domingo, marzo 20, 2011

El Bando de Independencia

En mi primera juventud oí hablar de pocos alcaldes, excepción hecha de Juan el Merguizo y Enrique Ibáñez, alcaldes pedáneos del pueblo que me vio nacer. Hasta que aprobé la Reválida Elemental creo haber oído mencionar a tres, todos ellos vinculados a frases rimbombantes y a lances de honor.

Mi primer alcalde fue sin duda alguna Andrés Torrejón. Debí conocerlo a los 7 u 8 años cuando Don Baltasar Jiménez me mudó a la Enciclopedia Álvarez Segundo Grado. Digo yo que sería por ahí, ya que el Primer Grado lo recuerdo como un librito que no daba cabida para mucha historia, y la historia del alcalde de Móstoles daba detalles de su heroicidad declarando la guerra al francés el 2 de mayo de 1808 y quedaba unida a una de esas frases a que tan aficionados somos los españoles:
La Patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. Españoles, acudid a salvarla.

Mi segundo alcalde, menos conocido, también tiene que ver con la guerra del francés. Me lo presentó D. Antonio Montes al poco de cumplir los 10 años (yo) y leí su historia en Vela y Ancla, el libro de Formación del Espíritu Nacional correspondiente a Primero de Bachiller. Manuel Atienza, alcalde de La Peza y carbonero de profesión, tuvo que esperar hasta 1810 para pronunciar su frase lapidaria y arrojarse al fondo de un barranco para no rendirse al general enemigo. Pedro Antonio de Alarcón recoge las palabras del alcalde:
Yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse.

A mi último alcalde lo conocí cuando ya empezaban a salirme pelos en las patas, aunque había sido anterior a los dos primeros. Se trata de Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, que dio matarile al capitán que se había llevado a su hija al pajar, abusando de la hospitalidad del protagonista, cuando iba camino de ponerle la horma a los zapatos de los portugueses. Su frase, la de Pedro Crespo, la escribió otro Pedro, D. Pedro Calderón de la Barca:
Al rey la hacienda y la vida
se ha de dar, pero el honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de Dios.


Han tenido que pasar cincuenta años para saber algo más del primer alcalde. Saber, por ejemplo, que mi primer alcalde eran dos: Andrés Torrejón, alcalde ordinario de la Villa de Móstoles por el Estado Noble, y Simón Hernández Orgaz, alcalde ordinario de la Villa de Móstoles por el Estado General. Algo sabía sobre que el bando del alcalde de Móstoles no fue redactado por el alcalde de Móstoles sino por Juan Pérez Villamil, asturiano con posesiones en la zona, que lo hizo firmar a los alcaldes y lo mandó a los pueblos de la ruta Extremadura-Andalucía, que presumiblemente seguiría el ejército francés. El citado bando se perdió y sólo quedaron las patrióticas palabras de la proclama que llamaba a la revolución y que constituyeron la verdad oficial hasta, precisamente, 1908, año en el que se descubrió un documento entre el papeleo de la parroquia de un pueblecito de Huelva tirando hacia Badajoz. Este documento podría ser una copia del bando original redactado por Pérez Villamil, más largo que el que todo el mundo conoce y que, aunque en él aparecen las palabras perfidia, patria y Madrid, es bastante más prosaico que la “versión de bolsillo” y no hace referencia a las palabras peligro, víctima o perecer.
La exclusión de Simón de Hernández del protagonismo del suceso se debe a que fue un pariente de Torrejón quien, partiendo de un rumor, según el cual el bando podría ir firmado por un solo alcalde, lo difundió como verdadero y así ha llegado hasta nosotros.

Y así nos lo contó una funcionaria, enamorada de su labor, que nos enseñó el Museo de la Ciudad de Móstoles, plagado de detalles en torno a la historia y a la leyenda. Un museo que, junto a fotografías de algunos descendientes de Andrés Torrejón y de su casa en la época del primer centenario del evento, muestra a los visitantes una reproducción manual de lo que pudo ser el verdadero Bando de Independencia.
Y la maqueta de cómo era Móstoles el 2 de mayo de 1808.

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