Lavar el honor
Soy vengativo. Cuando alguien me gasta una putada paso un tiempo dándole vueltas al tema hasta que encuentro la forma de devolverla.

- Ves, ahora es cuando debería hacer…
Y doy la venganza por cumplida.
Hay veces, sin embargo, que no encuentro ni la forma de vengarme ni la oportunidad de llevar a cabo mi venganza. Eso me pasó en mi viaje de novios. Estábamos alojados en un hotelito de Magalluf donde los únicos españoles éramos dos parejas de recién casados. El resto, alemanes. El comedor abría de 12 a 13,30 y a las 12 menos cuarto ya estaban los alemanes haciendo cola en la puerta.
El primer día, Quiosquera y yo, llegamos a la una. El acceso al comedor estaba cerrado por una puerta de vidrio y, solícito, me adelante para franquearle la entrada a mi flamante esposa. Agarré la empuñadura y empujé. La puerta cimbreó y permaneció impertérrita. Un nuevo empujón, más fuerte, con el mismo resultado. Estaba haciendo el capullo.

- Shiven, shiven…
Sin hacerle puñetero caso, continué dando empujones.
- ¡Shiven, shiven…!
La miré con cara de malas pulgas y vi su gesto. ¡Tate, la puerta era corredera! Cuando conseguí abrir, la alemana se estaba descojonando de risa. Comí sin poder quitarme de encima la sensación de ridículo.
Esta vez no hacía falta devanarme los sesos. Era una venganza imposible.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que, en un vuelo de Frankfurt a Estambul, coincidiera con un grupo de viejas alemanas. Por entonces aún se podía fumar en la cola del avión y, después de la bazofia que nos endiñaron para comer, me fui a fumar un Ducados. En la cola había dos retretes y frente a los retretes dos colas… de viejas alemanas. Una de las viejas se me puso detrás pensando supongo que yo esperaba turno. Con una sonrisa de oreja a oreja le facilité el paso.

- Tanque
Y con las mismas empezó a dar empujones a la puerta.
- ¡Shiven, shiven…! –le dije-.
- ¡Ah, shiven… Tanque!
Y la abrió de par en par. La puerta era corredera.
Cuando volví a mi asiento le dije a Quiosquera:
- Acabo de lavar el honor de la familia Quiosquero.
No siempre es amargo el sabor de la venganza.