¿Voy pa viejo o ya he llegado?
Vivencias presentes y pasadas de un pensionista con tiempo para pensar
No ha sido éste mi mejor verano; tampoco puedo de decir que haya sido el
peor, dado que el del año pasado fue realmente horrible por culpa del herpes
zóster y, aunque sus secuelas continúan azotando mi bienestar, no admiten
comparación con el verano anterior.
Cuando en junio empezó a apretar el
calor, eché mano del aire acondicionado (bendito invento), pero… Quiosquera
anda con los pulmones muy sensibles y agarró el resfriado pertinente; en
consecuencia, se acabó el aire (acondicionado) y recurrí al ventilador. A
mediados de julio ya venía observando una molesta tosecilla y un extraño
gluglú instalado cerca de la garganta. Ni caso. Pese a las continuas
recriminaciones de Quiosquera, aguanté hasta primeros de septiembre; no pude
resistirme más y acabé en el médico (médica en este caso) y sentenció:
- Esto parece neumonía. Lo mando a rayos X para que le hagan una placa.
Como en la policía: foto de frente y de perfil. La placa confirmó el
diagnóstico. Antibiótico e inhalaciones durante dos semanas y nueva placa un
mes después de la primera para evaluar evolución.
- No se observan variaciones significativas entre ambas pruebas
radiológicas.
La doctora me explicó los pasos a seguir y no pude evitar recordar la
consulta de mi amigo R.R. al doctor Roca, médico del seguro universitario de
Granada.
- ¿Expeles los aires con normalidad? -preguntó el médico.
- ¿Qué?
- Que si ventoseas bien.
- ¿Cómo?
- ¡Que si te pees, coño!
En el tiempo
que mi doctora tardo en separar los labios, yo ya me había imaginado la
conversación:
- ¿Arranca con facilidad? -ella.
- ¿Qué? -yo.
- Que si esputa.
- No señora. En mi casa somos muy decentes.
- ¡Que si sacas pollos, coño!
No hizo
falta; la doctora seguramente es de pueblo y fue directa al grano, usando
las palabras académicas adecuadas.
- Le voy a mandar un cultivo de esputos para asegurarnos.
- Doctora, es que yo esputo poco.
- Es igual. En recepción le darán un potecito, usted se lo lleva en el
bolsillo y, cuando le venga un sipiajo(*), lo echa en el pote y lo trae
para proceder al análisis.
En lenguaje
folk es fácil entenderse.
(*)
No estoy seguro si dijo sipiajo o lapo. He elegido la primera palabra
porque suena como más descriptiva.
Me parece que volvemos por donde solíamos. Desde que despedimos al Papa
Wojtyla en Venecia (Casualidad o mal fario) no habíamos vuelto a vivir sucesos extraños en nuestros
viajes. Estábamos en letargo o en trance de recuperación (supongo) de
ocasiones perdidas, aunque, durante este tiempo, Fidel Castro se muriera
cuando estábamos a punto de visitar Cuba, o Saramago emprendiera su
peregrinación celestial mientras nosotros paseábamos por las calles de
Lisboa, si bien el escritor portugués muriese en territorio español.
La
última vez que estuvimos en Marruecos, como precuela de la visita, Hassan II
subió al séptimo cielo de la mano del Profeta. Esta vez teníamos previsto
una escala en Tánger y, hete aquí, un terremoto asoló Marrakech semanas
antes del evento y se llevó por delante la vida de varios miles de
marroquinos (que dicen en mi pueblo).
Pero empecemos por el
principio.
Llegados a Roma, nos apuntamos a una panorámica por la Ciudad
Eterna. En la Piazza del Popolo nos dieron recreo: hora y media de libertad.
Mi previsión era ver la Trinità dei Monte, Fontana di Trevi y
Mausoleo di Augusto, si daba tiempo. El guía hizo su propuesta:
-
Sigan calle adelante y en el segundo semáforo tuerzan a la izquierda para
llegar a la Fontana. Dieci minuti.
Le hicimos caso. Después de 15 minutos andando aún no vislumbrábamos el
primer semáforo, aunque, allí al fondo, se divisaba la Plaza Venecia. Vimos
el desvío hacia la Trinita, pero continuamos hasta el primer semáforo.
Charly puso la directa en busca del segundo y yo lo seguí. Quiosquera
y Withfloor se pararon para preguntar a algún transeúnte si llevaban
la dirección correcta. Que si por aquí, que si por allá, Quiosquera echó a
andar hasta alcanzarme. Encontramos a Charly en el segundo semáforo.
Después de 10 minutos, Withfloor no aparecía y retrocedimos a
buscarla; ni rastro. Por si fuera poco, a Quiosquera empezó a apretarle la
vejiga y tuvimos que entrar en un Mcdonald’s; craso error: 20 clientes y
“15.000” turistas hacían cola en el meódromo… 35 minutos tardó Quiosquera en
alcanzar el objetivo. Mientras, Withfloor había contactado por
teléfono con Quiosquera y, algo después, con Charly para contarles
que un alma caritativa le había indicado una calle distinta para llegar a la
Fontana, y si en el Viejo Mundo todos los caminos llevan a Roma, en Roma
todos los caminos llevan a la Fontana. Quedaron en que allí nos veríamos,
pero cuando Quiosquera logró miccionar, ya era hora del regresar a la Plaza
del Popolo. Me quedé sin ver la Fontana.
Camino de Civitaveccia Google me
informó de que el expresidente de Italia,
Giorgio Napolitano, estaba de cuerpo presente. Esta vez no me hizo
gracia: volvíamos a las andadas. Aunque no fuera el único, ya que, a la
mañana siguiente, tras desembarcar en Palermo, nos enteramos de que también
el capo de la mafia siciliana,
Matteo Messina, las había espichado en prisión. Empate a uno.
El
viaje era tan raro que hasta en Túnez, en plena época de sequía, nos
llovió.
La verdad es que no todas las casualidades fueron negativas. En
Casablanca no empezamos muy bien. Quisimos tomarnos algo en el Rick’s Café y
lo encontramos cerrado; ni siquiera había rastro de Sam. Luego, en la Medina
Vieja, mientras buscábamos donde comprar unos pañuelos de papel, se nos
acercó un marroquí bastante joven:
- ¿Españoles?
- Sí -contestó
Quiosquera.
- ¡Ah! Yo he vivido 8 años en España, en Granada.
- Mira que casualidad: mi
marido es de Granada.
- Bueno, en realidad, estuve trabajando en un pueblo
pequeño: La Rábita.
- Más casualidad todavía -intervine-. Yo nací en El Pozuelo.
- El Pozuelo, La Rábita, Huarea… Trabajé en el
"simillero" con José Manzano.
- Pues lo mismo es primo mío; mi madre se
apellidaba Manzano. ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Al-Karim, pero allí me
decían Casagüi porque soy de Casablanca. Regresé a cuidar de mi padre
enfermo y cuando quise volver no me dejaron; había perdido todos los
derechos.
- Todavía te queda la patera.
Cogió el chiste.
