viernes, marzo 13, 2009

Israel-Jordania IV

La vuelta hacia Ammán se hizo pesada. Dalr y, sobre todo, Quiosquera iban sentados en sendas banquetas clavándose el armazón allá donde la espalda pierde su honesto nombre. Yo ocupaba mi lugar de privilegio junto al conductor; y entre el conductor y yo, Wali, aposentado sobre el freno de mano. A lo largo del camino tuvimos tiempo de charlar. Wali era licenciado en historia y en lenguas románicas. Esta última licenciatura la había acabado en Madrid y, durante los años que vivió en España, había cambiado notablemente sus costumbres: era musulmán pero se alejaba de la ortodoxia actual.
- Para mí –decía- es muy duro salir a pasear con mi mujer y no poder ir cogidos de la mano. El Corán no dice que eso no se pueda hacer pero la interpretación actual de la saria no lo ve bien. Lo peor es que he educado a mis hijas un poco a la europea y ahora que empiezan a hacerse mayores me dicen que quieren llevar el velo porque sus amigas así lo hacen y porque llevarlo significa que ya son mujeres.
- Aparte de las connotaciones políticas –le digo-, no acabo de entender la diferencia entre sunnitas y chiítas. Sólo he leído que unos surgieron como leales a los cuatro califas y los otros como seguidores de Alí o Fátima.
Wali agarró el micro.
- Aquí mi hermano pregunta por la diferencia entre sunnitas y chiítas y se refiere a los cuatro califas. No fueron cuatro, fueron tres: Abu Bakr, Omar y Osmán. El cuarto califa fue Alí pero éste ya queda fuera de la ortodoxia sunnita. Los sunnitas siguen la Sunna y aceptan la legitimidad de los tres califas, mientras que los chiítas o fatimitas defienden que el califa ha de ser descendiente del Profeta y su hija Fátima.

Con la explicación de Wali seguí sin saber las diferencias religiosas entre las dos tendencias islámicas pero los compañeros turistas tomaron buena nota de sus palabras. Cuando volvimos a parar en la “fabrica de agua” para tomar café, el Químico de Sarriá se me acercó.
- Ahora entiendo por qué vas en lugar preferente: eres pariente del guía.
- Ya le dije a Wali que no me llamara hermano en presencia de extraños; ¡estos moros…!

Llegamos a Ammán al mediodía y nos fuimos a visitar la ciudad vieja o Yébel al-Qala’a. Vista desde abajo puede confundirse con cualquiera de los pueblos blancos andaluces que se extienden por la ladera de una montaña. Las cosas cambian cuando uno se adentra por sus callejuelas; pero Ammán tiene poco que ver con las ciudades árabes típicas como Marrakech, Fez o El Cairo. Salvo Yébel al-Qala’a, en cuya cima se levanta lo que queda del templo de Hércules, y Yébel al-Ashrafiya, donde se erigieron en su día la Iglesia Bizantina y el Palacio de Omán (y otros Yébel que no visitamos), la ciudad nueva presenta una estructura de calles perpendiculares y edificios de dos plantas de construcción similar a cualquier quinta europea.

El papeo lo llevamos a cabo en un restaurante típico donde, según Wali, iban a ponerse morados los diplomáticos extranjeros; aquel día no había ninguno. La mesa, cuadrada, presentaba un centro en forma de bandeja circular donde los camareros iban depositando los platos de comida, quedando el espacio restante para apoyar los platos individuales. Dada la amplitud del “espacio restante” concluimos que el uso de platos individuales no debería ser muy frecuente. A pesar de estar en un país musulmán, se podía elegir entre agua, vino y cerveza. La mayoría optó por la cerveza (extranjera) confiando poco en el vino. Quiosquera se decantó por el agua y sólo Dalr y yo nos atrevimos con el vino que, dicho sea de paso, nos pareció bueno. Uno de los compañeros riojanos cogió la botella y, con un cierto desprecio, leyó:

- Made in Holland. ¡Qué sabrán los holandeses de vino!
Dalr, que a aquella edad ya era bastante largo, esperó pacientemente a que el riojano dejase la botella y me la mostró: Made in Hollyland. El experto llevaba razón: ¡qué sabrán los holandeses de vino!

Por la tarde visitamos el Teatro Romano. Bastante bien conservado. Las gradas asemejaban el Estadio Santiago Bernabéu: son tan empinadas que da la sensación que si uno resbala acabará pinchado en el banderín del córner. O, al menos, así lo debió ver Quiosquera que bajó dando la espalda al escenario.

El resto fue tiempo libre. Recreo como lo llamamos nosotros. Paseamos por la ciudad moderna contemplando en cada esquina la foto del rey Hussein y su heredero (por aquel entonces, su hermano), y en cada zanja un grupo de negros picando. Wali nos había comentado que desde la Guerra del Golfo, muchos jordanos que trabajaban en Kuwait habían vuelto y el desempleo se había disparado hasta el 40%. Pero lo de picar zanjas era trabajo poco cualificado y, para tal menester, utilizaban inmigrantes somalíes y etíopes.

La vuelta al hotel la hicimos en taxi. Paramos el primero que pasó y ajustamos en precio hasta el hotel Filadelfia. Por el camino el taxista recogió a dos pasajeros más con los que también ajustó el precio. Nos explicó que un musulmán no puede dejar que otro vaya caminando si él puede evitarlo. Entre unos que recogía y otros que dejaba, recorrimos medio Ammán hasta llegar nuestro destino.