lunes, abril 18, 2011

El lobo, la cabra y la lechuga

Hace tiempo que apenas veo las noticias ni leo periódicos más allá de los titulares. Quiosquera me regaña porque cree que estoy perdiendo interés por lo que pasa a mi alrededor. No es eso; es que no hay noticia que no esté ensuciada por la política, y no hay político (de los nuestros) que no tenga sucia la boca de mentiras o necedades.
En los últimos tiempos, los parlamentarios y no parlamentarios del Partido Popular han estado pidiendo insistentemente a D. José Luís Rodríguez que, por el bien del país, diga abiertamente si se va a presentar o no a las próximas elecciones. Es lógico y razonable, pensamos quienes no tenemos puñetera idea de política. Si el candidato ha de ser otro, necesita tiempo para que los posibles votantes se acostumbren a su cara y, sobre todo, escuchen qué novedades tiene para ofrecernos.
Los vips del Ibex-35 desaconsejan la medida porque crearía incertidumbre en la economía. Uno no sabe tampoco de macroeconomía y no es capaz de entender que la certidumbre cree incertidumbre, pero si lo dicen los máximos gestores de las mayores empresas de España…

Y un buen día, D. José Luís Rodríguez se levanta dispuesto a sacarnos de dudas y declara solemnemente que no va a ser candidato en las elecciones de 2012. Uno, que sigue sin tener puñetera idea de política, piensa que los parlamentarios y no parlamentarios del Partido Popular estarán contentos porque el presidente les ha hecho caso, y que los periodistas publicarán análisis de las posibles consecuencias económicas y políticas de la decisión presidencial.
Nada de eso. Los periódicos apenas hablan de D. José Luís; están empeñados en averiguar quienes se postulan para suceder al jefe; porque este partido, en cuestión de elección del número 1, ejerce la democracia directa entre sus afiliados y no es el jefe saliente quien nombra a su heredero: nombra a todos los demás cargos, pero se abstiene en la elección de sucesor.

Me llama poderosamente la atención la frase de una de las posibles candidatas a la secretaría general del PSOE: "España está preparada para tener una presidenta del Gobierno y también para que ésta sea catalana...".
Si sé leer e interpretar lo que leo, España está preparada para tener una presidente del Gobierno, y también para que ésta sea catalana, desde finales de 1978; y los 40 años anteriores no es que no estuviera preparada, es que la leyes en vigor decían que al presidente del Gobierno lo nombraba el Jefe del Estado y éste no estaba dispuesto a que fuese mujer, hombre, catalán, andaluz o madrileño: había de ser del régimen, preferiblemente militar.
Sea como fuere, uno esperaba que el Partido Popular aplaudiese la decisión del presidente. Me quedé de piedra cuando D. Pío García Escudero (que pía poco y gallea bastante) declaraba en el Senado que si “Zapatero no es bueno para el PSOE tampoco es bueno para España” y pedía su dimisión y la convocatoria de elecciones anticipadas.

Es decir, si el presidente no se pronuncia sobre su reelección es malo, y si se pronuncia es peor. ¡A ver quién me ata el perro con esa cuerda!

La guinda del pastel vino unos días más tarde cuando un mandamás del PSOE advirtió al PP que, tras el anuncio de D. José Luís de no ser nuevamente candidato, “la oferta del PSOE supera a la del Partido Popular” y la desventaja de los socialistas en tendencia de voto que las encuestan señalan se está reduciendo a pasos agigantados. O sea, que sí, que el PP tenía razón y que D. José Luís no es la mejor oferta que puede ofrecernos la izquierda española en este momento. ¿A qué espera, pues?
Hay dos maneras de cambiar el rumbo:
1.- Los dirigentes del PSOE que representan la mejor oferta, se la cuentan al presidente y éste la lleva a cabo, o
2.- El presidente dimite y, sin necesidad de elecciones anticipadas, el rey propone como candidato a una de las personas que representan la mejor oferta, y el parlamento elige nuevo presidente.
En nuestra corta democracia ya se ha dado el precedente.

Pero el circo de la política es como el pastor que tenía que cruzar el río con un lobo, una cabra y una lechuga, y sólo podía hacerlo llevando una cosa cada vez, evitando, además, que la cabra se comiese la lechuga o el lobo se comiese la cabra. Claro que aquí la cosa se complica porque al lobo también le gusta la verdura y el pastor viene muerto de hambre. Y puede comerse cualquier cosa; preferentemente, todas.

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