domingo, diciembre 30, 2012

¿Gastar menos, o gastar bien?


En un nuevo “viernes negro”, el Consejo de Ministros aprobó el 21 de diciembre el copago para usuarios de ambulancias y prótesis ortopédicas. No se trata de establecer un nuevo impuesto o tasa; lo único que se pretende es que la nueva rapiña actúe como efecto disuasorio para quienes utilizan las ambulancias como si fuese un taxi y, digo yo, calzan una prótesis para conseguir un lugar de privilegio en la cola del autobús o en las gradas del Nou Camp.
Sigo sin saber economía, si bien 40 años cuadrando cuentas para que los gastos (fijos o eventuales) no sobrepasaran los ingresos, y algunos años menos como usuario de subvenciones ortoprotésicas, me acreditan como “especialista” en ciertos aspectos económicos.

Hace unos cuantos años, escribía en Pies para quiosquero un artículo que titulé “Subvenciones”. Contaba el precio de unas botas que pasaban por zapatería y zapatero remendón, y otras que seguían el trayecto centro ortopédico-centro ortopédico: las primeras me costaban a mí 270€; las segundas me costaban a mí 500€ y a la Sanidad Pública otros 600€.
No hay que explicarle a nadie cuál es el camino más barato; se ve. Pero como siempre ha habido demasiado chorizo para tan poco pan, la administración regula el tráfico de subvenciones para que no se aprovechen en demasía los usuarios lisiados y/o los pequeños profesionales; por eso exige que estas subvenciones circulen por canales de mayor garantía y sean las ortopedias las únicas instituciones que puedan intervenir. Y ya se sabe… a mayor seguridad, mayor coste… ¿Ochocientos treinta euros?

A la hora de hacer números, alguien habrá visto que podría ser excesivo. Sanidad no sabe que, por unas botas, determinadas ortopedias se embolsan 1.100€. Pero sí sabe que por 600€ casi podíamos llevar en brazos a los discapacitados… Entonces va y mete la tijera; en adelante, los lisiados pagarán unos euros más por su calzado, la administración se ahorrará estos mismos euros y la ortopedia se seguirá forrando. Ana Mato toma el camino fácil y penaliza al subvencionado, es decir, al que ni gana ni pierde en la transacción, mientras sigue protegiendo al verdadero chorizo.
Lo peor es que éste es el sistema que emplean los gobiernos para controlar el gasto: se trata sólo de gastar menos, en ningún caso el objetivo es gastar bien y en función de la disponibilidad.

La norma por la que la Sra. Ana Mato quiere controlar que no se le escapen gastos innecesarios, es sencillamente un recorte. Garantizar que unos “profesionales” poco honestos no se forren a costa del estado y de unos clientes con necesidades especiales, es ahorrar utilizando con sentido el presupuesto. Claro que esto último requiere un esfuerzo inteligente, y éstas son dos cualidades que no suelen abundar en los consejos de ministros.

jueves, diciembre 20, 2012

El milagro de la Sanidad Nacional


Hay políticos de muchos colores, formados ideológicamente en distintas escuelas; todos ellos, sin embargo, estudiaron economía en la misma academia: ESADE, tal vez. Para ellos, ahorrar significa ingresar más y suprimir gastos necesarios; a ninguno se le ha ocurrido que ahorrar pueda significar gastar el dinero que se tiene (y sólo el que se tiene) de forma consecuente,  atendiendo primero las necesidades más urgentes.
Por ejemplo, para controlar el gasto sanitario se han tomado dos medidas de control: primero se crea el copago farmacéutico con efectos “disuasorios”, y, después, se establece un doble control al emitir la receta electrónica para que el vejete o el incapacitado no le choricen a la Sanidad Pública medicinas que no necesitan.

Recién echada a andar en España la “medida disuasoria” (Cataluña, rizando el rizo, ha puesto en marcha el copago como hecho común y el repago como hecho diferencial), tuve que renovar la receta electrónica de mi madre. Acudí al médico de cabecera y, en menos de dos minutos, ya tenía medicinas para un año más.
- No le renuevo los pañales para la incontinencia –dijo el médico-; como no son un medicamento, ha de renovarlos la enfermera.

Bueno, era una forma de ahorrar tiempo al médico; un par de segundos no más. No es que mi madre mee mucho, pero dos segundos de aquí, tres de allá y otros tantos de acullá al final tienen su incidencia en los Presupuestos Generales del Estado.
La enfermera no era enfermera, sino enfermero; probablemente un gran experto en entablillar muñecas y pinchar culos. Claro que la faena para la que se le requería era más sencilla: marcar en el ordenador el tipo de pañales que iba anotado en la antigua receta electrónica. Dieciocho (18) minutos de arduas discusiones con la pantalla empleó el buen hombre en obtener el modelo adecuado de pañal. Que digo yo que por poco que gane el técnico de grado medio respecto al licenciado...
No fue eso todo. Los pañales deben ser artículo de mangoneo especial ya que, además de la firma del enfermero, es necesaria la firma del inspector; eso significa que el pincha culos tuvo que abandonar su puesto de trabajo para solicitar por fax el correspondiente permiso. Es lógico que con semejante gasto de recursos el gobierno “solicite” la ayuda económica de los pacientes e invente medidas “disuasorias” que eviten el descalabro de la Sanidad Nacional.

