Salí de Jamaica
Jamaica tiene dos puertos practicables para
cruceros: Montego Bay y Ocho Ríos. Lo que a nosotros nos interesaba conocer
está en Ocho Ríos y sus alrededores, por tanto, desembarcamos en Montego.
El viaje hasta Ocho Ríos ocupa 2 horas para cada sentido del trayecto; en
autocar local, por supuesto. Para amenizar el trayecto nos colocaron una guía
cubana:
- Yo soy cubana, pero
llevo 15 años en Jamaica. En ese tiempo he estudiado y aprendido la historia y
costumbres del país; y no sólo del país: conozco la historia del Caribe.
No empezaba mal la
cosa porque, a veces, los guías ni tienen puñetera idea de lo que están
contando.
-¿A que no saben
ustedes –prosiguió- que Colón no era
español?
-Era italiano –se
oyó la voz del sabihondillo de turno.
-Vaya, pues fíjese que
en su tumba dice que es español.
No dijo en cuál de ellas, lo que agradecí puesto que podía
habernos dado una conferencia magistral sobre el periplo de los restos del
Almirante.
-¿Saben por qué se
habla inglés en esta isla? –continuó su exposición cultural-. Pues porque los ingleses la conquistaron
y la dominaron durante un corto espacio de tiempo. ¿Y saben por qué se conduce
por la izquierda? Pues porque los primeros coches que llegaron a la isla eran
japoneses.
¡Claro! Y yo tengo dos brazos porque las camisas vienen de
fábrica con dos mangas.
O la chica llevaba el rollo aprendido o algo vio que la hizo
cambiar de táctica.
-Bien, veo que en el
autocar no van niños y se puede hablar con libertad. Usted, señora –se
dirigió a una de las primeras filas y que yo había observado que llevaba una
camiseta con un lema que decía algo así como “no dejes para mañana lo que te puedas beber hoy”-, ¿es casada?
-¿Yoooó? No hija. Yo
estoy en el mejor estado en que puede encontrarse una mujer: ¡viuda!
-¿Y ese señor?
-Este señor no es familia
mía, es mi querido.Me pareció que el cielo se estremecía y que, allá arriba, una lucecilla temblaba más deprisa de lo que indicaban sus hercios.
-Es que las mujeres
españolas, cuando vienen aquí y conocen a un jamaiquino, no quieren irse. Una
vez me vino llorando un señor y me pidió que fuese a rescatar a su esposa que
se había quedado en la playa. La busqué y vi que estaba liada con un autóctono;
le expliqué que su marido la buscada desolado y me mostró el “aparato” del
jamaiquino. “Cómo quiere usted que me vaya con esto”, me dijo. La verdad es que
los jamaiquinos tienen todos una buena “lancha”. Y ya saben ustedes que la cosa
de los hombres tiene la misma longitud que la planta de su pie.
Me quedé un poco estupefacto. A mí la naturaleza me ha
engañado: calzo un 42, pero el colgajillo no se le acerca ni de lejos.
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