lunes, octubre 13, 2014

Ébola: acto de contrición


Natas Sorbes es una ejecutiva de nuevo cuño; agresiva, dominante, experta en las técnicas modernas que imparte ESADE, es de las personas que, cuando se presenta un problema, primero busca al culpable y después, si cabe, pregunta si se puede solucionar. Yo, por el contrario, soy mucho más dubitativo e indeciso; me preocupa un comino quién metió la pata y acudo antes a frenar el problema y buscarle una posible solución. Por eso, ella ha triunfado en la empresa y yo, al cabo de 40 años, acabé en un quiosco; bien, por eso y porque, como buen español, me sale a menudo el orgullo y la chulería y digo lo que no debo.
- A ver, Natas, tú ves un tío tirado en el suelo y pones en marcha todas las herramientas que te permitan buscar al asesino. ¿Por qué no miras primero de comprobar si está realmente muerto? A lo mejor sólo está herido y podemos llamar a la ambulancia o, en el caso de estar muerto, podríamos determinar cuál ha sido la causa y evitar, por ejemplo, que se extienda una infección. Claro que si tiene varias puñaladas, tal vez debiéramos avisar a la policía.
Cualquier persona que actúe con lógica puede deducir con facilidad que mi método es lento y que si el tío tirado en el suelo ha sido realmente asesinado, cuando vayamos a actuar ya se ha escapado el criminal.

Por otra parte, los españoles seguimos siendo íberos, es decir, tendemos a expresarnos como si viviésemos en tribus individuales donde todos los vecinos son inútiles menos yo. Cuando un europeo cuenta un chiste de un español, un francés y un inglés, invariablemente el tonto, el malapersona o el cochino es el español. Si el chiste lo cuenta un español, la cosa cambia: el tonto, el malapersona o el cochino es el español. O sea, los españoles vamos por la vida con el convencimiento de que todos los españoles (menos yo) son idiotas. Pero, en todo caso, la culpa la tiene el gobierno. Con ocasión del accidente de Angrois llegué a oír algo así como: “qué desgraciado soy: con lo grande que es el mundo y he tenido que nacer en un país como éste”.


Estamos viviendo la dolorosa historia de dos personas muertas y una en estado grave. Las tres eran profesionales de la sanidad y, ejerciendo su trabajo, han sido infectadas por el virus del ébola. Han sido, y son, portada en los medios de información aunque a distintos niveles: por las dos primeras, a la autoridad gubernamental le han llovido las críticas por traerlas ya infectadas y, sobre todo, porque eran misioneros que han dado su vida en ayuda de gentes más desfavorecidas (o eso es lo que se dejaba entrever en los twits y guasapes que se iban recibiendo). Por la tercera se han visto afectadas las autoridades gubernamentales, sanitarias y hasta judiciales por condenar a muerte y ejecutar al perro de la enferma. Durante varios días hemos desayunado, almorzado y cenado contemplando las manifestaciones que exigían el indulto del animal y, en menor grado, la dimisión de los responsables de la traída a España del ébola y de quienes no han aplicado el protocolo de la OMS, debido a lo cual Teresa Romero está en una situación en que su vida corre grave peligro.

No sabemos qué va a pasar con Teresa ni con otros posibles casos de contaminación, pero ya estamos buscando a sus asesinos y fabricando las pruebas que han de echar sus huesos fuera de la poltrona que ahora ocupan; no sabemos qué protocolo se ha seguido, pero se acusa a las autoridades sanitarias de no haberlo implantado por desconocimiento del mismo cuando bastaba una llamada a la OMS para informarse; no sabemos dónde ha fallado el protocolo o qué parte no se ha cumplido, pero se le ha cargado el muerto a la víctima. En resumidas cuentas, todos los poderes implicados, incluido el cuarto, han aplicado la máxima de “todos son inútiles menos yo”.
He sentido un cierto alborozo cuando he comprobado que Pedro Sánchez es tan ingenuo como yo; se ha atrevido a decir que “ahora lo importante es curar a Teresa Romero e impedir que se extienda el virus; tiempo habrá de buscar responsabilidades y depurarlas”.


Confieso con muchísima vergüenza que me he alegrado al saber que hay un infectado en los Estados Unidos de América; me ha alegrado conocer que en el Texas Health Presbyterian Hospital se ha aplicado a rajatabla el protocolo establecido por la OMS; me ha alegrado comprobar que los inútiles españoles no estamos solos en el mundo: nos podemos codear con inútiles de países mucho más avanzados. De todos modos, anoche ya pude leer las 8 grandes diferencias entre la forma de actuar de los americanos y el modo de hacer de los españoles; las circunstancias y hechos, incluso los tratamientos médicos, han sido extrañamente similares pero lo suyo ha sido producto de una posible ruptura del protocolo y lo nuestro una sucesión de errores incalificable que podría (y aún puede) habernos llevado a un desastre mucho más grave que el del aceite de colza desnaturalizado. Los españoles seguimos siendo unos inútiles.

