jueves, mayo 20, 2010

Viajes fin de estudios

(Fachada del Palacio de Carlos V, a cuyas puertas solíamos montar el puesto de ojeo)

Hablar de Santiago (el Mayor, Matamoros, Peregrino o de Compostela) despierta en mí recuerdos lejanos, a veces rocambolescos, a menudo divertidos y siempre agradables. Hoy día, según me cuentan, los viajes de fin de estudios se montan como mero divertimento después de unos años de estudio más o menos duros. Años ha, el viaje de fin de estudios se montaba por motivos semejantes pero siempre encubiertos como viaje cultural. Por esa causa, Granada era una de las ciudades preferidas por los (en nuestro caso, las) excursionistas, como destino de la parte cultural de su periplo; las semanas anterior y posterior a Semana Santa llenaban la ciudad con enormes bandadas de jóvenes estudiantes (jóvenas estudiantas, concretamente) ávidas de cultura y prestas a ser ligadas por los cazadores de muescas que formábamos la fauna estudiantil universitaria de Granada (más de 50.000 en una ciudad de poco más de 200.000 habitantes). Los lugares ideales para la caza de una nueva cervatilla que llevarse a la imaginación se extendían alrededor de la Catedral: Zacatín, Alcaicería, Corral del Carbón y la cola de entrada a la Capilla Real; pero había demasiados lobos por allí y había que rematar la faena deprisa si no queríamos quedarnos compuestos y sin ligue. Por eso mismo, John Smith y yo preferíamos montar nuestro puesto de caza en la Alhambra. Estaba claro que, antes o después, todo viaje cultural acababa visitando el monumento y como, salvo los palacios nazaríes, la visita era gratis, disponíamos de tiempo sobrado para el acoso (que no derribo) de la pieza seleccionada. Menos el domingo, día en que los nacidos en Granada y provincia teníamos gratis el acceso a los palacios.
Como John era el experto en la maniobra básica del acercamiento, contacto y puesta a punto de la pieza, yo me tuve que especializar en el aspecto cultural, es decir, me compré una guía de la Alhambra y me la empollé, y los domingos me tocaba enrollarme con la Madre María de los Ángeles del Amor de Cristo o con Sor Piedad de la Santa Cruz y ofrecerme como experto que guiaría su rebaño por la esencia del arte nazarí, haciéndoles sentir cómo el sonido del agua en los patios interiores elevaba los espíritus hasta la misma corte celestial. Y funcionaba. Bueno, funcionaba por partes: la Madre María y Sor Piedad quedaban encantadas por mis conocimientos que le habían ahorrado contratar un guía o dejar que sus niñas pasearan por la Alhambra sin tener pajolera idea de qué veían, las alumnas con inquietudes culturales agradecían unas explicaciones que no le iba a dar ningún guía profesional y John… John acababa quedando con una de las candidatas para un paseo vespertino para tomar una sangría en las Titas, junto al Genil, o una salida nocturna para ir a bailar a Janforjai. Rara vez conseguía que alguna voluntaria se decidiese a acompañar a su amiga para entretenerme a mí la tarde; así que, mientras John iba a completar su aventura, yo me quedaba repasando los apuntes o me iba al Zeluán a tomarme un café y ver el partido televisado (aunque cueste creerlo, antes de que José Luís Nuñez fuese vicepresidente de la Federación Española de Fútbol, el partido de la semana se daba por televisión los domingos a las 7 y media de la tarde). Después me tocaba escuchar el relato pormenorizado de la tarde o noche de caza que había protagonizado John.

Pero un día cambió mi suerte. Mientras a mí se me secaba la boca explicando a un grupo de preuniversitarias de Santiago de Compostela que las paredes de la Alhambra reproducían versos del Corán, la Fuente de los Leones era en realidad una fuente judía o por qué las Sala de las Dos Hermanas se llama Sala de las Dos Hermanas, John apalabraba una salida nocturna con dos alumnas a las que importaban un pito mis explicaciones. Ni que decir tiene que yo estaba exultante; era la primera vez que mi trabajo daba fruto y John me animaba explicando lo difícil que era conseguir un ligue para un amigo.
Había quedado con las niñas a las 10 de la noche. Paraban en un hotelito o pensión en la calle Elvira, y a las 9 y media, junto a la fuente del Triunfo, John me daba las últimas instrucciones.
- Las mujeres son muy raras, Quiosquero. Si no ven que puede haber continuidad no te comes una rosca. La de esta noche va a estudiar Filosofía y Letras y yo le he dicho que estudio Medicina sin entrar en más detalles. Cuando llegue el momento le diré que se me ha atrancado el catedrático de alguna asignatura y que estoy pensando en cambiar la matrícula a Santiago; así hay más posibilidades de que se deje ir. Por cierto, dime el nombre de alguna asignatura de Medicina que sea complicada de aprobar.
- Hombre, en los primeros cursos la gente le tiene miedo a la Anatomía.
- No, esa no. Suena como vulgar. Además le voy a decir a la niña que estoy haciendo tercero.
- Entonces le puedes decir que se ha atrancado la Terapéutica.
- ¡Cojonudo! –y ensayaba la historia-. Verás nena, seguramente el año que viene me vaya a estudiar a Santiago porque el catedrático de Perapéutica es un cabroncete…
- John, Terapéutica, Terapéutica…
- ¡Ya, claro! Pues como te iba diciendo, nena, el cabrón del catedrático de Perapéutica…
- ¡John, coño! Terapéutica.
- ¡Joder, Quiosquero! Es que tú también me recomiendas unas asignaturas…

Como era de esperar, nos dieron las 10, nos dieron las 10 y media, nos dieron las 11… y las nenas no aparecieron. Me molestó haberme perdido el partido televisado y me confortó pensar que, quizás, las grandes aventuras de John fueran muy similares a la que acabábamos de correr juntos.

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