miércoles, marzo 28, 2007

Lavar el honor

Soy vengativo. Cuando alguien me gasta una putada paso un tiempo dándole vueltas al tema hasta que encuentro la forma de devolverla. Luego, al darse la ocasión, pienso:
- Ves, ahora es cuando debería hacer…
Y doy la venganza por cumplida.

Hay veces, sin embargo, que no encuentro ni la forma de vengarme ni la oportunidad de llevar a cabo mi venganza. Eso me pasó en mi viaje de novios. Estábamos alojados en un hotelito de Magalluf donde los únicos españoles éramos dos parejas de recién casados. El resto, alemanes. El comedor abría de 12 a 13,30 y a las 12 menos cuarto ya estaban los alemanes haciendo cola en la puerta.

El primer día, Quiosquera y yo, llegamos a la una. El acceso al comedor estaba cerrado por una puerta de vidrio y, solícito, me adelante para franquearle la entrada a mi flamante esposa. Agarré la empuñadura y empujé. La puerta cimbreó y permaneció impertérrita. Un nuevo empujón, más fuerte, con el mismo resultado. Estaba haciendo el capullo. Una alemana, entrada en años, gesticulaba desde una silla a la vez que decía:
- Shiven, shiven…
Sin hacerle puñetero caso, continué dando empujones.
- ¡Shiven, shiven…!
La miré con cara de malas pulgas y vi su gesto. ¡Tate, la puerta era corredera! Cuando conseguí abrir, la alemana se estaba descojonando de risa. Comí sin poder quitarme de encima la sensación de ridículo.
Esta vez no hacía falta devanarme los sesos. Era una venganza imposible.

Tuvieron que pasar muchos años hasta que, en un vuelo de Frankfurt a Estambul, coincidiera con un grupo de viejas alemanas. Por entonces aún se podía fumar en la cola del avión y, después de la bazofia que nos endiñaron para comer, me fui a fumar un Ducados. En la cola había dos retretes y frente a los retretes dos colas… de viejas alemanas. Una de las viejas se me puso detrás pensando supongo que yo esperaba turno. Con una sonrisa de oreja a oreja le facilité el paso.
- Tanque
Y con las mismas empezó a dar empujones a la puerta.
- ¡Shiven, shiven…! –le dije-.
- ¡Ah, shiven… Tanque!
Y la abrió de par en par. La puerta era corredera.

Cuando volví a mi asiento le dije a Quiosquera:
- Acabo de lavar el honor de la familia Quiosquero.

No siempre es amargo el sabor de la venganza.

martes, marzo 13, 2007

El SAI

Como casi todo el mundo sabe, un SAI. (Servicio de Alimentación Ininterrumpida) es un aparatejo que se conecta entre la toma de corriente y el ordenador y cuyo fin es suministrar energía a la unidad central cuando hay un corte de electricidad.

Cuando llegué a Sorbes, disponían de un SAI adquirido unos 15 años atrás que, aparentemente, todavía funcionaba. Hasta que un buen día vinieron a reparar la calle. Al primer testarazo parpadearon las bombillas. Al segundo, se produjo un apagón general. El angelico había cortado los cables que daban luz a tres o cuatro manzanas. El SAI no respondió y todos los ordenadores se fueron a freír espárragos.

Natas es una persona a quien le gusta buscar al culpable. No importa que la víctima esté necesitando ayuda. Lo primordial es saber quién la mató.
Apenas volvió la corriente, me sometió a un primer grado. El objetivo era demostrar que el SAI no estaba bien conectado y por eso falló. Como las personas tipo Natas suelen fiarse más del personal externo que del propio, llamé al técnico que nos hacía el mantenimiento de los PC.
- Está muerto. Hay que cambiarlo.
- Pues explícaselo a Natas que yo estoy harto.

Para explicarlo, el técnico utilizó un lenguaje coloquial.
- Esto es como la batería de un coche. Llega un momento que se agota y hay que cambiarla.

No había pasado un cuarto de hora, cuando se presentaron Papá Sorbes y Kimi. Muy cabreado me preguntó.
- ¿Ya le pone usted agua destilada a la batería del SAI?

martes, marzo 06, 2007

Señora María

La señora María es oriunda de un pueblecillo de la costa alpujarreña. Hija de pescadores, trabajó desde que se sostenía en pie, ya cuidando de otros niños más pequeños, ya acarreando cántaros de agua desde la fuente. Con eso conseguía ayudar en su casa puesto que el pago por su faena consistía en un cacho de pan y un poco de engañifa. No era suficiente. Apenas cumplió 13 años, su madre le preparó el hatillo y la mandó para Barcelona. Un par de bragas y una bata porque, cuenta ella, sus tetillas todavía no daban para sostenes (coletillos los llamaban en su comarca).

La señora María aprendió a leer y escribir lo justito para defenderse. Todo lo que sabe, y sabe mucho, lo fue aprendiendo a fuerza de tropezones y fracasos en la universidad de la vida. Es el alma y el motor de su familia, la que empuja a los hijos a aprender y mejorar, la que se pone negra si a alguno de ellos le faltan arrestos en determinadas ocasiones… La señora María, a pesar de su poco saber aprendido de libros, es más lista que el hambre. Se las ve venir y siempre se encuentra preparada. Es optimista por todos los demás aunque ello la lleve a veces a la depresión.

La conocimos cuando Quiosquera estaba embarazada, hace la friolera de 31 años, y desde entonces hemos mantenido el contacto. Con ella tenemos una relación muy especial, mezcla de amistad y admiración. Porque si tuviera la preparación necesaria y se dedicara, sería al político que yo votaría.

Cuando se pone a contar anécdotas podríamos estar horas escuchándola sin asomo de aburrimiento. Tiene el proyecto de que Dalr escriba sus memorias pero Dalr, de momento, no está por la labor. Todo llegará. A modo de avanzadilla relataremos aquí alguna de sus vivencias y patinazos.

Ella sabe que le falta refinamiento y se esfuerza en recordar y utilizar las palabras finas que escucha en la tele aunque, muchas veces, las cambie de sitio. No ha mucho, recogía su bolso para regresar a casa.
- Quiosquero, estoy preocupada.
- ¿Qué le pasa?
- Mi hija mayor. Estuve el otro día en el médico con ella y le mandó haserse unas pruebas…
- ¿Qué tiene?
- No lo sé. Me parese que le ha detectado un quiste en los testículos…

La señora María es de las que recapacitan y la siguiente vez que nos vimos aclaró la conversación.
- Me parese Quiosquero, que el otro día te dije…
- Ya la entendí, señora María, quiso decir que su hija tiene un quiste en los ovarios.
- Pues eso. Menos mal que tú me entiendes.