Dicho esto, me pesa de todo corazón haber deseado que se produjera un suceso similar en cualquier parte civilizada del mundo. No acostumbro a rezar, pero he rezado y rezaré por la curación de Teresa Romero y por el enfermero estadounidense, que es una mujer (titular escrito por un sesudo, y no inútil, periodista español). Y cuanto todo haya pasado me uniré a quienes pidan que se establezcan las responsabilidades pertinentes que se deriven de la investigación.

martes, octubre 07, 2014

Matrimonio y código civil

Granada sigue siendo un caos circulatorio y un peligro enorme para el bolsillo del conductor pardillo, es decir, todo aquél que no sea un veterano en la ciudad y lleve sobre sus espaldas tropecientas medallas de tráfico, a razón de 90€ (o más) por condecoración.
Sabedor y sufridor de la pericia municipal, doy instrucciones a María Angustias para que me entre por Recogidas y me lleve a los aparcamientos que hay bajo el suelo de Puerta Real. María Angustias es un Tos Ton que me ha llevado y sacado con éxito de muchos lugares, al tiempo que me ha metido en follones mayúsculos, sobre todo en el centro y norte de España. Como a Granada ya la había llevado varias veces, me indica perfectamente la salida y la dirección que debo seguir. Hasta que me encuentro con las obras; si no estoy confundido, se trata de reparar del mismo empedrado que ordenaron poner los Reyes Católicos para paliar los efectos de las bombas. Sea como fuere, me pasa lo que a la pulga friolera: acabo apareciendo en el bigote del motorista, esto es, en la calle Arabial en dirección al Genil. María Angustias rectifica el trayecto y la sigo sin rechistar: tanto han cambiado los montones de escombros y las trincheras de la calle que no sé dónde estoy. ¡Ah sí! Paseo del Violón con los Escolapios al fondo. Cruzo el Puente Nuevo del Genil y, por Acera del Darro, voy a dar a Puerta Real y al parquin subterráneo.


Un taxi nos lleva hasta el hotel. Hemos aparcado en Puerta Real porque es imposible llegar motorizado a destino; de hecho, de Plaza Nueva hacia arriba sólo circulan taxis. El hotel recibe el curioso nombre de Casa del Capitel Nazarí o Casa del Moro Rico y es una construcción antigua restaurada al modo nazarí. Típica pero incómoda. 

Detrás de mí llega mi amigo Jesús:
- ¿Por dónde has venido? A mí se me ha ocurrido subir por Recogidas y me han echado la foto: se ve que sólo pueden circular los vecinos y los que van a los hoteles.
Granada continúa igual: es una trampa mortal para los conductores.
- He tenido suerte. Tenía intención de entrar por Recogidas, me he equivocado y he ido a parar al río.
- ¿Qué trayecto ha seguido usted para llegar a Puerta Real? –me pregunta la recepcionista.
- No lo sé exactamente, pero creo que he venido por Acera del Darro o San Antón. Vamos, por detrás de la Virgen de las Angustias.

- Pues tranquilo, ha seguido el único camino por el que se llega sin multas. Todos los demás están llenos de cámaras y no se escapa ni el gato. Usted tampoco se preocupe –le dice a Jesús-, ahora me da la matrícula de su coche y yo se lo arreglo. 

Ir de boda a Granada tiene sus riesgos. La celebración es en el Carmen de los Chapiteles, unos 500m. por encima del hotel, por detrás del cerro de la Alhambra. Desplazarse hasta allí constituye un nuevo peligro: siguiendo la Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes se juega uno la vida; hay que ir con ojos en el cogote para no meterse bajo las ruedas de un taxi. Las mujeres lo tienen peor: los zancos de los zapatos de boda están diseñados para hacer equilibrio sobre las baldosas de una sala plana, pero no son aptos para taconear entre los adoquines. Ni siquiera para caminar los 100 m. del Camino de la Fuente del Avellano necesarios para acceder al carmen.


Las bodas civiles tienen una ventaja sobre las religiosas y es que la ceremonia y condumio se celebran en el mismo lugar; por lo demás, es lo mismo. Si hace siglos fue la iglesia la que introdujo en sus ritos las costumbres paganas, ahora es el rito pagano el que incorpora la liturgia católica, eso sí, influenciadas por las modas y modos yankis.
Antes, la ceremonia mística era un tostón: los invitados lo que querían era decir “vivan los novios” y largarse al restaurante para ponerse morados; no les quedaba, sin embargo, otro remedio que tragarse lo de las arras, el intercambio de anillos y las frases de aceptación entre los novios.
 … y prometo amarte, respetarte y serte fiel hasta que la muerte nos separe –se decía.
Las películas americanas nos tienen acostumbrados a una ceremonia breve donde el juez les echa las bendiciones y la mujer del juez les presta los anillos. En España casa el alcalde o un concejal delegado, que, como buen político, pretende caer simpático; a tal fin se ha inventado una ceremonia con velas encendidas, arras, anillos y tropecientos discursos que, aunque nos encontremos al pie de la Torre de la Vela, se hacen pelito largos bajo los rayos de un sol del mes de agosto.

He percibido una ligera variación en las palabras de los contrayentes que no me ha hecho mijita de gracia:
- … y prometo amarte, respetarte y serte fiel todos los días de mi vida –se dice ahora.
Entonces, si hemos de ser fieles todos días de nuestra vida y no nos separa ni la muerte ¿para qué coño se inventó el divorcio?... Y de los viudos, ¿qué?
Lo peor es que, al final de la ceremonia, el celebrante lee a los novios tres artículos del código civil. El artículo 68 dice literalmente:
Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Deberán, además, compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y otras personas dependientes a su cargo.

Pase por que haya que lavar los platos entre los dos, pase por que se esté obligado a cuidar de los suegros, pero ¿guardarse fidelidad por ley? No sé si se habrán dado cuenta que en el matrimonio canónigo la infidelidad es un pecado que puede perdonar cualquier sacerdote, mientras que para el matrimonio civil la infidelidad es un delito que no perdona ni dios.
Este cambio no me gusta.