lunes, noviembre 06, 2006

Cuando se lengua la traba

Cuando los niños hacen deporte, a la vez que se desarrollan físicamente, contribuyen al desarrollo de sus padres. Sobre todo a nivel de relaciones personales. De pequeño, Dalr era un mago de la canasta. Jugaba los 10 minutos que obligaba el reglamento y, el resto del tiempo, radiaba el partido desde el banquillo. Para que no se me enfade remarco que, cuando dio el estirón, fue un excelente pívot para acabar siendo un buen base una vez que los más enanillos lo hubieron pasado en estatura.

En su primera temporada conocimos a los padres de otros niños y formamos un buen grupo pero, poco a poco, fuimos haciendo grupos más pequeños y Quiosquera y yo hicimos piña con los señores Buenaventura y Almirante. No es que formásemos un trío homogéneo pero nos pasó como a la Sueps que, a base de tratarnos, acabamos siendo amigos. El señor Buenaventura es un individuo metódico, serio, preparado... Todavía no sé cómo se junta con nosotros y termina haciendo las mismas gilipolleces. Paquita, su esposa, es un cascabel. ¡Qué digo yo cascabel! Es un manojo de cascabeles. Tiene más cascabeles (de los que suenan y de los que no suenan) que una yegua enjaezada para la Feria de Sevilla. Pilar, señora Almirante, es prudente, intelectualilla, cabal y siempre dispuesta para echar una mano allí donde se necesite. Y el señor Almirante no tiene definición. Es Almirante y punto. Como decimos en Cataluña, lo hicieron y rompieron el molde. Añado que es conquense, cosa la que no muchas personas pueden presumir. También podría escribir un tomo de anécdotas: es el almirante de un submarino amarillo y negro.

Desde que nos conocimos hemos celebrado juntos la noche de Fin de Año, salvo en dos o tres ocasiones en que Quiosquera y yo hemos desertado para recibir el nuevo año en tierras más cálidas. La cena suele ser seria hasta las uvas. No sé si por la alegría del festejo o porque el cava ya ha empezado a hacer su efecto, a partir de las 12 nos desmadramos, controladamente, y, por una vez al año, sacamos las patas del tiesto. Almirante es el encargado de proveernos de pitos, espantasuegras (soplamocos en mi pueblo) y gorros o caretas. Y el tío lo clava. Sobre todo con los gorros. Habría que ver al serio del señor Buenaventura con su tricornio encasquetado o un sombrerito japonés que no le impide lucir la calvilla posterior. Me encantaría publicar un selección de estas fotos. La verdad es que no lo hago porque no quiero que acaben en la cárcel pues es seguro que, si semejantes documentos se ven fuera de nuestra intimidad, a mí me matan.

A lo largo de tantos años nos han ido sucediendo anecdotillas divertidas pero, para respetar el título del post, hoy sólo me referiré a las producidas por mor de un trabamiento de lengua.

En una ocasión en que pasé la Navidad en Almería, nos acercamos a La Alpujarra sólo por degustar un puchero de matanza y un pato alpujarreño. A Quiosquera, que no le va demasiado la comida contundente, o sea el puchero, se quedó con la cancioncilla del plato típico de la tierra. En la correspondiente cena de Fin de Año Quiosquera dio una disertación sobre las excelencias de la comida en la zona de la Contraviesa y ponderó como se merece al “plajo alputarreño”.

Nuestras conversaciones son bilingües. Almirante y yo hablamos en castellano aunque, de vez en cuando, soltemos alguna palabreja en catalán. Los demás hablan de forma indistinta en catalán o castellano y van pasando de un idioma a otro sin que les rasque el cambio de marchas. Bueno, todos no. Paquita es capaz de mezclar ambos idiomas en una sola frase. Como aquel año en que, al finalizar las campanadas, alzó su copa y brindo con un :”Feliz mil novecientos ochenta vuit”.

La mejor, de todas formas, también corre a cargo de Paquita. Cada año nos reunimos un par de veces durante diciembre para preparar el menú aunque al final acabemos comiendo siempre lo mismo. A veces hubo variaciones pero lo que nunca faltó fueron las patas de pollo frías (cuchas, las llama Almirante).
La noche de marras habíamos comido a reventar y las mujeres, que se pasaron no sé cuantas horas en la cocina, renegaban.
- Otro año tenemos que simplificar –decía Quiosquera-.
- ¿Y que os parece si compramos algo hecho? –pregunta Pilar-.
- A mí me parece bien –acabó Paquita-. Pero lo que no le puede faltar a Almirante son las pollas de pato.
- ¡Paquiiita! –Pilar sorprendida-.
- ¿Tu sabes –se recochinea Quiosquera- la cantidad de patos que habrá que matar para que haya pollas para todos?

Fue entonces cuando Paquita se dio cuenta de su frase exacta. Creo que todavía se está riendo.

5 comentarios:

A las 6/11/06 20:36 , Blogger alvarhillo ha dicho...

Jajaja, creo que no habrian bastantes en toda la Albufera de Valencia.
Un saludo.

 
A las 7/11/06 01:56 , Blogger dalr ha dicho...

El otro día tuvimos una suculenta (y nunca mejor dicho) conversación con una clienta del quiosco sobre las maravillas del plato (que no pato) alpujareño. Nos explicó el truco para hacer unas magníficas papas a lo pobre que, junto al jamón de Trevélez, el huevo frito, la longaniza y la morcilla configuran un hito de nuestra gastronomía. ¡Viva el plajo alputarreño!

 
A las 8/11/06 17:06 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Aquí te ha salido sin querer, supongo, "pato" alpujarreño. Míralo y no lo corrijas, pero aclara si comistéis pato o no. Bueno, pero yo no he entrado aquí para eso, sino para decir que tengo el honor de ser el lector 00001111 de este blog. Y, la verdad, me gusta.

 
A las 8/11/06 20:22 , Blogger Quiosquero ha dicho...

El la ALpujarra, patos, pocos. Se me han tecleado las trabas.
Y enhorabuena por ser el visitante 1111. Eso, cuando Fraga era ministro de información y turismo, tenía premio.

 
A las 8/11/06 21:46 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Y ahora. Me he tomado una cerveza para celebrarlo.
Saludos.

 

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