lunes, agosto 02, 2010

Camino de Santiago

Era una etapa de transición. Visita rápida de Astorga, parada en Ponferrada para conocer personalmente a un amigo virtual, desvío hasta las Médulas y empalme directo a Santiago donde quería estar el jueves, día del Corpus Christi. Y al primer tapón, zurrapas. A pesar de que la noche anterior nos habíamos retirado temprano a descansar, me quedé dormido; y digo “me quedé” porque soy yo el que pone el móvil-despertador y lo paré tres veces sin abrir los ojos. Había que suprimir algún acto del programa y le tocó a Astorga; por dos razones: porque ya la había visitado en una ocasión anterior y porque ahora empiezan a interesarme más las personas que los monumentos. Así que me hice el despistado y me salté la salida que lleva a la capital de los maragatos.

Llegamos a Ponferrada cuando el sol caía a plomo (derretido) y nos fuimos directos a conocer a nuestro/s amigo/s; María Angustias se comportó y nos llevó sin problemas a la dirección indicada. Es curioso comprobar que la gente se parece bastante a la idea que de ella nos hacemos a través de sus escritos. Constatamos así la seriedad, no exenta de buen humor, que habíamos imaginado en nuestros, ya, amigos reales. Echamos un rato, lo justo para intercambiar penas y tomarnos un refresco o cerveza (no me acuerdo). Y con las mismas, carretera y manta.

Mi Guía Verde Michelín apenas le dedica un ligero comentario a Ponferrada: ruinas de un antiguo castillo templario. Y no tenía ganas de ver ruinas. A María Angustias le costó encontrar el satélite y, cuando me indicó la dirección que debía tomar, habíamos enfilado la dirección contraria; es igual: recalculó la ruta y nos confirmó que por allí también se llegaba. En un momento dado, la calle se convirtió en una pendiente pronunciada. El Santa Fe, libre de cartones y paquetes de devolución, subió como Bahamontes el Puy-de-Dôme; en la cumbre, a mano izquierda, estaban las ruinas del castillo templario. No es que el monumento estuviese como recién acabado de hacer, pero tampoco era una ruina. Tenía un aspecto como de Exin-Castillos pero de piedra en vez de plástico. No hizo falta decir nada: 100 m. más adelante encontré un hueco y lo ocupé. Volvimos sobre nuestros pasos y nos quedamos con la boca abierta ante lo que debía ser la entrada principal. El sol había alcanzado su cénit y las lagartijas estaban echando la siesta; si alguien regulaba la entrada, también se había retirado a guarecerse de las inclemencias de Lorenzo. Tuvimos que conformarnos con ver el castillo por fuera.
Nuestra ronda nos llevo a una plazoleta donde, en escultura moderna, unos retazos de metal enderezado a martillazos, representaba a un monje-soldado levantando algo con patas que, con un poco de imaginación, representaba la Virgen que acababa de sacar del hueco de un tronco. La cartela explicaba que estábamos ante la estatua que conmemoraba el hallazgo de la Virgen de la Encina, cuya capilla se erguía a pocos metros de distancia.

Nos adentramos en esta parte de la ciudad e improvisamos. Dimos con el Ayuntamiento, la Torre del Reloj y un par de iglesias que mereció la pena visitar. Desde luego, la Guía Verde de Michelín debía concederle unas cuantas líneas más a Ponferrada. Por lo menos decir que el río que pasa bajo el Ponte Ferrato es el Sil; con aquello de que es el principal afluente del Miño, yo hubiera perjurado (de perjurio) y defendido que era totalmente gallego.

Habíamos dedicado a Ponferrada mucho más tiempo del previsto y ya íbamos mal del todo. Nos tomamos un tentempié (en este caso un tentesentao) y volvimos a la Autopista del Noroeste. Evidentemente Las Médulas quedaban para mejor ocasión y eso que, desde que leí Iacobus de Matilde Asensi, tengo grabado en la sesera un paseo por el paraje que allí se describe.

Empezó a llover.
- ¡Mierda! Creo que Galicia nos saluda –dije a Quiosquera-.
Atravesamos el túnel de Villafranca del Bierzo. Al otro lado no caía ni una gota y así se mantuvo durante todo el tiempo que estuvimos en aquella zona.
Dado que María Angustias se empeñaba en llevarnos a Santiago dando un rodeo por La Coruña, le hicimos caso y pasamos a saludar a otro amigo, éste ya conocido previamente.
Entramos en Santiago de Compostela un poco después de las diez y media. Había oscurecido y dependía totalmente de María Angustias. Casi llegando a la calle Rey Fernando III tuve que desviarme por obras en el pavimento. María Angustias se despistó un poco y, cuando yo empezaba a no saber qué dirección tomar, reaccionó.
- Gire a la izquierda… Luego, ha llegado a su destino.

3 comentarios:

A las 3/8/10 10:24 , Blogger Juan Manuel ha dicho...

Bueno; ya "estáis" en Santiago, que me imagino debe ser la meta final de vuestro viaje... Entiendo que las prisas os hayan obligado a eliminar la parada de Astorga, pero bueno...
Y ahora, pues eso; os toca relatar con el máximo detalle vuestra estancia en "el final del camino", cosa que esperamos con mucho interés.

 
A las 5/8/10 10:26 , Blogger BANDOLERA ha dicho...

Con la ilusión que le hacía a Juan Manuel eso de Astorga... Bueno, ya lo miraré en un libro, que si no me quedará el hueco en el "cuaderno de Bitácora".No sé si es casualidad, pero me ha hecho mucha gracia eso de "amigos virtuales" y la columna actual de uno de ellos en otro espacio. ¿Cuestión de imán en la nariz?
Espero con ganas Santiago.
PD- Desde luego, monumentos has visto un "güevo", como dices tú, pero personas también tela.

 
A las 5/8/10 10:33 , Blogger BANDOLERA ha dicho...

PD- No encuentro el libro de los pueblos de España, pero en cuanto empiece vacaciones lo busco bien...

 

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