gente chupaba un helado mientras paseaba y Quiosquera quiso probar. Juro que el primer lametón era caliente, tal era el frío exterior.
La falta de alimento empezó a hacer mella en Quiosquera. Entramos en una tienda indígena. La cosa funcionaba, más o menos, de esta manera:
El cliente miraba el género, decidía lo que necesitaba, hacía sus cálculos y se dirigía a la kacca para comprar un vale por el valor de la mercancía que iba a adquirir. Con el vale en la mano, la dependienta le iba sirviendo lo que pedía y sumando con el ábaco hasta que el vale estaba finiquitado. Una vez que aprendimos el protocolo, nos acercamos al mostrador intentando averiguar si había algo para el hambre de Quiosquera que no le agravase en el trasiego de las tripas. Dimos con unas galletas tipo María pero más gordas. En la kacca compramos el vale correspondiente a 250 gr y volvimos al mostrador. La dependienta empezó a echar galletas en la balanza: 235 gr, 245, 255. Cogió una galleta del montón, la partió y devolvió media a la balanza: 250 gr. OK. Las galletas parecían estar hechas con el yeso que le sobró a Stalin cuando hizo el metro de Moscú pero a Quiosquera le cortó la diarrea en seco y, tengo entendido, que desde entonces anda algo estreñida.
En la Catedral de Kazán nos esperaba el grupo. Vista de frente, la catedral le da un aire a la Plaza de San Pedro en el Vaticano, con un semicírculo de columnas griegas. Nacho se me acercó.
- ¿De qué estilo es esto?
- Por las columnas griegas y por la época en que se hizo debe ser neoclásico pero no me hagas mucho caso que de arte sé más bien poco.
A los leningradienses (por entonces la ciudad ya se llamaba oficialmente San Petersburgo pero ellos hablaban de leningradienses) se les veía con fervor religioso. Cuando entramos en el museo, la guía local, de la que Robert no se apartaba, se santiguó. Me fijé que lo hacía al revés, primero el hombreo derecho y luego el izquierdo.
Mientras esperábamos que llegara el experto en Historia de las Religiones, entablamos conversación con la guía sobre la diferencia entre los cristianos católicos y los ortodoxos. No entendía lo de la Trinidad, eso de un Dios y tres Personas. Roberto con O lo explicó.
- Es como las matrioskas. Compras una y luego vas sacando muñequitas. Una matrioska, varias muñequitas.
Llegó el experto. Nacho estaba junto a Arquitecto.
- ¿Sabes de qué estilo es la catedral?
- Claramente renacentista –contestó Arquitecto-.
“Menos mal, pensé, que cuando no estás seguro de una cosa lo dices”.
El experto empezó su perorata y la guía local traducía,
- Este edificio de estilo neoclásico…
- ¿Arquitecto? –susurré a Quiosquera-. ¡Albañil y vas que te matas!
En 2006, la catedral ha recuperado sus antiguas funciones y es un lugar de culto.
De allí nos llevaron a un local amplio donde nos enseñarían el video que iba a servir para potenciar el turismo ruso. Nos tomamos un par de vodkas y tomamos asiento. Dimitri ya había preparado los instrumentos y, desde su posición, accionó el mando a distancia. Apareció San Petersburgo verde y florido y sin pizca de nieve.
- ¡Coño! –grité-. Le han cambiado el video y nos han puesto el de los turistas del verano.
Dimitri, que no sabía nada de español, saltó de su asiento y manipuló el video hasta que apareció un trozo en el que salíamos nosotros. Nos lo ofrecieron por 25 $. No lo compró ni dios. Cuando salimos, Galina, que no había asistido al estreno, se extrañó que nadie lo hubiese comprado.
- Si ustedes hubieran regateado quizá lo podrían haber sacado por 30 $.
Amablemente, la guía local pospuso su encuentro con Robert Sin O hasta una próxima visita y se fue agarrada a Dimitri.
1 comentarios:
Joder con las "Marioshka Fontanevich", van mejor que la salvacolina. Me ha encantado la comparación.
Quiosquero, el día que vaya a rusia en lugar de la guia Michelín me voy a llevar todos los post de tu blog.
Un saludo.
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