viernes, julio 23, 2010

León: Marcelina Martínez González

Al salir del Palacio de los Guzmanes, nos paramos en la esquina más próxima a la Casa Botines y saqué el plano para decidir la jugada siguiente.
- A ver en qué puedo ayudar yo a esta familia.
Nos giramos. Era una señora mayor, apoyada en un bastoncillo, y que las chispas que emanaban de sus ojos atravesaban limpiamente los cristales de sus gafas oscurecidos por el sol que caía.

De vuelolibreleon.com

- Los he visto con el mapa en la mano –nos dijo- y he pensado que quizás necesitaban ayuda. Yo he sido y soy voluntaria para ayudar a los peregrinos que caminan a Santiago; creo que soy la más antigua. Tengo 91 años.
- ¡Caray, qué bien llevados los tiene! –se enrolló Quiosquera-. Nadie lo diría.
Y no le estaba dando coba. La señora se veía mayor pero, a pesar del bastón, trasmitía vitalidad. Bien vestida, sencilla pero elegante, el pelo gris recogido y los movimientos pausados de sus manos denotaban la clase que transmiten las gentes acomodadas de capitales de provincia.
- A mí siempre me ha gustado ayudar a la gente y me ha parecido que, quizás, pudiera echarles una mano.
- Buscamos el Monasterio de San Marcos –vi que no acababa de situar el monumento y especifiqué-; en mi guía dice que alberga el museo de la ciudad.
- ¿El Museo de León? –asentí-. Es ese.
Y señaló un edificio junto a la Casa de Botines.
- Debe ser otro porque el que yo busco queda más lejos. Fíjese, nosotros estamos aquí y lo que yo busco es esto –le señalé en el plano la pequeña foto del monasterio-.
- ¡Ah, caray! Lo que ustedes buscan es el Parador Nacional de León. Aunque para usted –dijo señalando los bastones- queda un poco retirado.
- No se preocupe -dijo Quiosquera-, es un todoterreno. En estos días pasados ha subido a la torre del castillo de Peñafiel y ha pateado Valladolid, Tordesillas, Toro y Zamora.
- Además, podemos ir en coche. Normalmente cuando llego a una ciudad lo dejo en el hotel, pero esta vez nos alojamos fuera y no nos ha quedado otro remedio que traerlo.
- ¿Dónde están alojados?
- En el Hotel de las Cortes de León.
- ¿Pues por dónde han venido criaturas? Eso está en la carretera de Asturias.
- Contra, doña Marcelina, se lo conoce usted todo.
- No, es que no hace mucho me invitaron a una boda que se celebró allí. Si quieren que les diga la verdad –bajó un poco la voz- yo soy muy famosa en León. Lo mismo ustedes me han visto por televisión: el año pasado, con 90 años, me tiré en un cacharro de esos con un motorcillo en la cola… Marcelina Martínez González.

De vuelolibreleon.com

- ¿En parapente? ¿Como un paracaídas que lleva un motorcillo para dirigirlo? ¡Pues claro, lo leí en la prensa!
- Yo sí la vi en televisión –dijo Quiosquera-. Me parece que fue en España en directo o algún programa similar de los que dan por la tarde.
- Pues sí, hijos, sí. Con 90 años; y seguramente este año me tiraré también. Estoy en eso de Internet, aquí en esta tarjeta lo dice: vuelolibreleon.com. ¿A vosotros no os gustaría saltar?
- ¡Ay, no! ¡Con el miedo que le tengo a las alturas…! O si no tú, Quiosquero, que te da vértigo asomarte al balcón del segundo piso…