Una de las asignaturas del curso preuniversitario que yo estudié era
Historia de España. Una historia que empezaba unos años antes de la
conquista de Granada y acababa unos años después (pocos) de la dictadura
de Primo de Rivera. D. Antonio Valverde, mi profesor, la explicaba de
forma sencilla y con una cierta dosis de humor. Se me quedó grabado el “sistema de alternancia o turno pacífico” en el gobierno que manejó con cierto éxito la reina regente María
Cristina durante la minoría de edad de Alfonso XIII. Si gobernaba, por
ejemplo, Cánovas del Castillo y las cosas no iban bien, Dª María Cristina
retiraba la confianza al primer ministro y ofrecía la presidencia del
Consejo de Ministros a Sagasta. Ipso facto, D. Práxedes Mateo cambiaba a
los gobernadores civiles y convocaba elecciones; los gobernadores civiles
convencían a los poderes fácticos de la necesidad de un gobierno liberal y
éstos hacían lo propio con sus subalternos; el resultado era una
aplastante victoria del partido liberal. Solía suceder que, no mucho
tiempo después y si las cosas no iban bien, Dª María Cristina retiraba la
confianza a Sagasta y ofrecía la presidencia del Consejo de Ministros a
Cánovas. Ipso facto, D. Antonio Cánovas del Castillo cambiaba a los
gobernadores civiles y convocaba elecciones; los gobernadores civiles
convencían a los poderes fácticos de la necesidad de un gobierno
conservador y éstos hacían lo propio con sus subalternos; el resultado era
una aplastante victoria del partido conservador. Y así sucesivamente…
Esta
“compra” de votos ha evolucionado y, en la actualidad, se “compra”
directamente el voto de los profesionales que votan, esto es, el voto de
los diputados y senadores ya elegidos, y se les paga con concesiones a sus
respectivos partidos o comunidades autónomas.
Según publica El Mundo
en su sección de economía del 30/07/2023,
El PSC ofrece a Junts y ERC apoyar una quita multimillonaria de
la deuda catalana con el FLA.
La noticia parece confirmarla la ministra de Hacienda, María
Jesús Montero, según el mismo diario el 31/07/2023:
Montero, se abre a condonar deuda a Cataluña y a otras comunidades autónomas
en un nuevo modelo de financiación autonómica,
si Pedro Sánchez logra la investidura.
La tercera ley de Newton lo dice bien claro:
Cualquier quita ejercida sobre la deuda de una comunidad autónoma
genera una ponga de igual intensidad y sentido contrario en el resto de
comunidades.
Desde que Alfonso Guerra “enterró” a Montesquieu (quizá antes), enterró
también el cuarto poder: hace mucho tiempo que la prensa tomó partido y es
poco fiable. Por tanto, lo malo de la noticia no es que sea verdad, lo
malo es que nos la creemos a pies juntillas, porque hay precedentes.
Corría
el año 1980 cuando el presidente Adolfo Suárez se sometió a una cuestión
de confianza. D. Adolfo no tenía suficientes diputados para superarla y
empezó a tantear a los partidos minoritarios en busca de los votos que le
faltaban. Aquel mismo año, en Andalucía se había sometido a referéndum si
los andaluces querían seguir la vía autonómica del artículo 151 (vía
rápida). Fue la campaña del eslogan “Andalús, éste no es tu referéndum”; Andalucía no obtuvo el respaldo suficiente (en Almería no llegó a
votar el 50% del censo) y debía conformarse con la autonomía del 143 (vía
lenta). El presidente de la preautonomía andaluza Rafael Escuredo, el
diputado Manuel Clavero Arévalo y el PSA de Alejandro Rojas Marcos no
aceptaron el resultado y empezaron a meter maraña. Se les unió el PSOE (se
les había unido antes del referéndum). Suárez ofreció aplicar a Almería el
artículo 144 (creo), que la obligaba a entrar con el resto de provincias
andaluzas en la autonomía plena. Clavero no entró en el trato. Rojas
Marcos, tampoco. “No le quedó otro remedio” a D. Adolfo que bajarse
los pantalones, saltarse la ley (reformarla con efecto retroactivo, pero
obviando los artículos 143, 144 y 151 de la Constitución) y conceder a
Andalucía la autonomía plena, dando por buenos los resultados de
Almería.
Desde entonces, TODOS los presidentes han tenido sus quitas
y sus pongas cuando han necesitado el voto, en general, de la extinta
CiU.
Los políticos de la Regencia de María Cristina eran más
elegantes.
Hay algo positivo en esta noticia. Llevamos mucho
tiempo preocupados por el sostenimiento de las pensiones, la ayuda a la
dependencia y la sanidad social. Hemos de estar tranquilos: cuando los
pertinentes departamentos estén al borde de la bancarrota, algún gobierno
decretará una quita de las deudas respectivas y cargará una
ponga al bolsillo de los contribuyentes.
