Pintura al fresco
Estudié
en un colegio modesto. No quiero decir humilde, quiero decir barato; las
hortalizas no daban para más. Los libros de texto eran los mismos que en otros
colegios de más categoría, pero el profesorado y los medios eran lo que había.
En historia del arte mi profesor fue D. Enrique Muñoz, el Besugo. Hacía lo que
podía: daba las clases con gafas de sol para que no le notásemos que iba
leyendo la lección al pie de la letra. Aprendimos las características del
románico, del gótico, del barroco y demás estilos arquitectónicos aunque no fuéramos capaces de distinguir un
arco de medio punto de otro de herradura. Con la pintura era peor; podíamos
hablar de tabla, lienzo, vidrio o mural según la base sobre la que se hiciera
el dibujo, o retrato (precursor de las cámaras kodak), paisaje, naturaleza muerta o
desnudo. A mí me gustaba el desnudo porque era más sencillo: presentaba la
naturaleza humana sin artificios. En todo caso, y salvo la Maja de Goya (que
venía en el libro), jamás tuve ocasión de ver ninguno.
Me
llamaba la atención la clasificación de la pintura en función del material
empleado para dibujar, si bien no sabía ni cómo distinguirlo ni siquiera la
técnica utilizada para fabricarlo. Suponíamos que en la pintura al óleo debía
intervenir el aceite, en la acuarela sería el agua, y en el pastel… ni idea. ¡La
pintura al fresco! Eso estaba más claro: o bien se pintaba a la sombra de un
buen árbol cuando de levantara un vientecillo agradable o el cuadro se metía en
la nevera una vez acabado. Sufrí una desilusión cuando me enteré que Leonardo y
Miguel Ángel pintaban sus frescos en los refectorios de los monasterios o en
los techos de las iglesias, aunque, desde luego, fueran los lugares más
fresquitos del edificio.
Encima,
los tíos aquellos se fabricaban sus propias pinturas y mantenían en secreto el
origen de los pigmentos. Murillo, Velázquez, Rafael obtenían tonalidades que
sólo pueden verse en sus cuadros. Ahora vas a una tienda de pinturas y Titanlux
tiene todos los colores codificados…
Aunque
no tanto.
Después
de varios años de litigio hemos conseguido que la empresa constructora nos
arreglara unos cuantos errores que habían cometido al levantar nuestro bloque,
lo que provocaba que teníamos que salir al jardín con casco, so pena que nos
cayese un cascote de las alturas y nos planchara los sesos. Junto a la puerta
de entrada a mi apartamento había una raja por la que cabía un dedo y la
empresa se empeñaba en que eso no era problema de la estructura sino del
movimiento propio de todas las obras. Al final, y tras arduas discusiones, me
mandaron a Mohamé, el cual echó un pegote de cemento-cola en el bujero y se
largó; quedó una franja gris oscuro en la pared que, sobre el amarillo suave de
la pintura, parecía la tira negra que se cosía en la manga de las camisas para
que la gente supiese que se estaba de luto; pedí que le dieran un brochazo para
disimular el arreglo y, harto de esperar, seguí el consejo del presidente de la
comunidad y me fui a una casa de pinturas con un trocito de pared que me
sirviera de muestra. U obtener la tonalidad exacta de un color no es tan fácil o
el empleado no tenía muchas ganas de trabajar. Sacó un muestrario, fue
comparando mi cachito de muestra y sentenció.
-
Éste es el que más se le parece.
- Para mí que la
pared es más amarilla.
- Es igual, se va a
notar lo mismo.
Tuve
que quedarme con un bote de kilo porque era lo más pequeño que vendían. Y, en
efecto, puesto en la pared resaltaba muchísimo sobre el amarillento de la
pintura original.
- ¡Hoeh! ¿Y si le
pusiéramos un poco de azafrán como al arroz? –se me ocurrió decir.
Quiosquera
es una mujer bastante sensata y nunca o casi nunca se sale de la ortodoxia,
pero 50 años oyéndome decir (y hacer) tonterías empiezan a contagiarla. Apenas
habían pasado 20 minutos cuando me llamó.
- Mira a ver si así
te gusta más.
Me
asomé a la puerta y observé la obra de arte: ¡perfecta! El tono de amarillo era
idéntico. Visto desde lejos se nota una pequeña diferencia pero eso es debido a
que la parte recién pintada está más limpia; en cuanto metamos los dedazos dos
o tres veces no se notará el arreglo en absoluto.
- ¿Cómo lo has hecho? –inquirí.
-
Como tú habías dicho: le he echado un
poquito de azafrán. Bueno primero le he echado un poquito pero me ha parecido
que todavía no daba el tono y le he añadido otro poco.
Lo
dicho: ha quedado perfecto. Y como la pared está estucada, parece un arroz
recién retirado del fuego. Ahora, mientras abrimos la puerta, disfrutamos de un agradable olorcillo a paella… Sólo falta el bogavante.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio