martes, mayo 25, 2010

De Turón a Santiago (de Compostela, por supuesto)

Turón, en Las Alpujarras, tiene una santo patrón: San Marcos. Albuñol, en Las Alpujarras, tiene dos santos patrones: San Marcos y San Patricio. La imagen de San Patricio apareció en la playa, junto al peñón que ahora lleva su nombre, y fue suplantando la tradición del santoral de Albuñol. Pero donde ha habido, siempre queda, y San Marcos todavía tira mucho porque, además, es milagrero. Y aunque se trate de un mismo santo y dos imágenes distintas, San Marcos el de Turón tiene más tirada que San Marcos el de Albuñol.

Cuenta mi paisano Alfonso Zamora en su libro "Los Mártires de Turón que, cuando se proclamó la república (la segunda o la primera, eso no lo sé), los capitostes de Albuñol quisieron hacer valer la autoridad que les otorgaba ser cabeza de partido judicial y se presentaron en Turón con la intención de llevarse la imagen del santo; lo pusieron en unas angarillas y se lo echaron a hombros. El camino de Albuñol arranca con una cuesta pronunciada (protagonista de muchos de los hechos que cuenta en el libro); a medida que ascendían, los porteadores notaban cómo la imagen se iba haciendo más pesada, circunstancia que achacaron a la pendiente pero, a base de continuos relevos, lograron alcanzar la cumbre. A partir de ahí debió solventarse el problema; no fue así: San Marcos se hizo tan pesado que no fueron capaces de levantarlo. Al final, los emisarios de Albuñol desistieron y dejaron la imagen en medio del camino. Cuatro vecinos de Turón levantaron el santo como si fuese una pluma y, sin ningún contratiempo, lo depositaron en su altar.

Hoy, en este lugar (real o de leyenda) una pequeña ermita recuerda el suceso.

No he visto nunca la imagen de San Marcos pero algún defecto debe de tener ya que de pequeños catábamos una estrofa alusiva:
San Marcos el de Turón
tiene la cabeza rota
de un palo que le pegó
San Pedro en la cocorota.

Esta fama de milagrero de San Marcos ha hecho que, a lo largo de los años, muchos alpujarreños se han encomendado a él para que les resuelva problemas acuciantes y, a cambio, han echado una manda comprometiéndose a hacer esto o lo otro si el santo les concedía la petición.

Paquito el de Pedro se puso malo y, o bien el médico no daba con la enfermedad, o bien los medicamentos no surtían el efecto oportuno. El caso es que Paquito estaba cada día peor y se temía un fatal desenlace. María la de Pedro, su madre (la que Paquito), le echó una manda a San Marcos: si su niño se ponía bueno, lo llevaría en brazos hasta Turón el día que se celebraba la fiesta del santo. Paquito se puso bueno y su madre se aprestó a cumplir la manda pero, un año porque llovía, el otro porque hacía sol, y el otro porque había que sacar las cabras a pastorear, se fue pasando el tiempo y Paquito creció lo suficiente para que su madre no se viera con fuerzas para portear al no ya tan niño a lo largo de 30 km, por más que subiendo barranco arriba y tomando las trochas que, campo a través, utilizaban los aldeanos, el camino hasta Turón no debería sobrepasar los 20 km.


Cuando yo me enteré de la historia, Paquito debía rondar los 30 años y María la de Pedro seguía pesarosa de no haber podido cumplir su manda a San Marcos. Años después, en clase de Moral Católica, D. Salvador Cánovas nos ponía problemas de conciencia que debíamos resolver aplicando sus enseñanzas. Un día me armé de valor y le conté la historia de Paquito el de Pedro; resultó que la solución era muy simple: María debía hablar con el párroco y éste le cambiaría la manda por otro tipo de penitencia. No sé si María la de Pedro habló o no con el párroco, pero siempre me estuvo muy agradecida por haberle quitado ese peso de encima.

A mí me pasó algo parecido; sin manda ni promesa por medio. Se me ocurrió que me gustaría ir a Santiago de Compostela en Año Santo Compostelano y, como a mi padre le gustaba viajar, quedamos en que nos encontraríamos en Madrid y, desde allí, haríamos el viaje a Santiago. Era el año 1982. Resultó que, por motivos de trabajo, sólo podía disponer de unos días por Semana Santa y, cuando quisimos acordar, no encontramos alojamiento para esas fechas ni en Santiago ni alrededores; no se me ocurrió mirar el mapa y comprobar que podríamos habernos alojado en cualquier lugar de Galicia teniendo Santiago a tiro de piedra. La cuestión es que suspendimos el viaje y el próximo Año Santo fue en 1993, época en la que mi padre ya no estaba para peregrinaciones. No fue una promesa incumplida pero me quedó clavada la espina de haber fallado en mi previsión y que mi padre no viese nunca Santiago de Compostela.


No había visitado Galicia hasta 2009 pero hace unos meses vi que 2010 es Año Santo y que no habrá otro hasta 2021, es decir, que se vuelve a repetir la misma historia y como no quiero tropezar dos veces en la misma piedra, menda se va este año a Santiago de Compostela y se va ya, puesto que sospecho que julio no sea el mes más idóneo para hacer la visita. Así que el viernes 29 cojo carretera y manta y Quiosquera y yo nos tomamos un receso de 15 días, semana más, semana menos, y nos vamos de peregrinación. En almamóvil, claro.

jueves, mayo 20, 2010

Viajes fin de estudios

(Fachada del Palacio de Carlos V, a cuyas puertas solíamos montar el puesto de ojeo)

Hablar de Santiago (el Mayor, Matamoros, Peregrino o de Compostela) despierta en mí recuerdos lejanos, a veces rocambolescos, a menudo divertidos y siempre agradables. Hoy día, según me cuentan, los viajes de fin de estudios se montan como mero divertimento después de unos años de estudio más o menos duros. Años ha, el viaje de fin de estudios se montaba por motivos semejantes pero siempre encubiertos como viaje cultural. Por esa causa, Granada era una de las ciudades preferidas por los (en nuestro caso, las) excursionistas, como destino de la parte cultural de su periplo; las semanas anterior y posterior a Semana Santa llenaban la ciudad con enormes bandadas de jóvenes estudiantes (jóvenas estudiantas, concretamente) ávidas de cultura y prestas a ser ligadas por los cazadores de muescas que formábamos la fauna estudiantil universitaria de Granada (más de 50.000 en una ciudad de poco más de 200.000 habitantes). Los lugares ideales para la caza de una nueva cervatilla que llevarse a la imaginación se extendían alrededor de la Catedral: Zacatín, Alcaicería, Corral del Carbón y la cola de entrada a la Capilla Real; pero había demasiados lobos por allí y había que rematar la faena deprisa si no queríamos quedarnos compuestos y sin ligue. Por eso mismo, John Smith y yo preferíamos montar nuestro puesto de caza en la Alhambra. Estaba claro que, antes o después, todo viaje cultural acababa visitando el monumento y como, salvo los palacios nazaríes, la visita era gratis, disponíamos de tiempo sobrado para el acoso (que no derribo) de la pieza seleccionada. Menos el domingo, día en que los nacidos en Granada y provincia teníamos gratis el acceso a los palacios.
Como John era el experto en la maniobra básica del acercamiento, contacto y puesta a punto de la pieza, yo me tuve que especializar en el aspecto cultural, es decir, me compré una guía de la Alhambra y me la empollé, y los domingos me tocaba enrollarme con la Madre María de los Ángeles del Amor de Cristo o con Sor Piedad de la Santa Cruz y ofrecerme como experto que guiaría su rebaño por la esencia del arte nazarí, haciéndoles sentir cómo el sonido del agua en los patios interiores elevaba los espíritus hasta la misma corte celestial. Y funcionaba. Bueno, funcionaba por partes: la Madre María y Sor Piedad quedaban encantadas por mis conocimientos que le habían ahorrado contratar un guía o dejar que sus niñas pasearan por la Alhambra sin tener pajolera idea de qué veían, las alumnas con inquietudes culturales agradecían unas explicaciones que no le iba a dar ningún guía profesional y John… John acababa quedando con una de las candidatas para un paseo vespertino para tomar una sangría en las Titas, junto al Genil, o una salida nocturna para ir a bailar a Janforjai. Rara vez conseguía que alguna voluntaria se decidiese a acompañar a su amiga para entretenerme a mí la tarde; así que, mientras John iba a completar su aventura, yo me quedaba repasando los apuntes o me iba al Zeluán a tomarme un café y ver el partido televisado (aunque cueste creerlo, antes de que José Luís Nuñez fuese vicepresidente de la Federación Española de Fútbol, el partido de la semana se daba por televisión los domingos a las 7 y media de la tarde). Después me tocaba escuchar el relato pormenorizado de la tarde o noche de caza que había protagonizado John.

Pero un día cambió mi suerte. Mientras a mí se me secaba la boca explicando a un grupo de preuniversitarias de Santiago de Compostela que las paredes de la Alhambra reproducían versos del Corán, la Fuente de los Leones era en realidad una fuente judía o por qué las Sala de las Dos Hermanas se llama Sala de las Dos Hermanas, John apalabraba una salida nocturna con dos alumnas a las que importaban un pito mis explicaciones. Ni que decir tiene que yo estaba exultante; era la primera vez que mi trabajo daba fruto y John me animaba explicando lo difícil que era conseguir un ligue para un amigo.
Había quedado con las niñas a las 10 de la noche. Paraban en un hotelito o pensión en la calle Elvira, y a las 9 y media, junto a la fuente del Triunfo, John me daba las últimas instrucciones.
- Las mujeres son muy raras, Quiosquero. Si no ven que puede haber continuidad no te comes una rosca. La de esta noche va a estudiar Filosofía y Letras y yo le he dicho que estudio Medicina sin entrar en más detalles. Cuando llegue el momento le diré que se me ha atrancado el catedrático de alguna asignatura y que estoy pensando en cambiar la matrícula a Santiago; así hay más posibilidades de que se deje ir. Por cierto, dime el nombre de alguna asignatura de Medicina que sea complicada de aprobar.
- Hombre, en los primeros cursos la gente le tiene miedo a la Anatomía.
- No, esa no. Suena como vulgar. Además le voy a decir a la niña que estoy haciendo tercero.
- Entonces le puedes decir que se ha atrancado la Terapéutica.
- ¡Cojonudo! –y ensayaba la historia-. Verás nena, seguramente el año que viene me vaya a estudiar a Santiago porque el catedrático de Perapéutica es un cabroncete…
- John, Terapéutica, Terapéutica…
- ¡Ya, claro! Pues como te iba diciendo, nena, el cabrón del catedrático de Perapéutica…
- ¡John, coño! Terapéutica.
- ¡Joder, Quiosquero! Es que tú también me recomiendas unas asignaturas…

Como era de esperar, nos dieron las 10, nos dieron las 10 y media, nos dieron las 11… y las nenas no aparecieron. Me molestó haberme perdido el partido televisado y me confortó pensar que, quizás, las grandes aventuras de John fueran muy similares a la que acabábamos de correr juntos.

viernes, mayo 14, 2010

Señor presidente

Mi padre me refería de vez en cuando que, en una ocasión, me visitó un médico de Adra con cartel de persona sensata. Después de auscultarme me recetó unas inyecciones de “trastomicina” (en los años 50 la penicilina lo resolvía todo) y dijo:
- A los niños hay que cuidarlos bien porque uno nunca sabe si está delante de un futuro ministro del gobierno.
Tal como yo se lo oía relatar a mi padre, pensé que eso de ser ministro era para mentes privilegiadas, caracteres ecuánimes y personas con excelente preparación en casi todas las materias. Más tarde leí que a los políticos se les juzgaba por el porcentaje de cumplimiento de sus promesas electorales y, por ejemplo, que el pueblo demócrata por excelencia, los yanquis, perdonaban todo a su presidente menos que les mintiera.
En España, todo eso es mentira. Aquí los políticos mienten más que hablan, no cumplen ni una sola de sus promesas electorales salvo que se equivoquen, y ni son mentes ni privilegiadas, ni ecuánimes, ni preparadas.

