jueves, enero 27, 2011

Cuadrando las cuentas

Uno de los chascarrillos favoritos de mi amigo Ramón Lleixà era el que se refería a dos contables que aspiraban al mismo puesto. El gerente hace entrar al primero y le pregunta:
- ¿Cuánto son dos y dos?
- Cuatro –contesta el aspirante-.
- Ya se puede usted ir; no me vale.
Cuando entra el segundo, el gerente hace la misma pregunta:
- ¿Cuánto son dos y dos?
- ¿Cuánto quiere usted que sean? –contesta el aspirante-.
- La plaza es suya.

Y es que los economistas ni entienden ni les preocupan las operaciones matemáticas; su objetivo es que el balance final muestre pérdidas o beneficios según sean las necesidades de la empresa. Y el gobierno no deja de ser un empresario a quien han de cuadrar los números. Por eso no ha sido extraño que la ministra Salgado saque pecho porque ha disminuido el porcentaje de déficit público y declare que el gobierno ha hecho bien los deberes.

Un inciso. Yo hacía deberes cuando era un estudiante; los deberes son un entrenamiento para afianzar en la práctica los conocimientos teóricos que uno va adquiriendo. Pero cuando el estudiante se gradúa y accede a un trabajo, ya no hace deberes ni resuelve problemas hipotéticos; cuando uno trabaja, ha de resolver problemas reales y, si no sabe lo suficiente, lo mejor es que haga un máster fuera de horas de oficina. Porque a la empresa no se va a aprender; a la empresa se va a aportar conocimientos. Eso parece que no cuenta para los políticos, que llegan al cargo por piquito o porque chaquetean bien al líder; por eso van haciendo deberes: para aprender. El problema es que nosotros les pagamos los estudios y, la mayoría, dejan el cargo cuando todavía no saben lo suficiente pero con sus prácticas han dejado el país hecho unos zorros.

Por ahí se ha movido la ministra Salgado. Si los presupuestos arrojan déficit, es fácil arreglarlo: se rebajan un poco los gastos, se suben un mucho los ingresos “et le voilà”. ¿Qué no es fácil? Vamos a poner un ejemplo práctico.
Supongamos que un servidor es propietario de una tienda de ultramarinos que tiene un único empleado: mi señora. A mitad de año observo que la tienda no rinde lo que debe y empiezo a tomar decisiones.
Primero: recortar gastos. Le bajo el sueldo a mi empleada; le recomiendo que no use productos de limpieza, que contaminan y son caros pero, si los usa, que los pague ella, y si no los usa y el local no queda como un espejo, meto a una señora de la limpieza y lo que me cueste lo desquito del sueldo de mi señora.
Segundo: aumentar ingresos. Si subo los precios, los clientes comprarán en el chino de la esquina así que les aplico un canon de consumo interno, es decir, los productos que mi señora compre para usar en casa irán gravados con un impuesto especial. Además, cada vez que vaya a la peluquería, se compre un vestido, unos zapatos o un delantal, pagará una tasa de ostentación.
¿Ven que fácil? Sólo tengo que putear a los míos para equilibrar el balance de mi tienda. Pero es que, además, como llegará un momento en que mi señora me dará mal de comer e irá hecha un adefesio, estaré en mi derecho de plantarla en la calle y me ahorraré el sueldo completo. Por último, venderé el solar a una inmobiliaria que hacía tiempo que iba detrás de mí y, quizás, pueda vivir de los réditos y de las conferencias que dé a otros tenderos explicándoles la forma de vivir a costa de su señora sin dar clavo. Mi tienda se habrá ido a hacer gárgaras pero, para entonces, ya habrá otros en el gobierno.

Es exactamente lo que ha hecho la señora ministra o los señores que nos mandan: le han bajado el sueldo a los funcionarios, han congelado las pensiones, van a alargar la edad de jubilación y el periodo mínimo cotizable, han recortado unas prestaciones sociales que pusieron ellos porque el país se lo podía permitir, han de dejado de pagar los 400€ con los que compraron votos, han subido el IVA un 12,5%, han subido Dios sabe cuánto los impuestos especiales… Y después de todo eso, el gasto sólo se ha reducido en un 2,1% y cada día siguen cerrando empresas y mandando a la gente al paro. España se irá a hacer puñetas pero para entonces ya habrá otros en gobierno.

Menos mal que cuando gane, el PP subirá el sueldo a los funcionarios con carácter retroactivo, descongelará las pensiones, rebajará el IVA… ¡Mierda, ya se me ha derramado otra vez el tarro de la leche!

jueves, enero 20, 2011

Pinganillos en el Senado

Miércoles, 19. Punto radio. El tema a debate es la inauguración del sistema de traducción simultánea en el Senado; se escuchan las primeras palabras en una de las cámaras de las Cortes Españoles en un idioma diferente al que los nacionalistas llaman la lengua del imperio. No hay noticias de que nadie haya sufrido un infarto o un acceso de sarpullido alérgico. Los comentarios entre los tertulianos, políticos y personal civil entrevistado son variopintos:
- Parece mentira que hayan tenido que pasar más de 30 años desde que se aprobó la Constitución para que las lenguas nacionales tengan cabida en la cámara regional –político nacionalista-.
- Es una estupidez. ¿Verdad que todo el mundo entiende el español? Entonces, ¿a qué viene tanto teatro? –político no nacionalista-.
- Con la que está cayendo y encima empleamos más dinero en gastos inútiles – ciudadano de a pie preocupado por la crisis-.
- La Constitución y los Estatutos de Autonomía dicen que el catalán, el gallego y el vasco son cooficiales en sus respectivas comunidades autónomas pero no en el resto de España –otro ciudadano de a pie que no necesita excusas económicas-.
- No sé de qué se queja el PP o ¿es que sus parlamentarios no hablan catalán en el Parlament de Cataluña? –un ciudadano enterado-.
- No sé de qué se queja el PP o ¿es que sus parlamentarios no hablan castellano en el Parlament de Cataluña cuando les viene en gana –otro ciudadano enterado que no ha oído al ciudadano enterado-.

Hasta se ha intentado recabar la opinión del presidente del Congreso, pero el señor Bono ha capeado la pregunta y no ha querido contestarla.
- Hombre, lo que es penoso –habla un tertuliano- es que hay traductores de español a catalán y viceversa, de español a gallego y viceversa y de español a euskera y viceversa pero no hay traductor de gallego a euskera. Cuando un senador habla en gallego, el discurso se traduce al español y ya está; entonces es que se da por sabido que todos los senadores hablan español. Es un absurdo. Pero bien mirado, es pintoresco ver a sus señorías con pinganillo.

El tertuliano no indica si hay traductor de gallego a catalán o de catalán a euskera y a mí no me queda claro si es que no hay funcionarios que sepan dos idiomas “cooficiales” o es que la idea se centra en que cada uno hable en la lengua que quiera pero que escuche en la oficial de la nación.
Me entero que, con esta normativa, cada sesión del Senado cuesta unos 12.000€ más, cosa que a los tertulianos y a la mayor parte del público entrevistado le parece que es una forma de tirar el dinero por la ventana. La conversación se hace repetitiva y empiezo a perder interés. De pronto hay un chispazo de inteligencia que requiere toda mi atención aunque me he perdido el nombre del político que contesta a la pregunta.
- ¿No le parece que con la crisis que sufrimos, la existencia de traductores en el Senado es un gasto que no nos podemos permitir?
- Estamos desviando el debate. La cuestión no es si debe implantarse o no la traducción simultánea en la Cámara Alta, la cuestión es si podemos permitirnos el lujo de gastar cincuenta millones de euros en mantener abierta una institución que no vale para nada.

Lamento haber perdido el hilo de la charla y no haber retenido el nombre del político. Y lo lamento porque ya tendría decidido mi voto mientras él fuera candidato. Que el Senado no sirve para nada lo saben todos los políticos pero éste es el único que se atreve a decirlo.

lunes, enero 17, 2011

Huelga salvaje

Después de casi mes y medio, el gobierno ha levantado el estado de alarma al que le obligó la huelga salvaje de los controladores aéreos; ya podemos tratar el tema sin miedo a que nos apliquen la ley marcial.

No tengo reparo en reconocer que cuando, primero el Ministro de Fomento y luego el Ministro del Interior, salieron en televisión a explicar que habían movilizado a los controladores y establecido el estado de alarma, exclamé: "¡Ya era hora!" Y es que estamos un poco cansados de que, cada vez que nos vamos de vacaciones o nos tomamos un puente, nose convoque una huelga de controladores aéreos, personal de Aena, RENFE o gasolineras. ¡Qué casualidad que siempre coincidan por estas fechas los problemas laborales!

Dicho esto, vayamos a lo que importa.

Huelga salvaje: desde que el Ministro del Interior acuñó la expresión, tanto políticos como plumillas, la han utilizado hasta la saciedad. No tengo noticias de que los controladores matasen a nadie, ni hicieran barricadas, ni incendiaran coches, ni siquiera que se manifestaran. Abandonaron su trabajo (que no es poco) y se reunieron en un hotel. Los desmanes los hemos visto (lo de matar, no) recientemente en Grecia y lo vimos en el mayo del 68 francés, mes, por cierto, que ha pasado a los anales de la historia como ejemplo de lucha por los derechos colectivos.
Trabajadores privilegiados: yo no he sido el que ha fijado el sueldo de los controladores. El sueldo se lo han ido poniendo este gobierno y el anterior y el anterior y el anterior y… Porque ninguno ha sido capaz de obtener un acuerdo duradero y ha pospuesto el conflicto ha golpe de euro. Pero hay de tener en cuenta que el hecho de que un trabajador gane mucho o muchísimo dinero, no suspende sus derechos constitucionales, uno de los cuales es el derecho a huelga que, en este caso, no estaba motivada por el sueldo sino por las condiciones laborales.
Estado de alarma: es una de las armas (de las que no matan) que la Constitución da al gobierno para hacer frente a situaciones que ponen en peligro la democracia y el orden. No estoy capacitado para determinar si la huelga de controladores entraba dentro de este ámbito pero sí tengo derecho a pedir que se aplique también a los trabajadores de RENFE, a los conductores de autobuses, a los empleados de gasolineras, a los médicos de la seguridad social, a los que recogen la basura y, si hace falta, hasta a las putas que se declaren en huelga de bragas subidas. Lo malo de recurrir a medidas excepcionales es que los gobiernos se acostumbran y pueden caer en la tentación de recurrir a ellas con demasiada frecuencia. Y no olvidemos que cada medida excepcional (legítima, legal y, a veces, hasta justa) es un torpedo bajo la línea de flotación de la democracia.

Dos apuntes:
1.- Penoso el diputado González Pons haciendo campaña electoral mientras el gobierno de la nación intentaba, acertada o desacertadamente, solventar un problema que afecta cada año a muchos españoles. Cuando un gobierno toma medidas excepcionales, la oposición lo apoya o calla y ya hará las críticas despiadadas y oportunas cuando estas medidas se debatan en las Cortes.
2.- Hay que acabar con la falacia del Decreto Ley. Un decreto ley es una ley urgente que entra en vigor antes de ser aprobada por las Cortes. Sin embargo, y eso no se dice casi nunca, todo decreto ley debe ser ratificado por estas Cortes en un plazo que oscila entre 15 y 45 días. Las Cortes pueden ratificarlo, modificarlo o anularlo. El Decreto Ley es una medida legislativa excepcional amparada por la Constitución y, como medida excepcional, cuanto menos se recurra a ella, mejor. Pero es falso que se hurte la voz al poder legislativo.

miércoles, enero 12, 2011

Estoy hecho un chaval

Vuelvo a mi vieja costumbre de escuchar la radio por la mañana; sólo un poquito puesto que el oficio de jubilado me ocupa las 24 horas del día y apenas me queda tiempo libre. Esta mañana he sido oyente de una entrevista que le hacían en la Ser al vicepresidente primero, ministro del interior y portavoz del gobierno, D. Alfredo Pérez Rubalcaba. Aunque parezca mentira, el tema principal no era la enésima tregua “indefinida” o “permanente” anunciada por ETA (que también se ha hablado de ella), sino la edad de jubilación.
Entresaco alguna de las ideas que me ha parecido escuchar de labios del ministro y añado algunas otras que se han formulado en los últimos tiempos:
· La última reforma seria sobre pensiones la hizo el Partido Socialista Obrero Español en 1985 y ha funcionado a la perfección durante 25 años.
· La esperanza de vida de los españoles ha aumentado en 10 años, lo que implica que si un jubilado cobraba antes su pensión durante 10 años, ahora la cobra durante 20.
· La demografía indica que el actual sistema de pensiones quebrará en 2030.
· Hemos de empezar a tomar medidas para que los jubilados futuros puedan obtener su pensión y ello pasa inexorablemente por retrasar la edad de jubilación y aumentar el número de años cotizados necesarios para cobrar el 100%.
· Este retraso se llevará a cabo progresivamente y se establece en 67 años como ya han hecho Francia y Alemania (lo juro).
· Se necesitará haber cotizado durante 41 años para cobrar el total de la base calculada a partir de los últimos 25 años trabajados.
· Habrá flexibilidad a la hora de conceder las jubilaciones porque, según la profesión que se ejerza, hay personas que llegan a esa edad “más trabajadas” (sic) que otras. Se dificultarán las jubilaciones anticipadas de trabajadores con 52 ó 54 años.
· Superados los 41 años de cotización se podrá anticipar la jubilación perdiendo, por supuesto, un determinado porcentaje de la base calculada.
· No es cierto que los jubilados actuales vayan a perder poder adquisitivo.

¡Vaya, me ha faltado una proposición para decir que he formulado un Decálogo! Bien está así. Entre las nueve ideas hay verdades como puños y falacias impropias de una persona con el poder que acumula el señor Pérez Rubalcaba, cuya candidatura (de izquierdas) recibió el voto de más de 10 millones de españoles.

No tengo datos para rebatir que la esperanza de vida haya aumentado en 10 años durante los últimos 25; ni tan siquiera estoy seguro de que el señor ministro lo haya dicho. Lo he deducido yo solito basándome en la colocación de esa afirmación dentro del texto y el contexto de la entrevista.
El primero de los puntos enumerados ya encierra una verdad y una falacia. Es verdad que el actual sistema de pensiones data de 1985 con el PSOE en poder pero es mentira que haya funcionado durante 25 años. Cuando en el cara a cara de la campaña electoral del 92 entre D. Felipe González y D. José María Aznar, el entonces presidente del gobierno acusó al candidato de que iba a rebajar las pensiones, pensé que se había puesto en manos de su contrincante dado que, por entonces, los únicos que habían puesto en duda la viabilidad del sistema de pensiones y señalaban 2015 como fecha de quiebra, habían sido los ministros socialistas de Trabajo y Hacienda. El señor Aznar, supongo que porque no se esperaba semejante cara dura, picó y se descolgó preguntándose cómo iba él a bajarle la pensión a su anciano padre; perdió las elecciones. Cuatro años después accedió a la presidencia y, sea por suerte, sea porque lo hiciera bien, 2015 dejó de ser una fecha tabú y se afirmó, sin que nadie lo desmintiera, que las pensiones quedaban aseguradas hasta 2025.

Ha sido necesario que volviese a la cartera de Hacienda Pedro Solbes, uno de los ministros que pronosticaron la incapacidad del estado para hacer frente a las pensiones a partir de 2015, para que nuevamente se vuelva a hablar de dificultades aunque éstas se hayan desplazado a 2030. Seguramente Solbes y Pérez Rubalcaba tienen razón y para esa fecha, con el sistema actual de pensiones no se podrá pagar a tanta gente, pero disponen de 20 años para pensar y ver de dónde han de sacar el dinero necesario. Les pagamos para eso. Lo fácil es lo que pretenden hacer: retrasar la edad de jubilación y reformar el sistema para que a cada uno de los que tengan derecho a cobrar haya que pagarles menos y durante menos tiempo. El que la esperanza de vida se haya incrementado no implica que la capacidad de trabajo no se siga deteriorando al mismo ritmo que antes. Mis dos abuelos pueden ser un ejemplo de cómo se llega a los 65 años. Ambos vivieron 89 años pero, mientras mi abuelo materno no podía levantarse de su mecedora desde antes de cumplir los 65, mi abuelo paterno estaba hecho un chaval y era capaz de desplazarse de forma autónoma y hasta andar tres o cuatro kilómetros. Pero si uno no era apto para el trabajo porque no era capaz de mantenerse en pie, el otro tampoco era apto porque a esa edad no podía doblar la raspa. Y los actuales jóvenes de 65 años estarán lustrosos (porque se lavan más y les da menos el sol) y aparentarán una salud a prueba de bomba aunque hayan de mantenerla a golpe de pastillas, pero el desgaste de sus huesos es similar al de mis abuelos y la pérdida de neuronas puede que sea mayor ya que hoy se utilizan más (las neuronas) y, por tanto, tienen un desgaste mayor. O eso es lo que atestiguan los empresarios españoles, que están seguros de que los empleados se vuelven lelos a partir de los 40 ó 45 años, tal como puede comprobarse en las EPC.
Ahí es donde radica el golpe maestro. Lo de menos son los dos años de jubilación que se ahorra el gobierno (digo bien, el gobierno, porque el estado, que somos todos, no ahorra nada ya que de alguna manera tendrá que mantener al viejo, aunque la solución final, y a la que se tiende, sea que cada uno mantenga a sus viejos), lo importante es que el jubilando llevará 10 años en el paro y lo más probable es que no le toque jubilación y, en el caso de que le toque, esta alcanzará límites irrisorios. No se puede entender de otro modo puesto que sería absurdo que un país con más de cuatro millones de parados aumente los años de trabajo sabiendo que más gente irá al paro ya sea porque despidan a los viejos por bajo rendimiento, ya sea porque no se liberan puestos de trabajo para las nuevas hornadas.

Entiendo que los economistas no vean otra solución. Ellos saben de números (bueno, ni eso; son de letras) y pueden deducir que cuanto menos se pague más tiempo durarán los caudales. Pero a los políticos les pagamos para que piensen y encuentren soluciones imaginativas. Nos contestan diciendo que los jubilados no van a perder poder adquisitivo. Bien pensado, llevan razón: los pensionistas no van a perder poder adquisitivo, ya lo han perdido. O si no, que me expliquen la ecuación: el IPC de 2010 se establece en torno al 1,65%, desde julio todos los productos cuestan un 2% más, los jubilados tiene congelada la pensión… luego, incremento de x=0. Este teorema no lo mejora ni Pitágoras.

En fin me he enrollado demasiado y no quiero acabar sin dar una idea al gobierno, una idea que me tiene absorto desde el día en que, siendo bastante jovencito, vi una película que me causó honda impresión. Ante un exceso de población mundial, los gobiernos habían determinado que a los jubilados no se les suministrasen medicamentos curativos. Se les podía recetar analgésicos para que nadie sufriera pero era delito atentar contra la vida de virus y bacterias. En pro de una mejor economía, a ninguno de estos gobiernos se le había ocurrido la medida de retrasar la edad de jubilación.
Aunque todavía se puede desarrollar y poner en práctica la ley que propicia Superwaiter:
Todo el mundo tiene el derecho de jubilarse cuando quiera y con un buen sueldo, con la única condición de que tiene cinco años para morirse; en caso de no cumplir este requisito, lo morimos nosotros.

Lo que mas me jode es que, encima, esta faena nos la esté haciendo la izquierda.

Viernes, 14 de enero
El INE ha publicado el IPC del mes de diciembre. El 1,65% que menciono más arriba se ha quedado en el 1,5 pero se refiere al coste de vida subyacente, es decir, el que afecta a los productos que apenas tienen oscilación en el mercado. El IPC interanual ha sido del 3% a repartir equitativamente entre productos de poca oscilación y productos de temporada y energéticos. Esos últimos apenas influyen en la cesta de la compra; al fin y al cabo hablamos de corriente eléctrica, tomates, patatas y productos de huerta varios, todos ellos "considerados gastos superfluos".

lunes, enero 03, 2011

Dieta blanda

Hace más de 20 años se me rebeló una muela del juicio; llevaba tiempo intentando salir y, cuando ya casi lo había conseguido, cada vez que daba un tironcito, agarraba una infección que acababa pasandome al carrillo del mismo lado y me dejaba tal como a un músico de jazz al que le han quitado la trompeta. Mis visitas al dentista eran frecuentes y siempre me decía lo mismo:
- Si la próxima vez vuelve a salirle un flemón, se la tendré que quitar, pero es que me da pena porque la muela está creciendo sana y derecha…

Me pasé más de un año en que se alternaban dos meses de tregua y un mes a golpe de Omnamicina un millón, de tal modo que tenía el culo como una sartén de asar castañas. Lo que más me molestaba es que la consulta era a las 7 de la tarde y yo salía de trabajar a las 7:30, lo que implicaba ser el último de la fila y que me diesen un número del 15 en adelante; había días que llegaba a casa pasadas las 9 y media.
Uno de estos episodios coincidió con las fiestas navideñas, visita incluida en la semana que va de Nochebuena a Nochevieja. Recuerdo que llegué asustado al ambulatorio de la calle Manso: si en una semana normal había cerca de 20 personas esperando al dentista, después de tres días a golpe de turrón de Alicante era lógico pensar que hubiese overbuquin de dientes en mal estado; no caí en la cuenta que virus y bacterias suelen tomarse vacaciones por esas fechas y resultó que el único paciente de aquel día fui yo.

Meses después, la muela del juicio atacó de nuevo. Un día no me vi con ánimos de ir al trabajo y me quedé en casa. ¡Qué cara me vería Quiosquera cuando volvió, que insistió en que fuésemos a urgencias! ¡Y cómo habría pasado yo el día, que dije que bueno! Llegamos a la Residencia de Valle de Hebrón casi anocheciendo y, en cuanto me vio, el médico de guardia echo mano al teléfono.
- Necesito una cama en la planta siete.
- Oiga, doctor –le dije-. Hoy ya no me van a hacer nada; me voy a casa y mañana vuelvo.
- Usted no puede salir de aquí bajo mi responsabilidad.
- Es que no traigo pijama ni cepillo de dientes ni nada –ni traía pijama ni lo he usado nunca pero cualquier excusa era buena para no pasar la noche allí-.
- No se preocupe por el pijama. Usted se queda aquí; con la infección que lleva a cuestas le puede dar cualquier cosa y amanece tieso –lo dijo de modo más fino y convencional, aunque yo lo entendí así-.

No tuve más remedio que quedarme. Me alojaron en una habitación séxtuple en la que todavía quedaron dos camas libres. Me dieron un yogur para cenar y de postre me enchufaron el gota a gota. El problema que tenía para comer es que no podía abrir la boca y, por tanto, no me cabía una cuchara. Me aplicaron dieta blanda. Eso significa que sólo me daban sopas, purés y alguna que otra porquería que se pudiese sorber. Las sopas no son mi plato favorito pero, haciendo un esfuerzo, soy capaz de soportarlas. Los purés…, los purés me revuelven el estómago y cada comida se convertía en un pequeño suplicio. El jueves ocuparon la cama que había a mi lado; se trataba de un señor de mediana edad al que le tenían que abrir la encía y necesitaba preparación especial porque era hemofílico. Y el jueves, en todo lugar que se precie, toca paella. Vi cómo se la servían a mis compañeros de habitación mientras los jugos gástricos amenazaban con perforarme el estómago; para contenerlos desvié la mirada hacia la bandeja de la dieta blanda e intenté centrar la atención en el puré, a la vez que me autoconvencía de que esta vez iba a ser capaz de alimentarme sin sufrimiento. De pronto, el corazón me dio un vuelco: acababan de asignarle la bandeja al hemofílico al tiempo que en mi mesilla depositaban la paella. Estaba claro que era un error y, que Dios me perdone por ello, no salí voluntario a deshacerlo. Agarré el tenedor, atrasé el maxilar inferior todo lo que pude y acerqué los granos de arroz al estrecho resquicio que quedaba entre los dientes. Aspiré con precaución primero y con avidez después. No me atraganté. Cuando la auxiliar de clínica entró, me pilló repelando un huesecillo que iba acompañado con un poco de carne de pollo. El hemofílico estaba esperando:
- Señorita, me han puesto dieta blanda…
La señorita miró su plato. Luego, el mío.
-Si le han puesto dieta blanda es que debe tomar dieta blanda. Yo cumplo órdenes del médico.

Aquella tarde dormí como hacía días que no dormía: espatarrado como una rana y con una sonrisilla en la boca. Vamos, como una pitón que acaba de tragarse un cordero y necesita de todas sus fuerzas para digerirlo. Y sin importarme un pimiento que a la noche me esperase la dieta blanda.