El aparatillo de la oreja
Mi abuelo José estaba más sordo que una tapia; aunque se le
hablase a grito pelado, el pobre no se enteraba. A la única que entendía era a
mi abuela Trinidad, que le hablaba en voz alta y clara y vocalizando mucho las
palabras. Con el tiempo, mi tío Domingo le colgó un aparatillo de la oreja,
pero ni por esas: mi abuelo seguía sin poder mantener una conversación fluida.
El aparato no tenía nada que ver con los modernos audífonos, que te los cuelgas
detrás de la oreja y ni se notan. El de mi abuelo era como una radio de
transistores pequeñita con un cable trenzado, que acababa en un auricular tan
poco ergonómico que mantenerlo en el oído era faena de maestros. Una de las
imágenes de mi abuelo que tengo grabada con más claridad es cuando golpeaba
repetidamente la radio, ponía cara de enfado y gritaba:
- ¡Trinidad, dime lo
que dice Gabriel Galdeano que este trasto se ha vuelto a escacharrar!
Esa imagen la parodiaba a menudo cuando en mi época de
estudiante salíamos de cachondeo por Granada; cogía una radio muy pequeña, que
me metía en el bolsillo de la camisa, y el auricular correspondiente, que me
enganchaba en la oreja y nos íbamos a la calle. En la cafetería, en el cine, en
el autobús…, en medio de la conversación con los amigos, estiraba el pescuezo
mientras daba golpecitos sobre la mini radio intentando que el aparatillo
amplificara el sonido que aparentemente no me llegaba con claridad. La gente se
me quedaba mirando con una cara que parecía decir: ¡Pobrecillo, tan joven y ya
tan perjudicado!
Como se dice en mi pueblo, el Señor me castigó y me mandó un
reventón de tímpano que me tuvo casi un año con un algodoncillo en la oreja.
Incluso llegué a operarme. Miringoplastia se llamaba la intervención, que
consistió en arrancarme un pellejito del lóbulo de la oreja y pegármelo en el
lugar del tímpano. ¡Que si quieres arroz! El injerto no tuvo éxito y si antes
tenía un bujero que me ocupaba medio tímpano, en adelante el bujero me ocupó el
tímpano al completo.
El oír poco y no saber desde dónde me llegaba la voz era lo
de menos. Lo de más era que si me entraba agua en el oído me podía pasar un par
de semanas supurando y con un dolor tan terrible como el de muelas. Mi amigo,
el Dr. Ortiz, me recetó una fórmula magistral a base de “ácido bórico disuelto
en alcohol de 80º hasta saturación” (es lo que decía la receta). Tal mejunje
hacía su función y me iba resecando el oído hasta acabar con la supuración;
claro que llegaba el momento en que el conducto auditivo se despejaba lo suficiente
para que el alcohol traspasara el tímpano y llegara al órgano de Corti. ¡Cómo
sonaba la música entonces! A lo largo de mi vida he padecido migrañas, dolor de
muelas, dolor de riñón, escalabrauras y otras lindezas traumáticas y aseguro
que nada es comparable a un dolor de oídos producido por unas gotas de ácido
bórico disuelto a saturación en alcohol de 80º. Se acabó bucear en las aguas
del mar, nadar para mantenerse en forma, lavarse la cabeza en la peluquería… se
acabó hasta lavarse las orejas bien lavadas.
Con el tiempo fui perdiendo oído, o mejor variando mi manera
de oír. Dejé de percibir las palabras y cambiar su sonido por el ruido que hace
una caracola cuando te la acercas a la oreja. El Dr. Ortiz me dijo que no me
podía poner un sonotone porque la supuración lo podriría. Total que, como ya
conocía la receta del ácido bórico, dejé de ir al otorrinolaringólogo (¡coño,
me ha salido al tirón!).
Hace un par de años, estando en Aguadulce, noté que tampoco oía con el oído bueno y me
fui a ver un médico en el edificio Torres Bermejas. Me sacó dos tampocillos de
cada una de las orejas, me metió un aparatillo televisivo en el oído malo y
llamó a Quiosquera:
- Fíjese, señora. ¿Ve
algo?
- Una cosa negra al
final.
- Exactamente, eso es
el tímpano. No hay perforación; por extrañas circunstancias el tímpano se ha
regenerado. No hay problema en que se ponga un audífono y mejore la audición.
No me lo creí; el Dr. Ortiz me había dicho que el tímpano es
el único pellejo que no crece por generación espontánea, así que me fui a ver a
mi amigo (amigo de dalr para ser exacto) Iván Domènech, el cual me confirmó el
diagnóstico del galeno almeriense. La cuestión es que ahora llevo un aparatillo
como mi abuelo José. Oír no es que oiga mejor
(se me amontonan las palabras), pero oigo más fuerte. Y como el cacharro
es moderno no necesito darle golpes al trasto que mi abuelo llevaba en el
bolsillo de la camisa. De todos modos el médico no ha sido capaz de explicarme
cómo se ha producido la regeneración; me queda la duda si no habrá tenido que
ver el haberme pasado 35 años sin lavarme las orejas a fondo.
- Ahora no tienes
excusa para no lavarte las orejas –me dice Quiosquera-. Así que una buena mano
de jabón y restriégate bien.
Y una mierda. ¡A ver si con lo que me ha costado fabricar un
tímpano, ahora lo voy a disolver echándole agua!
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio