jueves, julio 07, 2011

Vladímir Lenin que está en los cielos

Vista desde el aire, Berlín es una gran mancha verde con puntitos blancos dispersos. A medida que el avión se acerca al suelo, los puntitos blancos se agrandan y parece como si se juntaran; sólo en algunas partes, porque en otras la mancha verde permanece. Incluso, cuando ya se intuye próxima la pista de aterrizaje, se observan los patios interiores tal como Cerdá los intuyó para Barcelona, es decir, jardines familiares rodeados por los bloques donde habitan los vecinos. Corolario: los alemanes respetan lo que otros alemanes han planificado. Camino del hotel, el chofer que la agencia había enviado a buscarnos nos comentó que el verde cubría el 40% del municipio. Sé que el porcentaje es alto pero a mí me pareció que el conductor se quedaba corto.

Berlín es una ciudad milenaria con apenas 60 años. Quiero decir que, entre las bombas aliadas y los buldózer comunistas, raro es el edificio con más de 60 años de antigüedad, y raro será también que estos raros edificios no tengan un pegote moderno. Pero como lo que no va en lágrimas, va en suspiros, Berlín puede presumir de ser una ciudad antigua con un diseño moderno, con amplias avenidas, aceras anchas y cantidad de parques que permiten la oxigenación del espacio físico y el esparcimiento y salud mental del caminante.

Apenas llevábamos tres horas en la capital alemana cuando empezaron las sorpresas; bien, no hay tal sorpresa; sólo las cosillas que nos suelen pasar cuando viajamos. Habíamos pateado Alexanderplatz, Marienkirche y el No Sé Cuántos Turm, es decir, la versión alemana del Pirulí. Por cierto, es mentira que los alemanes no tienen sentido del humor. De momento, al Pirulí le llaman el Mondadientes; y es que realmente es un palillo de dientes de los modernos (redondo) con una aceituna pinchada en la punta; más que pinchada, atravesada. Y los guiris, turismo interno o foráneo, se retratan con la boca abierta simulando que quieren arrebatar la aceituna al palillo. Igual que los gilipollas que nos retratamos queriendo enderezar la Torre de Pisa.

Lo dicho, Alexanderplatz, Marienkirche, el No Sé Cuántos Turm, la fuente de Neptuno y el Monumento a Marx y Engels y retrocedíamos hacia el Rotes Rathaus cuya cúpula nos quedaba un poco a la derecha según se sube desde Marx hasta el Palillo. Eran tres: un señor de cierta edad (es decir, tirando a viejo) y sus dos acompañantas.
- Ar iú yerman?
- No, españoles –contestó Quiosquera sacando a relucir lo mejor de su conocimiento del alemán.
- ¡Hombre, españoles! Pues tiene usted una cara de berlinesa…
Andando por el extranjero, me han tomado por marroquí, turco, sij, beduino, ruso, portugués… Hasta me han tomado por español. ¡Contra, eso lo entiendo! ¡Pero que a Quiosquera la tomen por berlinesa…! Estuve tentado de darle al buen hombre la dirección de Barraquer. En definitiva, buscaban el ayuntamiento y allá los encaminamos. Les seguimos los pasos y, prácticamente, lo vimos juntos.

Como primer día en Berlín estaba bien pero no andábamos lejos de Nikolaikirche y había prevista una cerveza en sus alrededores. Así que allí fuimos a parar y, saciada la sed, nos acercamos a visitar a la estatua de San Jorge. Cosa rara: San Jorge y el Dragón habían salido de paseo y nos encontramos la peana vacía. Cruzamos el río Spree y pasamos a la isla de los museos; sólo se trataba de echar un ligero vistazo porque la visita estaba programada para el día siguiente. Estuvimos viendo unas fachadas del siglo XIX y, en la calle paralela, el edificio del No sé qué de la Música. Y he aquí que se produjo el milagro.

En la fachada del edificio un bajorrelieve (o altorrelieve según su posición) representa a Lenin en un plano superior, casi saliéndose del marco, diciendo adiós con la mano; por debajo unos cuantos individuos, con las manos alzadas, no se sabe muy bien si despiden a Lenin o se saludan entre ellos; finalmente, a ras de infierno, el pueblo llano y la puebla rellana o rellena se entretiene como puede. Esta imagen ya la había visto antes; precisamente en el Monte de los Olivos, Jesús asciende al cielo mientras que los apóstoles lloran su ausencia y los peatones circulan sin que la escena les afecte para nada. Claro que, tanto Lenin como sus apóstoles, eran ateos; a lo mejor, por eso, está representado sin el aura de santidad. Tampoco me queda claro si el bulto que se remarca en su pierna izquierda es el fémur o la verga. Y a la altura del profeta de los proletarios, una fecha flota: 9 de noviembre de 1918.
Justo el día del primer aniversario de la revolución de octubre, y el día de la caída del káiser Guillermo II.

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