Como suelen decir los políticos (que mandan): “Aún hay margen para subir impuestos”.
Domingo, 21 de mayo. Valencia. Camino del estadio de Mestalla para ver el
Valencia-Real Madrid, un grupo de aficionados va cantando “Eres un mono, Vinicius, eres un mono”. Dentro del estadio, el mismo grupo, u otro, continúa con los cánticos.
Ya en la segunda parte, el jugador del Madrid detecta a unos aficionados,
situados a ras de césped, que siguen insultando; avisa al árbitro, que, en
virtud de la ley que describe el delito de odio, para el partido. Mientras,
las fuerzas de orden arrestan al aficionado que llevaba la voz cantante y
que, según otros, lo que cantaba era “Vinicius, eres un tonto” (que
lo mismo da, que da lo mismo). Para colmo de males, el futbolista brasileño
se enfrasca en una trifulca y acaba expulsado. Ahí se armó el belén.
Las
tertulias deportivas del fin de semana y las tertulias deportivas, políticas
y sociales de la semana siguiente se vuelcan en analizar un delito (no
presunto) de racismo y se discute si los españoles somos (o no) racistas. La
mayoría se inclina por incluir el racismo entre los pecados nacionales.
No
estoy de acuerdo. Por descontado que hay racistas, como los hay allá donde
se encuentren dos o más personas: siempre habrá uno que se sienta superior a
los otros por el color, porque uno sea más alto que otro o más guapo o más…
Los pecados nacionales son la envidia y la soberbia; el racismo no es grave
en el fútbol. Todavía.
El primer partido profesional al que asistí fue en el
estadio Miramar de Adra. Me llevó mi padre. En cuanto el árbitro salió al
campo, 300 gargantas (no había muchos más espectadores) empezaron a gritar
“Hijoputa, hijoputa”; años más tarde, en Granada, apenas Ufarte
(Atlético de Madrid) salía al campo, un grupo de aficionados le gritaba a
Lorenzo (Granada CF): “Lorenzo, pártele una pata”. Yo miraba
intrigado a mi alrededor, y un aficionado me lo explicó:
-
Es que así se pone nervioso.
A Rubén Cano le llamaban “indio”
en Barcelona y, para compensar, desde el banquillo del Atlético de Madrid le
preguntaban a Carrasco por su mujer. El primer incidente serio (que
recuerdo) con tintes racistas se produjo cuando Eto’o escupió a un jugador
del Athletic de Bilbao y Clemente, entrenador del equipo vasco, declaró:
- Hay algunos que todavía no se han bajado de los árboles.
Se
armó la de Dios es Cristo. Clemente había llamado mono a un negro.
Menos
trascendencia mediática tuvo el plátano que tiraron a Dani Alves y
que el jugador peló y comió, o que a Roberto Carlos lo llamaran
macaco. Y el cochinillo vivo que le lanzaron a Figo (raza
blanca) pasó por ser un “gest molt simpatic”.
A Vinicius Junior no
lo llaman mono por ser negro, lo llaman mono porque es muy bueno y
porque es vulnerable al insulto. Militao, Rüdiger, Camavinga, Tchouaméni y
Rodrygo también son negros y no los llamaron monos. Correia, Kluivert, Musah
y Foulquier son más oscuros que Chorrojumo y no sólo no los llaman mono,
sino que los aplauden.
Los aficionados del Valencia protagonistas de los
cánticos no son racistas, son forofos maleducados, a los que lo único que
les importa es que gane su equipo, independientemente de cómo jueguen (como
a todos los forofos) y Vinicius es sensible a las patadas y a los insultos.
Se pasa la mitad del partido sorteando adversarios y la otra mitad
protestando al árbitro, circunstancia que, a menudo, desemboca en tarjeta
amarilla. Los defensas lo saben y lo provocan dándole pataditas hasta
hacerle perder los nervios. Ahora no hace falta que le castiguen las
espinillas, le han olido el pan debajo del sobaco y saben que basta con
llamarlo mono para sacarlo de sus casillas. Alguien debería hablar
con el futbolista y convencerlo de que saldrá mejor librado si encaja
patadas e inultos y se dedica sólo a jugar. Lo que ha pasado se veía
venir.
¡Ojo, el culpable de los sucesos del domingo no fue Vinicius!
En
alguna tertulia he oído decir que, cuando se produzcan situaciones de
racismo, se debería parar el juego, echar al público a la calle y reanudar
el partido a puerta cerrada. Estoy de acuerdo. Siempre que se tome la misma
medida cuando se llame al árbitro hijoputa o se silbe el himno nacional. Por
poner un ejemplo.
Cada pueblo tiene sus costumbres propias para celebrar la Semana Santa. En la
década de los 50, en El Pozuelo íbamos con el calendario adelantado, esto es,
"Jueves Santo murió Cristo, Viernes fue su santo entierro"… En
efecto, desde las 3 de la tarde, hora a la que suponíamos que Jesús exhaló el
último suspiro, no podíamos escupir ni tirar piedras porque lo hacíamos contra
el Señor tal y como habían hecho los judíos en su tiempo. Tampoco podíamos
corren ni cantar ni bailar el trompo ni, en definitiva, hacer nada que
supusiera disfrutar. Estábamos de luto.
El Viernes Santo era diferente:
seguíamos de luto y era día de abstinencia, pero no de ayuno. Lo digo porque
era el día de las siete comidas, creo que rememorando las siete palabras del
Nazareno en la cruz. Por ejemplo, el menú del almuerzo podía estar compuesto
de ensalada, potaje de garbanzos, buñuelos de bacalao, fruta, arroz con leche,
buñuelos de cuaresma y papajotes. El menú se creaba a discreción, sólo eran
obligatorios el potaje de garbanzos con bacalao y los papajotes. De higos
secos, por supuesto.
Para nosotros el luto acababa aquella noche
asistiendo a la procesión. Del Silencio la llamaban. No sé si en La Rábita, en
El Pozuelo aún no se había construido la catedral, había más procesiones; yo
sólo conocía la Procesión del Silencio que, como salía muy tarde, no nos
llevaban a los niños. Cuando mi hermana hizo la Primera Comunión, se hizo
acreedora a procesionar y participó en la siguiente Semana Santa. Yo quise
hacer lo mismo, aunque me tocó esperar algún año más. No recuerdo si la imagen
que salía era un Cristo crucificado o la Virgen llevando el cuerpo yacente de
su hijo. La procesión subía por la carretera, bajaba por la calle de Enmedio y
volvía a subir por la calle de los Carros (o al revés). Por alguna de las
calles tendría que repetir para volver de nuevo a la Iglesia.
A lo largo
del itinerario, de vez en cuando se levantaba un visillo y una mujer cantaba
una saeta desde el balcón. A mí me parece que siempre era la misma mujer, que
cuando acababa de cantar en un balcón, adelantaba a los acompañantes y accedía
a otro balcón.
- ¿Quién es la que canta? -preguntaba algún novato o
despistado.
-
Es la hermana de Pascual, el rico-pobre.
Algo que ni entendí
entonces ni entiendo ahora es por qué la llaman Procesión del Silencio.
Delante de la imagen iban el cura y el monaguillo (la procesión era a capela,
o sea sin música), detrás iban las mujeres, con la cabeza cubierta, guardando
una cierta compostura, pero los hombres, con la cabeza descubierta, no se
callaban ni debajo agua. La música quedaba sustituida por un creciente
murmullo que aumentaba en decibelios hasta que alguien se daba cuenta de que
aquello se desmadraba y chistaba para llamar al orden.
Tal vez un
año de éstos acuda a la Procesión del Silencio para comprobar si ha cambiado
en algo.