Tracción animal

Cuando un día de febrero de hace ya muchos años enfilé la autovía de Mataró con mi Mini 850 recién estrenado, me dio la sensación que el carril por el que circulaba era demasiado estrecho. Pedí a Quiosquera que mirase el velocímetro (yo sólo tenía ojos para ver el cuadrado que tenía justo delante de mí) y me comunicó que íbamos a la vertiginosa velocidad de 65 km/h. Ni borracho se me hubiese ocurrido alcanzar los 110 (en aquel momento 130, ¿se acuerda alguien?). Sin embargo, seis meses más tarde, con una cierta experiencia y casi 10.000 km en mi haber, hice el trayecto Barcelona-Almería procurando no sobrepasar 80 km/h y en día laborable, ya que los becarios del volante no podíamos circular por autopista, autovía o carretera nacional desde las 12 horas del mediodía del sábado hasta las 12 horas de la medianoche del domingo. ¡Valiente gilipuertez! Los dictadores, para no abrir la mano, suelen poner la excusa de que el pueblo no está preparado para la democracia, es decir, para gobernar por sí mismo. Y llevan razón. Sólo están preparados para gobernar unos pocos; para lo que el pueblo sí está preparado es para elegir a quienes los han de gobernar y para exigirles que lo hagan bien, so pena de no volver a votarlos; y en caso de no estar preparado, son los gobernantes quienes han de proveer los medios adecuados para paliar la deficiencia. La preparación necesaria presupone responsabilidad, concretamente, sentido de la responsabilidad; cuando un elector deposita un voto es porque ha reflexionado y sabe lo que hace (o cree saberlo, que, en democracia, es lo mismo). Pues igualito se ha de dar por sentado para el conductor novel: durante las clases prácticas debe haber aprendido lo suficiente para conocer sus limitaciones al volante y no sobrepasar la velocidad que su pericia o impericia le permite. Y ya se irá adaptando.
Aplauso, pues, para el gobierno. (Aplauso por mi parte, ¡faltaría más!).

- Civismo puro –dije a Quiosquera-.
Al bajarme de la moto me di cuenta que el conductor sacaba un par de paquetes del asiento trasero y, trabajosamente, los llevaba hasta una portería cercana. Mentalmente lo disculpé aunque no dije nada a Quiosquera. Aún no habíamos echado a andar, cuando un ciclista pasó junto al coche con dificultad; vamos, qué no sé cómo demonios pudo pasar sin caerse. El ciclista no dijo ni mu. Frenó tres metros más adelante, sacó el móvil del bolsillo e hizo un primer plano del coche atravesado, cuyo dueño ya había acabado de trasvasar sus paquetes y estaba presto a quitar el bulto de en medio.
- Hombre, gracias –dijo al ciclista-. Tenía que dejar unos paquetes…
- Yo pago mis impuestos y tengo derecho a que el carril bici esté despejado.
- A lo mejor pago yo más impuestos que usted.
- Sí, pero yo no contamino.
Se me disparó la bilirrubina.
¡A ver, imbécil!
¿Cuándo llegas a tu casa, subes hasta el quinto piso andando para no gastar electricidad?
¿No tienes ni televisión, ni frigorífico, ni lavadora, ni nada que se enchufe a la corriente?
¿Cenas antes de que caiga el sol y cocinas con fuego de pabilos, o te comes la carne cruda?
Sé que viajas en bicicleta, pero si se te ocurre ir a Mallorca ¿vas nadando?
¿Vas a comprar la verdura al Prats y las naranjas a Valencia?
¿Y de paso aprovechas para exonerar el vientre y estercolar los campos?
¿Te comunicas con tus conocidos por tam-tam o con señales de humo?
¿Vas al médico o vas al curandero de la tribu?
¿Eres tonto o has comido mierda?
¡No me jodas…!