lunes, marzo 28, 2011

Tracción animal

Apenas hace dos semanas que me quejaba de la medida adoptada por nuestros gobernantes de rebajar el límite máximo de velocidad a 110 km/h. Y es que a los llamados “ciudadanos de a pie” (aunque vayan en coche) les gusta criticar y mostrar su protesta ante cualquier medida que tomen sus mandamases. Entre los “ciudadanos de a pie” se encuentra este escribidor, que también ejerce su derecho al pataleo en la seguridad de que hay 1000 razones que lo justifican. Es por eso mismo por lo que, cuando me doy cuenta de que el gobierno ha hecho algo con lo que estoy conforme, hago un esfuerzo e intento hablar en favor de quienes han sido objeto de mis críticas. Este fin de semana me he enterado que el “Conejo de Ministros” ha aprobado la normativa que permite a los conductores noveles circular a 110 km/h en autopista, es decir, que cuando alguien aprueba el examen de conducir adquiere la categoría de conductor, y punto; aunque tenga que llevar el cartelito de conductor becario pegado en la espalda. En los sucesivos telediarios he tenido la oportunidad de ver y oír cómo conductores expertos opinaban sobre la medida. Y me he quedado estupefacto: una mayoría de entrevistados estaba en contra de la medida porque un novato no está capacitado para dominar un coche a 110 km/h.

Cuando un día de febrero de hace ya muchos años enfilé la autovía de Mataró con mi Mini 850 recién estrenado, me dio la sensación que el carril por el que circulaba era demasiado estrecho. Pedí a Quiosquera que mirase el velocímetro (yo sólo tenía ojos para ver el cuadrado que tenía justo delante de mí) y me comunicó que íbamos a la vertiginosa velocidad de 65 km/h. Ni borracho se me hubiese ocurrido alcanzar los 110 (en aquel momento 130, ¿se acuerda alguien?). Sin embargo, seis meses más tarde, con una cierta experiencia y casi 10.000 km en mi haber, hice el trayecto Barcelona-Almería procurando no sobrepasar 80 km/h y en día laborable, ya que los becarios del volante no podíamos circular por autopista, autovía o carretera nacional desde las 12 horas del mediodía del sábado hasta las 12 horas de la medianoche del domingo. ¡Valiente gilipuertez! Los dictadores, para no abrir la mano, suelen poner la excusa de que el pueblo no está preparado para la democracia, es decir, para gobernar por sí mismo. Y llevan razón. Sólo están preparados para gobernar unos pocos; para lo que el pueblo sí está preparado es para elegir a quienes los han de gobernar y para exigirles que lo hagan bien, so pena de no volver a votarlos; y en caso de no estar preparado, son los gobernantes quienes han de proveer los medios adecuados para paliar la deficiencia. La preparación necesaria presupone responsabilidad, concretamente, sentido de la responsabilidad; cuando un elector deposita un voto es porque ha reflexionado y sabe lo que hace (o cree saberlo, que, en democracia, es lo mismo). Pues igualito se ha de dar por sentado para el conductor novel: durante las clases prácticas debe haber aprendido lo suficiente para conocer sus limitaciones al volante y no sobrepasar la velocidad que su pericia o impericia le permite. Y ya se irá adaptando.
Aplauso, pues, para el gobierno. (Aplauso por mi parte, ¡faltaría más!).

Al margen de esto, la semana pasada fui testigo de una acción o una sucesión de acciones que llamaron mi atención. Acompañaba a Quiosquera al vampiro en una de sus sedes, sita en calle Provenza. La calle Provenza de Barcelona está pensada por un genio; como todas las calles del Ensanche barcelonés, dispone de cuatro carriles que, de derecha a izquierda, están repartidos de la siguiente forma: coches aparcados en línea, carril de circulación, coches aparcados en línea y motos en batería, carril bici. Es decir, que si un coche se para, para toda la circulación. En el tercer carril empezando por la derecha, o sea, el de coches aparcados en línea y motos en batería, hay unos huecos que corresponden a entradas y salidas de cocheras. Pues bien, mientras aparcaba el Ferrari descapotable (en batería), un coche metió el morro y se quedó atravesado ocupando el tercer carril y una buena parte del carril bici.
- Civismo puro –dije a Quiosquera-.
Al bajarme de la moto me di cuenta que el conductor sacaba un par de paquetes del asiento trasero y, trabajosamente, los llevaba hasta una portería cercana. Mentalmente lo disculpé aunque no dije nada a Quiosquera. Aún no habíamos echado a andar, cuando un ciclista pasó junto al coche con dificultad; vamos, qué no sé cómo demonios pudo pasar sin caerse. El ciclista no dijo ni mu. Frenó tres metros más adelante, sacó el móvil del bolsillo e hizo un primer plano del coche atravesado, cuyo dueño ya había acabado de trasvasar sus paquetes y estaba presto a quitar el bulto de en medio.
- Hombre, gracias –dijo al ciclista-. Tenía que dejar unos paquetes…
- Yo pago mis impuestos y tengo derecho a que el carril bici esté despejado.
- A lo mejor pago yo más impuestos que usted.
- Sí, pero yo no contamino.

Se me disparó la bilirrubina.
¡A ver, imbécil!
¿Cuándo llegas a tu casa, subes hasta el quinto piso andando para no gastar electricidad?
¿No tienes ni televisión, ni frigorífico, ni lavadora, ni nada que se enchufe a la corriente?
¿Cenas antes de que caiga el sol y cocinas con fuego de pabilos, o te comes la carne cruda?
Sé que viajas en bicicleta, pero si se te ocurre ir a Mallorca ¿vas nadando?
¿Vas a comprar la verdura al Prats y las naranjas a Valencia?
¿Y de paso aprovechas para exonerar el vientre y estercolar los campos?
¿Te comunicas con tus conocidos por tam-tam o con señales de humo?
¿Vas al médico o vas al curandero de la tribu?
¿Eres tonto o has comido mierda?
¡No me jodas…!

domingo, marzo 20, 2011

El Bando de Independencia

En mi primera juventud oí hablar de pocos alcaldes, excepción hecha de Juan el Merguizo y Enrique Ibáñez, alcaldes pedáneos del pueblo que me vio nacer. Hasta que aprobé la Reválida Elemental creo haber oído mencionar a tres, todos ellos vinculados a frases rimbombantes y a lances de honor.

Mi primer alcalde fue sin duda alguna Andrés Torrejón. Debí conocerlo a los 7 u 8 años cuando Don Baltasar Jiménez me mudó a la Enciclopedia Álvarez Segundo Grado. Digo yo que sería por ahí, ya que el Primer Grado lo recuerdo como un librito que no daba cabida para mucha historia, y la historia del alcalde de Móstoles daba detalles de su heroicidad declarando la guerra al francés el 2 de mayo de 1808 y quedaba unida a una de esas frases a que tan aficionados somos los españoles:
La Patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. Españoles, acudid a salvarla.

Mi segundo alcalde, menos conocido, también tiene que ver con la guerra del francés. Me lo presentó D. Antonio Montes al poco de cumplir los 10 años (yo) y leí su historia en Vela y Ancla, el libro de Formación del Espíritu Nacional correspondiente a Primero de Bachiller. Manuel Atienza, alcalde de La Peza y carbonero de profesión, tuvo que esperar hasta 1810 para pronunciar su frase lapidaria y arrojarse al fondo de un barranco para no rendirse al general enemigo. Pedro Antonio de Alarcón recoge las palabras del alcalde:
Yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse.

A mi último alcalde lo conocí cuando ya empezaban a salirme pelos en las patas, aunque había sido anterior a los dos primeros. Se trata de Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, que dio matarile al capitán que se había llevado a su hija al pajar, abusando de la hospitalidad del protagonista, cuando iba camino de ponerle la horma a los zapatos de los portugueses. Su frase, la de Pedro Crespo, la escribió otro Pedro, D. Pedro Calderón de la Barca:
Al rey la hacienda y la vida
se ha de dar, pero el honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de Dios.


Han tenido que pasar cincuenta años para saber algo más del primer alcalde. Saber, por ejemplo, que mi primer alcalde eran dos: Andrés Torrejón, alcalde ordinario de la Villa de Móstoles por el Estado Noble, y Simón Hernández Orgaz, alcalde ordinario de la Villa de Móstoles por el Estado General. Algo sabía sobre que el bando del alcalde de Móstoles no fue redactado por el alcalde de Móstoles sino por Juan Pérez Villamil, asturiano con posesiones en la zona, que lo hizo firmar a los alcaldes y lo mandó a los pueblos de la ruta Extremadura-Andalucía, que presumiblemente seguiría el ejército francés. El citado bando se perdió y sólo quedaron las patrióticas palabras de la proclama que llamaba a la revolución y que constituyeron la verdad oficial hasta, precisamente, 1908, año en el que se descubrió un documento entre el papeleo de la parroquia de un pueblecito de Huelva tirando hacia Badajoz. Este documento podría ser una copia del bando original redactado por Pérez Villamil, más largo que el que todo el mundo conoce y que, aunque en él aparecen las palabras perfidia, patria y Madrid, es bastante más prosaico que la “versión de bolsillo” y no hace referencia a las palabras peligro, víctima o perecer.
La exclusión de Simón de Hernández del protagonismo del suceso se debe a que fue un pariente de Torrejón quien, partiendo de un rumor, según el cual el bando podría ir firmado por un solo alcalde, lo difundió como verdadero y así ha llegado hasta nosotros.

Y así nos lo contó una funcionaria, enamorada de su labor, que nos enseñó el Museo de la Ciudad de Móstoles, plagado de detalles en torno a la historia y a la leyenda. Un museo que, junto a fotografías de algunos descendientes de Andrés Torrejón y de su casa en la época del primer centenario del evento, muestra a los visitantes una reproducción manual de lo que pudo ser el verdadero Bando de Independencia.
Y la maqueta de cómo era Móstoles el 2 de mayo de 1808.

jueves, marzo 10, 2011

Necesitamos su colaboración

cincodias.com

He pasado el fin de semana en las cercanías de Madrid, concretamente, en Fuenlabrada y Móstoles. Para estos menesteres echo mano a María Angustias, sólo que cometí un grave error: para encontrar con más rapidez los satélites, la conecté a Internet y vimos que había disponible una actualización de los mapas del Tostón. Como era de lógica, permití a María Angustias que se estudiase las nuevas rutas y, no sé si yo me pasé con la Centramina o si ella estaba cansada, la cuestión es que cogió un enorme dolor de cabeza que la dejó inútil para pensar. Cada vez que trataba de programar la ruta del día siguiente, me contestaba con las mismas palabras: “No hay mapas”. Y al intentar recuperar la copia anterior, era el ordenador quien me avisaba: “Error writing file Iberia/cline.dat” (mas o menos).
Recurrí a Dalr y me prestó a Marta, su becaria en el departamento de tráfico. Marta también es un Tostón pero con estudios; se nota. Su lenguaje es mucho más florido y se puede conducir casi sin mirarla. Informa de lo que uno se va a encontrar tras la próxima esquina, indica el carril concreto por el que se ha de circular cuando nos acercamos a una bifurcación y, por si fuera poco, tiene un acento casi sensual cuando dice: “Tome la salida A2, E90, Agotovía del Nordeste”.


Barcelona-Fuenlabrada

Como llevamos bastantes días en que nos bombardean con lo que vamos a ahorrar en gasolina con la limitación de la velocidad en autopistas y como la vuelta de mi viaje coincidía con la puesta en marcha de tal limitación, he querido comprobar por mí mismo cuánto me voy a ahorrar siguiendo estrictamente las normas. El viernes 4 de marzo, puse los contadores a cero y emprendí el viaje. He de decir que mi coche, adquirido expresamente para servir de almacén, es voluminoso y, en consecuencia, pesado. Si a eso le añadimos que puede actuar (a su libre albedrío) como un 4X4 y que tiene cambio automático (también dispone de cambio secuencial), resulta que gasta un güevo.
Escuchando a los expertos, me he enterado que el ahorro de combustible varía entre el 1% según unos y el 30% según otros; alguien me ha explicado después que los del 1% se refieren al ahorro relativo sobre los presupuestos del estado (aunque otros decían que se refiere al ahorro sobre la factura del petróleo), mientras que los del 30% se refieren al ahorro sobre el combustible dedicado a locomoción. En cualquier caso, todo parecía indicar que, a 110 km/h en autopista, viajar me va a salir casi gratis.
En el trayecto Barcelona-Fuenlabrada utilicé el cambio secuencial, es decir, el arranque y la forma de alcanzar la velocidad máxima a la que iba a circular, lo dirigía yo. Luego, una vez que había llegado a los 120 km/h, encendía el Cruise (Tom para los amigos), y así hasta Zaragoza.
De Zaragoza a Madrid la autovía no está bien; casi se podría decir que está en bastante mal estado; es más, yo creo que no hay autovía. Nos encontramos con unos cuantos kilómetros sin obras; eso quiere decir que disponemos de dos carriles por sentido de circulación, con más hoyos que el campo de golf de Almerimar. Le siguen otros cuantos kilómetros en obras, en la mayoría de los cuales, se ha de circular por el carril rápido del sentido contrario y, en el resto, por el único carril disponible; si se circula por un carril correspondiente al sentido propio, el límite de velocidad está fijado en 80 km/h, y si se circula por un carril del sentido contrario, el límite de velocidad es de 60 km/h. Éste mismo límite (60) es el rige para pasar la chicane, es decir, la S que nos lleva del carril propio al extraño y viceversa. La combinación dos carriles-un solo carril, se repite n veces (y aún me quedo corto). En este tramo, Zaragoza-Fuenlabrada, renuncié a la ayuda del Cruise (Tom) e hice el trayecto manejando el cambio secuencial y ajustándome a las normas de circulación, salvo cuando se me hizo de noche, a partir de Guadalajara, en que no tuve narices para conducir a 60 km/h con un camión a 2 metros de distancia y metiendo los faros a la altura de los ojos. Confieso que pequé y que subí un poco la velocidad, sobre todo cuando el camionero empezó a martirizarme poniendo y quitando la luz larga. Cuando aparqué en la cochera del Hotel Gema de Fuenlabrada, el ordenador de a bordo marcaba una velocidad media de 99 km/h y un gasto de carburante de 10,3 l.


Fuenlabrada-Barcelona

La vuelta coincidió con la entrada en vigor de la normativa, es decir, el 7 de marzo. En la cochera del Hotel Gema de Fuenlabrada puse los contadores a cero y, en cuanto entramos en la M-50, activé el Cruise: 110 km/h. Me olvidé del cambio secuencial y coloqué el automático en la posición D. Normalmente respeto las señales de circulación, sobre todo las que limitan la velocidad. Y lo hago por joder: no estoy dispuesto a pagar al “estado” ni un euro más de lo que estrictamente me corresponde, a menos que sea por equivocación o ignorancia. El trayecto Madrid-Zaragoza está en las mismas condiciones que el Zaragoza-Madrid, o sea, de juzgado de guardia. Y las señales, a la altura del ministro, o sea, para recaudar. Entiendo que, circulando por un solo carril y con conos a la izquierda, no es para ponerse a una velocidad propia de un circuito de carreras, pero ir a 60 km/h es para hacerle perder los nervios a cualquiera. Y lo siento por los camioneros y por mi madre. Por mi madre porque debió de pasar el día silbándole los oídos por los votos que le echaban el resto de conductores. Por los camioneros porque se los llevaban los demonios al comprobar que no me impresionaba cuando se me ponían a dos metros y me daban con las luces; porque se les veía en las formas cuando, al llegar a la zona en que las rayas blancas sustituían a las amarillas, daban un golpe de volante, se pasaban al carril rápido y me adelantaban al tiempo que tocaban la bocina lo más estridentemente que podían; y porque, un poco más adelante, cuando al peón caminero de turno se le había ocurrido poner la señal de fin de prohibición, los adelantaba de nuevo para cerrarles el paso en el siguiente tramo con velocidad limitada a 80 ó 60 km/h. Porque esa es otra: el lugar donde empieza la prohibición está perfectamente señalado; el lugar donde termina no está tan claro. La señal preceptiva puede estar en el lugar esperado, varios kilómetros más adelante o, simplemente, no estar. Y, aunque la capacidad de raciocinio del ministro no dé para entenderlo, eso es un peligro. Claro que, quizás, tráfico ya lo haya previsto y sea una nueva forma de ahorro de combustible pues cuando aparecía la señal y Cruise (Tom) lo notaba, el automático aceleraba a fondo y el coche salía disparado hasta alcanzar los 110 km/h.
Al alma me llegó el ruego del gobierno: Necesitamos su colaboración. Cierto es que no entendí si lo que quieren es que no infrinja la norma para ahorrar carburante o, en realidad, lo que les interesa es que la infrinja para colaborar con 100€ a la reducción del déficit que ellos mismos han ocasionado. Me gustaba más “Aunque usted pueda, España no puede”. Pero eran otros tiempos.
Lo cierto es que, al llegar a casa, observé los datos del ordenador de a bordo; velocidad media: 92 km/h.; consumo medio: 10,3 l. O sea, igual que en la ida. Podría ser que en un sentido el gasto hubiese sido de 10,39 (ida) y 10,31 (vuelta) pero no; al dar la vuelta a la manzana para aparcar, el consumo medio saltó a 10,4.


Conclusiones

1.- Respetando el límite de velocidad de 120 km/h en el trayecto Barcelona-Fuenlabrada y respetando el límite de velocidad de 110 km/h en el trayecto Fuenlabrada-Barcelona, MI coche no ahorra ni un solo decilitro de gasolina; me atrevería a asegurar que no ahorra ni un solo centilitro. Y si lo ahorrase, queda compensado (de largo) por la forma de conducir.
2.- Los trayectos Zaragoza-Madrid y Madrid-Zaragoza son un peligro para los conductores. Por el estado del asfalto y por la mala señalización, tanto por exceso como por defecto. Correr más de lo que el estado de la carretera aconseja, puede ser mortal. Limitar la velocidad por encima de lo que el estado de la carretera y los coches actuales permiten, también puede matar.
3.- Si el gobierno “necesita mi colaboración” para ahorrar gasolina, que cuente con ella aunque la nueva norma no afecte el gasto de mi coche. Pero si “necesita mi colaboración” para recaudar más, por mí ya puede ir poniendo un peaje en Sierra Morena.

jueves, marzo 03, 2011

Dr. Carla Sánchez

Llevaba poco tiempo de currito informático cuando empezaron a dar por la tele la serie “El increíble Hulk”. Una mañana me acerqué a la sección de perforación para que me hiciesen un arreglo en un programa que fallaba, y encontré a las perforistas partiéndose de risa. Después de mucho insistir conseguí que me hicieran partícipe de su chanza: estaban tratando de imaginar cómo la tendría La Masa en su versión hombre verde.
- Así –dije, poniendo los dedos pulgar e índice a una distancia de no más de dos centímetros-.
- ¡Anda ya!
- Que sí, que tengo comprobado que el tamaño de la minina es inversamente proporcional al tamaño del individuo. Y si no, fijaos en los hombres pequeñitos; andan con los brazos hacia atrás. Eso es para hacer contrapeso del chisme.

No quedaron muy convencidas pero uno, que no es precisamente un gigante, tiene pocas posibilidades de fardar. Lo que me molesta de las fanfarronadas es que después todo se sabe y, al cabo de los años, el Dr. o Dra. Carla Sánchez ha averiguado que la tengo pequeña. Cada dos días me manda el mismo correo electrónico:
Asunto: +5 centímetros en 2 meses.
Texto: Mil de compradores utilizan ya nuestro método sexual, esta variante es eficaz y segura.
Informe AVG: No se encontraron virus en este mensaje.

Hubo un tiempo en que, pequeña o no, para alcanzar los +5 centímetros no necesitaba 2 meses, bastaban 2 segundos. Y como los milagros que yo hubiera de hacer ya están hechos, el Dr. o Dra. Carla Sánchez no va a consiguir que se me estire ni aun injertándome células madre (o padre) de la mismísima Masa.