De vuelolibreleon.com

- Pues es muy divertido; cuando me lo propusieron no me lo pensé dos veces. ¡No podéis ni imaginar la sensación de libertad que se tiene allá arriba! No, si cuando aquél me llame –señala el cielo con el índice-, que después no hay nada, todo eso es mentira, pero algo hay que decir… no voy a tener yo cosas que contarle... Además de voluntaria del Camino de Santiago, yo soy la primera persona de León que se apuntó a una organización de ayuda a los enfermos de Alzheimer. Y estoy metida en un montón de cosas. ¡Hay que ver! Cuando tenía 10 años, mi madre me decía: Quita de aquí, Marcelina, que no vales para nada. Y era verdad porque abultaba poco. Pero me puse a trabajar, a cuidar niños, y me ganaba la comida que me daban. Claro que apenas fui a la escuela. Yo siempre digo lo mismo: nací entre cardos y ahora vivo entre flores.
- Usted sí que es una flor.
- Y eso no es todo. Una vez gané un concurso de poesía. Con faltas de ortografía y todo. Cuando me llamaron yo creí que se habían equivocado pero no, me dieron el primer premio.
- A él también acaban de darle un premio por un libro que ha editado; cuando se aburre escribe sus tonterías en Internet y, como es andaluz, lo hace con gracia.
- Haces muy bien, hijo, la vida hay que tomarla con buen humor. Fíjate, en otra ocasión me dieron otro premio de fotografía; también el primer premio, y dije yo: si a mí me dan el premio, ¿cómo serán las otras que han presentado? Ahora todo el mundo me conoce aquí en León. Y tengo amigas, por decir algo, que antes no me hacían caso porque no era de su categoría, luego nos llevábamos muy bien porque hacíamos teatro y ahora, cuando se cruzan conmigo, hacen como que no me ven. No sé si será envidia pero un poco de pelusilla sí.
- ¿También ha hecho usted teatro? Quiosquero, cuando era estudiante, representó varias obras.
- ¡Ay, hijos míos! Seguid así y veréis lo bien que os va la vida. Vosotros sois como yo. Cuando vivía mi marido viajábamos mucho y hemos conocido gentes de todas partes. Nunca nos daba pereza.
- Pues igual que éste; ya ve usted como va y se ha pateado medio mundo. Ahora empieza a fallar pero es cuestión de hacer los viajes más cortos y descansar más cuando salimos a ver monumentos. Hemos empezado por Soria, hemos visto toda la ribera del Duero y ahora vamos a Galicia. A mi marido le hace ilusión visitar Santiago de Compostela en año santo.
- Con eso de ser voluntaria del Camino he besado tantas veces el manto de Santiago que tengo miedo de que, si me ve de nuevo, me diga: ¿Qué coño haces otra vez aquí, Marcelina?


Llevábamos tres cuartos de hora hablando, moviéndonos según la trayectoria del sol para buscar la poca sombra que daban los balcones del Palacio de los Guzmanes, pero habíamos llegado al límite y empezamos a tostarnos. Era cuestión de dar por zanjada la conversación, buscar una sombra y tomar algo fresco.
- Bueno, doña Marcelina, ha sido un placer echar un rato con usted. ¡Venga un abrazo!
Mientras la abrazaba y le daba un par de besos, Quiosquera hacía de las suyas.
- Cuando volvamos a Barcelona, Quiosquero escribirá algo sobre este rato tan agradable que hemos pasado con usted.
- Yo de Internet y cosas de esas no entiendo pero un sobrino mío lo buscará.
Le di una tarjeta de Pies para quiosquero y otra de Decúbito supino porque no sabía dónde acabaría escribiendo sobre ella. Con lo lento que soy a la hora de decidirme a escribir, el sobrino de Marcelina debe haberse cansado de buscar y me sabe mal: no me gusta que una persona que me ha calado hondo pueda pensar que me he olvidado de ella.
- ¿Van ahora al Parador?
- No –dije-, a la hora que es ya, lo mejor será que comamos algo.
- Por ahí –señaló hacia el edificio del museo- hay unos cuantos sitios con un menú a buen precio y buena calidad.
- Habíamos pensado tomarnos unas tapas.
- ¡Hombre, entonces en el Barrio Húmedo! Una vez me llevaron a La Bicha a tomar unas tapas de morcilla y era buenísima. Vamos que ahora cuando alguien de confianza me pregunta por un sitio de tomar tapas, les digo: Id a La Bicha y allí que os den morcilla a todos. ¡Anda, vamos!
- No, mujer, usted llevaba su ruta y no hace falta que se desvíe.
- Aquí está todo muy cerca y llegamos en un momento; además, a mí me conviene andar.
Cruzamos la calle Ancha y anduvimos por los callejones de la antigua León. Marcelina seguía con ganas de cháchara.


- En esta vida he hecho de casi todo. Sólo hay una cosa que me falta por hacer y que me gustaría: saludar a la reina doña Sofía. Y puede ser que tenga oportunidad. El periodista que escribe de mí en el diario de León me ha dicho que en septiembre la reina viene a un congreso sobre lo del Alzheimer y, a lo mejor, puede arreglarlo para que la salude. A mí no me corta eso. Un vez me invitaron a una fiesta que hacían los del Ejército del Aire, porque mi marido había trabajado en el campo de aviación, y cuando el jefazo acabó su discurso dijo que si alguien tenía alguna pregunta podía hacerla; me levanté y le dije que tenía 17 fotografías antiguas del campo y que mi marido había sido de los que sacaban los aparatos con un tractor, porque entonces era así: los enganchaban a un tractor y tiraban de ellos hasta la pista de despegue. El coronel me preguntó cómo coño sabía yo eso, que estaba muy bien enterada y que si le podía dejar las fotos. Claro que sí, le dije, pero que sean de devolver. Me dio su palabra y la cumplió. Mirad, hay está La Bicha.
Quiosquera es la de las fotos; a mí no se me hubiera ocurrido.
- Anda, ponte con la señora Marcelina y os hago una foto.
Me hizo la foto, yo les hice otra y el camarero del bar de la esquina remató retratándonos al trío.
- Señora doña Marcelina –lo de doña es cosa mía pero lo de señora le rezuma por cada uno de sus poros-, otro abrazo. Hemos visto muchos monumentos en nuestro viaje pero hoy nos llevamos con nosotros el mejor monumento de León; que tenga mucha suerte y que vea cumplido su deseo de saludar a la reina.
- La misma suerte os deseo a vosotros y la vais a tener: sois iguales que yo.


Siguió calle adelante apoyando con firmeza su bastón. Cuando dobló la esquina, Quiosquera y yo nos dirigimos a La Bicha.
Bendita seas, Marcelina; y benditos el ánimo y la alegría que trasmites. Eres, de largo, el mejor monumento que turista alguno haya visto en León.

Nota: Las fotos tomadas de vuelolibreleon.com lo son sólo a efectos de identificación de Marcelina.

5 comentarios:

A las 25/7/10 12:15 , Blogger Juan Manuel ha dicho...

Magnífico el relato del encuentro con ese "personaje", sí señor.
Supongo que será de esos "momentos especiales" que uno archiva en una "carpeta" especial de la memoria, sí la carpeta de los encuentros inesperados y que generan un sentimiento excepcional. Yo que, como sabéis también he tenido la fortuna de haber viajado mucho durante unos cuantos años de mi vida profesional, tengo unos cuantos ahí "archivados", claro.
Bueno; pues eso; quedamos a la espera de vuestra crónica desde Santiago, incluyendo el botafumeiro, claro... Un abrazo desde Madrid,

 
A las 25/7/10 20:46 , Blogger BANDOLERA ha dicho...

Quiosquerito de mi vida: me ha encantado la historia de este personaje. Dos cosas me llaman la atención:
1)- Habéis nacido con un imán en las narices, vive Dios. Desde luego, este matrimonio estaba cantado desde el principio del mundo...
2)- Creí que no había tocaya, no de nombre sino de perfil, de la maravillosa octogenaria de Zaragoza, Marisa se llama,que cada año en verano se va para Benasque (Huesca) para lanzarse en parapente como una campeona... Me alegra un montón ver que no es así, y a poco que pueda le pongo en contacto con Marcelina, prometo.
Un abrazo.
PD- Que sea sólamente octogenaria, digo yo que no vendrá de aquí...

 
A las 28/7/10 21:09 , Blogger Quiosquero ha dicho...

Desde que, a primeros de abril de 1967, tomando un capuccino en el Café Greco de la Via del Corso de Roma, se me acercó un señor de pelo blanco que dijo llamarse Rafael Alberti, he ido tropezando con muchos personajes, no tan célebres literariamente, pero sí de una talla humana que ha despertado mi admiración. Y desde unos años después, en que uní mi destino al de Quiosquera, se han mantenido y multuplicado estas casualidades; casi siempre hemos sido abordados por el personaje, la cual cosa confirma la teoría del imán en la naríz que ha enunciado Bandolera. La pena es que mo solemos disponer del tiempo necesario para exprimir al personaje: de Marcelina, por ejemplo, habría para escribir una enciclopedia.
Saludos.

 
A las 15/11/10 16:30 , Anonymous Anónimo ha dicho...

No os quepa la menor dua que hay para escribir un libro y mas sobre MARCELINA MARTINEZ GONZALEZ.Y de que es una gran persona no hay ninguna duda,eso bien lo puede ratificar mi mario, su sobrino el mayor,que no es el de internet jajaja, ese es el hermano pequeño de mi marido. y de verdad os digo que por muchas horas que hubierais pasao con ella, no os habriais aburrido nada y habriais aprenio muchas cosas curiosas. por cierto..... algo que no menciono, cocina de maravilla.
Un saludo
elena

 
A las 15/11/10 20:16 , Blogger Quiosquero ha dicho...

Elena, gracias por tu comentario. Habíamos prometido a doña Marcelina que escribiríamos algo sobre nuestro encuentro y, como tardamos un poco en publicarlo, pensamos que habría pasado desapercibido. Me alegra que ella sepa que no la olvidamos y que, por supuesto, nos encantaría seguir escuchando las cosas que tiene que contar.
Por cierto, ¿pudo cumplir su deseo de saludar a la reina?
Un abrazo

 

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio