La llave de la luz
Recibo un SMS de mi primo Luis: “Stamos Lanjarón con Antonio Sabio. Dice k eres un golfillo”.
Como a Quevedo, hasta por la espalda me conocen. Con Antonio
Sabio, el Barberillo, compartí pupitre en la escuela de D. Baltasar. Golfos, lo
que se dice golfos, no fuimos; al menos si nos comparamos con alguna de las
figuras históricas del pueblo, pero sí es verdad que éramos revoltosillos y no
nos callábamos ni debajo de agua.
El recuerdo de mi tocayo me hace evocar sucesos antiguos.
Como cierta noche de verano, allá por las 2 o las 3 de la madrugada. Venía yo
de echar un rato de “estudio” con el Letri y lo encontré (al Barberillo)
sentado en el tranco de su puerta echando un cigarrillo; llegaba de El Ejido de
ver a su novia.
- Se acaba de morir
Miguel –me dijo-.
Miguel era el marido de Rosarico, la dueña de una de las
tiendas que teníamos enfrente, y hermano de Jacoba, la dueña de la otra tienda
que teníamos enfrente. Me senté con él (el Barberillo), encendí otro cigarrillo
y estuvimos un rato filosofando. Hasta que acabaron de amortajar al difunto, lo
bajaron del piso de arriba y quedó expuesto en la sala principal de la casa. Mi
madre, junto a otras vecinas, se quedó haciendo compañía a la viuda y yo me fui
a acostar.
Las noches de verano en El Pozuelo son templadas pero no
corre ni una gota de aire y se hace difícil conciliar el sueño, así que yo me
había agenciado un catre en la cámara y
allí pasaba las noches de estío intentando sobreponerme al calor. La cámara era
un cuarto bastante más largo que ancho, destinado a secar y almacenar las
morcillas y longanizas de la matanza, y, como es de lógica, el interruptor de
la luz estaba junto a la puerta de entrada. La cama, por el contrario, estaba
en el lado opuesto, cerca del balconcillo, al objeto de aprovechar cualquier
brizna de aire que pudiera pasar despistado por allí. O sea que tenía que
apagar la luz, e irme a acostar a tientas. La llave era de aquellas antiguas a
los que se les daba un cuarto de vuelta para encender o apagar la luz: cuarto
de vuelta, encendida; cuarto de vuelta, apagada; cuarto de vuelta, encendida… Y
giraba en ambas direcciones. Como digo, apagué la luz y me metí en la cama. El
colchón ardía y yo iba cambiando de postura a cada momento por buscar cualquier
atisbo de frescura. En una de aquellas vueltas me pareció percibir claridad;
abrí los ojos y, en efecto, la bombilla estaba encendida. Pensé que la había
cerrado mal. Deshice el camino, apagué nuevamente la luz y me metí en la
piltra. Esta vez no tuve que esperar tanto: apenas hube rebotado en el colchón
y ya estaba otra vez encendida. Soy bastante cagoncete (algunos lo llaman
prudencia) en cuestiones entre vivos, pero nunca se me ha ocurrido que los
muertos puedan quedarse por aquí enredando; aun así, miré por la ventana no
fuera a ser que hubiera movimiento en casa de Rosarico. Todo parecía en orden.
Me levanté, le di otro cuarto de vuelta a la llave de la luz y me volví hacia
el catre. No bien había llegado a la mitad de la habitación, cuando la bombilla
se encendió otra vez.
- ¡A ver, Miguel, que
no estoy para juegos! –supongo que lo dije para espantar el miedo, porque
ahora sí que se me habían puesto los pelos de punta.
Soy consciente de que hasta los milagros han de tener una
explicación científica, así que monté guardia junto al interruptor y apagué la
luz. Tuvieron que pasar unos cuantos minutos antes de que la casa entera
temblara al paso de un camión por la carretera que pasaba junto a la puerta. Se
hizo la luz. Repetí la acción un par de veces con el mismo resultado. La N-340
era más ondulada que una culebra de agua; con decir que uno de los piropos más
socorridos era aquel de “Niña tienes más
curvas que la carretera Málaga…”. La cuestión es que, si no tenemos en
cuenta los Llanos de Carchuna, la única recta entre Motril y Adra es el trozo
de carretera que va (iba) del Callejón hasta la Curva de El Pozuelo y allí los
camiones aprovechaban para acelerar, de tal modo que la vibración te movía la
cama y era capaz de encender la luz de la cámara.
Tardé un rato en conseguir que el interruptor adoptase una
posición adecuada para resistir el retiemblo. Durante el resto de la noche,
Miguel y yo descansamos en paz.
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