viernes, octubre 07, 2016

Pintura al fresco


Estudié en un colegio modesto. No quiero decir humilde, quiero decir barato; las hortalizas no daban para más. Los libros de texto eran los mismos que en otros colegios de más categoría, pero el profesorado y los medios eran lo que había. En historia del arte mi profesor fue D. Enrique Muñoz, el Besugo. Hacía lo que podía: daba las clases con gafas de sol para que no le notásemos que iba leyendo la lección al pie de la letra. Aprendimos las características del románico, del gótico, del barroco y demás estilos arquitectónicos aunque no fuéramos capaces de distinguir un arco de medio punto de otro de herradura. Con la pintura era peor; podíamos hablar de tabla, lienzo, vidrio o mural según la base sobre la que se hiciera el dibujo, o retrato (precursor de las cámaras kodak), paisaje, naturaleza muerta o desnudo. A mí me gustaba el desnudo porque era más sencillo: presentaba la naturaleza humana sin artificios. En todo caso, y salvo la Maja de Goya (que venía en el libro), jamás tuve ocasión de ver ninguno.
Me llamaba la atención la clasificación de la pintura en función del material empleado para dibujar, si bien no sabía ni cómo distinguirlo ni siquiera la técnica utilizada para fabricarlo. Suponíamos que en la pintura al óleo debía intervenir el aceite, en la acuarela sería el agua, y en el pastel… ni idea. ¡La pintura al fresco! Eso estaba más claro: o bien se pintaba a la sombra de un buen árbol cuando de levantara un vientecillo agradable o el cuadro se metía en la nevera una vez acabado. Sufrí una desilusión cuando me enteré que Leonardo y Miguel Ángel pintaban sus frescos en los refectorios de los monasterios o en los techos de las iglesias, aunque, desde luego, fueran los lugares más fresquitos del edificio.
Encima, los tíos aquellos se fabricaban sus propias pinturas y mantenían en secreto el origen de los pigmentos. Murillo, Velázquez, Rafael obtenían tonalidades que sólo pueden verse en sus cuadros. Ahora vas a una tienda de pinturas y Titanlux tiene todos los colores codificados…
Aunque no tanto.

Después de varios años de litigio hemos conseguido que la empresa constructora nos arreglara unos cuantos errores que habían cometido al levantar nuestro bloque, lo que provocaba que teníamos que salir al jardín con casco, so pena que nos cayese un cascote de las alturas y nos planchara los sesos. Junto a la puerta de entrada a mi apartamento había una raja por la que cabía un dedo y la empresa se empeñaba en que eso no era problema de la estructura sino del movimiento propio de todas las obras. Al final, y tras arduas discusiones, me mandaron a Mohamé, el cual echó un pegote de cemento-cola en el bujero y se largó; quedó una franja gris oscuro en la pared que, sobre el amarillo suave de la pintura, parecía la tira negra que se cosía en la manga de las camisas para que la gente supiese que se estaba de luto; pedí que le dieran un brochazo para disimular el arreglo y, harto de esperar, seguí el consejo del presidente de la comunidad y me fui a una casa de pinturas con un trocito de pared que me sirviera de muestra. U obtener la tonalidad exacta de un color no es tan fácil o el empleado no tenía muchas ganas de trabajar. Sacó un muestrario, fue comparando mi cachito de muestra y sentenció.
- Éste es el que más se le parece.
- Para mí que la pared es más amarilla.
- Es igual, se va a notar lo mismo.
Tuve que quedarme con un bote de kilo porque era lo más pequeño que vendían. Y, en efecto, puesto en la pared resaltaba muchísimo sobre el amarillento de la pintura original.
- ¡Hoeh! ¿Y si le pusiéramos un poco de azafrán como al arroz? –se me ocurrió decir.
Quiosquera es una mujer bastante sensata y nunca o casi nunca se sale de la ortodoxia, pero 50 años oyéndome decir (y hacer) tonterías empiezan a contagiarla. Apenas habían pasado 20 minutos cuando me llamó.
- Mira a ver si así te gusta más.
Me asomé a la puerta y observé la obra de arte: ¡perfecta! El tono de amarillo era idéntico. Visto desde lejos se nota una pequeña diferencia pero eso es debido a que la parte recién pintada está más limpia; en cuanto metamos los dedazos dos o tres veces no se notará el arreglo en absoluto.
- ¿Cómo lo has hecho? –inquirí.
- Como tú habías dicho: le he echado un poquito de azafrán. Bueno primero le he echado un poquito pero me ha parecido que todavía no daba el tono y le he añadido otro poco.

Lo dicho: ha quedado perfecto. Y como la pared está estucada, parece un arroz recién retirado del fuego. Ahora, mientras abrimos la puerta, disfrutamos de un agradable olorcillo a paella… Sólo falta el bogavante.

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