lunes, junio 21, 2010

El tambor del moro

ADVERTENCIA para los malpensados:
Confirmo que he estado en Lisboa hace apenas una semana pero José Saramago ha muerto en Lanzarote (España).

Aunque soy bastante desorganizado, cuando viajo me gusta planificar la ruta; luego, sobre la marcha, se improvisa lo que se puede y un poco más, pero de salida parto con las ideas claras sobre qué me gustaría ver y cuándo. La segunda etapa del viaje tenía origen en Soria y destino en Valladolid, siendo El Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz y Peñafiel las paradas previstas.

Nunca se conoce una ciudad lo suficiente pero en Soria he estado varias veces y no estaba en el programa visitarla; sin embargo no pudimos resistir la tentación y subimos las calles empinadas hasta dar con el cementerio, volver un poco sobre nuestros pasos (las ruedas del almamóvil, que ya no es alma) y detenernos brevemente junto al olmo.

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
se nota mucho más que algún lacayo
tapase con mortero el tronco herido.

Supongo que no hay otra forma de conseguir mantener en pie el viejo tronco, pero cada vez que veo asomar ladrillos de sus entrañas se me ponen los pelos de punta. Parece como si alguien estuviese empeñado en eliminar el ultimo verso de la estrofa de Machado: “Algunas hojas verdes le han salido”. Por eso, esta vez ni me bajé del coche: Llegué, vi y seguí la ruta.

Llevábamos poco rato de camino cuando vimos la salida hacia Calatañazor. No estaba prevista su visita a pesar de que en muchas ocasiones lo habíamos comentado; Aun así, y sin pedirle permiso a María Angustias, tomamos el desvío. Desenchufé el GPS, recorrimos los pocos kilómetros que separaban el pueblo de la carretera general y escalamos la vereda que forma la Calle Real. Encontramos un hueco donde aparcar en la Plaza Mayor (y única, creo) y nos dispusimos a efectuar una visita rápida. Mientras metía a María Angustias en su funda, Quiosquera desapareció. La localicé pegando la hebra con un paisano que le daba explicaciones sobre el entorno.


- Esta es mi casa –decía-. Vivo en Madrid pero paso aquí las vacaciones y algunos fines de semana. Todo esto está declarado Patrimonio Nacional y hemos de mantener las fachadas tal como están; no podemos hacer ningún tipo de obra que no esté aprobada por Patrimonio. Esta tarde nos vamos a juntar aquí 16 personas, así que si se quieren pasar a tomar café…
Le explicamos que íbamos de ruta y que sólo estaríamos un ratito en el pueblo.
- Pues las mejores vistas se ven desde el castillo… Lo que pasa es que para llegar allí está un poco complicado. Han de bajar por esa vereda, doblar a la derecha y luego ascender por la ladera… Yo de usted –se dirigía a mí- no subía; el camino está mal y además ha llovido con lo que es muy fácil pegar un resbalón. Aunque desde allá también hay una buena vista del campo donde se celebró la batalla… Que verán ustedes, los historiadores dicen ahora que aquello ni fue batalla ni nada, que Almanzor ya llegó derrotado de Medinaceli. Pero los agricultores cada vez que aran encuentran armas antiguas; en cada casa hay un pequeño museo.
- ¿Y el tambor? ¿Han encontrado el tambor? –pregunté por el instrumento para que viera que yo también estaba al loro.
- No, hombre. Lo del tambor es leyenda… vamos, más bien es un dicho.
- Echaremos un vistazo.


- Y la iglesia; no dejen de ir a la iglesia. Aquí en Castilla la Vieja, en cada pueblo, por pequeño que sea hay una o dos iglesias. En Calatañazor, salvo la que está en la Calle Real, un poco más abajo, todas están en ruinas. En el siglo pasado había 70 familias y 4 iglesias.
- Como en mi pueblo –dije-.
- ¿También hay iglesias?
- No, en mi pueblo había 100 familias y 4 bares.
- Aquí también: está el del Teofrasio…
Dijo tres o cuatro nombres visigodos y reiteró su invitación a café.

Bajamos por la vereda. Al doblar el primer recodo ya podía contemplarse toda la inmensidad del campo castellano; era suficiente para hacernos una idea del escenario de la batalla pero Quiosquera se empeñó en bajar un poco más y llegamos hasta el inicio del camino de ascenso al castillo. Había un montículo rocoso y, a su lado, una cartela indicaba que eran tumbas de la Alta Edad Media. En efecto, excavadas en la roca aparecían 2 o 3 agujeros con forma de molde de momia pero el muerto se había escapado ya que estaban vacías. Mientras hacía estas deducciones arqueológicas, Quiosquera ya iba por la mitad del sendero que conducía a las ruinas del castillo. No debió de verlo muy claro porque volvió., Yo lo vi clarísimo: la senda tenía unos 100 m de largo con una pendiente de unos 60º (no llevaba el goniómetro pero, grado arriba, grado abajo, no debería variar mucho).
- El tío del pueblo no es del pueblo.
- ¿Qué dices?
- Que el tío que nos ha explicado el camino del castillo no es del pueblo o nosotros no lo hemos entendido. Fíjate: una vez has llegado a las ruinas todo aquello es plano y al final o está la Plaza Mayor o alguna calle adyacente. O sea, desde el pueblo hay un camino más corto para ir al castillo.

Volvimos por el mismo sendero. Desde la Plaza Mayor se podía ascender a una muralla ruinosa a través de un caminillo de 15 m de largo y una pendiente de 70º que Quiosquera recorrió para hacer la foto de rigor y cerciorarse de que yo estaba en lo cierto.
Al final no pudimos ver la única iglesia que quedaba en pie porque, cuando estaba cerrada al culto, había que avisar con tiempo a la señora que guardaba la llave.


Lo curioso es que en Calatañazor han levantado un busto de Almanzor pero no vimos ningún monumento en memoria del conde castellano que teóricamente lo venció.

1 comentarios:

A las 26/6/10 10:08 , Blogger Juan Manuel ha dicho...

Muy interesante tu post, Antonio. Te estás convirtiendo en un cronista de tierras y paisajes de primera línea, sí señor. Pues eso, sigue así para poder seguir difrutando de tus crónicas. Un abrazo.

 

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