jueves, septiembre 15, 2022

Don Antonio de Barbón

El 1 de agosto me levanté con un cierto escozor en la parte socialista de la cara. Por la tarde observé que me habían salido unas pequeñas vejigas transparentes junto a la nariz, justo debajo del ojo.
El día 2 las vejigas se habían hecho más grandes y se extendían por el pómulo. Empezó a escocerme la cara y el ojo izquierdo se me puso llorón. A medida que fue avanzando el día me apareció una ampolla de cierto tamaño bajo el párpado. Me fui al médico. Después de un reconocimiento exhaustivo diagnosticó:
- Es pronto para saber de qué se trata. De momento tómese este antiinflamatorio y si se pone peor pásese por urgencias.
Se puso peor. El médico de urgencias casi ni me miró:
- ¿Ha tenido usted herpes anteriormente?
- No.
- ¿Y varicela?- No lo sé, supongo que sí.
- Bueno, el virus del herpes, cuando se cura, se queda en estado latente y aprovecha que el paciente está bajo de defensas, pasa estrés o hace mucho calor para activarse. Esto es un herpes zóster que le afecta al trigémino.
Me mandó unos “toques” para las vejigas y un calmante para el dolor.
-Pasado mañana lo llamo y veremos cómo se encuentra.
Me encontró hecho una braga, con la cara como un mapa y un dolor intenso en el pómulo. Como pude le describí el panorama.
-Mañana se pasa de nuevo por urgencias. Le dejaré pautado un nuevo tratamiento.
Camino de la clínica me encontré con mi vecina Carmen.
- ¿Qué te pasa?
- Herpes.
- ¡Uy! Eso duele mucho; ya puedes decir que sabes lo que es un parto.
Doler, duele, pero si un parto es eso, entonces no es para tanto.
- Pero, Antonio, es que parece que sea la viruela del mono.
- No lo creo; tuve una vez un lío con una mona de Gibraltar, pero hace mucho tiempo de eso.
- Eso, que el humor no se pierda, que así parece que las cosas duelen menos.
Mentira. Duelen igual, lo que ocurre es que los demás no se enteran y no pasan el día preguntando si ya estás mejor.

En urgencias me habían cambiado el médico. Se leyó el informe y me hizo otro reconocimiento a fondo.
- Hemos tenido suerte: no está afectado el oído y parece que el ojo tampoco. Hay unas pequeñas pústulas en el párpado, pero la córnea está limpia y no hay ningún indicio de que pueda degenerar en ceguera.
¡Lo que faltaba p’al duro, me acabo de gastar una pasta en eliminar las cataratas y ahora va a venir el herpes para cegarme por otro lado!
El galeno hizo una llamada y me mandó a que la oculista confirmase su diagnóstico; esto después de recetarme otro medicamento de nombre sólo asequible a los boticarios, y darme hora para la semana siguiente.
La oculista confirmó el diagnóstico y me mandó lo mismo que el médico de urgencias, pero en pomada para echarme en el ojo. El tratamiento pareció funcionar: dos días después ya se me habían secado las pústulas y empezaron a caérseme las costras.
Estaba la mar de contento: todo el mundo me hablaba de lo que dolía y lo lento que era al curar, y yo lo estaba finiquitando en menos de 15 días. Pero hasta el rabo, todo es toro. A medida que se caían las costras se fue intensificando el dolor de oídos, el dolor en el pómulo, la irritación de los ojos y el dolor de cabeza. Y lo peor… el picor en la zona afectada.
No lo he dicho, pero desde el cuarto o quinto día empecé a notar la nariz y la parte correspondiente de la cara como cuando sales de sacarte una muela y al dentista se le ha ido la mano con la anestesia: la nariz parecía ser la que describe Quevedo (érase un hombre… etc) y la cara la notaba acartonada; a mí me daba la sensación de estar tocando los tocinos de un marrano recién matado y que ya le han pasado el agua hirviendo para limpiarle los últimos pelos.

A la visita al doctor (día 13 desde el inicio del episodio) llegué con una cara distinta: apenas unas costras bajo el bigote y un poco de hinchazón. El matasanos dio por buena la cura y me retiró la medicación. Le conté lo de los dolores, la picazón y la pérdida de tacto.
-El herpes está curado, pero ha afectado al trigémino y hasta que el nervio no se regenere tendrás estas secuelas.
Volvió a mencionarme la bicha y estuve a punto de preguntarle qué coño era eso del trigémino, pero hice como que sabía de lo que hablaba para no parecer más palurdo de lo que en realidad soy. A la noche lo miraría en la Wikipedia, que sabe más que El libro gordo de Petete.
Me mandó otras pastillas para la regeneración del trigémino y otras más para el dolor.
- ¿Tardará esto mucho en volver a la normalidad?
Pregunta estúpida
- Bueno, quince días, un mes, dos meses, dos años… depende. Venga dentro de un mes y veremos cómo le ha funcionado la medicación.
Se me vino el mundo encima; si tengo que pasar dos años así, aviao voy. Me cabe una satisfacción y es que el único herpes que he visto en televisión es el del Emérito y como me he tenido que dejar la barba, estoy en mi derecho de reivindicar el nombre de don Antonio de Barbón.

Para el día 15 del prusés apenas me quedaban marcas visibles. Mis nietos empezaron a acercarse a mí sin que les diera miedo (o asco), si bien, a cada momento me preguntaban qué lado de la cara tenía afectado para no acercarse mucho.
En estos momentos llevo justamente mes y medio luchando contra el maldito herpes y no sé si gano o pierdo. La gente que me ve me felicita por lo rápido que se me ha curado, pero cada noche me levanto seis o siete veces: dos o tres a mear (culpa de la próstata) y el resto a echarme unas garfás de agua en la cara para aliviar el picor. Los ojos están bien, la nariz ya casi la noto en su sitio, la cara… la cara me está saliendo cara con tanto potingue.

De todos modos, estoy contento; cuando el picor no me deja dormir, enchufo la tele y ya me he visto la mitad de los capítulos (medios capítulos) de todas las series nocturnas de todas las cadenas. Y ya me queda menos tiempo para llegar al final.
Lo que más me gusta es cuando Marco viene a verme:
- Yayo, ya estás wapo otra vez.
Y no digo nada del prestigio que da padecer una enfermedad aristocrática…


Recién salido del taller de chapa y pintura