miércoles, junio 23, 2021

De higos a brevas

Vivo en una ciudad donde no mucha gente sabe qué es una breva; algunos sólo han oído la palabra en expresiones como “No caerá esa breva” o “Sucede de higos a brevas”. De hecho, durante mucho tiempo, si quería comer brevas, tenía que pasarme por la Boquería o el Mercado de San Antonio, y, en todo caso, era por darme un capricho, porque las brevas que encontraba estaban bastante desabridas. Desde hace unos años, también las encuentro (igual de desabridas) en Mercadona. Como me traen buenos recuerdos, no pasa año que no las busque esperando dar con una remesa que se parezca a las que me comía de pequeño. Alguna vez lo he logrado.
Aquí, en Cubelles, pueblo natal de Charlie River, hay mercadillo los viernes. Nos solemos acercar a echar un vistazo por si acaso hay algo interesante, que lo hay: jamón de Extremadura, morcilla malagueña, calzoncillos coreanos… y, por supuesto, verduras recién cogidas en la vega cercana (El Ejido, Nerja, Almuñecar o el Valle del Jerte). El viernes pasado había brevas en varios puestos; nos dimos una vuelta sopesando la calidad del fruto: las vimos desde unas lustrosas y de buena presencia a 5,90€, hasta otras más negras que el alma de un condenado, rajadas y medio “espachurrás” a 3,50.
- De éstas -le dije a Quiosquera.
- Son muy feas.
- Es que yo busco la belleza interior.
No es que yo sea experto en brevas, pero de las lustrosas compro cada año y no tienen dulzor alguno; las espachurradas me recordaron el aspecto de las que traía mi madre cuando se levantaba temprano y nos traía un canasto de bravas fresquitas.
En efecto, acertamos: las mejores que he comido en mucho tiempo. Estoy ansioso por que llegue el viernes y poder repetir el experimento.

Es cierto que por buenas que encontremos las brevas, no se puede comparar con la aventura que corríamos cuando iba con José el de Luto o el Federico de Antonio Tomás y asaltábamos las breveras de mi tío Enrique Manzano, sin esperar siquiera a que maduraran. José y Federico eran los que se subían al árbol a comer y a mí me ibas echando las suficientes para seguirles el ritmo. Recuerdo que cuando íbamos en busca de las primeras de la temporada, verdes aún, se nos ponían los labios como el sieso de una vaca (fino ha quedado, vaya).

En mi casa se contaba a menudo una anécdota sucedida en nuestra brevera de la charca de Huarea. La brevera, que daba sombra al caminillo que llevaba de Huarea a la Rambla, era enorme y abastecía de brevas a media comarca. Era habitual que la gente se sentara a su sombra y se refrescara con un par de hermosas brevas; la gente de El Pozuelo iba expresamente a tomar su ración de hidratos de carbono. En una ocasión la Mariquita de Pedro llevó al bancal a la Mariquita de Frasco Galdeano (Garraspiche) y se pusieron a comer brevas; es necesario aclarar que en mi pueblo las brevas no se pelan, menos aún si están maduras, y a la Mariquita Frasco se le atascó un pellejo. La otra Mariquita, asustada, pidió auxilio:
- ¡Acuid gente Guarea, que se ahoga mi niña con un pellejo de breva!
La gente de Huarea acudió, al menos la mujer de mi primo Culo Seco que vivía allí mismo, y lograron desatascar la garganta de la niña. La frase quedó para la historia y la utilizábamos para indicar que algo era de extrema urgencia.



jueves, junio 17, 2021

¡… ya no puede caminar!

 


Han vuelto los cazafantasmas a rematar las últimas cucarachas. Es un decir: es cierto que han disminuido los efectivos de las fuerzas de ocupación; ahora sólo se ve de vez en cuando alguna en misión de exploración y parece que no invaden nuevos territorios. Me temo que estén escondidas en búnkeres disimulados esperando la ocasión propicia para lanzar una nueva ofensiva.
El día que llegaron los exterminadores (en realidad, el exterminador) les hice la pregunta tonta:
- Una curiosidad, ¿por qué las cucarachas palman con las patas hacia arriba?
- Porque la mayoría de los insecticidas le atacan los nervios, pierden fuerza en las patas y caen de espaldas.
No quedé muy convencido. Todas las curianas que he visto muertas, salvo las aplastadas, estaban patas arriba, pero… los expertos son ellos.

Le conté que, por consejo del técnico que nos visitó la primera vez, no utilizábamos la guerra química contra las cucarachas: las planchábamos.
- ¡No, no hagan eso! Se quedan medio muertas en las suelas de los zapatos o se engancha una ooteca llena de huevos y los transportan ustedes a otras habitaciones y a otras casas. Incluso pueden anidar en el coche. Estos bichos necesitan muy comida para vivir y, si la necesidad obliga, son caníbales. Lo ideal es este gel que se pone en los lugares por donde transitan, se les pega en las patas y después, cuando se pasan las patas por otras partes del cuerpo, lo absorben y se mueren. Incluso pueden tocar a otros individuos de la colonia y transmitirles el veneno. Además, les ponemos estas trampas de cartón, que llevan un pegamento en el suelo, y cuando pasan se quedan pegadas. Así vemos también la densidad de población. Las cucarachas acuden porque el pegamento lleva feromonas que despiertan su apetito sexual.

Bueno, yo estaba preocupado por si tenía una inspección del Ministerio para la Transición Ecológica, no me fueran a acusar de maltrato animal, genocidio o tortura. Ahora también le tengo miedo al Ministerio de Igualdad. Me explico.
Después de varias semanas de trampas feromonadas, sólo hemos encontrado unas cuantas cucarachas pegadas en las trampas. Me temo que mis cucarachas no sean cucarachos, sino cucaraches, y el ministerio me meta mano por discriminación sexual.
¡Que doña Irene nos pille confesados!