Usted, señor presidente, acaba de presentar el plan de choque que nos sacará de una crisis que ha estado negando dos años. Un plan cuyo coste soportarán los de siempre, aquellos a los que usted se refería al decir que “en ningún caso se verán afectados los derechos de los trabajadores”. Y para que los trabajadores no se encuentren solos, usted le añade los pensionistas, otro grupo al que el Pacto de Toledo le asegura el poder adquisitivo de su sueldo, mediante la aplicación automática del IPC anual.

Si no he leído mal, las medidas que usted propone son las siguientes:

1.- Reducción del sueldo de los funcionarios en un 5% de media sin sobrepasar en ningún caso el 15%. Se deduce que los funcionarios no son trabajadores, ya que si lo fueran usted sería un embustero dado que la medida afecta a sus derechos. Esta es la parte populista del plan de ajuste; los funcionarios nunca han tenido buena prensa quizá por lo del empleo y sueldo fijo, pero hasta hace unas décadas las oposiciones eran libres y estaban al alcance de todo el mundo: quien no era funcionario era porque no quería o no estaba capacitado. Y si de lo que se trata es que los funcionarios trabajan poco, señor presidente, tenga en cuenta que son empleados de la empresa en que usted es el gerente y los directores generales son nombrados por usted mismo o por hombres de su confianza. Parece ser que entre las distintas administraciones tenemos algo así como 2,6 millones de funcionarios, es decir, 2,6 millones de familias que verán mermado su poder adquisitivo, comprarán menos, será necesario producir menos y más gente se irá a la cola del paro. Y si afinamos un poco, quizá sí que habría que bajarle el sueldo a algunos, en este caso sin tener en cuenta el límite de 15%.
En el ejercicio pasado, su gobierno llegó a un acuerdo con los sindicatos, acuerdo que fijaba la subida de los salarios del cuerpo de funcionarios para 2010 y 2011. Usted, señor presidente, no cumple ni lo que firma.

2.- Congelar las pensiones contributivas. Todavía no he cobrado mi primer sueldo como pensionista y ya lo tengo helado de frío; en palabras de su señoría, congelado. Cuando se habló por primera vez de legislar sobre el aborto, me opuse tajantemente y no por motivos religiosos, éticos o morales. Me opuse porque el aborto, bien manejado, puede convertirse en un arma de control de la población. El siguiente cartucho lo componen los viejos. En mi razonamiento, a mí ya nadie me puede abortar pero, como medida populista (con la píldora bien dorada), se me puede quitar de en medio, jicarazo mediante, como viejo improductivo. Y por ahí van los tiros.
El primer paso que ha dado este gobierno (y otros anteriores) ha sido poner de manifiesto que los viejos cuestan mucho dinero y que, al ritmo que vamos, no se hará esperar el tiempo en que no sea viable pagarles las pensiones que a lo largo de su vida se han ganado (todavía queda gente que empezó a cotizar a los 14 años y, si llega a una feliz jubilación, habrán cotizado durante 50). Si no hay dinero para pagarles es porque alguien se lo ha gastado. Los entendidos dicen que los trabajadores actuales pagan la pensión de los viejos actuales, pero digo yo, ¿dónde está el dinero que pagaron los primeros cuando aún no había pensiones que pagar?
Para resolver el problema, su gobierno proponer retrasar la edad de jubilación y mata varios pájaros de un tiro. Los viejos empezaran a cobrar más tarde y, por tanto, cobrarán menos tiempo. Los viejos, si es que llegan a la edad de jubilación, estarán más años cotizando y se recaudará más. Dado que, como las jubilaciones anticipadas y el mercado de trabajo demuestran, los que pierden el empleo por encima de los 50 años tienen muy complicado incorporarse a otro trabajo, llegada la edad de jubilación no habrán cotizado los últimos 15 años y no tendrán derecho a subsidio. El negocio presupuestario es redondo.
Como el fruto del primer paso tardará unos años en madurar, usted se limpia el culo con el Pacto de Toledo y decreta que congela las pensiones. Eso sí, las contributivas. La medida no afecta a las pensiones no contributivas y también se salvan los que cobran la pensión mínima.
Señor presidente, entre los que cobran pensión no contributiva o pensión mínima hay personas a quienes ha perseguido la desgracia y no han podido contribuir más a sostener el sistema de pensiones, pero la mayoría no ha pagado porque no le ha dado la gana o ha pagado el mínimo porque la jubilación la veían demasiado lejos y más vale pela en el bolsillo que euro volando. Usted los recompensa y les mantiene la prestación.

3.- Eliminación de la prestación por nacimiento. A pesar de que los niños vienen con un pan bajo el brazo, se lo comen por el camino; no estoy, por tanto, en condiciones de rechazar de plano la medida de ayudar a los nuevos padres aún cuando estoy en contra de toda (casi) subvención. Pero fue usted, hace pocos años, quien se la inventó. Cuando todas las fuerzas vivas del país alertaban sobre la que se nos venía encima, usted lo negó más veces que Pedro y para demostrarlo agasajó a los nuevos papás con casi medio millón de calandrias. Ojo clínico se llama la figura.
Iban tan bien las cosas que usted compró, repito, compró el voto de los trabajadores españoles por 400€ la unidad pagando, claro está, con el dinero de los contribuyentes.

4.- Revisar el precio de los medicamentos y adecuar las unidades del envase a la duración estándar del tratamiento. ¡Coño! Lo primero me parece una medida a lo Evo Morales: la nacionalización de los laboratorios farmacéuticos. Pero lo segundo… Hoy que está o debería estar todo normalizado, resulta que si un servidor necesita 3 pastillas para curarme un resfriado, ¿tengo que comprar una caja de cien? Felicite a su asesor boticario; es una medida que a mí no se me hubiera ocurrido nunca, aunque tengo leído que hay países de la U.E. donde uno va a la botica con la receta, sacan de un tarro las pastillas que indica la misma (ni una más) y la meten en un botecito ad hoc.
Pregunta tonta: ¿qué piensa ahora del medicamentazo?

5.- Jubilación transitoria, prejubilación y otras mandangas. ¿Sabe señor presidente qué le dice la maxi a la minifalda? Ya ¿pa qué? Ustedes que quieren hacer un favor a las personas aumentando el tiempo de prestación de sus servicios a la sociedad, ¿no se habían dado cuenta que estaban condenando a grandes penalidades a trabajadores “obligados” a jubilarse anticipadamente a los cincuenta y pocos años?

Y pare usted de contar. Habla de reducir hasta un 15% de los sueldos de los altos cargos. Como no sé cuánto cobran me es complicado opinar si esa reducción es una medida positiva o una putada. De lo que sí puedo opinar es del número de sus asesores. Según ABC.es de 14/10/2007, el número de asesores del presidente del gobierno ascendía a 656 personas en 2008. Estas cifras no acaban de cuadrar con las que publica Qué para 2008, el cual resalta los 254 asesores eventuales del presidente y no menciona los asesores que son funcionarios de carrera. Aun en el caso de que el señor presidente tuviese SÓLO 254 asesores, ¿tiene tiempo para hablar con todos? Y si no habla con todos, ¿para qué los quiere?

En España no tenemos la figura de Jefe de la Leal Oposición al Gobierno de Su Majestad, y si la tuviéramos, sería Jefe pero dudo mucho que Leal. En su defecto nos fijamos en las medidas propuesta por el líder del partido de la oposición con mayor número de escaños.

1.- Suprimir la Vicepresidencia tercera y los Ministerios de Igualdad y Vivienda. En España los políticos no se jubilan, se los nombra ministros. El señor Chaves dirige su finca andaluza desde que llevaba pantalón corto y estaba pegado al sillón presidencial con Loctite. La única manera de quitárselo de en medio era nombrarlo ministro y, de paso, llevar a la presidencia de la Junta de Andalucía a alguien que respecte las raíces de los autóctonos y los enseñe a hablar en árabe.
Suprimir los ministerios de Igualdad y Vivienda supone, como mucho, ahorrarse el sueldo de las respectivas ministras porque sus competencias serían asumidas, creo, por otros ministerios. No parece que la medida suponga un ahorro importante.

2.- Fusionar Educación con Cultura y Trabajo e Inmigración con Sanidad. Otro tanto de lo mismo.

3.- La leche. Revisar todas las subvenciones públicas con el objetivo de eliminar las que no estén debidamente justificadas. Pero ¿esto no se hace? ¿Quiere decir el “jefe de la oposición” que el gobierno da subvenciones y no comprueba que el dinero se gaste en aquello para lo que se ha concedido? Ahora entiendo que yo hubiese pasado 4 años de mi vida impartiendo cursos de formación informática a personas en busca de empleo, un total de 10 cursos de 450 horas cada uno, y ni una sola vez, repito, nunca pasó un inspector a verificar que estos cursos se estuviesen llevando a cabo. Era la época en que el partido del Honorable Pujol, adjudicatario de los cursos, era el sustento del gobierno de un tal D. José María Aznar. Era también la época en que saltó a la opinión pública el caso Pallerols, modelo de estafa en cursos subvencionados por la U.E. y adjudicados por el gobierno de la Generalitat.
Y no estoy muy seguro, pero por entonces debió estar de moda cultivar lino.

4.- Evitar duplicidades entre las Administraciones Central, Autonómica y Local. ¡Coño, y usted perdone, presidente! Encima de que un servidor cuando ha de hacer una gestión no tiene puñetera idea de a qué ventanilla acudir, resulta que hay varias ventanillas que sirven para lo mismo pero que hay que pasar por las varias. Y eso después de haber tenido gobiernos de centro, de izquierdas, de derechas y, otra vez de izquierdas. O sea, que lo malo no es que sea usted un inútil (para gobernar, me refiero), lo malo es que los inútiles abundan en los altos cargos de la política.

En fin, que ahora nos queda esperar para ver de qué sirven los sindicatos, y si van a servir a los trabajadores que pagan poco y los necesitan mucho o al gobierno que paga mucho y sólo los necesita para que frenen el ímpetu de los trabajadores. Y vamos a ver si los funcionarios son trabajadores dispuestos a defender sus derechos o si el gobierno y la ciudadanía tienen razón y, como tienen el empleo fijo y no dan golpe, se merecen y conforman con una reducción del 5% en sus emolumentos.

Y nada más, señor presidente, que Dios le dé una larga vida pero, por el bien de los españoles, lo expulse cagando leches del Paraíso Monclovita.

miércoles, mayo 12, 2010

Santiago II (de Compostela, por supuesto)

El Pórtico das Praterías son en realidad dos pórticos que forman la entrada sur de la Catedral. Une la Torre del Reloj, cuya fachada principal da a Quintana, con el Claustro. Detalle curioso: la campana que da las horas recibe el nombre de la Berenguela.
Al final de la escalinata (cuesta abajo) está la Fonte dos Cabaliños de Piedra, que no son dos, sino cuatro.
Salimos a la Praza do Obradoiro. He visto muchas fotos de este lado de la fachada de la Catedral de Santiago y, por tanto, tenía una idea bastante clara de lo que me iba a encontrar. La realidad supera con creces a la imaginación; si a un cuadro mediocre se le quita el marco, la pintura pierde la poca gracia que pudiera tener; si a una obra de arte se le añade un marco señorial, lo que resulta es eso, un monumento. No me quedó claro si es la plaza lo que realza la Fachada del Obradoiro o es la fachada la que le da a la plaza ese encanto único que tiene. Y lo que nosotros teníamos era gana de echar una meada; entre que ya hacía unas horas que andábamos por el mundo, el agua que caía mansamente y sin parar, y que a cada paso que dábamos el recalcón hacía bajar los fluidos, la vejiga estaba pidiendo a gritos un vaciado. Giré la vista en derredor con la esperanza de encontrar un barecillo o urinario público. Ni flores.
- Me parece que la meada nos va a salir cara –dije a Quiosquera-.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque o meamos en una esquina o tomamos un café en el Hostal de los Reyes Católicos.
Dejamos a un lado el Pazo de Raxoi, sede del ayuntamiento y encaminamos nuestros pasos hasta el hostal. “Parador Nacional de Turismo”, leí en un folleto que había cogido en la recepción de nuestro hotel y me desvié hacia la esquina izquierda donde me pareció vislumbrar la entrada al bar. Era igual. Se entrase por la puerta principal o por la de servicio, tanto el bar como los lavabos lucían estrellados. Nos dirigimos a la barra. El camarero no tenía aspecto de ser el maître precisamente pero su uniforme denotaba que o había clase o había que pagarle la clase para que aprendiera. Pedimos un cortado y un café y Quiosquera se fue a la toilette para dar tiempo a que se enfriara. Cuando volvió yo había acabado mi café.
- ¿Has pagado?
- No –contesté-, primero iré al servicio no se me vaya a helar la meada.
Más o menos. La cuenta subía 4,70€. Le di 5 euros al camarero para que cobrara y me quedé jugueteando con las monedas que había dentro.
- ¿Qué haces? –Quiosquera siempre preocupada por mis actitudes poco refinadas-.
- Estoy buscando algún euro suelto porque me da vergüenza dar sólo 30 cts de propina.
- ¡Serás capaz!
No, no fui capaz. En realidad estaba arrinconando las monedas a un lado del monedero para que no se juntaran con el cambio ya que éste seria con toda seguridad de rancio abolengo.

La próxima vez que visite Santiago entraré a la Catedral por la Praza de Quintana a la que habré accedido por la Rúa Nova. Cualquier otro camino acaba en escaleras, sobre todo el que conduce a la puerta del Obradoiro a cuya cima llegué echando los bofes. Cierto es que fue ése el camino elegido por mí, que quería entrar en la Catedral admirando el Pórtico de la Gloria. ¡Qué si quieres arroz…! El Pórtico estaba en sesión de belleza y lo pillé con la mascarilla colocada. O sea, que tengo que volver a Santiago. Porque alguna vez he hablado de las desgracias que acaecen a otros cuando los Quiosquero viajamos, pero me he callado que en Roma me encontré en obras la Fontana de Trevi, y en el taller, la estatua de Marco Aurelio que preside el Capitolio; en París fue l’Hotel des Invalides el que nos mostró encharcada la Tumba de Napoleón; en Venecia no estaba visible la estatua ecuestre de Colleoni de Verrochio… Son pequeños percances que se que solventan en una segunda visita y, como 2010 es Año Santo Compostelano, estoy pensando en ganarme el necesario jubileo por mis muchos pecados.
A falta de Pórtico, agarre a Gloria y enfilamos el camino del altar. En la girola, los peregrinos esperaban en fila que llegase su turno. Pensé que se trataba de la entrada a la cripta y nos unimos a la cola. No era la cripta; los peregrinos cristianos parece que no están para reliquias y adoran las estatuas; bendecidas, eso sí. Llegamos a la parte posterior de la imagen, toqué la imagen del apóstol y me fijé en su cara: un poco más viejo pero se notaba que era familia del santo que compramos para mi pueblo; familia del original, no del disfrazado. Por el otro lado de la girola, accedimos a la cripta: estaba vacía de visitantes. Una urna de plata (parece) encierra los restos del patrón; o los restos de Prisciliano; o los restos de ambos. Pero, en cualquier caso, eran huesos abandonados, ignorados por los peregrinos. No me gustó.

No muy lejos de allí estaba Santiago matamoros a lomos de su caballo. Dos en uno. Por un lado, Santiago ataca a los sarracenos; por el otro, Santiago calza su sombrero de peregrino del Camino de Santiago y luce sus conchas de vieira. Una profesora de E.G.B. relataba a sus alumnos la intervención de Santiago en la batalla de Clavijo; al más puro estilo de mi asignatura de F.E.N. Con matices.
- Maestra, ¿eso es verdad?
- Es una leyenda, pero toda leyenda tiene una base verídica.

Salimos por la puerta que da a la Praza da Acibechería y, dejando atrás la Praza Cervantes, nos encaminamos hacia la Universidade. En un pabellón anejo al edificio central, los estudiantes tomaban café mientras repasaban sus apuntes o charlaban animadamente con los compañeros. Me imaginé unos años atrás, uniformado con capa y beca, siendo uno más entre ellos y me sentí mayor. Mi intención había sido tomarme un cafetito mientras recordaba viejos tiempos, pero ni siquiera se lo propuse a Quiosquera.Seguía lloviendo y el impermeable, a la vez que impedía que traspasara el agua hacia dentro, evitaba que saliera la transpiración; llevaba la camisa chorreando. Nos encaminamos al aparcamiento y dijimos adiós a Santiago, no sin antes experimentar una nueva sorpresa: No sé si las máquinas se equivocaron, pero en toda una mañana y parte de la tarde, la estancia apenas sobrepasó los 6€. Lo que pago en Barcelona por 2 horas.

martes, mayo 11, 2010

Santiago I (de Compostela, por supuesto)

Desde pequeñitos, las personas vamos desarrollando nuestras filias y nuestras fobias, muchas veces sin necesidad de un razonamiento previo. Alguien nos cae bien o mal porque sí.
Cuando en la escuela, los sábados por la tarde, don Baltasar nos leía el Evangelio y, más tarde, cuando lo estudié, mi apóstol favorito fue Juan. Quizás por ser el jovencito del grupo; quizá por ser el “discípulo amado”. Pedro, sin embargo, no acababa de caerme bien; lo veía demasiado zote, tirando a zopenco. Menos mal que luego, según parece, espabiló. Santiago es un apóstol que pasa bastante desapercibido en los Evangelios, a pesar de estar en todos los actos importantes de Jesús y ser uno de los tres (junto a Pedro y Juan) más cercanos al Maestro. Incluso en los Hechos de los Apóstoles sólo aparece como mártir a manos de Herodes Agripa que lo mandó decapitar en Jerusalén. Todo lo demás que se conoce de Santiago nos llega por la vía de la tradición y la leyenda. Así, lo encontramos predicando en Hispania (a la que habría llegado tras atravesar las columnas de Hércules en una barca de piedra), concretamente en Galicia. Parece que no le fue muy bien y apenas pudo convertir a siete: los llamados Varones Apostólicos. Uno de estos varones, Indalecio, estuvo de prédicas por Almería; de ahí que la estilizada figura rupestre que apareció el la Cueva de los Letreros en Vélez Blanco, acabase recibiendo posteriormente el nombre de Indalo. Un ejemplo más de cómo el cristianismo ha ido aprovechando las manifestaciones paganas de los pueblos convertidos con sólo redecorar un poco lo que la tradición transmitía.

Mi encuentro con Santiago Matamoros se produjo en tercero de bachiller. La Formación del Espíritu Nacional de aquel curso se denominaba Cartas a mi hijo y lo constituían retazos de la historia de España que ensalzaban las virtudes de nuestros ancestros. Allí se relataba la batalla de Clavijo. Ramiro I de Asturias, harto de pagar el tributo de las Cien Doncellas, soñó que Santiago lo animaba a rebelarse contra el Islam y le aseguraba que estaría a su lado en la batalla. Es curiosa la coincidencia de que no se hubieran tenido noticias del apóstol hasta 30 años antes cuando Teodomiro, obispo de Iria Flavia, identificó unos restos humanos, encontrados por un tal Pelayo, como los huesos del apóstol Santiago.
En la batalla de Clavijo, Santiago apareció montando el caballito blanco de Santiago, espada en ristre y gritando “¡Sus y a ellos! ¡Santiago y cierra España!”. Al leer esta frase creo que empecé a perder la inocencia de mi infancia, dado que, hasta entonces, yo hubiera jurado sobre los Evangelios que quien la pronunció había sido El Capitán Trueno.
Ni que decir tiene que se logró una apabullante victoria sobre los infieles y que muchos historiadores dudan que tal batalla hubiese tenido nunca lugar.

En las mismas Cartas a mi hijo (y aquí me la juego porque podría haber sido en el curso anterior) se relataba la batalla de las Navas de Tolosa; aquel único hito histórico, toma de Granada y descubrimiento de América al margen, cuya fecha conocemos todos los estudiantes: año del Señor de 1212. En las Navas, Miramamolín había encadenado esclavos negros, armados con una lanza, y los había situado cerrando el acceso a las posiciones musulmanas; contra ellos se estrellaban una y otra vez las embestidas de los cristianos. Cuando parecía que la batalla estaba perdida, apareció un pastorcillo (Santiago disfrazado, por supuesto) y mostró un paso entre las montañas a las tropas de Alfonso VIII de Castilla que les permitió caer sobre la retaguardia de los almohades. Al mismo tiempo, Sancho VII de Navarra rompía la línea de cadenas y, entre unos y otros, deshicieron a las fuerzas islámicas mientras Miramamolín ponía pies en polvorosa y se refugiaba en Jaén.

La tercera aparición de Santiago junto a combatientes españoles no tiene nada que ver con los moros. Según relata Laszlo Passuth en “El Dios de la lluvia llora sobre México”, esta intervención tuvo lugar en la batalla de Otumba. Hernán Cortés y los pocos españoles que habían sobrevivido a la Noche Triste, sin artillería ni armas de fuego, tuvieron que vérselas contra los aztecas oponiendo sus ballestas a los arcos utilizados por los indios. Cuando todo estaba perdido, entre las filas de los españoles apareció un jinete rubio sobre un caballo blanco (Santiago) que hizo que un pequeño grupo de 5 caballeros, al grito de ¡Santiago!, lanzara la primera carga de caballería contra los aztecas con el objetivo de alcanzar a su caudillo, objetivo que logró el propio Cortés derribando al jefe indio, que fue rematado por otro de los caballeros que lo seguían. Con el estandarte azteca en manos españolas, los indios huyeron en estampida.

Durante años, estas apariciones de Santiago ayudando a los ejércitos españoles me crearon la duda de si se producían porque éramos los buenos o porque habíamos sobornado al santo haciéndolo patrón de España. A finales de 2001 obtuve la respuesta en Buenos Aires. Camino de la Plaza de Dorrego, nos paramos ante el mausoleo del General Belgrano, situado en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario. Ya que estábamos allí, entramos en la iglesia. No recuerdo bien si se trataba de una estatua, una pintura o un retablo pero, en la penumbra de la nave, vislumbramos una figura a caballo, lanza en ristre. Me extrañó encontrar en Argentina a Santiago Matamoros y me acerqué para contemplarlo mejor. En efecto, la obra representaba a Santiago pero las figuras que alanceaba no eran moros, eran conquistadores españoles. Mi duda quedó resuelta: quizá Santiago no siempre estaba con los buenos pero sí con quienes defendían su tierra, batalla de Otumba al margen.

De todos modos la versión más extendida de Santiago es la de Peregrino. Aunque, quizá, él nunca hiciera el Camino de Santiago y aunque, quizá, los restos humanos de la cripta de la Catedral de Santiago no sean los de Santiago. Es curioso que Santiago sea, sin contar al Iscariote, el único apóstol que no es santo. O, tal vez, el más santo de los apóstoles ya que el apócope “san” va incluido en el nombre. Sé que su verdadero nombre era Jacobo y que en algún idioma se decía Iago (de ahí que Sant Iago diera Santiago) pero no conozco ni la historia ni la procedencia de esta denominación.

Cuando cumplí 19 años, mi pueblo era un islote vacío de celebraciones entre un montón de pueblos que tenían una fiesta dedicada a su Santo Patrón o Patrona. Junto a un grupo de amigos decidimos crear nuestra propia fiesta y, si bien ya teníamos patrón (San Isidro), su celebración no coincidía con las vacaciones estudiantiles. Nos inclinamos por Santiago por una razón: ningún pueblo en 50 km a la redonda celebraba esta fiesta. El problema fue conseguir la imagen que habríamos de sacar en procesión; la figura de Santiago que vimos era la de un peregrino del Camino de Santiago: sombrero con el frontal levantado, bastón, calabaza y concha. Ese era el patrón de Compostela y nosotros no queríamos rivalizar con la capital gallega. Optamos por una figura más sencilla, de un santo anónimo, a la que le añadimos una espada para darle un poco de seriedad. Esa fue la imagen que ejerció el patronazgo durante 25 años. Hasta que se construyó la iglesia y el párroco que nos asignaron dijo que aquél no era Santiago sino su hermano Juan. Se compró una nueva imagen y, esta vez, nos endosaron al peregrino. A mí, en particular, no me gusta. Me da la sensación que tenemos por patrón a un peregrino cualquiera que se dirige a Compostela para presentar sus respetos a Santiago apóstol. Santiago no peregrinó a Compostela; en todo caso, fue allí a predicar una nueva religión y ganar almas para el cielo.

Santiago de Compostela es una ciudad que siempre me cayó bien. Junto a Salamanca y Granada (y supongo que Alcalá de Henares en sus tiempos), encabeza las ciudades con marcado acento universitario; quiero decir, que son ciudades donde los estudiantes se hacen notar. El resto de universidades de solera se ubican en grandes ciudades y el ambiente universitario se diluye. Y por si fuera poco, inicié mi vida universitaria siendo residente del Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago de Granada, uno de los colegios mayores más antiguos que todavía está en funcionamiento. Es clara, pues, mi tendencia favorable a la ciudad que íbamos a visitar.

El día amaneció lluvioso. Teníamos previsto tomar un taxi desde el hotel (estábamos alojados a unos 3 km del centro en la carretera que lleva a La Estrada) y no complicarnos la vida buscando dónde dejar el coche. Con la lluvia cambiamos de opinión; vimos que había aparcamiento público en la Praza de Galicia, conectamos la Mari Pili y nos lanzamos a la ventura. Llovía fuerte y se veía poco y mal. Quiosquera iba pendiente de las instrucciones del GPS mientras yo no perdía de vista los pilotos traseros del coche que me precedía. Llegamos sin novedad; dimos la vuelta a la plaza y entramos al aparcamiento. Como el tópico dice que siempre llueve en Galicia, yo me había llevado el mono que uso para conducir el Ferrari los días de lluvia: pantalón y chaqueta impermeables. Me los encasqueté, Quiosquera echó mano de su paraguas y nos hicimos a la calle. En la esquina de la Rúa Fonte de San Antón nos tomamos un cortado para entrar en calor. Quiosquera es cateta de capital y de capital catalana por más señas. Pidió un cortado corto de leche y el camarero le hizo caso: no más de medio dedal de zumo de vaca. Tuvo que pedir que le pusieran el dedal entero.
Subimos por la Rúa Nova, que debió ser nova en la alta edad media pero que ahora es una bendita antigüedad, desde el Palacio de Bendaña hasta la Casa de Conga. Fuimos a dar con la Praza de Quintana que bordeamos por el lado de la Casa de la Parra, dejando a nuestra izquierda la catedral románica. Subimos la escalinata que divide la plaza en dos, sacamos las fotos oportunas y encaminamos nuestros pasos a la trasera de la catedral, al otro lado de la plaza. Un rótulo llamó mi atención.
- ¿A que no sabes qué dice ahí? –pregunté a Quiosquera-.
- ¿Cómo voy a saberlo si es la primera vez que vengo a Santiago?
- Quintana de Mortos.
- ¡Anda ya!
Nos acercamos. El rótulo se leía con claridad: Quintana de Mortos.
- ¿Cómo lo sabías?
- Porque el rótulo de la explanada que está arriba de las escaleras dice Quintana de Vivos. Si allí están los vivos, aquí tenían que estar los mortos.
(Ahora que lo pienso, lo mismo era al revés y los vivos estaban abajo y los mortos arriba; si me lee alguien que conozca la plaza que me saque de dudas, por favor).

Más o menos por la Rúa da Conga (se nota porque los turistas caminan en estricta fila india y levantando la pata ora a diestra ora a siniestra) fuimos a dar con la Praza das Praterías, que más que una plaza es un tobogán con escaleras. Aun así, es uno de los rincones más bellos de la ciudad y, según mi chuleta turística, alberga la única entrada románica a la catedral. Con la Catedral de Santiago siempre he tenido un monumental lío en cuanto a estilos arquitectónicos; de mi época de estudiante, he creído recordar que se me puso como ejemplo de iglesia románica, sin embargo, su porte global me recordaba más bien una catedral gótica y su fachada principal, la Fachada del Obradoiro, no me encajaba en ninguno de esos dos estilos. Gracias a mi chuletilla deshice mi equívoco: la Catedral de Santiago fue una iglesia románica (si tuviésemos que señalar dos monumentos de la arquitectura universal, en España escogeríamos la Catedral de Santiago, obra magna del románico, y la Mezquita de Córdoba –según Chueca Goitia) que ha pasado por el calvario de todos los estilos posteriores, siendo el barroco el que enmascaró casi totalmente el alma románica del monumento.

Continuará…

martes, mayo 04, 2010

Los hombres de Harrelson

El 30 de abril debía ser especial; era el aniversario de mi madre, la empaquetaba con Iberia rumbo a Almería, Dalr tomaba posesión plena de los mandos del quiosco, Salva finalizaba su contrato… y yo debía desentenderme de los problemas cotidianos.
No fue así. A la abuela no le pusimos un sello en el culo y la mandamos como equipaje sino que su nieto se brindó a acompañarla y, de paso, presentarme un informe con las novedades de las tapas que, servidor, no podrá probar este verano. Eso significaba (lo de acompañar a su abuela) que Dalr no estaba en la fiesta de despedida y, como yo NO PODÍA estar, le tocó a Quiosquera hacer los honores.

Mientras tanto, instalé mis reales en Superwaiter y, de cuando en cuando, me pasaba por las instalaciones de la empresa. No me gustan las despedidas; nunca me han gustado. Antes porque no sabía qué decir; ahora, porque no sé qué decir y encima la fibra se me ha vuelto sensible. A la una y media le dije a Salva que se fuera y yo me encaminé hacia el bar pero me quedé a la vera del quiosco esperando su salida. Nos estrechamos las manos.
- Chico, ya sabes…
- Sí, jefe…
Vi un par de lágrimas brillando en sus ojos y callé. Tomamos direcciones contrarias aunque deberíamos haber ido en la misma. No duró porque en ese momento llegaba el reparto de SGEL y me fui con los Ángeles de Dalr para vigilar que no la cagasen en su primera misión. Había dos paquetes y un montón de revistas sueltas. El primer paquete coincidió con su albarán; el albarán del segundo paquete sólo decía “TU SUERTE CAMBIA DE PRECIO…”. Junto a las revistas sueltas había un tercer albarán al que le faltaba una segunda hoja que no podía ser la de TU SUERTE, sin embargo las revistas amontonadas más el contenido del paquete sin albarán coincidía con la relación de publicaciones del albarán incompleto. Empecé a ponerme de mala leche: no sólo me traen el género a las 2 de la tarde sino que acumulo todos los fallos de la ruta. En esas sonó el móvil; era Salva.
- Jefe, parece que hay un problema con el talón que me ha dado. Le paso al señor de la Caixa.
- ¿Don Antonio…? Verá, es que su firma no está registrada.
- ¿Cómo? ¡¿Llevo treinta y seis años trabajando con La Caixa y resulta que todavía no he registrado la firma?!
- Bueno, no es exactamente así. Es que ahora las hemos digitalizado y la suya no está.
- Cuando abrí la cuenta había unas tarjetas con la firma de los clientes, que era lo que consultaban los empleados que no me conocían.
- Se ve que su tarjeta se ha perdido y por eso no está digitalizada. Tendría que pasarse por la oficina lo más pronto posible.
- ¿Y el talón?
- No lo podemos pagar.
- El lunes estoy ahí a primera hora y ¡téngame preparada la liquidación de la cuenta! Talón confirmado y conformado, ¿vale?
- (Silencio)… Así se hará.

Dejé solas a las niñas y me fui a comer un bocadillo con el Súper. Y un café para atemperar los nervios.
A las 3 se incorporó Quiosquera y tomó el mando. Había que hacer un pequeño inventario; más que nada de atípicos. La coincidencia entre el material inventariado y los registros del ordenador era nula. Entiendo que no me coincidan los chicles o los cromos porque es fácil olvidar pasarlos por el TPV (chicles) o equivocarse en la entrega (cromos). Pero el tabaco lo había cuadrado hacía justo un mes y, salvo Habanos, Fortuna Verde y Fortuna Azul, que no se venden, no coincidía ni uno. Y por cantidades tangibles.
Lo que debía de haber sido un día de calma se convirtió en un calvario. Me salía humo por las orejas. Bueno, humo no; sangre. Supongo que con los nervios me había rascado una oreja y me había hecho una pequeña heridita pero como como anticoagulantes (Plavix) el oído se me iba llenando de sangre y acababa resbalándome pescuezo abajo. Como a los toros cuando los pican, sólo que yo me la iba limpiando de vez en cuando y no me llegaba a la pezuña, así que el picador continuaba con la puya. Un rollo de papel de cocina (y nos es cachondeo ni exageración) gasté tratando de ocultar las huellas de la hemorragia. ¡Lástima! Se podía haber aprovechado para una transfusión.

A las 9 y ½ le dije a Quiosquera que estaba harto y me iba.
- Espera que me voy contigo.
Y empezamos a recoger. A esas horas acabamos rápido. Nos fuimos al Ferrari, que estaba aparcado junto al quiosco, y mientras nos poníamos el caso empezaron a llegar coches de policía.
- Date prisa. Que estos vienen a por nosotros.
Se pararon en la esquina y acordonaron la calle. En 2 minutos había más espectadores que en un partido de fútbol. Quiosquera con el casco puesto (parecía salida de un fotograma de la Guerra de las Galaxias) se acercó a goler. Volvió pronto porque la policía hizo recular a los espectadores.
- Es en el Mercadona. Sale gente corriendo pero no sé si son clientes, empleados o ladrones. La policía se está poniendo los chalecos antibalas.
- Pues si la no es la policía la que viene a por nosotros, es que las distribuidoras nos han mandado a los matones y se han equivocado de local. ¡Sube que salimos de aquí cagando leches!

Salimos. Al cruzar la Gran Vía tuvimos que dar paso a otra caravana de coches de policía. Esto se parece ya a las películas americanas: primero llega el sheriff (policía autonómica), luego el FBI (policía nacional) y, por último, los hombres de Harrelson (geos).
El Manel nos lo explicaba el sábado.
- Eran doh shorisoh que amenasaron a lah caherah: uno con un cushiyo y elotro con una pihtola. Pero era simulá. El marío duna cahera, qu’ehtaba dentro, había sío guardia de seguridá y se dio cuenta. Hiso que saliera el mayor número de hente posible y habló con la polisía. Se pusieron los shalecoh por si acaso y entraron. En dieh minutoh s’acabó to.

Sigo pensando que se equivocaron de local.