martes, agosto 09, 2016

Gallina muerta

El corral de la tita Aurelia era más grande que el nuestro, aunque tampoco daba como para celebrar allí el baile del Día de Navidad. Corral mixto, valía para todo, albergaba gallinas, conejos, un par de marranos cebones y una marrana de cría; no recuerdo que el tito Cristóbal usara caballería.
He de decir que el tito Paco y el tito Manolo llamaban “las chicas” a la tita y a la prima Amalia y no creo yo que fuera por su condición de mujeres, en cuyo caso hubieran dicho “las niñas”, “las pirracas” u otra expresión más o menos cariñosa. Si las llamaban “las chicas”, más bien debía ser porque la tita Aurelia era bajita y la prima Amalia no muy alta. La familia la completaba el primo Antonio, “el Caracoles”, chungón, chinchaor y metete, conmigo por lo menos. Nuestra familia, la de mi padre, salvo excepciones contadas, ha sido una familia de las que cada miembro va por libre pero todos responden ante una dificultad. La excepción más relevante era la tita Aurelia, que siempre estuvo dispuesta a arrimar el hombro, se necesitara o no. Fue siempre el alma de la familia.
No debía hacer mucho tiempo que habíamos hecho nosotros el corral cuando, una de las veces que vino a la noria a lavar la ropa sucia, le contó a mi madre los sucesos de la mañana.
-Esta noche tenemos para cenar puchero con gallina.
-¿Alguna gallina vieja que ya no pone? –preguntó mi madre-.
-¡Qué va, hija! Había amasado moyuelo para los marranos y le estaba echando maíz a las gallinas cuando se me fue un puñado de maíz y cayó en el comedero de la marrana. Una gallina se metió en el comedero en busca del maíz y la marrana le soltó un bocado, supongo que para espantarla, pero la enganchó del culo y se quedó con él en la boca. Lo curioso es que la gallina, sin culo y con las tripas arrastrando, todavía anduvo dos o tres metros antes de caer muerta.

Cuando volvió a pasar por casa, después de hacer la colada, me puso la tentación al alcance:
-Antoñico, ¿te vienes a comer gallina?
¡Faltara p’aceite! Tanto mi hermana como yo hubiéramos dado cualquier cosa para pasar una noche en casa de la tita, cuanto más si la perspectiva era cenar puchero con gallina…
No contaba con mi primo Antonio. Aquella noche durante la cena no paraba de arrimarme cachillos de carne mientras me decía:
-¡Toma, toma, primo come! Es gallina muerta.
Y comí. A esa edad yo estaba encanijado y comía menos que un colorín, pero gallina muerta no se come todos los días y me hinché. Para mi desgracia, aquella noche cogí un caguetazo que me iba por las patas abajo. Tuve toda la noche a mi prima Amalia de imaginaria en el corral. Lo malo es que con los años la historia se ha tergiversado y, aun hoy, todavía hay veces que mi prima me pregunta:
-¿Te acuerdas, Antonio, cuando te pusiste malo por comer gallina muerta?

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