En todos sitios cuecen habas. Lo que acabo de contar sucedió en Aguadulce (Almería). Recién vuelto a casa, pasé unos días en Cubelles y me tocó acercarme a que me recetasen el menú del mes. Aquí sí tiene validez la Tarjeta Sanitaria Autonómica; posiblemente hasta puede ser que el médico tenga acceso a la lista de medicamentos que habitualmente tomo, pero algo no acaba de cuadrar.
- Oiga –dije al médico cuando empezó a imprimir las recetas en papel verde-, estoy jubilado y me toca receta roja.
- Yo tengo que poner el papel que me indica el ordenador y el ordenador me dice que lo ponga verde (el papel, no a mí). Vaya a su médico de cabecera y que le rectifique la ficha.
- Hombre, llevo dos años y medio con recetas rojas y, que yo sepa, ni he descumplido años ni me han desaparecido las dolencias…
- Esto debe haberse producido con motivo de la conexión con las farmacias para que el boticario sepa lo que debe cobrar en concepto de disuasión.

Bueno, en tres meses había retornado a trabajador en activo; un nuevo milagro de la Sanidad Nacional. Quiosquera se empeñaba en ir a la farmacia con la receta verde.
- ¡Ni hablar! Mañana nos vamos a Barcelona, arreglamos la ficha y nos venimos con las recetas rojas.
- ¿No ves que así te va a salir más caro?
- Me da igual. Yo me atengo al cumplimiento estricto de la norma.
- Como el gallego.
- Eso, ¡pa joder!

Aun así nos pasamos por la farmacia. Quiosquera le contó el caso a la boticaria.
- No se preocupen; si tiene derecho a receta roja, me saldrá en el ordenador.
¡Equilicuá! El Colegio de Farmacéuticos de Barcelona sabe que estoy en clases pasivas. Otro control que el gobierno del país hace recaer en los boticarios.

Me pregunto a qué base de datos estarán conectados los ordenadores de la Seguridad Social en las afueras de la capital (autonómica).

lunes, diciembre 17, 2012

Tarjeta Sanitaria: aunar criterios

Cuando Pedro Ruiz todavía era Pedrito Ruiz, decía que “durante la dictadura, España era Una, Grande y Libre, y, con la democracia, España eran Muchas, Pequeñas y Cabreadas”. No estoy seguro de que haya sido exactamente así, aunque sí he podido comprobar que cada una de las pequeñas Españas ha hecho lo posible por mantener su hecho diferencial a base de no parecerse a (o diferenciarse de) sus vecinas.
Ya escribí algo de lo que me acaeció en Galicia por mor de la receta electrónica. Pasa igual en otras Españas, sea por mor de la receta electrónica, sea por mor de la Tarjeta Sanitaria, esa que tan fácilmente obtienen los inmigrantes ilegales.

Desde que un españolito accede al mundo del trabajo, el Ministerio de Trabajo, Seguridad Social, Sanidad, o el que en ese momento tenga la competencia adecuada, le asigna un número único, personal e intransferible que le acompañará a lo largo de su vida laboral; un número que vale para identificarse ante todo lo que se relacione con el trabajo, salvo asuntos relativos al IRPF: nómina, cotizaciones, enfermedad, médico, jubilación… Y era la Tarjeta Sanitaria (antes Cartilla de la Seguridad Social) el documento que lo soportaba: dos hojitas de papel finucho que se desgastaba o rompía con facilidad y acabábamos metiendo en una bolsita de plástico que suministraban en las farmacias o comprábamos en un mercadillo. Con el tiempo, el papelito se sustituyó por una tarjeta de plástico duro e, incluso, se le añadió banda magnética. No tengo noticias de qué España fue la primera en saltarse la norma; lo que sí sé es que en Cataluña hace mucho tiempo que tenemos una Tarjeta Sanitaria con diseño propio donde no aparece el mentado número, sino que ha sido sustituido por otro que, a su vez, va precedido por las dos primeras letras de cada apellido. La cosa no pasaría de anecdótica si no fuera porque algunos españoles viajan y hasta se ponen malos en sus desplazamientos. O son enfermos crónicos que necesitan una medicación continuada…

Habíamos hablado de la imposibilidad de obtener en Galicia los medicamentos que un paciente toma de forma habitual; sólo queda la posibilidad de acudir a un Centro Sanitario y que el médico de guardia tenga a bien recetarle la medicina agotada. Ocurre igual en el resto de autonomías. Después de un mes en Aguadulce (Almería), me quedé sin mi ración diaria de medicinas y hube de pasarme a que el facultativo me extendiese la receta pertinente.
- ¿Me deja su Tarjeta Sanitaria? –preguntó la señorita de recepción.
Le di mi tarjeta, la del Instituto Catalán de la Salud.
- No, lo siento, ésta no me vale; no lleva el número de seguridad social. Tendrá que darme el D.N.I.
- ¿Le vale ésta? –le mostré la Tarjeta Sanitaria Europea.
- ¡Sí, ésta sí vale!
Tiene perendengues. Para viajar por España necesito la Tarjeta Sanitaria Europea porque no existe la Tarjeta Sanitaria Española y las Comunidades Autónomas no se hablan entre sí.
 
Ni que decir tiene que ningún español que necesite un médico vaya a quedar desatendido; hay otras maneras de identificarse, pero tiene narices que no haya un documento común que facilite esta identificación. Y en la farmacia ocurre lo mismo: una vez el Número de la Seguridad Social ha indicado al médico que el paciente es pensionista y la receta se imprime en documento rojo, el farmacéutico ha de hacer la misma comprobación y parta ello necesita de nuevo la Tarjeta Sanitaria Europea.
 
Nota: La Tarjeta Sanitaria Andaluza incluía el Número de Seguridad Social… al menos hasta este verano. Tuve que renovar la tarjeta de mi madre, y la nueva no lleva el número: la Junta ha inventado un nuevo modelo que lo suprime y lo sustituye por otro que tampoco coincide con el modelo catalán.
A eso se llama aunar criterios.