domingo, julio 11, 2021

Ésta es la que liga

Casi siempre que hablamos de El Pozuelo, Quiosquera acaba diciendo que las gentes de mi pueblo son salvajes cavernícolas que necesitan hacer un máster en educación y civismo. Y eso en base a anécdotas divertidas que le cuento, tales como las que se relatan en Manolillo el catano o Embarazo psicológico. No le he contado que, cuando llegaron las primeras veraneantes, el deporte favorito de los mozos era echarle el ojo a alguna “madrileña” (en El Pozuelo todos los extranjeros eran franceses y los veraneantes patrios, madrileños) que estuviese refrescándose a una distancia de entre 10 y 30 m del rompeolas, nadar bajo el agua y tocarle el trasero o las domingas a la bañista, para salir 20 m (o más) alejados de su objetivo. Los niños observábamos y aprendíamos, mientras nos descojonábamos viendo y oyendo los grititos de las “afortunadas” y sus inútiles intentos de zafarse del ataque de semejantes tiburones o marrajos.
Claro que no todos eran iguales; había formas más sutiles de impresionar a una mujer.

En los años 50 la playa de El Pozuelo era ecológica: había mierda para parar un tren, desde matas de pimiento que se tiraban por el rebalaje para que se las comieran las manadas de cabras que volvían del pastoreo, hasta los cubos “higiénicos” que se usaban en las casas (no conocíamos el inodoro por entonces) para aliviar necesidades imperiosas, pero era mierda natural, sin aditivos ni colorantes. También la playa era de todos, es decir, no había ningún tipo de limitación: los más pobres, que vivían en casas sin ventilación, se iban a dormir al fresquito de la brisa marina, y los menos pobres (algunos, muy pocos) se hacían una chocita de cañas en la arena para “tomar el sol a la sombra”; incluso hacían un mini cuartito para cambiarse de ropa. Los niños, por lo general, permanecíamos todo el rato en el agua, aunque de vez en cuando nos arrimáramos a la sombra de una de las chozas a escuchar las conversaciones de los mocicos; para aprender, claro. Recuerdo un día en que la lección diaria la estaban impartiendo Andrés el de Antonio Tomás, Frasquillo Gómez, Pepe el Burgués y algún que otro mozo más. El tema era la mejor manera de ligar; uno opinaba que lo que a las niñas les gustaba era la educación y las buenas maneras, otro decía que lo que realmente querían era un hombre serio y trabajador, otro… Andresillo tomó la palabra: se agachó, cogió del suelo una piedra alargada y de cantos romos, se la echó dentro del bañador y, sacado pecho y escondiendo barriga sentenció:
- Ésta es la que liga -dijo-.
Y con las mismas echó a andar por la lengua del agua para que las mozas admirasen el “bultito del bañador”.