lunes, julio 11, 2011

Íker

Corría el mes de septiembre de 1999 cuando John Benjamín Toshack se vio en la tesitura de decidir qué jugador ocuparía la portería del Real Madrid. Contaba con un veterano, Illgner, un portero joven que estaba por estallar, Bizarri, y un crío de 18 años del que se decía que podía llegar a ser un buen guardameta, Íker Casillas. El entrenador con iniciales de güisqui se decantó por la promesa y, aunque a lo largo de la liga se produjeron dudas y cambios, Vicente Del Bosque, sustituto de Toshack, también acabó confiando en él; pero no demasiado porque para la temporada siguiente le ficharon a César, un hombre que estaba destinado a dar estabilidad y tranquilidad a la portería.

En las primeras entrevistas que se publicaron, Casillas no se cortó un pelo:
- Yo a lo que aspiro es a ser el mejor portero del mundo.
- ¡Coño con el niño! –pensé.
Y es no me han gustado las chulerías. Esta tendencia se acentuó cuando, en la temporada 2001-2002, Del Bosque se inclinó por César. Casillas “amenazó” con irse del Real Madrid si no jugaba.
- Con viento fresco se vaya – volví a pensar.
Luego vino la final de Glasgow y el nacimiento de la leyenda. Y con la leyenda y los años también vino la sensatez y hasta la humildad: “No soy galáctico, soy de Móstoles”. Eso se iba pareciendo más a la idea que yo tengo de un gran deportista.

Hoy se cumple un año de la mayor gesta del fútbol español. A una distancia de 365 días se puede hablar sin acaloramientos. Por ejemplo, puedo decir que me gustó mucho más el fútbol que desarrolló España en la Copa de Europa de 2008 que el que desplegó en el Mundial de 2010. Eso es cuestión de gustos. Como cuestión de gustos es la imagen que a cada uno de nosotros nos ha quedado de aquellos 7 partidos. He oído cantar alabanzas a David Villa, la oportunidad de las apariciones de Fernando Llorente, las arrancadas demoledoras de Jesús Navas, el control del centro del campo de Xabi Alonso y Sergi Busquets, el pase preciso de Xavi Hernández, el Maestro… y en todas las pupilas se refleja el remate final de Andrés Iniesta. Sin embargo, no es esa la foto que a mí me quedó de la final. Mi foto es muy simple: mientras 10 jugadores se amontonaban celebrando el gol que los hacía campeones del mundo, en el otro lado del campo, un hombre, el capitán del equipo, Iker Casillas, lloraba desconsoladamente porque había tocado el cielo con las manos.

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